Eduardo Carrera
El Colegio de México
Querido profe, apenas nos habíamos escrito antes de Navidad para felicitarnos y desearnos feliz año. Quedamos en vernos pronto, regresando de vacaciones, para darnos el abrazo, entregarle mi libro y platicar sobre “mis andares”.
Me he quedado con ganas de decirle cuánto le agradezco todo lo que compartió con nosotros: conocimiento, consejos, libros, música, comida, recorridos, recomendaciones fílmicas, café, vinos y tequila, siempre acompañados de una amena, alegre y desenfadada plática. Como gran lector que era, gracias a usted conocí a grandes escritores de la literatura contemporánea: Coetzee, Kapuscinski, Cioran, Sándor Márai, entre otros. Esta larga lista de cosas que no se aprenden en el salón de clases.
Nunca olvidaré lo que me dijo en dos momentos muy importantes de mi vida: durante la licenciatura en la ENAH «usted tiene madera de historiador»; y después, cuando entré al Colegio: «felicidades y ahora demuéstreles que no se han equivocado al seleccionarlo».
Siempre, con su apoyo, supo sacar lo mejor de nosotros, no sólo como estudiantes, académicos o colegas, sino como personas. De ahí su exhorto a que nos condujéramos con ética, modestia y responsabilidad, sin pretensiones, ni esperando el halago ajeno, pero reconociendo nuestros logros personales por mínimos y sencillos que fuesen.
Admiro la humildad con la que siempre se condujo y reconozco los jalones de oreja cuando veía que a alguno se nos subía el ego. Comprometido con la ética académica, combatimos contra los que comenten plagio (por cierto, me comprometo a que se publique el artículo que sobre este tema estaba preparando para entregar). Nos quedamos con los recuerdos de las comidas en su casa, de los recorridos por la Huasteca, el trabajo exhaustivo en las revisiones de nuestros libros y textos. Le agradezco la oportunidad y la confianza que depositó en mí en la organización de los encuentros, a pesar de mi inexperiencia y de mis “metidas de pata”.
Ahora forma parte de la pléyade de grandes académicos y personas que nos han dejado, y que gracias a usted, tuve oportunidad de conocer: Luis Reyes, François Lartigue, Lorenzo Ochoa, Hildeberto Martínez y, por supuesto, mi querido profe Juan Manuel Pérez Zevallos, con quien seguramente estará planeando la siguiente diablura.
Querido profe Ruvalcaba, lo recordaremos por siempre con ese rostro rudo y de enfado que detrás escondía a una persona generosa, amable, humilde y cariñosa.
Con toda mi admiración para usted, Itzel, Aleksandra y Emilian.
«El joven» Eduardo.