Rafael Loyola, un hombre goloso y generoso

Eric Léonard (IRD) y
Emilia Velázquez (CIESAS Golfo)


Dr. Rafael Loyola Díaz. Imagen cortesía del Centro del Cambio Global
y la Sustentabilidad, A.C

Rafael Loyola ha sido y quedará como una figura nodal de la relación entre el CIESAS y las instituciones de investigación científica y docencia superior de Francia, entre ellas, tal vez más que cualquier otra, el IRD (Institut de Recherche pour le Développement). Cuando llegó a la Dirección General del CIESAS, en 1997, la cooperación entre la institución a su cargo, misma que estaba en proceso de conocer, y el Instituto de Investigaciones para el Desarrollo (institución francesa) era algo incipiente, un proyecto que aún balbuceaba en la región del Golfo; cuando dejó dicha dirección, seis años más tarde (aunque nunca cortó los vínculos con la gente del CIESAS y sus proyectos), esta relación se había convertido en una plataforma de colaboraciones entre el CIESAS y varias universidades y centros de investigación de Francia, y el campo de reflexiones intensas en múltiples direcciones, sobre tema diversos y, sobre todo, de aprecio y cariño mutuos. Nunca dejó de serlo.

En 1996 iniciábamos un pequeño proyecto Conacyt sobre el Sotavento veracruzano, una investigación de alcance y objetivos modestos, que apuntaba a analizar y comparar las dinámicas sociales que experimentaban varias sociedades rurales de la región Sur de Veracruz, en un contexto vuelto incierto por los cambios a la Ley Agraria y la implementación del TLCAN. Se trataba de cruzar perspectivas complementarias desde la antropología social, la socioeconomía, la demografía y la geografía, sobre las múltiples recomposiciones que atravesaban las familias y comunidades campesinas de la región. En torno a esta temática formamos un pequeño equipo de investigación, al que se sumaron André Quesnel, Rafael Palma y Alberto del Rey. Realmente, nada en la dimensión del proyecto, en sus ambiciones teóricas o en sus alcances empíricos, tenía las características para atraer la atención del activismo científico y la hiperactividad institucional de alguien como Rafael Loyola. Pero él era mucho más que un directivo atento a las oportunidades de proyección institucional y académica de sus administrados. Era un hombre curioso y goloso, en el sentido de las figuras del Renacimiento, de estos personajes descomunales de las novelas de Rabelais, como Gargantúa y Pantagruel, de los muralistas de la escuela florentina, de estos astrónomos y físicos que abrieron el telón detrás del cual se escondía la complejidad de nuestro sistema solar. Un hombre curioso del universo social y de conocimientos diversos que abarca una institución como el CIESAS y, sobre todo, de las oportunidades de encuentros, convivencias e intercambios que le brindaba su cargo.

Pero hablar de Rafael Loyola y de la relación entre el CIESAS y el IRD, es hablar también de su alter ego, su alma gemela (aunque algunos años mayor), Henri Poupon, quien durante la mayor parte del mandato de Loyola como director general del CIESAS, desempeñó las funciones de representante del IRD en México. Henri era edafólogo de formación, un hombre de una sola pieza, proclive a cóleras monumentales y amistades indefectibles, al que las ciencias sociales le parecían enredadas y sus portavoces muchas veces “rolleros”. A Henri Poupon le gustó, sin embargo, la humildad y el carácter prospectivo del proyecto sobre el sotavento, le gustó la postura académica de que fuera la realidad del terreno la que determinara sus alcances teóricos (y no al revés); para él, el camino se hacía al andar, y los buenos guisos se tenían que cocer a fuego lento, en ollas curtidas, y nunca sin probar los avances en cada etapa del proceso. Entre Rafael y Henri se desarrolló una alquimia que a veces nace entre aquellos sabios que aprendieron que la vida es parca en certidumbres y destellos, pero también que sus sabores son múltiples y a veces deparan gratas sorpresas. Entre Rafael y Henri nació este aprecio que se da entre golosos de buen gusto, curiosos de descubrimientos y experiencias humanas, intelectuales y sensoriales, con aprecio por las amistades sencillas y leales en su forma de cultivarlas. El proyecto Sotavento se halló en medio de esta amistad, fue pretexto, soporte y semillero para cultivarla.

Durante seis años, el CIESAS Golfo se convirtió en un centro donde la complicidad entre Rafael y Henri, y gradualmente, el aprecio entre ellos y los investigadores del IRD y el CIESAS involucrados en el proyecto Sotavento, se desarrollaron, se expandieron y dieron luz a un intenso proceso de producción de conocimientos, reflexiones, formación de nuevos investigadores y concepción de nuevos proyectos. Esta complicidad permitió que germinara una relación de conocimiento, aprecio y confianza mutuos entre las dos instituciones, que, con el paso del tiempo, se extendió a otras unidades del CIESAS y a otros/as investigadores/as de ambas instituciones, y que pervive hoy en día a través del Laboratorio Mixto Internacional (LMI) MESO.

Pero antes del LMI MESO, el CIESAS-Golfo fue sede de uno de los “megaproyectos” que el Conacyt promovió a inicios de los años dos mil. Fue cuando, en torno al pequeño núcleo del proyecto Sotavento, Rafael y Henri convocaron a una reunión en Ixtepec, Oaxaca, para convencernos de “pensar en grande”, como diría Rafael, y conminarnos a armar un proyecto mayor sobre el Istmo mexicano. Tenía respuestas para todas nuestras dudas y reticencias, particularmente las de Emilia, a quien más de una vez retó para que fuera más “aventada”. A esta reunión invitó también a Hipólito Rodríguez, a quien persuadió de involucrarse en la coordinación de un nuevo proyecto, esta vez sobre un espacio que se había convertido en el alfa y el omega de las políticas de desarrollo e integración regional del nuevo gobierno de México: el Istmo mexicano. El Proyecto Istmo fue, durante cinco años, un laboratorio en sí, espacio de diálogos entre diferentes grupos de investigación y escuelas de pensamiento, cuna de formación de estudiantes y fogón de polémicas científicas, y también pretexto para que Rafael y Henri siguieran tejiendo une trama de complicidad y diálogos con los investigadores a su cargo. Ellos –a veces con nosotros– mantuvieron encuentros regulares, siempre sustentados en buenos platillos y vinos de calidad.

Recordando estos tiempos gratos y tan ricos en calidez humana, nos viene a la mente la visita del entonces presidente del IRD, Philippe Lazare, quien había emprendido una reforma a profundidad de las estructuras de investigación del Instituto, reforma que también abarcaba su política de cooperación internacional. Durante la primavera de 2001, Philippe Lazare vino a México con el objetivo de evaluar de visu la calidad de las relaciones interinstitucionales entre el IRD y sus socios nacionales. Lo que se jugaba no era poco: para entonces, la diplomacia científica de Francia era tema de reevaluación y reconsideraciones, en un contexto de “racionalización” del gasto público para la cooperación internacional a favor de los “países menos avanzados”, en los que había que situar a países africanos. Con justa razón Henri Poupon temía que los proyectos que desarrollaba el IRD en México fueran cuestionados. Rafael y él no tardaron en urdir un plan maestro mediante el cual Philippe Lazare no podría sino caer en la cuenta de que, en ningún otro lugar del mundo, los recursos humanos del IRD y los de sus socios en investigación llegaban a ser tan complementarios y productivos que a través de las colaboraciones entre el Instituto y el CIESAS. Apoyándose en el dispositivo de investigación de campo del Proyecto Istmo, se armó un recorrido en el que ambos acompañarían al ilustre visitante y que involucraría a varios participantes del mencionado proyecto: se iniciaría en la zona petrolera de Minatitlán, y de ahí a los campos agrícolas de Los Tuxtlas, las riberas asoleadas del Papaloapan, para terminar en las calles adoquinadas de Xalapa, para una visita a las instalaciones del CIESAS Golfo.

El punto culminante de la visita fue la etapa en Tlacotalpan, donde la comitiva se paró para una comida en una terraza que estaba sobre el río. Era el mes de junio y el calor era agobiante; el recorrido había sido denso y la sucesión de contextos, temas y problemáticas abordadas abrumadora. Philippe Lazare, un hombre ya mayor, estaba alcanzando los límites de su resistencia física (“No sé qué estamos haciendo aquí”, había dicho, malhumorado, a Henri Poupon, y éste temía haberse cargado la mano en una operación de seducción que, a todas luces, pecaba en abundancia para los austeros gustos del presidente). A estas alturas, no podía haber marcha atrás. Rafal Loyola tomó el asunto en sus manos: convocó a un conjunto de jaraneros que andaba por la calle y lo conminó a levantar los ánimos y el aguante del desfalleciente Lazare. Dicho y hecho: “Levántate Lázaro y anda” le exigieron los fandangueros al presidente del IRD. Y operó el milagro: se levantó, la cara antes malhumorada ahora atravesada por una sonrisa, no dijo nada, pero el mensaje que Rafael y Henri querían transmitirle había sido recibido: las aventuras científicas son, ante todo, aventuras humanas, son cosas de aprecio, de apetencia, de complicidad, y por qué no decirlo, de amistad. El IRD se quedó en México, el Proyecto Istmo siguió, la cercanía y confianza con el CIESAS permanecieron y se profundizaron. Los cimientos que contribuyeron a construir Rafael y Henri resultaron firmes y duraderos. Ambos tomaron otros rumbos, siguieron otros proyectos, mientras que en 2014, por iniciativa de Odile Hoffmann, fue creado el Laboratorio Mixto Internacional MESO, en el que nos hemos reunido nuevamente investigadores/as del CIESAS y del IRD. Esta vez el proyecto ha incluido a varias instituciones de América Central, así como a investigadoras e investigadores de distintas unidades del CIESAS (Golfo, Peninsular, Ciudad de México y Sureste). En parte, este Laboratorio es producto de los buenos oficios de aquella mancuerna ejemplar: Rafael y Henri.

Donde sea que esté, estamos seguros de que Rafael Loyola estará armando nuevos proyectos, moviendo ánimos y buenas voluntades en los Conacyts celestiales, convocando jaraneros para convertir las dificultades en triunfos, gozando de los encuentros y las convivencias allá como lo hacía aquí.