Raíces. Descendientes de japoneses en el noreste de México

Dahil Melgar Tísoc[1]
Museo Nacional de las Culturas del Mundo-INAH

“Mi mamá nunca me enseñó una foto de mi abuelo, todo lo que guardaba yo era la memoria, y borroso en realidad; si me hubieran dicho, describe sus rasgos, no hubiera podido. Pero recordaba su figura, el tono de su voz.” (Miguel Ángel Romero Ogawa, fragmento inicial del documental).

Raíces. Fotos: Archivo personal de Dahil Melgar


Raíces. Descendientes de japoneses en el noreste de México

Raíces… es un corto-documental en el cual nueve nikkei mexicanos de distintas generaciones y un japonés radicado en México narran el proceso de reconstrucción de la memoria inmigratoria de sus familias, al tiempo que comparten algunas de sus experiencias de vida como descendientes. El retrato íntimo que se dibuja en sus relatos hace tangible de las maneras en que la identidad (tanto propia como comunitaria) se transforma de acuerdo con episodios históricos y experiencias personales, y permite entrever el significado, en términos de memoria familiar e identidad, de los 120 años de historia desde el inicio de las migraciones japonesas a México.

El corto surgió en 2017, en el marco del 120º aniversario del inicio de las migraciones japonesas a México. La celebración de este lazo incentivó a que, en distintos escenarios del país, se llevaran a cabo festivales y actividades culturales sobre Japón, pero también acerca del proceso migratorio de los japoneses que llegaron a México de finales del siglo XIX a la fecha. Esta conmemoración me llevó a pensar ¿qué significan 120 años de historia en términos de memoria familiar e identidad?

Para ello quise proponer un relato audiovisual en el cual mexicanos de origen japonés, de distintas generaciones y mestizajes narraran las historias inmigratorias de sus familias, pero, sobre todo, sus experiencias de vida como descendientes. No quería un relato romantizador u orientalista sobre la identidad étnica en el que se mostrara a miembros de la comunidad ataviados con kimonos o yukatas, o ejecutando una danza japonesa o celebrando un festival. Ya que en ocasiones la sobre-presentación de los sujetos en el marco de los tiempos y escenarios de su ritualidad étnicos colectivos (sin acotarlos que se trata de tales) genera diversos estereotipos o “ficciones orientalistas”. A su vez quería que el documental se centrara en la narración de sujetos desde un abanico diverso de experiencias individuales, familiares y colectivas de cercanía, silencio y distancia con el pasado familiar. Pero, sobre todo, me interesó mostrar de qué manera la identidad de los nipo-mexicanos se transformó y se sigue transformando de acuerdo a episodios históricos y vivencias propias.

En las narraciones del documental se destaca un episodio hito que fracturó la vida comunitaria: las políticas antijaponesas que se suscitaron en México tras la adhesión de este país a los acuerdos de defensa Panamericana ante los países del Eje en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Esto implicó diversas medidas: que se confiscaran bienes y capitales a los japoneses y sus descendientes nacidos en México, así como restricciones de movilidad, empleo y residencia; por ejemplo, no podían residir a menos de 100 km de cualquier costa del Pacífico o 200km de la frontera entre México y Estados Unidos.

Si bien Estado mexicano no construyó campos de internamiento forzado para japoneses –como si sucedió en Canadá y Estados Unidos– generó un clima antijaponés que imposibilitó la subsistencia básica y seguridad de muchas familias. Como consecuencia diversas familias optaron por internarse en alguna de las haciendas compradas por el Comité de ayuda mutua de la colonia japonesa: El Batán (en la Ciudad de México), Castro Urdiales (en Tala, Jalisco) o la exhacienda de Temixco (en Morelos). Si bien no era obligatorio ingresar a dichas haciendas, diversas familias japonesas consideraron que esa era la única opción que tenían para protegerse del clima antijaponés y garantizar su autosubsistencia alimentaria a través del trabajo agrícola colectivo.

Las familias japonesas que no se internaron en las haciendas contaron con el apoyo de fuertes redes de amigos y familiares mexicanos, y en menor medida, algunas tuvieron un trato diferenciado por su posición política o económica, o por estar “bien relacionadas” con alguna familia mexicana “influyente” a nivel político o económico. En otros casos, hubo japoneses que pudieron permanecer en sus comunidades o ser devueltos a ellas por peticiones de retorno firmadas por mexicanos de la comunidad que los avalaban como locatarios honorables e imprescindibles. En el documental se narran dos casos de peticiones de retorno, uno favorable y otro no, por ejemplo, Miguel Ángel Romero Ogawa cuenta como su abuela mexicana pidió que le regresen a su marido pues era el único sustento económico de la familia, pero no tuvo éxito; mientras que Luis Sandoval Maeda, comenta que su abuelo estuvo muy poco tiempo recluido pues era médico, “gente de servicio para la comunidad”.

Sin duda, el episodio de la concentración es una de las borraduras de la historia oficial mexicana, y del silencio en la memoria familiar que se transmitió a los descendientes. En los relatos de los participantes del documental varios comentan que la vivencia de la guerra no se transmitió en sus familias, fue un recuerdo borrado, en algunos casos “por vergüenza”, en otros por un sentimiento de sentirse traicionados por el país que los había acogido y para el cual habían trabajado duro, o en reflejo de la tradición cultural centrada en el estoicismo y “no legar las penas”, “el pasado, es pasado”.

La movilización de japoneses durante la Segunda Guerra Mundial cambió la lógica de asentamiento comunitario. Hasta la Segunda Guerra Mundial los enclaves japoneses en México se ubicaban predominantemente en las fronteras (norte y sur) y en las costas debido a la actividad económica de los migrantes: pesca, minería y agricultura; por lo que afectó especialmente a éstos. A partir de la concentración, no todos los japoneses y sus familias regresaron a las localidades en las cuales se habían asentado.

Otro aspecto de silencio intergeneracional sobre las historias familiares además de la guerra tuvo que ver con la composición de las familias exogámicas. Hasta 1924, las migraciones japonesas fueron principalmente masculinas. Ello implicó que los primeros migrantes establecieran matrimonio con mexicanas, y que la educación y transmisión de la cultura en casa fuera principalmente la local-nacional. Varios de los entrevistados recuerdan –ya sea por vivencia propia o relato familiar– a sus papás o abuelos japoneses como distantes, poco comunicativos; e incluso muestran asombro de haber encontrado fotografías que los muestran sociables, en escenarios más lúdicos de convivencia comunitaria y festiva. Una imagen que se contrapone al recuerdo distante y parco que tienen sobre ellos. Pero esta distancia no sólo se trata de un asunto cultural; finalmente, tenemos que pensar que el modelo de paternidad y el involucramiento de los varones en la esfera doméstica en aquella época, era distinto de las expectativas que tenemos hoy en día. No obstante, la presencia de Japón aún de manera diluida estaba presente en pequeños actos cotidianos: “el arroz del abuelito”, el kimono para celebrar los XV años, el disfraz de japonesita, el apellido.

El apellido a veces te lo preguntan ¿no? ¿Cuál es el origen? Entonces para nosotros en el sentido familiar de parte de mi madre siempre ha sido como un sentimiento de orgullo de tener esa pertenencia japonesa que nos hacía diferentes, y que nos hacía sentir orgullosos ¿no? Aunque no conocíamos nada, o no conocemos mucho, pero sí te hacía sentir orgulloso del clan ¿no? (Luis Sandoval Maeda, fragmento del documental).

Podemos decir que la claridad sobre el conocimiento de las “raíces” e historias familiares está tamizado por qué tan cerca a nivel generacional uno se encuentra del hecho a ser recordado ya que es difícil delinear la historia de quienes antecedieron a las dos generaciones precedentes (padres-madres y abuelos-abuelas); y mucho de lo que se recuerda son los acontecimientos familiares vividos; en menor medida lo que nos cuentan sobre familiares que nunca se conocieron. También en todas las familias, hay miembros que recuerdan las historias y guardan las fotografía más que otros; y por lo mismo, las anécdotas y el interés por guardar los objetos que disparan la memoria se desdibujan conforme fallecen aquellos que les dan sentido.

En el documental también está presente una serie de acontecimientos que incentivaron a los entrevistados a indagar más acerca de ese pasado familiar desconocido. Fue un proceso gradual atravesado por sucesos biográficos extraordinarios. Y que comenzó con la misma fundación de la Asociación México Japonesa del Noreste. Su fundador, Ricardo Pérez Otakara –entrevistado en el documental– decidió formar la asociación después de haber conocido a su familia japonesa a 100 años de distancia de que su abuelo dejara Japón. Su abuelo fue una excepción al perfil de los migrantes de inicios del siglo XX, pues se trató de un primogénito varón cuando la mayoría de los migrantes no eran primogénitos pues heredaban las tierras. La familia Otakara en Japón transmitió, de una generación a otra, la promesa de encontrar al primogénito perdido en México. Con el paso del tiempo y las nuevas tecnologías, la búsqueda fue posible. Una de sus sobrinas japonesa decidió llamar a la Asociación México Japonesa de la Ciudad de México y preguntar si sabían algo. Aunque localizar a la familia Otakara en México fue una tarea compleja pues la familia no participaba de la vida comunitaria; pero lograron ser ubicados y se reestableció un lazo familiar y cultural interrumpido por un siglo de silencio. Esta experiencia dio pie a que el sr. Pérez Otakara fundara una Asociación México Japonesa en el noreste en México.

Otra historia fue la Miguel Ángel Romero Ogawa quien, como comenta en él comenta en el documental, nunca tuvo interés en “lo japonés” ni en la historia familiar, hasta que un día una señora de Altar, Sonora, el pueblo al cual migró su abuelo, lo buscó por Facebook y le comenzó a compartir fotos y documentos de la familia Ogawa, y de otras familias japonesas de las que era amiga en el pueblo. Un suceso sui generis que muestra que a veces una persona sin relación de parentesco puede ser la depositaria de la memoria familiar y de los objetos que la evocan.

Las historias presentes en el documental también permiten ejemplificar tanto la conversión religiosa de los primeros migrantes como la pérdida de nombres y apellidos japoneses. Ya fuera que optaran por la hispanización de sus nombres japoneses, o por adoptar alguno en español. Las siguientes generaciones fue más común colocar de nacimiento un nombre en japonés y otro en español.

La señora Araiza me contó otra parte de su historia que yo no conocía, me dijo que era muy devoto, que de los cinco o seis japoneses que rondaban el pueblo, él era el único que se había convertido al catolicismo; y entonces entendí, porque yo siempre quise saber el nombre de mi abuelo y mi mamá siempre me dijo que se llamaba Luis, y a mí no me hacía sentido. Y yo siempre le decía: “mamá, ¡dime! ¿cómo se llamaba? ¡Dime de verdad!”, “¡Luis!”, después entendí, cuando era más grande, que mi mamá no sabía cómo se llamaba en japonés” (Miguel Ángel Romero Ogawa, fragmento del documental).

Realmente sabíamos muy poco, casi nada; nada más que venía de Japón, que se había cambiado el apellido, lo había mexicanizado, su nombre también, que lo había adoptado a un nombre mexicano (Gabriela Kutugata, fragmento del documental).

Mi abuelo cambió su nombre de Soichi a José, entonces todo mundo lo conocía como José Sakai y mi tío Tomatsu, cambió su nombre a Tomás. De esa manera se podían integrar mejor a la sociedad mexicana (Soichi Sakai, fragmento de documental).

Mi abuela tuvo varias actas de nacimiento. Algunas con su apellido normal, el que siempre usó, otras con el apellido japonés (Cuauhtli Mora, fragmento de documental).

Yo creo que fue más bien de forma práctica de: ¿y cómo te llamas? Y repetir pues es medio incómodo ¿no?. Entonces mi abuelo se puso Luis, y mi abuela por documentos que veo, se puso María. Mi papá se puso Roberto y mi mamá Irma, todos los hijos sí tenemos nombre en español y en japonés (Ma. Elena Emiko Hongo Tsuji, fragmento de documental).

Este tipo de eventos compartidos en comunidad, alimentaron la idea de que aun cuando han pasado más de 120 años, la memoria puede ser mucho más fuerte. Y que nunca es tarde para indagar sobre las raíces. No para vivir de la añoranza del pasado, sino para entender cómo ese pasado nos habla de nuestro presente. Ese mismo es el sentido del proyecto raíces que el doctor Shinji Hirai ha fomentado en la Asociación México Japonesa del Noreste.

Un último aspecto que me interesa remarcar del documental es el giro de la identidad como estigma a la identidad como emblema. A los participantes del documental de mayor edad les tocó crecer en un ambiente nacionalista en México cuya idea pertenencia sólo concebía una única identidad cultural y filiación.

Mi acta de nacimiento dice que soy hijo de madre mexicana y padre japonés, entonces, cuando tuve necesidad de sacar mi primer pasaporte mexicano me dicen ¡ah, tú no eres mexicano! ¿Cómo que no soy mexicano? Yo nací en México y en la Constitución dice que todo el que nace en México es mexicano por nacimiento, “ah, sí, pero eres de padre japonés” (Miguel Ángel Kiyama, fragmento del documental).

Conforme en México fueron ganando peso y visibilidad la composición multicultural del país, el reconocimiento social y el reconocimiento jurídico a la doble nacionalidad fue posible repensar y reconocer la posibilidad de pertenencias múltiples a la nación. A su vez, la identidad emblema estuvo fuertemente ligada por el reposicionamiento de Japón de la década de 1960 en adelante a nivel económico, tecnológico e industrial; pero sobre todo en cuanto en las últimas tres décadas capitalizó sus industrias del manga, el anime, la moda, la comida y la música como forma de poder suave que borraba la imagen imperialista de Japón en el contexto de la Segunda Guerra mundial.

Antes sentían que ser descendiente de japonés era una desventaja, de hecho, hubo mucho esa época ¿no? Sobre todo, durante la Segunda Guerra Mundial; desventaja, estigma, pero ahora es como un emblema para representarse a sí mismo (Shinji Hirai, fragmento del documental).

Mi hermano más chico que ya fue del Japón muy posterior, ya del Japón industrial, ya del Japón reconocido por sus productos de calidad a nivel mundial, pues al contrario él, él se enorgullecía (Miguel Ángel Kiyama, fragmento del documental).

Entre 10 y 11 años empezó a llegar todo el boom de las caricaturas japonesa todos los niños empezaron a llamarles mucho la atención todo lo japonés y entonces me decían: Oye, te llamas Soichi, ¡qué padre!, ¡yo quiero un nombre así! (Soichi Sakay, fragmento del documental).

Raíces… también muestra la conocida paradoja de la globalización. En algún momento se pensó que la globalización nos homogeneizaría a todos; la paradoja fue que, por el contrario, se generaron espacios para la emergencia y fortalecimiento de identidades culturales y étnicas. Los nikkei de tercera, cuarta generación y quinta generación están teniendo oportunidades para conectarse a Japón que no tuvieron sus padres a través de plataformas virtuales que les permiten enlazarse a otros descendientes en el mundo.

En 2022 Raíces… fue incorporado al Japanese Overseas Migration Museum en Yokohama como parte de la exposición permanente sobre México.

Referencia:

Raíces. Descendientes de japoneses en el noreste de México

Dirección y guion: Dahil Melgar Tísoc, México (2017, 17.26 mins)
Secretaría de Cultura, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Museo Nacional de las Culturas del Mundo, Pacarina del Sur.
Acceso abierto: https://www.youtube.com/watch?v=ZrLIOztgRqk

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  1. Egresada de la Maestría en Antropología Social, CIESAS, Ciudad de México. Curadora e investigadora titular en el Museo Nacional de las Culturas del Mundo-INAH. dahil.melgar@gmail.com