Recordando al amigo Rafa

 

José Franco
Instituto de Astronomía-UNAM
Programa Arte, Ciencia y Tecnologías


Fotografía cortesía del Centro del Cambio Global y la Sustentabilidad, A.C

Las amistades se definen poco a poco, con el tiempo, a medida que las personas se van conociendo y reconociendo en afinidades, lealtades, ideales, proyectos, colaborando y compartiendo las miradas al futuro. En el caso de mi amistad con Rafael Loyola, nuestra camaradería y colaboración se fue materializando a lo largo de varios años. Nuestras historias de vida tuvieron trayectorias bastante diferentes, pero se cruzaron hace unos 17 años, poco después de que recibió el nombramiento de Chevalier dans l´Ordre des Palmes Academiques del Gobierno de Francia.

Nos formamos en áreas del conocimiento muy distintas ‒él en sociología e historia, yo en astrofísica‒, y dados los prejuicios usuales entre los grupos de ciencias sociales y ciencias naturales, era poco probable que nos relacionáramos. Sin embargo, tuvimos la fortuna de tener amigos en común con quienes compartíamos la preocupación por el poco financiamiento asignado a las ciencias en nuestro país, el nulo impacto de las ciencias sociales y naturales en la agenda nacional, y la necesidad de generar políticas públicas de largo aliento para el sistema de ciencia, tecnología e innovación (CTI). Así que nuestros temas de discusión recurrentes eran, por un lado, cómo encontrar caminos para que la CTI contara con un espacio en la agenda nacional y se precisaran y atendieran los problemas nacionales y regionales. Por otro, cómo romper con las visiones sexenales para generar programas de largo aliento y que además tuvieran no sólo suficiente, sino también un incremento en su financiamiento.

Por aquellos años, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) había iniciado una política de estimulos fiscales para que las empresas invirtieran recursos en investigación y desarrollo, y generaran productos y procesos que hicieran más eficientes y competitivos a los sectores productivos. Claramente, el financiamiento del sistema de CTI requería de un fuerte incremento por parte de esos mismos sectores productivos y los incentivos fiscales podrían ir en la dirección correcta. Desafortunadamente, dadas las condiciones de nuestro país, únicamente las grandes empresas podían participar en dicho programa, dejando fuera a las pequeñas y medianas empresas, las cuales representan la inmensa mayoría con capital nacional. Además, no había registro ni seguimiento de los logros del incentivo. Desde la Academia Mexicana de Ciencias (AMC), durante los periodos presididos por nuestros colegas Octavio Paredes, Juan Pedro Laclette y Rosaura Ruiz, manifestamos la necesidad de modificar los estímulos otorgados por Conacyt, generar planes a largo plazo y cumplir con el financiamiento del 1% del PIB establecido por la Ley de Ciencia y Tecnologia. Posteriormente, estos mismos planteamientos los expresamos desde el Foro Consultivo Científico y Tecnológico AC.

Afortunadamente, en parte debido a los cuestionamientos y propuestas realizadas, Conacyt modificó el esquema de estímulos fiscales y lo convirtió en incentivos directos, con lo cual se benefició a un grupo nutrido de empresas pequeñas y medianas. Además, dentro de su Programa Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación, se estableció un plan de largo aliento para el sistema de CTI y se difinieron convocatorias para atender problemas nacionales y para realizar proyectos en fronteras de las ciencias. Todo esto representó un avance, pequeño pero importante y necesario para fortalecer nuestro sistema. Sin embargo, las cosas se estancaron a partir del 2019 y se desarticularon varias instancias que se han construido con mucho esfuerzo a lo largo de varias décadas, como el Foro Consultivo Científico y Tecnológico AC y la Academia Mexicana de Ciencias.

A partir de estos hechos, que modifican las estructuras mismas del sistema de CTI y diluyen la voz y participación de la comunidad de CTI, Rafa fue un animador del diálogo entre todas las visiones de la ciencia en México. Describió en varios documentos los avances logrados en la última década, señalando los errores cometidos por las administraciones pasadas y la actual, planteando a la vez propuestas que permitieran construir un mejor sistema científico a quienes nos siguen en el camino. Así que el fallecimiento de nuestro querido, respetado, inteligente y lúcido amigo Rafael, no sólo nos llena de una gran tristeza, sino que nos deja sin una visión integral, aguda, crítica y sobre todo mesurada. Sí, su deceso nos deja con un enorme vacío.

Me adhiero plenamente a lo expresado por nuestro amigo Javier Flores; “Murió Rafael Loyola Díaz. Con su inesperada partida, el país pierde a una de las mentes más lúcidas en las ciencias sociales y una voz crítica en el examen de la política de ciencia”. Como él, yo también lamento profundamente su fallecimiento y resueno con lo que escribió Miguel Hernández en su Elegía, “no perdono a la muerte enamorada”.