La diversidad en la diferencia sexo-genérica: mujeres y niñas sembrando mundos

Perla O. Fragoso Lugo
Cátedras Conacyt-CIESAS Peninsular


A medida que vamos marchando, marchando, traemos con nosotras días mejores
El levantamiento de las mujeres significa el levantamiento de la humanidad
Ya basta del agobio del trabajo y del holgazán: diez que trabajan para que uno repose
¡Queremos compartir las glorias de la vida: pan y rosas, pan y rosas!
Nuestras vidas no serán explotadas desde el nacimiento hasta la muerte
Los corazones padecen hambre, al igual que los cuerpos
¡pan y rosas, pan y rosas!

Pan y rosas, James Oppenheim

El conjunto de artículos que integran este número pretende dar cuenta de la presencia de las mujeres y su participación en diversos ámbitos de la sociedad, así como su intensa actividad en la tarea de construir espacios materiales y simbólicos alternativos a la cultura patriarcal que es consustancial al orden capitalista contemporáneo. Asimismo, busca presentar la diversidad empírica de la categoría mujer, incluyendo poblaciones como las niñas y las mujeres en la vejez, poco consideradas en las investigaciones con perspectiva de género o feministas. Reconocer y presentar apenas unos ejemplos de esa diversidad -expresada en la edad (generación), la clase social, los procesos racializantes y el origen nacional- hace visible lo que una categoría clasificatoria y aglutinadora oculta: que dentro de la diferencia que nos oprime a todas existen otras diferencias que implican estructuras de opresión que también nos deben ocupar en la reflexión y el accionar feministas.

Por otro lado, permite observar la riqueza del trabajo y de la creatividad de las mujeres en el mundo, así como la labor cotidiana y tenaz que realizan en la transformación de aquellas condiciones y estructuras que favorecen, parafraseando a Gayle Rubin (1996), que la diferencia sexual continúe produciéndose como un marcador social de subordinación y desigualdad. En esta dirección, algunos de los artículos exponen casos de respuestas organizadas de mujeres frente a problemáticas específicas que precisamente afectan fundamentalmente, o de manera acentuada, a mujeres y a niñas, o bien, escritos basados en investigaciones sobre cómo y por qué dichas problemáticas nos impactan primordialmente a nosotras. Aunque la mayoría de los escritos hacen referencia a la expresión de la diversidad de mujeres y niñas en México, se incluyen también una colaboración de dos colegas cuyo trabajo y reflexiones sitúan más allá de las territorialidades de los Estados-nación, ubicándolas en la Améfrica Ladina/Abya Yala.

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Imagen tomada del Encuentro de Mujeres convocado por las zapatistas en 2018. Foto: Perla Fragoso


De “Pan y rosas” a lo “Personal es político”

En 1910, Helen Todd -activista por el sufragio femenino y por los derechos para las mujeres trabajadoras en Estados Unidos- incluyó en uno de sus discursos la frase «Pan para todos, y rosas también», refiriéndose a los derechos laborales y a las condiciones de vida digna con los símbolos del pan y de las rosas. En 1911, James Oppenheim publicó un poema llamado “Pan y rosas” en el que recupera como consigna y elemento lírico la expresión de Helen Todd, que también se convertiría en el emblema de lucha en la huelga de las trabajadoras y los trabajadores textiles -numerosamente migrantes y menores de 18 años- de la ciudad de Lawrence, Massachusetts en 1912. El movimiento feminista del siglo XX occidental hizo suya la demanda figurada en la imagen del pan y las rosas. Para los años 80 de ese intenso siglo, las mujeres habían conseguido el derecho al sufragio en prácticamente todas las geografías del mundo, así como un creciente ingreso a distintos espacios laborales, pero en marcadas condiciones de desigualdad en relación a los hombres.

A pesar del legado de las feministas sufragistas y socialistas, la desigualdad de oportunidades y en las condiciones de origen para las mujeres y niñas pervive como un lastre arraigado en las estructuras culturales, políticas, económicas e ideológicas del mundo en el siglo XXI. La Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW por sus siglas en inglés), mecanismo creado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1979, consigna en sus informes periódicos constantes y numerosas violaciones de los derechos humanos de las mujeres en los Estados que la han ratificado, entre ellos el Mexicano. A pesar de que la CEDAW es un instrumento jurídicamente vinculante, es decir, que obliga a los Estados a garantizar la adopción de las medidas necesarias para eliminar la discriminación contra las mujeres practicada por cualesquiera personas, organizaciones o empresas (Artículo 2 de la Convención), la eliminación de las estructuras discriminatorias -no sólo el sexismo, sino también el racismo y otros “ismos”- resulta imposible sin el reconocimiento de que “Las «diferencias» raciales y de género, lejos de ser un hecho sin más, son producto de la dinámica de poder que asigna a las personas a posiciones estructurales dentro de la sociedad capitalista” (Fraser, 2018:123).

Los feminismos no hegemónicos, en su manifiesta pluriversidad, justamente se han construido en esta crítica radical a un sistema que al separar artificial y artificiosamente la producción de la reproducción, y la explotación de la expropiación, oculta que la opresión del capital no puede separarse de la opresión de género y racial, por lo que plantean como horizonte una posible refundación civilizatoria libre de colonialidad, en la que el trabajo reproductivo, de cuidados y afectivo, sea un trabajo común a todos los géneros y se reconozca el valor sustantivo que tiene en el cuidado y posibilidad de ser de la vida misma. De hecho, desde el movimiento feminista de los años setenta se buscó posicionar el problema de la falsa dicotomía entre la producción y la reproducción al revirar el sentido de lo político -que en la tradición liberal y moderna se equipara a lo público y a la actividad de los hombres- al sostener que “Lo personal es político”[1].

En su libro Política sexual (1969), Kate Millet elaboró una propuesta analítica que trasciende la visión de este campo como uno institucional y que se produce básicamente en al ámbito electoral y público. Millet definió a la política como el conjunto de estrategias destinadas a mantener un sistema de dominación, e identificó a la sexualidad y a la familia -estos ámbitos juzgados por la tradición política moderna como privados y personales- justamente como aquellos donde se ejerce la dominación patriarcal, es decir, la política sexual. La autora afirma que al igual que los “pueblos coloniales y preindustriales”, las mujeres han sido colonizadas por un imperialismo masculino cuya dominación ha arraigado de manera sutil en las prácticas culturales y sistemas de saber, que organizan la vida cotidiana y asignan valores dicotómicos al trabajo productivo y reproductivo -devaluando a este último- y al control de la sexualidad -incluyendo el deseo y los cuerpos- de las mujeres. Las implicaciones de la afirmación “Lo personal es político” no sólo fueron de orden reflexivo y teórico, también se instalaron en la agenda misma de acción feminista reivindicando las luchas colectivas para atender problemáticas antes consideradas privadas, como la violencia de género contra las mujeres y nuestro derecho a decidir con libertad sobre nuestra vida sexual y reproductiva.

El tiempo de los feminismos-otros

Andamos
cambiándonos nosotras
para cambiar el mundo.

Feminismo, Guisela López

Sostener y proyectar la crítica radical al patriarcado, al racismo y al capitalismo como parte de la misma estructura de opresión, subordinación y expropiación ha implicado la propia reelaboración de los entresijos del movimiento feminista, cuyo fundamento no sólo es la denuncia y la crítica, sino también la transformación. Desde las últimas décadas del siglo XX la actividad de los feminismos negro, chicano, lesbiano, comunitario y el transfeminismo ha implosionado a un movimiento con sus propias hegemonías y centros. En los años ochenta Audre Lorde escribió:

Estar juntas las mujeres no era suficiente, éramos distintas. Estar juntas las mujeres gay no era suficiente, éramos distintas. Estar juntas las mujeres negras no era suficiente, éramos distintas. Estar juntas las mujeres lesbianas negras no era suficiente, éramos distintas. Cada una de nosotras tenía sus propias necesidades y sus objetivos y alianzas muy diversas. La supervivencia nos advertía a algunas de nosotras que no nos podíamos permitir definirnos fácilmente, ni tampoco encerrarnos en una definición estrecha… Ha hecho falta cierto tiempo para darnos cuenta de que nuestro lugar era precisamente la casa de la diferencia, más que la seguridad de una diferencia particular (1982:777-378).

La imagen de “la casa de la diferencia” que emplea Lorde para referirse al cronotopos de los feminismos-otros, periféricos o decoloniales, resulta elocuente para dar cuenta de la configuración de un movimiento que se autoreconoce como un espacio habitado por la diferencia y su accionar crítico de la modernidad patriarcal y sus estructuras de legitimidad: la blanquitud, la heterosexualidad, la racionalidad androcéntrica y adulta. Las protagonistas de estos feminismos-otros han realizado los análisis de sus propias subordinaciones y reconfigurado epistemologías y metodologías de saber que no subordinan los saberes ordinarios o “saberes de la gente” (Foucault, 2001:21-22) -considerados por el saber hegemónico y experto como “saberes ingenuos, saberes jerárquicamente inferiores, saberes por debajo del nivel del conocimiento o de la cientificidad exigidos”- a su accionar, sino que los reivindican. La apuesta de estos feminismos es por la generación y germinación de un conocimiento desde la colectividad, basado también en las necesidades, experiencias y vida afectiva de quienes los integran.

A lo largo de este dossier las personas lectoras encontrarán escritos que abordan algunas de las expresiones de la diversidad en la diferencia sexo-genérica, así como la construcción de iniciativas, prácticas y espacios feministas. Esto, en un contexto crítico y que ha intensificado muchas de las desigualdades históricamente instaladas en el mundo debido, más que a la pandemia por el SARS-CoV-2, por la gubernamentalidad biopolítica instaurada en los tiempos de un capitalismo que ha aprendido a gestionar las crisis a favor de su reproducción y no la de la vida.

En su texto, Hiroko Asakura nos muestra un panorama de los abordajes en torno a las mujeres migrantes quienes, a pesar de su participación en estas dinámicas de movilidad desde siempre, no fueron reconocidas como sus actoras y protagonistas durante décadas. Además de dar cuenta de algunas características propias de la migración de mujeres -marcada justamente por una posición de desventaja estructural- la autora nos muestra cómo en los nuevos escenarios migratorios definidos por contextos globales y locales de mayor precarización y violencia, las mujeres migrantes han modificado y adaptado sus roles y prácticas de cuidado a distintas formas de maternidad como la transnacional, la maternidad en movimiento -principalmente visible en las grandes caravanas-, y la maternidad en espera. Por su parte, Patricia Rea, a través de un ejercicio sociodemográfico y analítico, muestra la desigualdad social a la que las mujeres indígenas, y de manera especial, las mujeres indígenas personas adultas mayores (MIPAM), han estado sujetas históricamente. Pero también presenta, como contraparte, cómo estas mujeres son las guardianas, transmisoras y reproductoras de patrimonios y legados muy antiguos vitales para su supervivencia o la de sus comunidades, e incluso de la humanidad. Sobre otra minoría etaria, en términos políticos, de una minoría étnica trata el texto de Sarai Miranda, quien expone cómo el trabajo remunerado infantil en Chiapas representa potencialmente y a la vez una zona de riesgo y experiencias de violencia para las niñas indígenas, y un ámbito de libertad y afirmación de sí mismas y su horizonte de vida.

También desde territorio chiapaneco, Mónica Carrasco nos comparte su reflexión, con bases etnográficas y en clave feminista, sobre el poder en el desarrollo de dos proyectos de incidencia con mujeres para enfrentar la violencia de género en plena pandemia de COVID-19. Su participación en el desarrollo de dichos proyectos -que favorecieron la organización colectiva de mujeres sobrevivientes de violencia de género para acompañarse, cuidarse, defenderse y procurar su autonomía económica- le permitió hacer un análisis sobre los procesos organizativos y la manera en la que las relaciones de poder explican las diversas tensiones que surgen en los mismos. En otra geografía del sureste mexicano, Rosa Pech comparte una crónica de la valiente y necesaria movilización estudiantil feminista que encabezó para fundar UADY Sin Acoso, agrupación integrada por mujeres estudiantes de diferentes licenciaturas de la Universidad Autónoma de Yucatán, quienes visibilizan, denuncian y acompañan a víctimas de acoso y violencia sexual en dicha institución, posicionando en la agenda universitaria una problemática que se ocultó por décadas.

Sobre otra iniciativa de mujeres construyendo prácticas alternativas y feministas presenta su texto Libertad Chávez. Ella aborda el caso de las ciclistas urbanas en el Área Metropolitana de Monterrey, quienes se han organizado frente a los esquemas de modalidad urbana predominantes que les afectan para accionar, mediante la práctica ciclista, procesos de agenciamiento, particularmente de mujeres y niñas, en términos de su movilidad actual en la ciudad, “…y que al mismo tiempo suman a la construcción de imaginarios de una movilidad urbana justa, equitativa y sostenible en la ciudad”.

Con un texto colectivo y escrito a varias manos, corazones latientes y zumbidos de abejas, Miriam Aldasoro, Edith Carrera, Concepción Acosta, Francisco José Gómez y la Colectiva MARETUX de Meliponicultoras Agroecológicas en Red de Los Tuxtlas Veracruz, nos comparten su labor en la crianza de abejas nativas sin aguijón, que representa a la vez una posibilidad de que las mujeres construyan autonomía económica y laboral al tiempo que despliegan acciones de cuidado, conservación y defensa del patrimonio biocultural de su región. Sobre la actividad laboral de las mujeres en la actividad pesquera en Mazatlán, Sinaloa habla Carolina Peláez en un texto que da cuenta de la segregación sexo/genérica que experimentan en este trabajo precario, incierto y en el que sus habilidades manuales y sensoriales son sobreexplotadas. Pero a la vez reconoce que estas mujeres, más allá de resistir a este contexto, lo desafían al trastocar, en su actuar cotidiano, un ordenamiento de género establecido sobre cómo debe comportarse una mujer. Justamente en torno al desafío colectivo a otro ordenamiento, en este caso racializante y racista, de la presencia negra y africana en los moldes reduccionistas del Estado-nación moderno hacen referencia Aline de Moura y Montserrat Aguilar, mujeres que se reivindican como investigadoras negras, una brasileña y una afropurepécha, ocupadas en visibilizar la categoría político-cultural de amefricanidad como una alternativa onto-epistémica para la autodefinición de los negros nacidos en un contexto ladino-amefricano.

En el dossier se integra otro texto a varias manos que también es producto del trabajo colectivo y organizado de mujeres ocupadas en hacer visible la brecha digital de género entendida tanto como la posibilidad de acceder a Internet y a dispositivos, como la posibilidad de contar con habilidades y un contexto educativo favorable que propicie que las niñas y mujeres aprovechen la tecnología para su bienestar. Paola Ricaurte, Ivanna Martínez, Ximena Rangel, Natalia Farah y Lilly Maldonado dibujan esta problemática pero también señalan la existencia de múltiples iniciativas de comunidades en zonas rurales y urbanas de México que en su quehacer cotidiano construyen condiciones de posibilidad para futuros alternativos y tecnodiversos. En la línea de prefigurar horizontes feministas en espacios donde la participación de las mujeres aumenta y se consolida día a día, está el escrito de Amaranta Cornejo, en el que reflexiona sobre ciertas dinámicas sociales que son sostenidas por la imbricación del patriarcado y el neoliberalismo, y que dan por resultado una perniciosa moralidad neoliberal, que orilla a las mujeres académicas a vivir el síndrome del burnout de manera intensificada y en mayor proporción en relación a los hombres académicos, en gran parte debido a que a nuestro trabajo productivo profesional, se suma toda la labor reproductiva que recae fundamentalmente en nosotras por nuestra condición de género.

En la sección de Cinemántropos se encuentra la contribución de Eréndira Martínez a este dossier conmemorativo. Eréndira nos presenta el mediometraje documental Flores de la llanura (2021) de la antropóloga visual Mariana Xochiquetzal Rivera García, un trabajo colaborativo con mujeres tejedoras de la cooperativa “Flor de Xochicahuastla”, de la comunidad del mismo nombre ubicada en la costa chica de Guerrero. A través de su narrativa tejida con los hilos de las metáforas florales que abundan en el documental, Eréndira nos invita a conocer y conmovernos con la historia de trabajo, dignidad, cooperación y sororidad de sus protagonistas, quienes también han experimentado y sufrido la violencia feminicida, “la pandemia en la sombra” (ONU Mujeres) en México y en el mundo.

La presencia y actividad de otras muchas mujeres no se ha podido incluir en este número debido a las limitaciones propias de cualquier publicación, pero las mujeres campesinas, las mujeres trans, las sindicalistas, las mujeres con alguna discapacidad física o intelectual, las mujeres de la comunidad LGTBIQ+, las mujeres no occidentales, las mujeres zapatistas, las mujeres que son minoría en la diferencia, y por supuesto aquellas cuya presencia física ha sido pausada por su desaparición, como es el caso de Mayela Álvarez y de tantas miles más, y de aquellas cuyas vidas fueron sesgadas por la violencia feminicida, forman parte de esta colectividad que impulsa ese otro horizonte civilizatorio feminista y por el que gracias al legado de las mujeres de “Pan y rosas”, este 8 de marzo volvemos a tomar las calles para entonar al unísono “Se va a caer, se va a caer, el patriarcado se va a caer. Lo va vencer, lo va vencer, el feminismo lo va a vencer”.

Bibliografía


Foucault, Michel (2001), Defender la sociedad, México, Fondo de Cultura Económica.

Fraser, Nancy y Jaeggi, Rahel (2018), Capitalismo. Una conversación desde la Teoría crítica, Madrid, Ediciones Morata.

Lorde, Audre (1982), Zami. Una biomitografia. Una nueva forma de escribir mi nombre, Madrid, Instituto de la Mujer, Editorial, horas y HORAS, Ministerio de la Igualdad-Editorial.

Millet, Kate (1969), Política sexual, Madrid, Ediciones Cátedra.

Rubin, Gayle (1996), “El tráfico de mujeres. Notas sobre la `economía política´ del sexo” en Martha Lamas (comp.), El género. La construcción cultural de la diferencia sexual, México, Miguel Ángel Porrúa-PUEG/UNAM, pp. 35-96.

Páginas web consultadas


ONU Mujeres, “La pandemia en la sombra: violencia contra las mujeres durante el confinamiento”, https://www.unwomen.org/es/news/in-focus/in-focus-gender-equality-in-covid-19-response/violence-against-women-during-covid-19, consultada el 8 de marzo de 2022.

  1. En 1969, Carol Hanisch escribió un ensayo cuyo título fue precisamente “Lo personal es político”. Hanisch, que formaba parte de los movimientos de liberación femenina en Estados Unidos, lo escribió como comentario interno para la sección feminista de la Southern Conference Educational Fund, donde trabajaba para establecer un movimiento feminista en el Sur de los Estados Unidos.