Real de Catorce. Múltiples rostros de un viejo pueblo minero

Hugo Cotonieto Santeliz
Centro INAH-SLP


Real de Catorce. Fotografía de Hugo Cotonieto Santeliz (2018).


Introducción

El pueblo de Real de Catorce, enclavado en la Sierra de Catorce del altiplano potosino, con sus paredes gruesas de piedra que resguardan el recuerdo de un pasado próspero de la explotación de plata, y una vida campesina que vincula la minería con el pastoreo, se ha centrado desde hace algunos años a la fecha en los servicios turísticos de aventura y misticismo, así como imán de importantes peregrinaciones que llegan a visitar al “milagroso San Francisco de Asís”. Un proceso de cambio que le ha dado nueva vida a aquel pueblo que quedó prácticamente en el abandono al suspenderse la explotación minera tras los movimientos armados, pero que al día de hoy se vuelve a replantear una “vocación minera” que le dio origen, en medio de un ambiente de disputa por el territorio y sus recursos, con la presencia de empresas mineras extractivas.

El presente texto se nutre principalmente de referencias de primera mano, a partir de una etnografía centrada en observaciones directas y entrevistas con los habitantes de mayor edad del pueblo de Real de Catorce y de habitantes del Bajío (espacio que se extiende a los pies de la sierra, considerado como “el desierto”). En dicho acercamiento etnográfico, realizado entre los años 2007 y 2018-2019, se recogió aquella perspectiva externa que se ha interiorizado en los mismos habitantes de la sierra de Catorce: la nostalgia de un pueblo “fantasma” (imaginario creado por el cine y ciertos relatos novelescos), como fuente de atracción de turistas y visitantes cautivados por la “magia” del desierto y el peyote. Contexto que se ha complejizado ante la amenaza de minería a cielo abierto anunciada por la empresa canadiense First Magestic hace una década, y que ha colocado sobre la mesa la problemática medioambiental y la noción de desarrollo para la zona, no exenta de confrontaciones sociales entre locales y foráneos.

 

El origen de una ciudad con las entrañas de plata

Real de Catorce es un pueblo, cubierto de minerales,

donde abundaba la plata, y bonanzas a caudales.

Ciudad inmortal te llaman, pues te negaste a morir,

por eso siempre contento, contigo hemos de vivir.

Tiene su túnel de Ogarrio, que es un túnel de atracción,

Plaza de Armas y de toros, un palenque y un panteón.

Y la Casa de moneda, otra joya colonial…[1]

Este fragmento del corrido que se canta en el pueblo de Real de Catorce es una estampa de aquel orgullo que se guarda en la memoria de la gente que tiene como referente la persistencia. Un pasado prodigioso que dio fama y fortuna a toda la región. Territorio que guardaba en sus entrañas el codiciado mineral.[2]

Las gruesas paredes de piedra han resistido el paso de los años, y cuando caen, se vuelven a levantar de manera reiterada, como reflejo del ímpetu de mantenerse en pie. Muros de piedra producto de aquella explotación minera que comenzaron los gambusinos venidos de otras tierras, cuyos apellidos se encuentran inscritos, y prácticamente en el olvido, en las lápidas del cementerio viejo ubicado detrás de la capilla de Guadalupe, a las afueras del pueblo.

Algunos de estos personajes son recordados más con tintes de leyenda que de historia: Juan Núñez y Francisco Gómez se les considera los primeros descubridores de minas de plata en la zona, pero sobre todo a Fabián y Sebastián Coronado se les ha reconocido como los fundadores del primer asentamiento del Real hacia 1778,[3] al cual llegarían después gente atraída por las abundantes minas descubiertas a lo largo de la sierra de Catorce.[4] Territorio agreste y de clima extremo donde siglos atrás se desplazaban los indios nómadas, que habrían sido desplazados y exterminados tras la llegada de los españoles.

Si bien el éxito en el descubrimiento y explotación de las minas tuvo un auge sostenido durante casi un siglo, hubo momentos donde el éxito de la explotación se acentuaba y la bonanza del Real marcaba momentos de crecimiento económico y poblacional. Esto queda patente en un informe de Bernabé Zepeda, ya que, en un oficio del 22 de febrero de 1782, se menciona que en Catorce se descubrieron en menos de un mes cuarenta y ocho minas que producían plata, desencadenando así el primer gran auge de esta población (Montejano y Aguiñaga, 1993).

El minero, Silvestre López Portillo, comisionado del Tribunal de Minería y de la Audiencia, diputado de la Minería de San Luis Potosí y de la de Guadalcázar, haría presencia en Real de Catorce, y luego de analizar las condiciones de asentamiento de ese pueblo, persuadió a sus pobladores a reinstalase en tierras de mejor acceso y con abastecimiento de agua. Esta empresa fracasaría ante la negativa de los mineros que no quisieron alejarse de sus minas, a pesar de las adversidades del clima y lo accidentado del terreno en plena montaña, a 2 700 msnm.

De tal modo que algunas minas, como “La Purísima” (del Coronel Miguel de Aguirre), “La Estrella” (del médico Suizo Pedro Puglia) y la “Veta Grande” (de don Bernabé Antonio Zepeda) serían ejes en torno a los cuales se establecerían algunos caseríos, hoy llamados tapias, es decir, paredes derruidas de piedra sin techo. Dos de esas minas dieron una importante bonaza a Catorce, la “Veta Grande” y “La Purísima”. Otras más fueron abiertas, como la del “Santo Cristo de Zavala” y “San José de Larza” propiedad del padre Manuel Flores, así como la del “Señor de los Milagros” de Ventura Ruiz (el “Negrito”) y la del “Señor de Ramos” de Patricio Cuello; ante estos nuevos descubrimientos y la bonanza de plata, se requeriría de mayores servicios y una mejor imagen urbana para los prósperos habitantes de estas minas.

De este modo, Real de Catorce se fue transformando poco a poco, y pasó de ser un grupo de casas en torno a las bocaminas, a una ciudad trazada sobre terreno menos accidentado, con sus calles empedradas en torno a un centro, plazas, edificios y servicios públicos que fueron dando forma a la boyante ciudad llamada entonces: Real de Minas de la Limpia Concepción de Guadalupe de los Álamos de Catorce.

Conforme a este crecimiento, la fisonomía del lugar se adecuó a los requerimientos de necesidades específicas de sus habitantes, no sólo para la subsistencia, sino además de lugares donde se vendían “telas finas traídas de Europa”, centros de entretenimiento como la plaza de toros, el palenque de gallos, un teatro, la alameda, plazas públicas. Algunas imágenes atestiguan estas nuevas condiciones de vida de los catorceños, como lo comentó un anciano de Real de Catorce quien mostró una fotografía antigua:

aquí hubo mucho personaje muy… como había mucha lana, […] había mucha vestimenta de esta fina, es más, aquí era una tienda [su casa], en donde todavía está la tienda aquí, pero con casimires ingleses, era pura cosa fina, tiene todo esto, zapatos que era la mejor calidad que había en esa tienda, porque casi usaban puro botín, como las mujeres, así muy buen estilo de ropa (Sr. Francisco Saucedo, 2007).

La riqueza extraída de la tierra hacía eco en la apariencia de la creciente ciudad; las casas de piedra se remozaban ricamente de colores, herrería y objetos traídos de otras latitudes para decorar las amplias casas, que no sólo eran de una planta sino incluso de dos o tres niveles, demostrando con ello su poder adquisitivo.

Aquel primer asentamiento, en la parte alta de la sierra, se fue quedando abandonado con la reubicación en la parte baja, donde ahora está asentado el pueblo. Los más ancianos recuerdan cuando estuvo habitado lo que ahora se llama “el Pueblo Fantasma”, el primer asentamiento. Doña Paula Calderón, anciana de Real de Catorce, recuerda: “la Valenciana, que es algunas casas donde vivieron personas, ahí vivió un señor que se llama Aniceto Samaniego y allí se llamaba la Prisca y en otro había muchas casas, hay muchas tapias, ya no son casas, ahí vivió mucho tiempo don José Rodríguez y con la señora María Nájera. Es un pueblo que estuvo habitado, ahora está solo, estaba la mina, ahorita no trabajan allá” (Sra. Paula Calderón, 2007). Por su parte, otro anciano recrea en la memoria el ambiente de ese lugar:

Hace muchos años cuando Catorce estuvo en opulencia, ese lugar se llamó Valenciana, porque allá había minas y se llamaba Valenciana y era una fracción perteneciente al municipio de Catorce […] habitada con juez auxiliar y todo, era una fracción, un pequeño pobladito. Yo nací en 1924 y las minas aquí se paralizaron pues casi a raíz de la Revolución de 1910, así que cuando yo nací ya había pasado todo. Inclusive, según datos históricos, allí tuvo una minita que le rindió un gambucino [sic], le rindió esa minita al licenciado Silvestre Alonso López Portillo, que fue la primer autoridad que estuvo aquí, cuando estábamos dominados por los españoles, que dicen fue tío tatarabuelo del que fue presidente de la República, de José López Portillo (Sr. Diego Sánchez, 2007).

Estas historias se cuentan con la añoranza de una época de esplendor y grandeza para el pueblo, de edificios que se levantaron gracias a las riquezas obtenidas por expertos y aficionados gambusinos de la época virreinal, como es el caso del “Negrito Ventura” que descubrió una de las minas más importantes de Real de Catorce por su abundancia en minerales:

Esa la descubrió el que le llamaban el “negrito Ventura”, se llamó Ventura Ruiz, él vivía en Charcas y tocaba el violín, a su manera, y que en una ocasión lo contrataron para que viniera a tocar a un lugar que se llama Vigas de Coronado, vino en una bestia y venía de noche, cumplió con su compromiso de tocar en la boda, y por ahí dejó al animal y a la mañana siguiente que terminó de tocar y buscó el animal no lo encontró, el animal se subió al monte, entonces él también ya se subió al monte a buscarlo y vino a dar a ese lugar donde está la mina de Milagros, según se dice que sacó unas gorditas que traía, prendió una lumbre, una fogatita, calentó sus gorditas para comer y ¡qué fue su sorpresa! que después de que almorzó se vio un pisito de metal, pero él no sabia ni qué era, le llamó la atención y se llevó ese pedacito a Charcas, para mandarlo a ensayar, a analizar, a ver qué era. ¡no!, ya le dijeron que era plata, entonces fue ya como se vino, hizo el denuncio o allá hizo el denuncio, porque en un principio originalmente Real de Catorce como mineral pertenecía a Charcas, muy al principio. Allá se hicieron los primeros denuncios mineros, hizo su denuncio de la mina y la trabajó por algún tiempo y sacó también mucho dinero, así como sacaba dinero lo gastaba (Sr. Diego Sánchez García, 2007).

La explotación de las minas atrajo a múltiples personajes, algunos tan relevantes en la memoria catorceña que los edificios y obras vinculadas a ellos aún son recordadas con gran afecto, como lo fue la presencia de un sacerdote-minero que mandó construir la primera capilla en Real de Catorce:

Al norte [de Real de Catorce], más allá de los panteones, está una mina que le llaman del padre Flores, porque en realidad quien la trabajó fue un padre que se llamó José Manuel Flores, y esa mina dio una gran bonanza de plata, porque las minas de aquí esencialmente lo que producen es plata. Entonces, el padre Flores dio con unos salones grandísimos, al principio veía que era polvo azul que no sabían ni qué era, entonces ya lo analizaron… era plata. Plata en polvo que era cuestión nomás de llenar costales, sacó cantidad de dinero, se hizo rico el padre Flores. Él nació en San Juan de los Lagos, Jalisco, y estuvo de padre en un lugar que se llamaba la Hedionda, ahora se llama Moctezuma, de ahí con la fama de Catorce, del mineral de Catorce, pues vino también por la ambición a ver qué podía hacer y yo creo que aficionado por la minería, así es que se hizo de esa mina, hizo mucho dinero, se dice que fue el que construyó con lo que sacó de ganancia, hizo la capilla que está en el panteón de Guadalupe, que a costa de él se hizo esa capilla. Entonces yo creo ya dejó de producir la mina o ya no le fue costeable y se regresó a San Juan de los Lagos… (Sr. Diego Sánchez, 2007).

Sin duda, la opulencia que demostraban sus habitantes hacia finales del siglo XIX era reflejo de la bonanza lograda por los descubrimientos de plata durante el Porfiriato, etapa que marcaría a la vez un estilo arquitectónico y cultural en las ciudades y centros mineros de todo México. Esta etapa es conocida localmente como la “edad de oro del Real”, cuando se dieron las condiciones políticas, económicas y sociales para darle un nuevo rostro, volviéndose una población grande con una integrada vida socioeconómica regional.[5]

En pleno auge del Porfiriato se hacen grandes mejoras urbanas, se introduce el telégrafo, el ferrocarril Potrero-Cedral, calles empedradas, la energía eléctrica, y aún se recuerda la importancia que representaba el Real para esa época (1895) con la presencia del entonces presidente de la república, el general Porfirio Díaz, quien llegaría en ferrocarril hasta las minas de Potrero, al poblado de La Luz y cruzaría la sierra a caballo hasta Real de Catorce (ya que el túnel Ogarrio aún no terminaba de perforarse, sino hasta 1901).

Al comenzar el siglo XX se inicia una nueva etapa en el Real, varias fotografías de esa época se interesan por retratar la presencia del ferrocarril, la abundancia de las minas y el tranvía que cruzaba el túnel Ogarrio, algunas de ellas se explican con la emoción de los hijos y nietos de aquellos que lo vivieron. “El tranvía llegaba hasta La Luz, de Real a la Luz, y hasta ahí uno llegaba, ya de ahí uno se iba a pie a Potrero, cerca de La Luz ahí están las minas de Santa Ana, hasta ahí llegaba” (Sra. Socorro Guerrero, 2007), en otra fotografía se abunda acerca de la gran producción minera: “La entrada del túnel se llamaba Dolores, ahí se ponían los costales que sacaban con mineral. Eso lo sacaban por Cedral, ya después por Potrero, en Potrero también están los puentes…” (Sra. Socorro Guerrero, 2007), otra mujer aporta algunos detalles más de esta imagen cuando comenta: “esto es como estaba la explanada de Ogarrio, cuando hubo ferrocarril y posteriormente los furgones tirados por bestias, así es como estaba la estación del ferrocarril Ogarrio […] el otro extremo, en la mina de Santa Ana, hasta aquí llegaban los tranvías” (Sra. Candelaria Rodríguez, 2007).

El orgullo que representa ese pasado del Real es uno de los fuertes referentes que sigue presente en la memoria colectiva de sus pobladores. La bonanza de ese tiempo se vio interrumpida con el abandono de las minas que dejaron de producir, entre otras causas por la inestabilidad social, que propició un ambiente de incertidumbre entre los dueños de las minas que veía en peligro sus riquezas; es el tiempo donde ocurren diásporas de gente pudiente, a sus lugares de origen. En Real de Catorce se da una fuerte emigración que dejaría al pueblo casi en el abandono; las familias de origen español regresarían a su nación, la clase trabajadora de las minas buscó nuevos lugares donde comenzar una nueva vida.

Aquella ciudad próspera de calles empedradas, con grandes casonas de balconería rica en herrajes, de cantera adornando las fachadas, de jardines y plazas, de “familias de abolengo” que tenían todo para el disfrute de la vida en el Real, se había terminado. Tras el movimiento de independencia y la inestabilidad subsecuente, se recuerda un número mínimo de habitantes respecto del tiempo de esplendor de la ciudad, apenas 700 almas se habían quedado en lo que parecía un auténtico “pueblo fantasma” con casas abandonadas por todos lados. La única mina que seguía trabajando, casi un siglo después, en esas condiciones era la de Francisco M. Coghlan: la mina de Santa Ana. Poco a poco empezaba el saqueo y desmantelamiento de las minas para saldar algunas deudas tras la Revolución Mexicana, así lo recuerda la señora Agustina Méndez:

esa mina [San Agustín], cuando todavía no la tiraban, yo alcancé a verla todavía, sin el techo, pero ya quedaron las puras tapias. Había un señor, don Juan Sánchez, encargado, pero los dueños le autorizaban que tirara cosas para que pagara a los veladores. También Ogarrio era muy bonita, donde está también como una estacioncita en Ogarrio, muy bonita, también la tiró, que le dijeron que para que pagara los veladores (Sra. Agustina Méndez, 2007).

Montones de piedra y polvo sepultarían más de dos siglos de crecimiento de un pueblo que llegó a tener su propia casa de Moneda, donde se acuñaría al menos por breve tiempo una moneda que sigue causando orgullo entre sus habitantes y en los coleccionistas en numismática. El exilio de la gente significó un gran golpe a la economía local; el cierre y desmantelamiento de las minas dejó atrás la actividad que había dado vida a esa ciudad boyante.

Los que se quedaron, sobreviviendo “gracias a Panchito”

Tras el casi abandono del Real de Catorce, el tiempo haría estragos en la imagen de la otrora próspera ciudad; la falta de mantenimiento en los edificios facilitó que gobernaran los nopales entre sus grietas, así como los derrumbes de techos y perdida de su herrería. No es difícil imaginar la atmósfera que cubriría al Real en esos momentos; los casimires ingleses se había extinguido junto con las familias pudientes que jamás volvieron, las grandes casonas de personajes importantes se tambaleaban con el fuerte viento que corre todo el año en estas alturas, las explanadas de plazas, puentes y calles donde antes se hacían fiestas y reuniones, ahora estaban en un profundo silencio.

Las pocas personas que se quedaron en este lugar tuvieron que reinventar su modo de vida. No sólo habían llegado de otras partes buscando mejores condiciones de vida en el Real, sino que, además, quedarse en este pueblo representó una mejor opción que la de retornar a sus lugares de origen en las pequeñas rancherías de los alrededores del semidesierto.

Algunos ancianos refirieron que durante esa época (posrevolución) había escasez de alimentos, las haciendas agrícolas y ganaderas dejaron de abastecer al pueblo en decadencia. Real de Catorce no era apto para llevar a cabo una empresa distinta a la minería, pues entre las montañas era prácticamente imposible algún tipo de agricultura, y los bosques fueron devastados al ser usados como combustible en las minas; solamente abundaban nopales y magueyes. Los ancianos de Real de Catorce y del semidesierto comentaron que en ese tiempo fue fundamental la relación que se entabló entre la Sierra y el Bajío, ya que hubo un importante intercambio de productos entre pueblos de estos dos entornos; de la sierra se llevaba miel de maguey, tunas y yerbas comestibles y medicinales al Bajío, intercambiándolos por maíz y fríjol cultivados en el valle, y necesarios para los serranos.

Incluso se comenta que, ante la situación adversa en el Real, llegaron algunas personas a habitar algunos de los barrios abandonados del pueblo, con nuevas actividades en la sierra, como el pastoreo de chivos con circuitos de “majadas” a lo largo y ancho de la Sierra de Catorce. Una anciana comenta cómo fue su arribo en esa época:

cuando vinimos aquí, desgraciadamente era como un rancho […] está aquí pero si re´fregado […] nuestro padre tenía un ganado de chivas y borregas y entonces nosotros los cuidábamos […] Entonces un hombre que se casó con una muchacha de Potrero y puso una ruta, una camionetita verde que le pusieron la “Chata” que empezó a cobrar cincuenta centavos o un peso por llevarnos a Matehuala, porque cuando se nos ofrecía una salida, una enfermedad, tenía que bajar a la Estación, necesitaba durar tres días pa’ dar vuelta hasta Matehuala. Ya después el señor puso esa ruta y gracias a dios que puso la ruta, pero luego la mujer se asoció por ahí con los Tamaulipas, empezaron con una camioneta blanca esas gentes y empezaron, y se asociaron y ahí fue donde a Catorce se le acabó el hambre, ¡ah, el señor San Francisco!… porque aquí estaba, pero jodido, aquí no había ni qué, nada, aquí no había quién le comprara un litro de miel, un litro de leche, nada, ora por donde quiera hay gorditas, por donde quiera hay aguamiel, comida… antes no había nada. Dicen que San Francisco no era de aquí, porque dicen que el señor San Francisco lo trajeron unos marineros (Sra. Tomasa Bustos, 2007).

La búsqueda de nuevas actividades fue crucial para el mantenimiento de la población de Real de Catorce, ya que además de los intercambios de productos, el vínculo entre el Bajío y la Sierra se fortalecía mediante las peregrinaciones que se dirigían a San Francisco de Asís. En el poblado de Estación Catorce, uno de los principales pueblos del Bajío, descendían del tren los peregrinos provenientes de Saltillo, como lo comenta una mujer anciana de este pueblo: “la primera peregrinación vino de Saltillo, en el tren venía, era un tren especial, llegaban aquí [Estación Catorce], se quedaban aquí y en la mañana se iban caminando [a Real de Catorce] Me acuerdo cuando vinieron… un señor Alejandro Barrios fue el que organizó eso” (Sra. Socorro Guerrero, 2007). Estas peregrinaciones se irían incrementando más y más y llegaron de toda la región ante la fama del milagroso San Francisco de Asís, que se ubicaba primero en la capilla de Guadalupe (en el panteón) y luego en el templo de la Purísima Concepción, patrona del pueblo. Así se recuerda:

Cuando estaba el señor San Francisco en el panteón, que no tenía la aureola que tiene ahora, estaba lleno de milagros entonces. Siempre lo han tenido sentado, pero precisamente cuando venía don Marquitos [el fotógrafo] lo paraban para sacarle fotos, por eso yo lo vi parado […] Yo todavía recuerdo que el día tres, el cuatro y el cinco [de octubre] había unos cuantos puestecitos, chiquititos, el 5 se retiraba, ya no había, y uno con ansias esperaba la fiesta porque estaba muy solo, se nos hacían años que no llegaba la fiesta del cuatro de octubre, pero nomás tres días. Llegaba muy poca gente. Cuando empezó a llegar gente, que se hizo muy grande, fue cuando empezaron las peregrinaciones, entonces sí ya se fue para arriba y de ahí para arriba (Sra. Agustina Méndez, 2007).

La fiesta de San Francisco fue tomando cada vez mayor realce, ya que por iniciativa de algunos sacerdotes que dieron fe de los milagros que otorgaba el santo, se llevaba a San Francisco al pueblo para festejarlo.

Cuando estaba San Francisco en el panteón lo traían a celebrar la misa allí en Zaguán Grande y decía que ahí le hacían misa el día cuatro y se lo llevaban de nuevo al panteón otra vez, y decía que un padre que estuvo de interino, que ese padre era un americano y que él dijo que le iba a hacer una buena fiesta y dice que le adornó la iglesia con puro terciopelo rojo y que hizo muchos programas, decía que para la fiesta muy sonada. No, pos dicen que vino mucha gente y le dejaron buen dinerito y que dijo: ora si, ya me voy, y se fue, y después un padre que estuvo aquí, el padre Arias, que él le juró por feria el 4 de octubre (Sra. Agustina Méndez, 2007).

La fama de San Francisco se extendió por toda la región del altiplano potosino, Zacatecas, Nuevo León y Coahuila, pues el arribo del santo al pueblo se contaba como un hecho fantástico.

Decían que habían llegado dos mulas por el camino de Las Ardillas, una mula con un cajón con él [San Francisco] y otra mula con otro cajón con nuestro padre Jesús de Ramos que está entrando a la iglesia a mano derecha, los dos cajones llegaron, entonces llegaban los dos animales muy desesperados a la iglesia del panteón, y ahí el padre decía que los quitaran, que buscaran al dueño de ellos para descargar esos cajones y nunca lo encontraron, los animales los retiraban a la orilla del camino y volvían a insistir en llegar a que los descargaran, y no los descargaban porque tenían que tener dueño, nunca apareció el dueño, y ya el padre ordenó que los metieran a la iglesia del panteón, los descargaran y los metieran a la iglesia del panteón los dos cajones, y que a ver quién los reclamaba, y nadie los reclamó, que duraron mucho tiempo ahí. Y al ver que nadie los reclamaba, dijo el padre que los destaparan a ver qué eran esos cajones, y que en un cajón venía nuestro Jesús, y en otro cajón venía San Francisco, y que a San Francisco lo dejaron ahí en el panteón, ahí donde están los dos codos, ahí estaba él en una repisa. Y el primer milagro lo hizo allá en el panteón, fue de unas personas que cuidaban el panteón, y no tenían familia, decían la señora y el señor no tenían familia, y que el hermano de la señora tenía muchos hijos, y que le dijo la señora: ‘préstame a uno de los niños para que me haga compañía allá, pues yo estoy sola’, que le dijo: ‘sí, cómo no’, pero como la señora no estaba impuesta a tener familia se descuidó del niño y el niño se salió para afuera, y fue a dar al pozo y se ahogo, en el pozo, y que luego que ya lo buscó la señora, pues que ya estaba flotando en el pozo, y que pues qué le iba a decir a su hermano, que porque no había tenido cuidado con él, y que lo agarró en los brazos y fue y se lo llevó al señor San Francisco adentro de la iglesia y que le pedía que le volviera la vida, que pues qué le iba a decir a su hermano, que pues el niño se había muerto ahogado, y que tanto pedirle, se empezó a mover el niño en los brazos de la señora, y eso era lo que el primer milagro que hizo, y eso es lo que me acuerdo.

Muchos más de estos milagros se irían conociendo entre la gente de la región y extendiéndose entre los peregrinos que llegaban año con año a la fiesta de San Francisco en octubre. Tomó tal relevancia el culto a San Francisco de Asís que se promovió el traslado de la imagen a la parroquia del pueblo: “y ya de ahí para acá pues muchos milagros, como él se venía del panteón, ya le quitaron el altar a la virgen del Rosario, y ya pusieron a San Francisco ahí” (Sra. Pompeya Méndez, 2007).

Con el crecimiento exponencial de peregrinos venidos desde Hidalgo, Guanajuato, Zacatecas, Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas y el resto del estado potosino, el pueblo comenzó a tener nuevos bríos; las muestras de agradecimiento al santo se mostraban en los milagritos que cubrían las ropas del santo y en los exvotos[6] que daban testimonio de la fe instalada en San Francisco de Asís. La gente le tenía cada vez más fe y agradecimiento por llevar al pueblo a un nuevo rumbo, de ahí que le llamaran cariñosamente “Panchito”, que lo situaba más cerca de su vida y su historia local.

La “magia” del Real y su nueva “vocación” turística

Si bien es cierto que el resurgimiento del Real fue a causa de las peregrinaciones que llegaban a la fiesta de San Francisco de Asís, otro elemento se uniría a la fama del pueblo. A mediados del siglo XX llegaron a Real de Catorce viajeros y aventureros atraídos por la imaginería de un pueblo incrustado en las montañas del desierto, donde además se sabía que crecía una cactácea muy popular entre la juventud influida por la época de la cultura hippie y el uso de sustancias psicotrópicas.

En ese contexto, a Real de Catorce se le asociaría con el peyote: el cacto alucinógeno que usaban algunos pueblos indios norteños en sus rituales. Esta asociación tuvo un peso decisivo para la llegada de extranjeros al pueblo, ya que arribaban con mochila al hombro y “habitaban las cuevas por algún tiempo”, realizando viajes hacia el desierto para tener experiencias extáticas con la planta sagrada de los huicholes. Sin duda la literatura al respecto tuvo influencia para acrecentar esta imagen… un pueblo viejo, fantasma, donde se puede tener una experiencia mística con el peyote, en tierra sagrada.

Toda esta atmósfera mezclada fue capitalizada poco a poco, los catorceños desarrollaron un abanico de actividades de acuerdo con cada época del año; como trabajadores en el campo, empleados, músicos, vendedores y anfitriones de la peregrinación más grande de la región. Pero también hubo otras participaciones, algunos extranjeros venidos de Italia, Suiza y Estados Unidos –principalmente– continuaron llegando a Real de Catorce y lograron instalarse comprando algunas propiedades, haciendo algún tipo de alianza con los locales. Así, propiedades abandonadas tomaron nuevas funciones: hoteles, restaurantes y tiendas de artesanías atrajeron a nuevos visitantes, ya no sólo a los peregrinos y aislados “mochileros” sino también al turismo que gustaba del descanso cómodo, de comida internacional y de paseos por los alrededores.

Estas iniciativas lograron tener un cauce común con la declaración que hizo la Secretaría de Turismo a Real de Catorce como “Pueblo Mágico” en el 2001, el conocimiento del Real sería cada vez mayor a nivel nacional e internacional; se conjugaban en un mismo lugar la imagen de un pueblo viejo con tradición minera, su condición de enclave en relativo aislamiento geográfico, la presencia de atractivos arquitectónicos y sus ruinas, y la presencia atrayente de la etnia wixaritari (huicholes) que asistía año con año al cerro Quemado en la Sierra de Catorce, muy cerca del pueblo.

Poco a poco la población fue creciendo, las casas parecían resucitar de entre las ruinas y los catorceños verían una derrama económica a partir de algunos servicios turísticos, como paseos a caballo o en jeeps, para conocer las viejas minas, al “pueblo fantasma”, al cerro sagrado de los huicholes y al desierto donde crece el peyote. Una revaloración del pasado minero se haría en lo material con la venta de las casas y terrenos que se cotizarían mucho más caros, pero también cobraría vigencia ese pasado en sus cuentos y leyendas, conformando una atmósfera “mágica”. Además, los catorceños heredaron una tradición en la música creando su propia fama; varios son los grupos que desempeñan este oficio y han desarrollado un estilo en toda la región.

La vida cotidiana en Real de Catorce toma distintos matices dependiendo de la época del año. De lunes a jueves la tranquilidad inunda las calles, restaurantes, tiendas y hoteles, mientras los fines de semana son lugares de reunión y fiesta, de paseos a caballo y en jeep, de venta de artesanías y artículos “viejos” (herramientas, fósiles, cuarzos, chuzos), los lugares de servicio turístico llegan al tope, y la circulación de autos y gente crea mayor tránsito al cruzar el túnel Ogarrio. En épocas de vacaciones la actividad es aún mayor, pero esta afluencia turística se vuelve menos intensa cuando llegan los días de celebración de San Francisco de Asís, el pueblo entero se ve invadido por los peregrinos durante un par de semanas y pasan la noche en las calles, lo que resulta decisivo para algunos prestadores de servicios turísticos (principalmente extranjeros), que aprovechan las fechas para ausentarse del pueblo ante el “desorden y la suciedad” en esas fechas, como lo han expresado.

La reactivación minera de Real. Megaminería en acecho

En noviembre del 2010, desde Vancouver, Canadá, el presidente de First Majestic anunció la adquisición de todos los intereses en bienes raíces, incluyendo el molino y la infraestructura original, regalías y bonos asociados al proyecto de plata en Real de Catorce, San Luis Potosí, México, por un total de 3 000 000 de dólares. Que consistía en 1 500 000 de dólares en efectivo y el resto en acciones comunes de First Majestic.

En ese contexto, el gobierno federal ya había otorgado 22 concesiones que abarcarían más de 6 mil hectáreas en la sierra de Catorce, y la empresa canadiense anunciaba rehabilitar la Hacienda Santa Ana con el propósito de abrir un Museo de la Minería y ofrecer empleos a los habitantes de Real de Catorce, argumentando que el lugar tiene “vocación” minera.

Se anunciaba así la reactivación minera en manos de extranjeros, con el método subterráneo, contemplado en las viejas minas y cerros que rodean a pocos metros el cerro Quemado (Re’unaxi), dentro del territorio sagrado de Wirikuta. Sin embargo, no se había considerado que ésta es un Área Natural Protegida y comprende una amplia extensión desértica de terreno en el Altiplano Potosino con una superficie de 140 211.85 hectáreas de acuerdo con el Plan de Manejo del Sitio Sagrado Natural Wirikuta (2008). Además de que se localiza dentro del Complejo Eco Regional Desierto de Chihuahua. Además de que en un reporte elaborado por World Wildlife Fund se encuentra catalogado como uno de los tres desiertos con mayor biodiversidad a nivel mundial, y el único que a su vez sostiene biota relevante en ambientes terrestres y de agua dulce. También, se le ha clasificado con alto nivel de amenaza y rango de prioridad de 1, y a pesar de cubrir sólo 0.3% de la superficie global del complejo (WWF, et al. 2000).

La riqueza biocultural de Wirikuta[7] incluye un importante legado que los propios habitantes valoran y destacan: la herencia colonial y porfiriana con la arquitectura religiosa e industrial, producto de la bonanza minera en la región entre los siglos XVIII y XIX, así como la diversidad social y cultural producto de los flujos ancestrales de indígenas wixaritari y de otras latitudes.

Frente a dicha amenaza de reactivación minera por parte de la empresa canadiense, el sector que más ha levantado la voz han sido los wixaritari, como es el caso del Consejo Regional Wixárika por la Defensa de Wirikuta, quien envió en el 2011 una carta dirigida al mandatario federal, expresando que: “La sierra de Catorce toda y Wirikuta entera, señor presidente, es uno de los altares de mayor importancia donde nuestros peregrinos acuerdan la fertilidad y el equilibrio del mundo y de todas sus criaturas y tenemos evidencia de que la operación minera afectaría de forma profunda la ecología de la zona contaminando y desecando nuestros manantiales sagrados”

En este escenario, la presencia de esta empresa minera trasnacional ha generado posturas encontradas entre los huicholes, los habitantes del pueblo de Real de Catorce, los ejidatarios y los grupos simpatizantes con la causa huichola; la empresa no ha manifestado explícitamente el proyecto a desarrollar ni las implicaciones del tipo de extracción minera.

Lo que sí ha ofrecido explícitamente la compañía, es la creación de hasta 750 empleos durante la fase de construcción, y otros 500 cuando la mina esté en operación. Aseguraron que la contratación local será una prioridad, y prometieron una serie de proyectos de desarrollo: becas, un museo de minería (ya en construcción), un taller artesanal y un proyecto de reforestación. Con acciones como la “donación” de 761 hectáreas a los huicholes (acto realizado en el MNA en el 2012 por el entonces Secretario de Gobernación), la minera continúa conservando 5 700 hectáreas, 70% ubicadas en el Área Natural Protegida de Wirikuta.

La empresa ha generado e incentivado un ambiente de conflicto (que no existía previamente) entre ejidatarios catorceños y huicholes, confrontando mediáticamente a estos y otros actores (ejidatarios, viejos mineros, empresarios del turismo, ONG, autoridades, visitantes, etc.). Hasta que el 28 de septiembre de 2012, la CNDH emitió la recomendación 56/2010 (a distintas autoridades locales y federales), donde se pide que se analice cancelar las concesiones mineras en Wirikuta, ya que se han violado los derechos humanos colectivos del pueblo wixárika a la consulta, al uso y disfrute de los territorios indígenas, a la identidad cultural y a un medio ambiente sano.

Como es posible notar, la complejidad de la reactivación de extracción minera coloca en el centro de debate no sólo un patrimonio edificado en riesgo sino, además, la continuidad de un territorio sagrado con un cúmulo de implicaciones rituales y simbólicas para el pueblo wixárika.

Reflexiones finales

A partir de los elementos aquí mostrados, tanto de los testimonios de los pobladores de Catorce, como de algunas fuentes de consulta, es posible notar, como lo ha expresado Sariego (2002) que, hacia el norte de lo que ahora es México, la ocupación española fue intermitente, cubriendo básicamente algunos polos y corredores geográficos articulados en torno al comercio entre enclaves mineros, haciendas agro-ganaderas, misiones, ciudades y presidios (p. 120), donde la presencia indígena “chichimeca” se había difuminado del altiplano potosino, sin que ello haya implicado el control sostenido y articulado sobre las poblaciones indígenas, dispersas, nómadas y siempre proclives a la rebelión.

Los Reales de minas fueron asentamientos coloniales que propiciaban el mestizaje cultural con la llegada de trabajadores de diversas latitudes, mientras los españoles y empresarios mineros se mantenían como un grupo cerrado que protegía sus intereses. De este modo, “dispersos en medio de territorios serranos, estos centros operaron como espacios articuladores de las actividades económicas del entorno circundante de haciendas, presidios y asentamientos indígenas y fueron la imagen más viva de la presencia y el modo de vida de los españoles” (idem). Así, pueblos como Real de Catorce, representaban los núcleos de desarrollo más importantes en territorios donde no era propicia una actividad distinta a la minería. De ahí que en el norte de México resultara ser estratégica la minería en “la estructuración y ordenamiento del territorio, la red de comunicaciones, la dinámica del poblamiento, la migración, el mestizaje, la urbanización, el patrimonio arquitectónico y artístico y, en general, las tradiciones y formas de vida” (idem), importancia que adquiere si la comparamos con la relevancia que la historiografía mesoamericanista ha otorgado a las instituciones agrarias.

Herederos de múltiples tradiciones, los catorceños se han constituido como una sociedad diversa que apela a un pasado relacionado de algún modo con la minería, con la grandeza de un tiempo pasado y con la fortaleza de resistir las adversidades geográficas e históricas. Frente a esto existe cierto orgullo por ser “de Real de Real”, es decir, originario, descendiente o pariente de los primeros habitantes del pueblo. No sería raro pensar entonces que, bajo estas circunstancias, marcar la diferencia sea una necesidad de legitimación ante el derecho de pertenecer a ese pasado, y participar en el beneficio que la explotación turística lleva a cabo de eso “antiguo”.

Finalmente, es un territorio sagrado marcado por la tradición católica y el culto a San Francisco, pero de un gran misticismo que rodea al “desierto mágico” donde crece el hikuri, dentro del territorio sagrado de los wixaritari: Wirikuta. Espacio que se ha vuelto el centro de disputa entre el gran capital y la continuidad cultural de un pueblo que, como el catorceño, se ha negado a desaparecer.

 

Bibliografía


Carta abierta del “Consejo Regional Wixárika por la Defensa de Wirikuta (CRWDW)”, México, DF, 9 de mayo del 2011.

Carta abierta, “Pronunciamiento en Defensa de Wirikuta”, en La Corriente, SLP, año III, núm. 181, enero-febrero de 2011, pp. 12-13.

Gámez, Moisés y Oresta López (2002), Tesoros populares de la devoción. Los exvotos pintados en San Luis Potosí, México, Fondo Nacional para la Cultura y las Artes-Instituto de Cultura de San Luis Potosí-El Colegio de San Luis.

Montejano y Aguiñaga, Rafael (1993), El real de minas de la Purísima concepción de los Catorce, S.L.P., México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

Sariego, Juan Luis (2002), “El norte indígena colonial: entre la autonomía y la interculturalidad”, en Desacatos, Vientos del norte, núm. 10, México, CIESAS, otoño-invierno , pp. 118-124.

————– (1987), “La cultura minera en crisis. Aproximación a algunos elementos de la identidad de un grupo obrero”, en Victoria Novelo (coord.), Coloquio sobre la cultura obrera, México, CIESAS, Cuadernos de la Casa Chata, pp. 135-155.

Tamatsima Wahaa (2012), Posicionamiento sobre el Estudio Técnico Justificativo para la creación de la Reserva de la Biósfera de Wirikuta, México, Tamatsima Wahaa.

  1. Fragmento del “Corrido al Real” que se canta en el pueblo.
  2. De acuerdo con la historiografía contemporánea (Gámez y López, 2002), a finales del siglo XVIII (1778) en la ahora llamada Sierra de Catorce se inició un proceso de extracción minera que dio origen al pueblo de Real de Catorce y varios más que lo rodean, como parte de la instalación de haciendas de beneficio y la llegada de gente de otros centros mineros de la Nueva España. Al igual que muchos otros pueblos mineros, Real de Catorce decayó en su producción de plata (y un poco de oro) tras los movimientos armados revolucionarios, lo que llevaría a un casi abandono del pueblo.
  3. Para este año hay un registro de 2000 familias que se irían incrementando hasta llegar a ser 14 433 personas en 1790 y 16 500 en 1799. El crecimiento de la población se debía a la atracción que representaban los centros mineros, no tanto por los salarios, sino por la comisión que tenían los trabajadores y descubridores en forma de mineral, llamado “partido”. Montejano y Aguiñaga (1993) comenta que entre 1777 y 1778 había en Real de Catorce 39 hombres y 36 mujeres.
  4. Ya que, con el descubrimiento de una veta, los mineros tenían que hacer sus “denuncios” en la Real Hacienda más cercana, con las condiciones de tener al menos cuatro trabajadores en el lugar durante un periodo de más de cuatro meses consecutivos, de lo contrario se perdía la propiedad y cualquier recién llegado podía abrir la mina. De este modo se explica la llegada de trabajadores a las minas y los cambios de dueño a través del tiempo, algunas veces obedeciendo a cierto tipo de acuerdos y otras veces a la imposibilidad de mantener la mina trabajando y por lo cual pasaba a manos nuevas.
  5. Tomando en cuenta la presencia añeja de haciendas que abastecían a los centros mineros, Matehuala se remonta a la fundación de una hacienda en 1550 y más tarde Sebastián Coronado y Antonio Lamas descubren nuevas vetas en las inmediaciones de Cedral (que hasta antes de 1772 era un puesto de pastores de la hacienda de Vanegas), de ahí, con los descubrimientos mineros en Real de Catorce, Cedral será importantísimo durante el auge de Catorce ya que se vuelve su abastecedor de productos agrícolas.
  6. Un texto que aborda este aspecto a detalle es el de Gámez y López (2002), Tesoros populares de la devoción. Los exvotos pintados en San Luis Potosí, México, Fondo Nacional para la Cultura y las Artes-Instituto de Cultura de San Luis Potosí-El Colegio de San Luis.
  7. En junio de 2001, Wirikuta fue decretada por el Gobierno del Estado de San Luis Potosí como Área Natural Protegida bajo la modalidad de Sitio Sagrado Natural. Ya desde septiembre de 1994 se había publicado un decreto administrativo que la catalogaba como Sitio de Patrimonio Histórico, cultural y de conservación étnica para el pueblo wixaritari, y desde 1999 contaba con el reconocimiento de la UNESCO en el programa de Conservación de Sitios Sagrados Naturales.