Pablo Martínez Carmona[1]
CIESAS Ciudad de México
Introducción
Rafael Ximeno fue un maestro examinado, titulado y de escuela “pública” en la que enseñaba las primeras letras en la capital de la Nueva España, entre 1780 y 1812. Este personaje es prácticamente desconocido, salvo por las referencias incluidas por Dorothy Tanck en su investigación sobre la educación primaria de la Ciudad de México durante la época ilustrada (Tanck, 1998).
Este trabajo presenta los resultados preliminares de una investigación más amplia sobre el personaje. Muestra un panorama de la vida, la obra y la actividad educativa de Ximeno desde dos perspectivas. Por un lado, desde la representación colectiva del buen y del mal maestro, que se medía a partir de criterios raciales, morales, de clase y de género. Esto estuvo relacionado con las controversias sobre sus orígenes raciales, el cuestionamiento de su carácter moral, su actuación como maestro mayor del gremio de maestros, y su vida privada. Por otro lado, se revisan sus habilidades de buen maestro, para negociar y relacionarse con las autoridades virreinales, y sus propuestas de modernizar la educación de primeras letras.
El texto trata de responder las siguientes preguntas: ¿Quién fue Rafael Ximeno? ¿cómo las imágenes del mal y del buen maestro influyeron en su desempeño como maestro, y cómo logró sortearlas?, y ¿cuáles fueron sus aportaciones educativas en el ámbito de las primeras letras? La hipótesis es que el caso de Ximeno muestra cómo las restricciones raciales, sociales y de género limitaban la actividad educativa a los individuos no españoles, y, a la vez, cómo algunos de ellos las sorteaban. Ximeno construyó y utilizó relaciones sociales con el poder virreinal y la retórica de que buscaba renovar y mejorar la educación primaria de su tiempo. Igualmente, Ximeno era muy apegado a las normas cuando así le convenía, de lo contrario tendía a cuestionar el orden establecido y se mostraba innovador. En general, su caso muestra las actitudes y acciones de los maestros agremiados ante los cambios en la concepción de la enseñanza y el continúo cuestionamiento a las prácticas gremiales de la educación novohispana.
El ámbito geográfico de influencia de Ximeno fue la Ciudad de México, pero también lo ubicamos en Actopan, entonces parte de la intendencia de México y del actual estado de Hidalgo. Asimismo, estuvo en Acapulco como funcionario del virrey y posiblemente en otras ciudades de la Nueva España. Las fuentes documentales provienen de la sección de instrucción pública del Archivo Histórico de la Ciudad de México (en adelante AHCM, Instrucción Pública)[2] y de la prensa localizada en la Hemeroteca Nacional Digital (HN).
Ximeno antes de convertirse en maestro examinado y titulado, 1741-1782
El año 1782 fue crucial en la vida de Rafael Ximeno, para entonces un hombre maduro, como de 40 años, cuyo domicilio estaba ubicado en la calle de los Tlapaleros (actual 16 de septiembre), en la Ciudad de México. Este momento fue decisivo porque presentó varios testigos ante la junta de gremios, quienes corroboraron sus dichos de que era español, con lo cual demostraba su limpieza de sangre y que había llevado buena vida y costumbres y, por lo mismo, podía aspirar a ser maestro de primeras letras.[3] Y es que los individuos interesados en ingresar al gremio del “nobilísimo arte de primeras letras” debían acreditar estos requisitos para la autorización de su examen y, si lo aprobaban, recibir su título y una licencia para abrir una escuela en un punto de la ciudad que no hiciera competencia a otros maestros. Este hecho lo exhibió como personaje público y las diversas controversias desatadas por los testimonios de los testigos permitieron reconstruir parte de su vida antes de ese acontecimiento.
Acerca de su infancia y de su formación los declarantes sólo refirieron que sus padres fueron Juan José Ximeno Villar del Águila y Nicolasa Verdejo y Santa Cruz, de quienes se decía que eran mulatos o indios. Fue discípulo del maestro Francisco de Acosta, quien le enseñó las primeras letras en su escuela ubicada en la esquina del Colegio de los Vizcaínos, lo cual, se presume, habría sucedido entre 1747 y los primeros años de la década de 1750. Se deduce también que su educación fue esmerada, pues Ximeno dio distintas muestras de que era letrado, y al menos tenía el grado de bachiller al momento de solicitar su ingreso al gremio. Esto se observa en la escritura de su correspondencia, cuya caligrafía es impecable y sin errores ortográficos.[4] Además, como se verá, fue autor de varios textos escolares.
Ximeno era hábil para relacionarse y desde entonces habría establecido vínculos cercanos con Acosta, pues con el tiempo se hizo maestro interino y administrador de la escuela. Todos los miembros de la familia Villar del Águila, incluidos varios hermanos, uno de ellos de nombre Andrés y una hermana de nombre Juana, fueron cómicos en el Coliseo. El padre habría ejercido el oficio durante unos treinta años, entre 1738 y 1768, cuando murió, y en la jerga popular la familia de cómicos era conocida como “los cacahuates”. Los padres y los hermanos eran actores o cantantes de las puestas en escena, mientras que Rafael fungía como apuntador o susurrador, pues afirmó que no salía en los actos y no formaba parte del espectáculo y de la diversión. Con este argumento tanto él como sus defensores pretendían atenuar el envilecimiento que en la época significaba ejercer el oficio de cómico, que era considerado infamante.
Las controversias sobre su examen para ingresar al gremio de maestros, 1782
El acontecimiento controversial, como se refirió, sucedió en 1782 cuando presentó su examen y obtuvo la licencia para abrir su propia escuela. El maestro Antonio Buen Abad señaló que en 1761 fungía como maestro mayor del gremio y quiso examinar a Ximeno, pero entonces éste se negó (Chávez, 1936: 68-82). Se deduce que en aquel momento no tenía el respaldo de algunos virreyes posteriores con quienes estableció vínculos ni, sobre todo, los suficientes recursos retóricos para comprobar su limpieza de sangre, debido al supuesto origen racial no español de sus padres. Para entonces habría tenido unos 20 años, y estaba en sus primeros años como apuntador en el Coliseo, por lo cual se puede fechar su nacimiento aproximadamente en 1741.
En el Antiguo Régimen estaba muy arraigada la representación de que necesariamente un buen maestro debía ser español y demostrar ser de buena vida y costumbres. Acerca de Ximeno a las autoridades les preocupaba, sobre todo, su calidad, por lo cual querían saber quiénes habían sido su padre y su madre, con cuál calidad se identificaban entre quienes los conocían, cómo lo sabían, y de otras personas que también lo supieran. Hubo varias versiones acerca del origen racial de Ximeno. Coincidieron en que el padre, Juan José, primero fue albañil y luego cómico o “gracioso” del Coliseo, pero discordaron en que unos decían que era indio y otros mestizo. Sobre la madre, Nicolasa, unos dijeron que era mestiza y otros dieron la versión de mulata o parda. Otro testimonio dijo que la madre y el hijo eran conocidos públicamente por la calidad de lobo y que a Juan José y a Rafael se les notaba “el empaque y presagios”, es decir, se les percibía su calidad racial y, por ende, sus posibles vicios. En realidad, ninguno de los testigos dijo con cuál calidad se autopercibían los Ximeno. Se cuenta sólo con la versión del propio Rafael de que eran españoles y, por ende, limpios de sangre (Chávez, 1936: 62-68).
Los testigos de 1782 afirmaron que el trabajo de Ximeno de apuntador en el Coliseo había sido insignificante si se comparaba con los oficios honoríficos que había desempeñado posteriormente, con los cuales consiguió, precisamente, el favor de algunos virreyes y de otros funcionarios de la corte. Según los testigos, y el propio Rafael, con la muerte de Juan José Ximeno en 1768 la familia habría dejado de actuar en el Coliseo y desde entonces Rafael se dedicó, por más de 13 años, al oficio de la pluma y en todas esas experiencias había llevado una vida arreglada y de buenas costumbres. Había sido oficial de pluma en la escribanía de la Real Casa de Moneda; durante cuatro años sirvió en la casa de José Antonio de Areche, cuando éste fue fiscal de la Real Audiencia. También sirvió en la Secretaría de Cámara del Virreinato, y después pasó a oficial mayor en la tesorería y factoría de las reales cajas de Acapulco.[5]
Desde finales de 1781 y principios de 1782, como se señaló, hizo al fin su solicitud para presentar su examen de ingreso al gremio de maestros y lo logró a pesar de que los veedores del gremio cuestionaron su legitimidad y limpieza de sangre. Al menos desde 1770 había sido maestro interino o ayudante en la escuela de su mentor Acosta y en las de otros maestros examinados, si bien la figura del ayudante se consolidó especialmente en el siglo XIX. Es decir, en 1782, al ingresar formalmente al gremio como maestro examinado y con escuela pública, ya había acumulado cerca de doce años de experiencia como preceptor, pues el mismo Ximeno señaló años después que había enseñado a muchos niños, la mayoría hijos de los principales de la ciudad. Con su examen y su título en agosto de 1782 pidió y recibió licencia del Virrey Martín de Mayorga para abrir su escuela en la calle de la Acequia del Refugio, que comenzaba en las casas del Cabildo y seguía por el puente del Espíritu Santo, y la instaló en la segunda cuadra de la Monterilla en diciembre de ese mismo año.[6]
La pregunta es cómo pudo Ximeno sortear las acusaciones sobre su calidad racial y obtener el título de maestro en 1782, de maestro mayor en 1786, contrarrestar las denuncias de corrupción de 1791 y perpetuarse en el puesto de maestro mayor prácticamente hasta su muerte en 1812. Fue capaz de negociar y gozar de cierta impunidad, porque prácticamente ninguna de las acusaciones afectó sus empleos e intereses personales, a pesar de que al menos no pudo desmentir que su familia había desempeñado el oficio de cómicos en el Coliseo. La respuesta radica en los vínculos que había construido con el poder virreinal y el poder que significaba asumir el cargo de maestro mayor.
Ximeno asume el empleo de maestro mayor del gremio, 1785-1787
Tres años después, en 1785, reapareció la polémica sobre su origen racial, ahora debido a su pretensión de asumir el empleo o “plaza” de maestro mayor del gremio de las primeras letras de la Nueva España. El virrey Bernardo de Gálvez nombró primero al Bachiller Joaquín Echave de Murrio para suceder a Joseph Mariano Fernández Saavedra, pero la muerte sorprendió a Gálvez a finales de noviembre de ese año y Echave no consiguió el puesto. A su vez, a finales de 1785, Ximeno se hallaba temporalmente en el pueblo de Actopan, en la intendencia de México y actual estado de Hidalgo, para restablecerse de varias enfermedades y dijo que ahí se le ocurrió que podía ser maestro mayor del gremio. Su solicitud para asumir el puesto fue otro de sus momentos controvertidos. La diferencia es que ahora mostró su capacidad para establecer vínculos con los virreyes, pues la Audiencia le dio el nombramiento en febrero de 1787 gracias al favor que le hizo el Virrey Martín de Mayorga. Ximeno se había vuelto aficionado a los virreyes, parte de las colectas que hacía las utilizaba para costear los festejos por el cumpleaños de los virreyes o para las juras del rey. Incluso desembolsaba de sus propios recursos para ese tipo de halagos.[7]
El problema de su origen racial era asociado con su supuesta mala vida y costumbres, porque el imaginario de la época consideraba que la limpieza de sangre determinaba la buena vida y las costumbres arregladas de un individuo. A Ximeno su supuesto origen racial no español le persiguió prácticamente en toda su vida, con excepción de los años posteriores a 1810 en que dejó de ser objeto de polémica pública. El antecedente de que la familia Ximeno hubiera desempeñado el oficio “ruin” e “infamante” de cómicos en el Coliseo le impedía ser maestro a Rafael. En la investigación de 1791 los testigos que lo conocían dijeron que su conducta era bastante sospechosa o escandalosa. Por ejemplo, la maestra María Augustina de Aguirre y Navarrete dijo que Ximeno estaba “enredado” con la maestra Josefa Arriaga, de la calle de Santa Clara, quien estaba casada con Francisco Olguín, lo cual disimulaban los tres porque Ximeno había hecho a Olguín su colector de pensiones injustas (Chávez, 1936: 62-68).
De igual forma que con su condición racial, las acusaciones por mala vida y costumbres, corrupción, deshonestidad y usurpación de facultades tampoco prosperaron. Tanto que Ximeno siguió imponiendo cuotas a los maestros y a las maestras. Por ejemplo, en julio de 1793 para demostrar su “lealtad al rey” hizo un censo de las amigas de los cuarteles, de quienes recogió 25 pesos por concepto de contribuciones “voluntarias” para los gastos que la corona tenía con la guerra de los Pirineos. Su hijo Manuel participó en el cobro de los recursos. Al parecer la contribución fue voluntaria, pero antes les había dicho a las maestras que el virrey había mandado reformarlas y a los maestros los instó a demostrar su fidelidad al rey con sus contribuciones. En este caso, la Sala del Crimen le impuso una causa por actuar sin los permisos correspondientes y el procurador le requisó un arca con dos bolsas, una con 39 pesos y tres reales colectados a las amigas, y la otra con 32 pesos y tres reales de los maestros. El asunto de la causa siguió hasta octubre e involucró al virrey Revillagigedo (Chávez, 1936: 89-109).
Acerca de sus relaciones conyugales poco se dijo, pero algunas alusiones indican que de un posible primer matrimonio nacieron dos hijos, Manuel y Pedro Ximeno. También se sabe que mantenía relaciones con una mujer mulata, y con ella procreó una hija, María Felipa, con quien tuvo una relación incestuosa. En los años en que solicitó ser examinado refirió que se hallaba cargado de familia y con muchos gastos y este último punto pudo ser determinante en las supuestas prácticas deshonestas en las que incurrió siendo maestro mayor, de cobrar por las licencias que daba a las maestras y recolectar dinero entre los maestros y amigas para distintos fines.
Reformador de la educación de primeras letras, 1792-1812
En 1792 introdujo exámenes públicos en su escuela de primeras letras y años después sus hijos Pedro y Manuel lo imitaron. En 1801, a propósito del examen público de uno de sus hijos y de los elogios que recibía por ser precursor de estas prácticas, señaló que se sentía anciano y enfermo: “por la avanzada y achacosa edad de que adolezco, espero morir ya de cumplimientos”. Durante la primera década del siglo XIX siguió realizando actividades públicas. En 1810, por ejemplo, participaba en los exámenes de los nuevos aspirantes a ingresar al gremio de maestros (Chávez, 1936: 125-134). Para entonces se había alejado de los escándalos que lo caracterizaron en las últimas dos décadas del siglo anterior y murió en 1812, en el contexto de la legislación gaditana, a la edad aproximada de 72 años.
Otra de sus actividades fue confeccionar libros escolares, que se relaciona estrechamente con su carácter reformador pero, sobre todo, con su intención de conseguir varios puestos, como el de maestro mayor. Comenzó a escribir un par de libros aproximadamente en 1785 y al año siguiente, en 1786, los dedicó al virrey Martín de Mayorga. El primero es un Plan para el buen gobierno de las escuelas. Señaló que era el mismo que se usaba en las ciudades más cultas de España y lo había tomado de Francisco Palomares, por eso incluye muestras de ese autor. Lo dispuso como reglamento para aplicar a todas las escuelas de la corte, incluso las pías. Si querían enseñar escritura, debían usarlo, a pesar de que los Belemitas se habían excusado de usar el método. Todos los maestros debían sujetarse de manera precisa, inviolable y perpetua, usar un solo método uniforme y enseñar con dedicación y tesón. Refiere que cada artículo del plan lo dictó con base en su experiencia como maestro de primeras letras, la cual le hizo ver la necesidad de reformar, proponer buenos maestros, y desarraigar los abusos por ignorancia e inhabilidad, que habían causado resultados perniciosos a la enseñanza, y hacía falta dar una buena atención al público. Si se quedaba gente sin instrucción no debía ser por la falta de maestros que enseñaran bien, sino por la falta de aplicación. A la vez estaba seguro de que, si se ponía el arte en un estado floreciente, eso incitaría a aprender a muchos más de los que en ese momento se hallaban en las escuelas, porque en el reino había nativos con “disposiciones bellísimas”, sólo faltaba quien les enseñara.[8]
El segundo libro era el Arte de escribir. Era un cuaderno, tabla o lista de las voces más usuales en el idioma castellano, que incluía las reglas de la ortografía de la Real Academia de Lengua Española. En este caso la intención era usarlo como complemento después de la cartilla y en lugar del Catón Cristiano y el Catón Censorino. La ventaja de su libro era que los niños aprendían a la vez la combinación de las letras, a silabear, y aprendían con pureza las voces del idioma, cuya corrupción parecía ya intolerable. El libro trataba menos los rudimentos de educación, política y cristiandad que los catones, por esto se podían agregar después, además del libro México de la buena educación y otros más. La biblioteca mexicana dice que se trataba de una preciosa muestra de caligrafía mexicana, con grandes composiciones hechas a pluma, y una de ellas representaba a Ximeno. La obra fue dedicada al virrey Bernardo de Gálvez. La portada estaba muy mexicanizada, en la parte superior derecha se observaba un nopal y en la izquierda un águila devorando una serpiente. En el centro los retratos de cinco individuos, el del medio sosteniendo la portada del libro, con la leyenda “La muy noble ciudad de México” y en la parte inferior un águila con el escudo de la monarquía. En el museo nacional se halla un retrato ecuestre de Gálvez y que en parte fue caligrafiado por Ximeno.[9]
También escribió una tabla aritmética, una cartilla para enseñar a leer y pronunciar y otras obras (Chávez, 1936: 49-50). Lo importante son los dos libros, porque, según dijo, buscaba contribuir a mejorar la condición de los maestros y el atraso de la educación. No es fortuito que en 1786 le presentara sus textos el virrey Mayorga, precisamente con el argumento de su capacidad y conveniencia para ocupar el puesto de maestro mayor por ser visionario y porque su contribución ayudaría a mejorar la educación de primeras letras. Pero si bien sus textos le sirvieron para obtener el puesto de maestro mayor, sólo pudo imprimirlos en 1791 con una licencia del virrey Conde de Revillagigedo.[10] Por eso tanto Ximeno como sus testigos de 1791 reiteraron que era sobresaliente como escritor de textos escolares. En ambos momentos, 1786 y 1791, su discurso fue que la educación de primeras letras estaba decadente en toda la Nueva España.
Ximeno también fue pionero en proponer formar a los maestros cuando intentó fundar una Academia, fue un intento porque a los maestros no les interesaba perfeccionarse. También propuso, relacionado con lo anterior, la necesidad de uniformar el método de enseñanza, específicamente para enseñar a leer.[11] Igualmente, en 1792 Ximeno introdujo los exámenes públicos para sus 49 alumnos (actos públicos realizados en la sala del Cabildo del 26 al 30 de agosto) con la finalidad, según sus detractores, de sobresalir entre los demás maestros.[12] También señalaron que esos certámenes públicos eran “alborotos” o “embelecos” perjudiciales a los padres y a los niños. Posiblemente una de sus razones fue sobresalir, pues invitó al virrey Revillagigedo, si bien envió al regidor Luis Gonzaga Maldonado como su representante y este elogió a Ximeno por su desempeño e iniciativa, por la instrucción, adelantamientos, y desempeño de los niños, quienes se preguntaban mutuamente en forma de diálogo sobre aspectos de la doctrina con el catecismo del padre Ripalda, algo de la historia eclesiástica del viejo y nuevo testamento, sobre el uso de las letras, notas o puntuaciones para hablar, leer y escribir con perfección, y otras curiosidades muy útiles.
El regidor advirtió que Ximeno presentó a los niños más adelantados y era posible que llevaran muy ensayado todo, pero eso no demeritaba el trabajo del maestro, pues demostraba saber lo que debía enseñar, que tenía empeño y método y se esperaban, por lo tanto, resultados favorables. También dijo que esos actos servían para estimular a los demás maestros para mejorar, tanto que posteriormente pidió al virrey un decreto que sirviera de premio y estímulo a los demás maestros para su mejor esmero. Años después, el 21 de octubre de 1800 el virrey Félix Berenguer de Marquina mandó que todos los maestros, incluidos los de las escuelas pías, hicieran certámenes públicos para demostrar su aplicación y desempeño de sus deberes y mostrar el adelantamiento de los discípulos (Chávez, 1836: 125-134). El argumento de Ximeno era que estaba imitando a los maestros de primeras letras de Madrid, quienes hacían ejercicios públicos a los que asistían individuos de la corte y se declaraban protectores de la juventud. También es interesante que los discípulos estudiaban con los textos de Ximeno, sobre todo usaban la ortografía (Chávez, 1936: 117-121). Todo esto indica que su idea era modernizar la educación.
Lo interesante es que otros maestros y amigas imitaron su iniciativa. Su hijo Pedro fue el primero de ellos, en 1800 realizó actos públicos y enseñaba a escribir con el método que su padre había publicado. En los años siguientes Pedro y Manuel Ximeno realizaron más actos públicos.[13]
Realizó actividades públicas hasta 1810 cuando participaba en los exámenes de los nuevos aspirantes a ingresar al gremio de maestros y a los exámenes públicos de los alumnos de éstos. Por ejemplo, en 1810, al examen de los alumnos de Vicente Cayetano Martínez de Castro.[14]
Consideraciones finales
Rafael Ximeno fue un personaje sobresaliente como maestro de primeras letras y como maestro mayor del gremio de maestros, pero enfrentó la acusación de no ser español, lo cual determinaba, en la concepción de la época, que tenía mala vida y costumbres. Ximeno mostró habilidades para negociar, establecer relaciones con las más altas esferas del poder, y construir los recursos persuasivos, gracias a su carácter de letrado, para sortear todos los obstáculos.
El caso de Ximeno muestra las actitudes y acciones que los maestros del gremio asumieron sobre la educación primaria, a la cual la consideraban en decadencia, de que era necesaria la transformación de la enseñanza que estaba sucediendo por influencia de la ilustración y la renovación de las instituciones educativas de España. De ahí la retórica de la necesidad de educar a las masas pobres, introducir los exámenes públicos en las escuelas de primeras letras, tener una enseñanza diferenciada socialmente, formar a los maestros y adoptar un método uniforme de enseñanza de las primeras letras.
Referencias
Archivos
AHCM Archivo Histórico de la Ciudad de México
Sección Instrucción Pública en General, vols. 2475, 2476 y 2589.
Actas de Cabildo
HN Hemeroteca Nacional Digital de México.
Hemerografía
Gazeta de México, 1790, 1792
Bibliografía
Chávez Orozco, L. (1936). La educación pública elemental en la ciudad de México, durante el siglo XVIII. Secretaría de Educación Pública.
Tanck de Estrada, D. (1998). La educación Ilustrada 1786-1836. El Colegio de México.
- martinezcarmonapablo@ciesas.edu.mx ↑
- Chávez Orozco (1936) reprodujo algunos expedientes del vol. 2475, y los tomamos de su trabajo, pues no se hallaron en dicho volumen. ↑
- AHCM, Instrucción pública, vol. 2475, exp. 36, ff. 1-25. ↑
- Véase, por ejemplo, AHCM, Instrucción Pública, vol. 2475, exp. 23, ff. 1-4. ↑
- AHCM, Instrucción pública, vol. 2475, exp. 36, ff.1- 25; Chávez, 1936, pp. 68-82. ↑
- AHCM, Instrucción pública, vol. 2475, exp. 27, ff. 1-3; exp. 36, ff. 1-25. ↑
- AHCM, Instrucción pública, vol. 2475, exp. 32, ff. 1-4. ↑
- Gazeta de México, 19 de octubre de 1790, p. 187; Chávez, 1936: 84-89. ↑
- AHCM, Instrucción pública, vol. 2475, exp. 36, ff.1-25. ↑
- Sus textos escolares también le sirvieron para obtener favores de los funcionarios virreinales. En 1790 el virrey Revillagigedo le concedió el privilegio exclusivo para imprimir su cuaderno de ortografía y venderlo por 2 reales en su escuela de la calle de la Monterilla, Gazeta de México, 19 de octubre de 1790, p. 7. ↑
- Gazeta de México, 21 de enero de 1792, p. 7. ↑
- AHCM, Instrucción pública: exámenes y premios, vol. 2589, exp. 1, ff. 1-19. ↑
- AHCM, Instrucción pública, vol. 2476, exp. 83, f. 5v; Chávez, 1936, pp. 125-134. ↑
-
Semanario Económico de México, 30 de agosto de 1810, p. 279. ↑