Beatriz Nogueira Beltrão[1]
Universidad de Guadalajara
La partería practicada por médicas indígenas y de contextos rurales en los países latinoamericanos está pasando por un proceso de institucionalización. Este proceso tiene como justificación la necesidad de combatir la mortalidad materna y la violencia obstétrica, y, en el caso específico de la partería indígena, la importancia de los derechos de los pueblos indígenas en ejercer sus propios marcos de conocimiento médicos y científicos. Sin embargo, la incorporación de médicas/os indígenas en políticas de salud no ha roto con las jerarquías epistémicas, es decir, las jerarquías de valoración del conocimiento en su estatus científico, reproducidas por las instituciones universitarias y de salud oficiales.
En esta lógica, aquellas ciencias que representan la literacidad de las instituciones universitarias, como la medicina alópata y la enfermería, son más valoradas que las ciencias que corresponden a marcos de conocimiento asociados a pueblos indígenas, que en su gran mayoría tienen un contexto formativo a través de literacidades no-académicas. Es decir, a través de literacidades orales y de metodologías de aprendizaje/enseñanza que yo denomino cuerpo a cuerpo. A diferencia de la literacidad escolarizada, corroborada y legitimada por diplomas de la cultura letrada eurocéntrica, las literacidades de producción de conocimiento indígenas no pasan por el texto escrito y su legitimación científica se da a través del respaldo comunitario y entre mujeres que deciden ejercer esta labor.
En este texto discuto cómo el racismo/sexismo epistémico es parte de las lógicas institucionales reproducidas por los servicios de salud oficiales en un contexto rural con mayoría de población indígena en el Estado de Nayarit, en México. Específicamente, abordo la partería realizada por mujeres indígenas, y las conflictivas relaciones de poder entre ellas y los/as profesionales del Instituto Mexicano de Seguridad Social (IMSS). En este caso, representados por personal de la Unidad Médica Rural (UMR) de Presidio de Los Reyes, todos titulados como médicos/as o enfermeros/as en instituciones educativas de enseñanza legitimadas para emitir títulos de licenciatura y posgrados con el sello de la Secretaría de Educación Pública. En el contexto de Presidio de Los Reyes, Nayarit, México, las parteras indígenas son integradas a la UMR del IMSS en la región. Sin embargo, su integración es a partir del rol de voluntarias, lo que provoca que desde la institución se le reste valor científico a su trabajo médico, en comparación al estatus de trabajadores/as formales y asalariados/as de médicos/as y enfermeros/as, puesto que no perciben un sueldo ni los derechos de contratación de los profesionales que representan la medicina alópata.
Mi argumento central es que, al integrar a las parteras como voluntarias a un sistema de salud pública que no cuestiona el racismo y el sexismo reproducidos históricamente, y que se siguen reificando, tanto en relaciones de poder entre médicos/as, enfermeras/os y parteras/os como en las relaciones entre personal médico y usuarios/as, no se incide en el fortalecimiento de las medicinas indígenas y mucho menos en una mejor atención médica en contextos con poca infraestructura.
Las relaciones de poder entre las parteras y la Unidad Médica Rural del IMSS en Presidio de Los Reyes
Presidio de Los Reyes es un contexto heterogéneo en donde convergen al menos tres lenguas: el español, el nayeri (cora) y el wixárika (también llamado huichol). Tiene alrededor de mil habitantes y la mayoría de ellos se definen como coras. Cruzando un puente, en una sencilla caminata de algunos minutos, está San Pedro Ixcatán, que tiene mayoría de población mestiza. En este contexto, según me contó una partera de la región en el 2015 durante mi trabajo de campo, la entrada de las instituciones médicas oficiales se dio en la década de 1980. Junto a ellas, empezó un proceso de precarización del trabajo científico de las/os médicas/os indígenas.
Hay una amplia variedad de médicas/os locales: sobadoras/es, curanderas/es, hueseras/es, parteras/es, hierberas/es. Antes, las/os médicas/os indígenas eran responsables de atender la población local, y practicaban heterogéneos marcos de conocimientos médicos, a depender de lo que requería la población local, incluyendo la aplicación de la farmacología alópata en casos de enfermedades como la tuberculosis.
En la década de 1980, el servicio público empezó, primero, a enviar personal médico y de enfermería del contexto urbano en visitas para atender a población local, lo que empezó a generar relaciones de poder entre los/as médicos alópatas y médicas/os indígenas. Con la entrada de la Unidad Médica Rural del IMSS, estas relaciones de poder se fueron ampliando y las/los médicos indígenas fueron perdiendo su prestigio para dar entrada a las jerarquías del conocimiento de las instituciones médicas oficiales.
Estuve en Presidio de Los Reyes en distintas ocasiones dialogando con las parteras de allí entre los años 2015 y 2019. Todas las parteras con quienes produje conocimiento eran en esos años voluntarias de la UMR del IMSS en esta localidad de Nayarit, México. Aunque desde experiencias distintas, discutieron conmigo sobre la falta de pertinencia cultural de la colaboración que realizaron con la UMR, puesto que les exigían ir a programas de capacitación en contextos urbanos como Tepic o Ciudad de México los cuales eran llevados a cabo por médicos/as alópatas que practicaban la ciencia ginecoobstétrica desde una metodología muy distinta a las suyas, imponiendo en estos cursos prácticas de atención que las parteras difícilmente aplicarían. Lo más rescatable de estos programas, según las parteras, era el encuentro con médicas/os indígenas de otros contextos, por el intercambio en los momentos de convivencia fuera de los cursos a través del diálogo generado por conversaciones.
Además, las parteras narraron casos en donde los/as médicos/as responsables por los cursos de capacitación en los contextos urbanos, y también el personal médico y de enfermería de la UMR demeritaron su trabajo como parteras a través de insultos y prácticas racistas. Tales insultos y prácticas racistas iban desde la calificación de las parteras como “incompetentes” o “analfabetas”, hasta la imposición de que las parteras no pudieran seguir atendiendo sin la vigilancia de un/a médico/a oficial en la UMR, es decir, que las parteras pudieran seguir practicando la partería siempre y cuando fuera con supervisión.
En lugar de fomentar la autonomía y el fortalecimiento de la partería indígena, las prácticas en estos contextos buscan controlar su ejercicio, impedirlas de realizar parto sin la presencia de un/a médico/a alópata y precarizar su trabajo. El personal médico y de enfermería, según las parteras y mujeres de la comunidad, amenazan con que, si las mujeres en edad reproductiva, sus maridos e hijas/os no acuden a citas periódicas a la UMR perderán el apoyo social de programas del IMSS. Las parteras también son amenazadas verbalmente de perder su “apoyo” (que en este entonces era de 1,500 pesos mensuales recibidos cada tres meses), en caso de que atiendan a mujeres en sus casas.
Dicha amenaza es paradójica respecto a la práctica de la UMR, debido a que se enuncia algo que no se cumple. La misma clínica que menosprecia intelectual y materialmente a las parteras, exige su presencia constantemente porque el personal médico difícilmente está presente. Además de que casi nunca tienen insumos: a veces no hay suero, jeringas ni nada más que paracetamol, recetado comúnmente por personal de enfermería que reproduce la violencia que padece. Paracetamol para gripa y fiebre, paracetamol para el dolor, paracetamol para el hambre, paracetamol para el empacho y, en el caso de una joven que murió desangrada después de ser pateada por su esposo estando embarazada, paracetamol para la hemorragia. Definitivamente, las políticas de control de la partería no aportarán en un mejor servicio de salud si tienen como estrategia repartir paracetamol para combatir la mortalidad materna. Difíciles condiciones laborales, sueldos bajos, falta de infraestructura, ausencia de médicos/as que viven en la ciudad y van a trabajar un par de días al mes.
Médicos/as que van dos días al mes y a veces niegan la atención, según denunciaron mujeres de la comunidad, son los/as mismos/as que piden a las parteras que les entreguen un cuaderno con el nombre de todas las personas a quienes atendieron y sus datos sociales: nombres, apellidos, a qué comunidades pertenecen, edades, y qué enfermedades tenían. Si las parteras no entregan esos datos, entonces hay una constante amenaza a perder su apoyo. ¿Explotación laboral y extractivismo epistémico? Con dichas listas el personal médico reporta el trabajo de las parteras como suyo. Habría que preguntarnos ¿quiénes son los responsables de reportar las personas que son atendidas (y desatendidas) en las instituciones de salud? Y también ¿quiénes envían los datos sobre las muertes maternas de las cuales se culpa predominantemente a las parteras a lo largo del continente? Las preguntas siguen en el tintero.
De este modo, las parteras son explotadas laboralmente y cuando hay urgencias, no solo en relación a mujeres embarazadas, sino por problemas de salud en general, son ellas quienes atienden a gran parte de la población de Presidio de Los Reyes en la UMR de la localidad. El personal de enfermería demanda los servicios de las parteras que no reciben ningún sueldo y dejan sus trabajos en el hogar para atender a mujeres, hombres y niñas/os. Las tres parteras y el partero que estaban como voluntarias en la UMR en ese momento entre el 2015 y 2019 también ejercen otros oficios médicos locales como la huesería, la hierbería y la curandería de niños.
Sin embargo, así sea en la silenciosa noche, mujeres de Presidio de Los Reyes acuden con las parteras. Es decir, la comunidad sigue viendo en la figura de las parteras a las cuidadoras de la salud comunitaria. En el día acuden a la UMR por el apoyo mensual de un programa social y por paracetamol. También van a la UMR para limpiarla sin un sueldo a cambio, para escuchar charlas sobre cómo limpiar los pisos de sus casas y sobre los peligros en el consumo del refresco coca-cola, como si las personas de comunidades indígenas, en una lógica racista de la estereotipación institucional, necesitaran clases de higiene y alimentación.
La justificación para ir con la partera que más escuché entre las mujeres con quienes platiqué fue la siguiente: aunque la partera cobre dinero —puesto que no perciben un sueldo de la clínica y muchas de las mujeres a veces no pueden pagar o tienen que dejar de comprar comida—, no hay confianza en la atención médica de la UMR. Por otro lado, siguen yendo a la UMR porque la atención es gratuita, principalmente cuando no tienen como pagar a la partera, y también por las amenazas de no recibir apoyos sociales o no poder usar la infraestructura de la UMR para el parto en caso de que así lo prefiera la mujer embarazada.
Racismo/sexismo epistémico en la institucionalización de la partería
Hay dos cuestiones centrales para analizar el racismo epistémico en los servicios públicos de salud: 1) son de baja calidad y brindan menor infraestructura para poblaciones que son racializadas en desventaja; 2) los marcos de conocimiento no-académicos asociados a estas poblaciones no son validados por las instituciones de salud y educativas como legítimos ni como científicos. En Presidio de Los Reyes, ambos aspectos se presentan con relación a la atención a la salud materna: ni la UMR brinda un servicio digno a las mujeres de allí, ni la vinculación entre las parteras y la institución pública de salud es digna. Las parteras no son contratadas formalmente y, a diferencia de las/os médicos/as y enfermeros/as, no reciben un sueldo puesto que la medicina que practican no tiene el mismo estatus epistémico de la medicina alópata.
Aquí entiendo por racismo epistémico la devaluación intelectual de una ciencia por el hecho de estar producida por poblaciones que son históricamente oprimidas por el racismo estructural que mencioné en el párrafo anterior. En el caso de las parterías indígenas, además de su devaluación por el hecho de pertenecer a una ciencia médica racializada en desventaja, también hay la poca valoración por cuestiones de género, puesto que la partería es un marco de conocimiento médico ejercido mayoritariamente por y para mujeres. El racismo epistémico se vincula, allí, a la violencia obstétrica reproducida por el sistema médico alópata y a la devaluación de los conocimientos médicos vinculados a mujeres. Esta opresión simultánea es lo que caracteriza al racismo/sexismo epistémico.
En el contexto de Presidio de Los Reyes, la institucionalización de la partería reproduce sexismo/racismo epistémico constantemente con distintos mecanismos. Para empezar, el concepto mismo de la partería para las instituciones es muy distinto al concepto de la ciencia local, puesto que es un término más amplio que la atención del embarazo, parto y puerperio al incluir, por ejemplo, la atención al recién-nacido. Además, las parteras no son exclusivamente parteras. Esta fragmentación de la medicina en especialidades tan restrictas y en lógicas menos integrales corresponde más al marco de conocimiento alópata que a la medicina de las parterías indígenas. Asimismo, las lógicas de capacitación obligatorias en las ciudades, y de la correlación entre la valoración científica y la comprobación con diplomas de instituciones oficiales no es pertinente en este contexto, ya que la legitimidad de las prácticas médicas como la partería o la curandería son resultado del aval comunitario. Es decir, son resultado de lo que aquí denomino “conocimiento cuerpo a cuerpo”.
A manera de conclusión
El racismo/sexismo institucional y epistémico ocurre, día a día, de distintas formas:
— En la omisión a la atención desde el personal médico alópata a las mujeres de la comunidad.
— En las políticas de facilitación a la esterilización, a diferencia del poco acceso a una atención materna digna.[2]
— En las jerarquías de conocimiento entre la medicina alópata y la partería.
— En la deslegitimación científica de prácticas que no son avaladas por diplomas ni producidas y teorizadas desde la literacidad académica.
— En la culpabilización histórica de las muertes maternas como responsabilidad de las pateras.[3]
Así, las ciencias instituidas como válidas por el sistema de salud oficial son exclusivamente las realizadas bajo las lógicas de la academia, mientras que los conocimientos producidos cuerpo a cuerpo y con otras literacidades son considerados acientíficos. Esto tiene consecuencias en, por lo menos, dos sentidos: 1) en la precarización de atención médica para las mujeres embarazadas y sus bebés en la región, lo que incrementa la mortalidad materna y la violencia obstétrica; 2) en el menosprecio y riesgo de discontinuidad de la práctica médica y científica de las parteras indígenas que, definitivamente, no reproducen violencia obstétrica, una de las principales causas de la mortalidad materna. Las políticas de institucionalización de la partería, al alejar a las mujeres indígenas de las parteras, las acerca a los hospitales y a los/as médicas/os alópatas, principales reproductores/as de la violencia obstétrica.
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Correo electrónico: beatriz.nogueira@academicos.udg.mx ↑
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Aunque no abordé el tema en este texto, en el contexto de Presidio de Los Reyes había más apoyo para facilitar viajes gratuitos a la capital, Tepic, a realizar un procedimiento de histerectomía, que para acceder a una atención a la salud materna digna o la disponibilidad de transporte para ir a un hospital con mejor infraestructura para parir cuando se requiriera. ↑
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En el contexto de Presidio de Los Reyes, todos los casos que me contaron de muerte materna ocurrieron en hospitales de salud pública, sea por la violencia obstétrica o por la negación de atención o infraestructura. ↑