Concepción Suárez Aguilar[1]
Educadora y comunicadora popular
A Ronald Byron Nigh Nielsen
Mi querido suegro
Foto: Archivo CIESAS Sureste
Hay gentes que saben escuchar y respetar su sueño. Así le pasó a ese güero. Soñó con unas matas de maíz que crecían de entre piedras. No sabía bien a bien si eso era un presagio de tiempos malos o una imagen de esperanza. Los años fueron pasando y el sueño seguía apareciendo de vez en vez. Contó él que, a veces, ya hasta despierto lo soñaba. Mientras miraba grandes planadas de Nebraska, que era su tierra, se le asomaban piedras y matas de maíz.
Con los años, escuchó que había unos pueblos de corn people, o sea gentes de maíz. Leyó libros sobre esa región del mundo y el maíz en la vida de esas gentes. En los años setenta del siglo veinte no había mucho de eso, pero buscó y buscó. Además escribió cosas. Se empeñó en demostrar que era importante conocer más sobre esa planta, en esas culturas. Y tanta palabreada echó y tan bien lo argumentaba, que logró que le permitieran viajar hacia el sur. Se adentró en tierras tsotsiles, su sueño lo llamaba.
Tanto lo llamaba que después de avión y camiones, todavía hizo otras diez horas. Cinco en un carro que él decía que era el jeep de Harvard y otras cinco a pie como nosotros. Bueno… él traía buen zapato. Ahí se enteró de que esas gentes no sembraban maíz sino que hacían milpa. En su tierra el maíz se sembraba poco, pero sí había visto los maizales. Líneas tras líneas de altas matas de maíz crecidas con una buena dosis de fertilizante químico. Eso sí, pocas veces comían mazorcas, era un maíz muy dulce que se asaba y esa era la única forma de comerlo. Cuando vio la milpa y probó waj,[2] los tamales, el pan de elote, los atoles, el mat’s,[3] un mundo entró en sus ojos.
Ahí las matas de maíz no se criaban solitas, tenían su compañía. Había una de frijol y una de calabaza a su lado. Y por si fuera poco, en los espacios de tierra que quedaban libres entre las matas, había otras plantas que las personas también comían. De vez en cuando podían aparecer ratas que eran codiciadas para hacerlas asaditas o meterlas en un buen caldito.
El maestro Diego, que en ese tiempo era joven, andaba de su traductor. Siempre lo acompañaba, pero no siempre lograban entenderse. Porque, ahí como lo ven, resulta que el güero sabía más palabras en español que el maestro tsotsil que sí, era mexicano, pero era indio pues.
Dicen que el güero no paraba de hacer preguntas sobre la milpa. “¿Cuándo se pone a germinar la semilla?”, dijo una vez. “Mmm, ¿qué cosa es germinar?”, le respondió su traductor. “Mmm… cuando se pone la semilla en la tierra para que se haga una planta pequeña”. “¡Aah! Cuándo lo sembramos dices, pues primero lo bendecimos en el 03 de mayo, luego ya según lo marca los tiemperos”. “¿Tiempero es ese papel donde están los días del año?”, preguntó el gringo con curiosidad. “¡Ónde va a ser papel, un tiempero es un winik,[4] un hombre pues, el que lo sabe mirar el tiempo pues”, dijo don Diego, que, como no conocía calendarios impresos, no entendía por qué el gringo pensó que el tiempero fuera un papel.
“So interesting!”, dijo el güero, y sus ojos azules brillaron como el día en que se enamoró y enamoró mientras hacía pan en California. Y luego preguntó “¿y por qué ponen frijol y calabaza con el maíz? ¿por qué no con chile y tomate?” “¡Ahí sí ya!” dice don Diego que nomás pensó: “este güero ya quiere su taco por eso ya pensó en que salga tortilla y salsa de la milpa”.
Pero sólo le dijo “Oí, güero, y si tanto querés saber de cosas antiguas, porque ése de por qué se mete el frijol y la semilla pues es algo antiguo, ¿por qué no aprendés Tsotsil pa’ que mero puedas preguntar y saber directo de los viejitos?” Al güero le pareció que el maestro Diego tenía toda la razón del mundo y por eso se le pegó a los niños y junto a su querida Kippy aprendió Tsotsil. Lo que en ese momento no sabía él es que Don Diego también era curandero y de los buenos. Quién sabe… ¿qué tal Don Diego soltó al aire el sueño del maíz que tanto soñaba el güero?
Ya que supo hablar, ¡uy, rápido ganó confianza! Y ahí se le miraba caminando pa’ acá y pa’ allá en su casa de los viejitos. Y luego se iba a la milpa. Y al rato ya jalaba al monte. Primero siempre acompañado, ya luego hasta iba solito. Un día se quedó mirando los montones de revoltura de hojas con cáscaras, con cenizas y a saber qué tanto que hacían los abuelos. Y se puso a preguntar qué eran y para qué servían.
Ahí fue que le dijeron que ahí vivían unos que no se ven, eran sus casas. Y esos que no se ven eran muy curiosos. Porque eran comedores y comida. Ellos sanaban la tierra. Sin ellos, la tierra se cansa y va muriendo. En cada montón ponían diferentes cosas y servían unos para la milpa, otros para cafetal, otros para hortalizas. Dijeron los viejitos que el güero sólo dijo “son unos invisibles”. Y contrario a su modo ya conocido de andar en la preguntadera, nomás miraba los montones.
Desde entonces se puso muy vivo a checar esos montones. Mirando cuándo los echaban a las plantas. Qué le ponían a cada uno. Se dio cuenta de que variaban. Y preguntó por qué no en todos ponían lo mismo. “¡Ah qué güero tan chistoso!” dicen que dijo un viejito que luego completó: “no lo mirás que es otra su tierra pues”. Entonces supo el güero que estaba entre gentes muy sabias, que sabían de la agricultura y la vida de su tierra como nadie más podía saber y se sintió feliz de poder hablar con ellos en su lengua.
Y así te digo que se pasó años, que si trabajando para que se hiciera cooperativa de café. Luego salió con que en otros lados también hacían sus montones de hoja y cáscaras y otras cosas y les decían composta, y que si no echamos químico en la siembra es mejor y se llama orgánico. Que hacíamos bien de luchar por la tierra, que qué bueno que defendemos nuestro territorio, que nos apoya porque ese capitalismo viene por todo. Y un día dijo: “los invisibles son microorganismos y los abuelos ya lo sabían, ahora es tiempo de que volvamos a aprender, microbioma le están diciendo los caxlanes[5]”. Y se dedicó a trabajar en eso hasta el último momento posible de su vida.
Ese güero tomó pozol, comió chile, paró su casa en Jovel,[6] caminó y trabajó en las siembras, en la educación y en ese de su estudio, de la Antropología. No paró hasta que se hizo viejito. Y si vieras[7] andado en el mercado un día mientras él andaba comprando y nomás lo vieras escuchado, seguro pensabas que era un viejito tsotsil que hablaba. De veras que… ¡qué gringo tan chiapaneco!
San Cristóbal de Las Casas, Chiapas
15 de octubre de 2024
Pd. Hace unos días el EZLN anunció invitación a varios encuentros. Muchos ojos atentos. Imagino a Ron diciéndome: “ve, Coni, y me cuentas”.
- Es maestra en Estudios de la Mujer. ↑
- Tortilla. ↑
- Mat’s es una palabra que se usa en diversas variantes de Tsotsil y Tseltal. En Castilla se dice pozol y es una bebida que se realiza con una masa de maíz que lleva el mismo nombre. Existe el pozol blanco que es sólo la masa del maíz que puede dejarse varios días para hacer pozol agrio. Desde pequeña me enseñaron que ese pozol tiene sabor agrio, porque ahí se criaban cosas que no podíamos ver que protegían nuestra salud. Con los años se fue haciendo popular el decir que el pozol agrio es “la penicilina” de los pobres. El otro tipo de pozol es el de cacao que es una mezcla de esa masa de maíz con cacao molido y azúcar. No es costumbre dejar agriar el pozol de cacao. “No sirve que lo agríes” me dijeron muchas veces. ↑
- En variantes de Tsotsil, Tseltal y Tojolabal, esta palabra significa hombre. Y es estrictamente para referirse a una persona identificada como integrante del género masculino, jamás como un sustantivo para la humanidad. ↑
- He escuchado en diferentes variantes de Tsotsil, Tseltal y Ch’ol el uso de la palabra caxlanes para referirse a los mestizos. Muchas veces como si fuera una palabra neutral, otras exclusivamente para género masculino. ↑
- San Cristóbal de Las Casas, Chiapas. ↑
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Hubieras. ↑