Que algún día el Estado tenga buenos hijos, ciudadanos honrados, súbditos obedientes, y mejores padres de familia. Educación básica en la Sierra Sur de Oaxaca en el siglo XIX

Daniela Traffano
ciesas Pacífico Sur
danielat@ciesas.edu.mx

El discurso oficial en torno a la necesidad de ilustración, educación e instrucción para una población de incipientes ciudadanos –en su vasta mayoría conformada por indígenas– fue acompañando, sosteniendo y hasta legitimando el proceso de construcción y consolidación del Estado nación que caracterizó la historia mexicana de todo el siglo XIX.

Las discusiones que se dieron en arenas políticas e intelectuales propiciaron la formulación de estrategias destinadas a la creación e implementación de sistemas educativos públicos. Éstos se encargarían de formar ciudadanía, transformar al indígena en mexicano e impulsar los mecanismos indispensables para alcanzar el progreso y un necesario desarrollo.

Con la Independencia, también en el estado de Oaxaca se planteó la exigencia de una instrucción pública y moderna. El sistema educativo público en el estado de Oaxaca estuvo marcado por las filosofías políticas liberales. La educación fue planteada como la panacea para la resolución de todos los males, aquéllos heredados de la Colonia y los que enfrentaba la recién creada nación. Este breve ensayo busca acercarse a las formas en que se implementaron estas políticas en una zona indígena de la entidad: el distrito de Yautepec ubicado, según la actual división política del estado, en la región de la Sierra Sur.

Durante la segunda mitad del siglo XIX se establecieron los límites geopolíticos del distrito de Yautepec, en los que se integraron el territorio y los pueblos que las autoridades españolas ordenaron en el corregimiento de Nejapa. Escalona (2015) menciona que, para finales del siglo XVIII, la zona estaba dividida en dos subdelegaciones, Nexapa-Quichepa y Chontales. Por su parte, Cayetano Esteva reportaba que:

En 1815 subsistía aún esa disposición sin que Yautepec figurara como Partido siquiera. […] Pero según la división territorial de 1826 el Distrito de Yautepec formó parte del 8° Departamento sujeto a la Cabecera de Tehuantepec. En ese año Quiechapa fue declarado Partido con 42 pueblos y 2 haciendas y 9 trapiches. […] por decreto de 23 de marzo de 1858 Yautepec tuvo su categoría de Distrito con 53 pueblos, 4 haciendas y 8 ranchos (1913: 448).

A Yautepec se llegaba por el llamado Camino Real, de herradura, que conectaba Oaxaca y Tehuantepec. Este sitio era el único que abreviaba el paso de México a Guatemala y por el cual se introducían mercancías que venían de Salinas Cruz y Chiapas, y en el periodo colonial salía la grana cochinilla de la zona de crianza. Para el siglo XIX la producción del distrito se caracterizaba por el cultivo de maíz, frijol, chile y trigo, para una importante producción de pan. Esta actividad se completaba con el cultivo de frutas y la cría de ganado caballar y mular para la arriería.

En cuanto a la composición étnica de la población del distrito, las fuentes reportan indígenas mixes (“incultos, montaraces y reacios en sus antiguas supersticiones”), chontales (“menos remisos a la civilización, pero tampoco abandonan el terruño”), zapotecos (“más tratables y que hacen transacciones con el Istmo y el Valle”), criollos y mestizos “sencillos y hospitalarios” (Murguía y Galardi, 1826: 453).

La instrucción como remedio

Durante la segunda mitad del siglo XIX se incrementó la producción legislativa para la arquitectura del sistema educativo local y se avanzó, a pesar de las dificultades de un erario siempre miserable y de la violencia que marcó esas décadas, al establecimiento de una política pública más estructurada.

La primera ley de instrucción pública importante fue firmada en 1860, le siguieron la de 1889 y la de 1893, complementadas por varias disposiciones y reglamentos. Este corpus definió los cambios del sistema educativo estatal, esencialmente la formación básica, entre otros aspectos, en sus principios, administración, fondos, organización y métodos de enseñanza.

Con relación al sistema de control y financiamiento del ramo, unas cuantas variaciones se presentaron en el tiempo y en consonancia con el fortalecimiento del gobierno estatal. La ley de 1860 entregó a la Dirección de Instrucción Pública la vigilancia “sobre los establecimientos públicos” (Art. 1º) y la responsabilidad de “fijar los métodos de enseñanza, uniformarla y proponer al Gobierno los reglamentos convenientes” (Art. 5º) (Ruiz Cervantes 2001: 28). La Dirección se apoyó, como aparece en el reglamento de 1867, en unas Juntas de Corresponsales localizadas en las cabeceras de distrito. En el ámbito local, a cada municipio le tocó costear con sus fondos una escuela primaria elemental de instrucción pública.

El sistema permaneció inalterado hasta 1891, año en que la Sección de Instrucción Pública se adscribió a la Secretaría del Gobierno del Estado y desapareció la anterior Dirección. Con la ley de 1893, la Sección adquirió la responsabilidad de velar por el cumplimiento de la ley, proporcionar los informes que se requerían sobre asuntos escolares, en particular la elaboración de la Memoria anual del ramo, indicar las reformas necesarias para el mejoramiento de la instrucción pública y proponer ante el gobierno la promoción y remoción de los empleados del sector. Otros órganos administrativos establecidos por la misma ley fueron las Juntas de Instrucción. En la capital del estado se denominaba Junta Central, mientras en las cabeceras de distrito eran conocidas como Juntas Corresponsales. Finalmente, la responsabilidad de los establecimientos, de la calidad de los preceptores y de la concurrencia de los niños a nivel local siguió en las manos de los municipios y los jefes políticos.

A la par de los discursos y las iniciativas para construir un sistema de educación básica, se dieron discusiones en torno a la carencia de personal apropiado y se promovieron posibles soluciones. Éstas fueron determinando la trayectoria de la formación de profesores en el estado a lo largo de todo el siglo XIX. La primera escuela “Normal” se instaló en la ciudad capital centralizando la educación para quienes después tendrían que difundirla en el territorio. Le siguieron experiencias que, al contrario, descentralizaron el proceso de formación, impulsaron la apertura de Normales en las cabeceras de distritos para jóvenes de los pueblos de las comarcas que regresarían a instruir en las respectivas escuelas de primeras letras. Las instituciones que siguieron nuevamente volvieron a la capital. Con la Normal Central se repitió el objetivo de educar (y acoger) jóvenes de los distritos para que regresaran a sus comunidades de origen, para acabar ignorando esta condición con el proyecto de la Normal Moderna, que omitió cualquier especificación o responsabilidad para con el resto del estado.

En cuanto a los métodos, el lancasteriano dominó la trasmisión del conocimiento hasta los años sesenta en escuelas que, a pesar del nombre y de sus objetivos, no pasaron de ser de enseñanza elemental. Gradualmente se fueron añadiendo a los planes de estudio materias más complejas y necesarias para formar jóvenes que, además de haber adquirido conocimiento, supieran transmitirlo con propiedad y rigor. Estas transformaciones se asentaron a partir de leyes, decretos y reglamentos y fueron impulsadas por políticos y pedagogos que tuvieron que lidiar con la desoladora y compleja realidad escolar local y las constantes carencias de fondos para los proyectos educativos.

De la oscuridad a la luz de la educación

Para el caso del distrito de Yautepec, las fuentes reportan noticias de nombramientos de preceptores por parte de los jefes políticos con respectivas autorizaciones de la Dirección de Instrucción Pública. Para la década de los noventa será efectivamente la Sección de Instrucción Pública, adscrita a la Secretaría del Gobierno, la responsable de estos procedimientos, y los preceptores hacían pública y oficial protesta certificada por los presidentes municipales. En las Memorias administrativas (1875, 1876, 1881, 1884, 1885) aparecen nombramientos de preceptoras que en los años setenta y ochenta se hicieron cargo de la escuela “amiga” de niñas de la cabecera (San Carlos Yautepec). Trámites similares fueron remitidos a las instancias del gobierno estatal por los jefes políticos en ocasión de las renuncias de maestros por enfermedad o del cierre de establecimientos.

Las fuentes señalan también que, para finales de los sesenta, en el mismo distrito se recaudaban cuotas designadas a la instrucción primaria y que, en los setenta, se estaba cobrando el impuesto de 6.25 centavos destinado a la educación. En la siguiente década, se conoce y observa la “organización escolar” definida por la ley del 22 de febrero de 1889. Por último, se registra la existencia de una Junta Corresponsal en la cabecera que, establecida por las normas oficiales, estaba avalando la apertura de establecimientos escolares (Memoria administrativa presentada a la H. Legislatura del Estado, 1868, 1873).

Yautepec no quedó excluido del tema de la formación de profesores. Existe información sobre la apertura de una escuela como parte de un conjunto de Normales dispuestas por el gobernador Benito Juárez, en 1851, con sede en las cabeceras de los distritos. El 28 de junio del mismo año, en Yautepec, los niños traídos por los alcaldes de los pueblos del partido, esperaban al cura, quien llegaría con unos pequeños chontales y mixes, que a causa de las lluvias habían encontrado dificultades en el camino. El documento, formulado para información del gobernador, detallaba que al evento había acudido “una gran concurrencia de la mayoría de los pueblos del partido” y que el “número considerable de niños presentes” sería hospedado “en varias casas de los vecinos” del pueblo. Éstos, como “buenos ciudadanos se habían prestado con la mayor generosidad, dando muestra muy evidente no sólo de humanidad y filantropía, sino también de patriotismo muy acrisolado” (Manuel Martínez Gracida, “Notas”, 28 de junio de 1851, Biblioteca Francisco de Burgoa).

Para 1852, La Crónica reporta sobre la sesión de exámenes de los jóvenes de esta Normal. Como quedó establecido en el decreto de fundación, a los seis meses de iniciada la actividad escolar los estudiantes se habían presentado frente a las autoridades competentes para mostrar los adelantos en sus conocimientos. El 1 de enero de 1852, el alumno Lorenzo García, al iniciarse la sesión de exámenes, ofreció un discurso a los presentes. La alocución se abrió recordando que, seis meses antes, los jóvenes examinandos habían sido traídos desde sus pueblos para su educación y que ahora darían una prueba del empeño que habían tomado en “hacer su felicidad”, así como deseaban el gobernador del estado y todos aquellos que anhelaban su instrucción. Sin embargo, el joven señaló que seis meses había sido un tiempo realmente corto para “adquirir conocimiento que poder presentar en un examen” y todavía más para ellos, “acostumbrados a vivir en la oscuridad”. El orador reconocía que “la ilustración de la juventud no podía permanecer si los primeros rudimentos (demasiado dificultosos) que son sus cimientos no se aprendían con empeño”. Ese día de exámenes se presentaba entonces para ellos de gloria y tristeza: gloria por tener la satisfacción de manifestar las lecciones que habían recibido; tristeza por presentarse a un acto desconocido y “demasiado suficiente para intimidar a su cortedad”; un día en que presentaron “puros principios […] en lectura, historia sagrada por el Abad Fleuri, doctrina por el padre Ripalda, y los primeros ejercicios de escritura”, pero “¡cuánto trabajo les había costado adquirir estos conocimientos en tan corto tiempo!”

Ese tiempo tan reducido, también había sido obstáculo para la labor del preceptor. En la misma ceremonia, José Alonso Sábas explicó a los asistentes que “las buenas disposiciones intelectuales de los niños que tenía a su cargo” habían permitido el aprendizaje de “los primeros rudimentos y conocimientos en las letras primarias”, sin embargo, la falta de tiempo había impedido instruirlos en gramática, aritmética y urbanidad “materias tan útiles como necesarias”. Esperanzado en poder demostrar en los siguientes exámenes adelantos más patentes, cerró su discurso agradeciendo a las autoridades civiles y eclesiásticas por “llevar a cabo el loable objeto de plantear el establecimiento para la instrucción de la juventud yautepecana”, auspiciando finalmente que “el Sér Supremo les recompense los trabajos que han emprendido en beneficio de esta juventud, y el supremo gobierno continúe dispensándole su paternal protección, para que algún día el Estado tenga buenos hijos, ciudadanos honrados, súbditos obedientes, y mejores padres de familia” (La Crónica, 17 de enero de 1852).

Sabemos que esta experiencia educativa tuvo corta vida. Por varias razones, en pocos meses casi todas las Normales juaristas tuvieron que cerrar, sin embargo, el distrito siguió presente en los esfuerzos de formación del gobierno estatal. Las fuentes reportan que para 1862 dos jóvenes habían sido becados para estudiar en la Escuela Normal Central, mientras que, en 1891, Ysauro Ríos, pensionista sostenido por el gobierno del estado, llegó a la ciudad de Oaxaca para formarse en la Escuela Normal.

Nos permitimos cerrar este primer acercamiento a la presencia de la política educativa estatal en una región prevalentemente indígena de Oaxaca con las siguientes reflexiones,

es importante evidenciar que los actores locales conocían a detalle la legislación relativa a la instrucción pública, que se respetaban las disposiciones para la administración de sector y que existía una comunicación considerable entre los distintos órganos de gobierno encargados del ramo. El respeto de las instancias y de las reglas apunta a una participación importante de las autoridades locales en cuestiones educativas. El espacio escolar y la “administración” del preceptor se presentan como una dimensión de atención y actividad colectiva soportada, además, por el cumplimiento del pago de impuestos.

En tal contexto la retórica y legislación liberales, impuestas por el gobierno estatal, fueron asimiladas y redefinidas en función de las necesidades “comunitarias” locales, en este caso relativas a la educación de los niños de los pueblos del distrito. Finalmente, merece una mención la presencia de Yautepec en las preocupaciones del gobierno estatal para formar personal docente; su cabecera hospedó la iniciativa juarista de 1852 y, posteriormente, sus autoridades enviaron jóvenes a estudiar a la capital del estado.

Quedan sin duda pendientes, la identificación y análisis de las continuidades y las rupturas entre la organización de la instrucción en el periodo colonial y en el siglo de la afirmación del estado republicano e independiente; y un ejercicio de comparación con otros distritos o regiones del estado de Oaxaca.

Bibliografía

Escalona Lüttig, Huemac (2015), “Rojo profundo: grana cochinilla y conflicto en la jurisdicción de Nejapa, Nueva España, siglo XVIII”, tesis doctoral, Universidad Pablo de Olavide (upo) de Sevilla.

Esteva, Cayetano (1913), Nociones elementales de Geografía Histórica del Estado de Oaxaca, Oaxaca, Tipografía San Germán Hermanos.

La Crónica (1852), 17 de enero.

Murguía y Galardi, José María (1826), Estadística del estado libre de Guajaca, México, s.i.

Ruiz Cervantes, Francisco José (2001), La educación oaxaqueña en sus leyes, Oaxaca, Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca (ieepo), colección Voces del fondo.