Prácticas y saberes agropecuarios en la Mixteca:
un patrimonio histórico vivo

Marta Martín Gabaldón[1]
Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, Unidad Oaxaca

El pasado mes de mayo de 2022, se presentó en la Casa de la Cultura de Tlaxiaco el libro de las arqueólogas Verónica Pérez y Verenice Heredia titulado La epopeya de la Mixteca (2020), una valiosa síntesis en clave divulgativa de los hallazgos arqueológicos y etnohistóricos que nos ayudan a entender cómo se conformaron a lo largo del tiempo las sociedades complejas en la Mixteca. En dicha plática se manifestó una idea interesante que sirve de caracterización: las mixtecas y los mixtecos, del pasado y del presente, han generado sociedades muy resilientes porque históricamente han habitado entornos que, a priori, podríamos considerar hostiles. En distintas etapas del pasado, la cultura mixteca escogió los abundantes cerros del paisaje –sus cimas y también las laderas medias– para establecer los centros cívicos y ceremoniales que serían el corazón de sus unidades político-territoriales, denominadas ñuu. Esto supuso un considerable esfuerzo organizativo para edificar, mantener y hacer habitables los entornos escarpados y de no siempre fácil acceso. En el presente, los habitantes de muchas partes de la Mixteca, eminentemente campesinos, han de lidiar con la deforestación, la erosión y el considerable deterioro de los suelos para continuar llevando a cabo las labores agropecuarias que garanticen su subsistencia.

Esta situación nos hace preguntarnos acerca de las estrategias que despliegan los pueblos para la reproducción de la vida y la cultura en los espacios que, con mucha probabilidad, fueron habitados por cientos de generaciones de mixtecas y mixtecos. Si pensamos en los contextos contemporáneos en los que la producción está sujeta a las normas del capitalismo y a la articulación de su mercado laboral, con mucha probabilidad identificamos de manera clara la migración –estatal, nacional e internacional– como el recurso más llamativo al que se avienen las comunidades para garantizar una vida digna en otras latitudes gracias al trabajo en actividades agrícolas, industriales o del sector servicios. Se trata de un fenómeno complejo que amerita una cuidadosa revisión cuantitativa y cualitativa, pero, de acuerdo con lo observado por Matthew Lorenzen (2021) en torno a la dinámica poblacional de los municipios que integran el área del Geoparque Mixteca Alta,  a grandes rasgos podemos sostener que desde mediados del siglo XX se produjo un intenso despoblamiento, relacionado en gran medida con los procesos migratorios, que se vio estabilizado desde mediados de la década del 2000 a partir de dos fenómenos vinculados a la denominada nueva ruralidad, a saber: la terciarización del trabajo a nivel local y la movilización pendular diaria por motivos laborales y educativos, posibilitada, a su vez, por la mejora en las vías de comunicación.

Tal y como han mostrado numerosas investigaciones antropológicas, la movilidad que implica la migración no supone ni mucho menos el desvanecimiento de las manifestaciones culturales colectivas, sino que a través de ciertas prácticas la identidad mixteca sale reforzada (Nagengast y Kearney, 1992; Leal, 2001). En los contextos urbanos nacionales, son numerosos los comités de radicados que realizan actividades en pos de fomentar la cohesión comunitaria y que contribuyen al mantenimiento y transmisión de lo que podemos considerar como patrimonio cultural intangible (danzas, rituales, narraciones, gastronomía, etc.).

Sin duda, esta veta nos llevaría al análisis de interesantes aspectos vinculados con el patrimonio mixteco. Sin embargo, en este artículo deseamos dialogar acerca de otro tipo de patrimonio relacionado con un segundo conjunto de estrategias que desarrollaron y desarrollan quienes permanecen en Ñuu Savi, el País de la Lluvia, para garantizar la subsistencia. Nos referiremos a ciertas prácticas y técnicas agrícolas que suponen una muestra óptima de aprovechamiento de los elementos hídricos y ecosistémicos que se relacionan, a su vez, con las formas de organización social mixteca. Sirva este somero repaso para poner en valor dos tipos de patrimonio: por un lado, el que es muestra de la transmisión de saberes en torno a la tierra y sus recursos y, por otro, el que constituye el conocimiento generado a partir del análisis de las sociedades que han atraído poderosamente la atención de numerosos estudiosos que se han acercado con respeto y admiración a la Mixteca (como es el caso de quien escribe estas líneas).

La deforestación y la erosión son los protagonistas en el paisaje en extensos enclaves de la Mixteca, sobre todo en las conocidas como Alta y Baja. En algunos lugares la situación es tan palmaria que se hace difícil imaginar que dichos entornos albergaron señoríos importantes y populosos, como sucede en la región de Coixtlahuaca. Sin embargo, las investigaciones nos indican que, en general, los lugares actualmente más erosionados de la Mixteca Alta son los mismos que tuvieron las concentraciones de población más altas y fueron más ricos durante el periodo Natividad (denominación cronológica regional utilizada para cierto momento del Posclásico mesoamericano) (Spores, 2007: 6-7; Kowalewski y otros, 2009: 319). Tenemos dos elementos sobresalientes en este complejo panorama: los suelos conocidos como Formación Yanhuitlán y el sistema de aterrazamiento lama-bordo o coo-yuu.

La Formación Yanhuitlán es un tipo de suelo compuesto por rellenos de materiales calizos rojizos o por fragmentos de arenisca escasamente cimentados por medio de carbonatos que se depositaron sobre cuencas lacustres durante el periodo Cretácico (era Mesozoica, aproximadamente hace 145 millones de años). Son suelos óptimos para practicar la agricultura, pero también son los más susceptibles al desgaste. Una vez se han expuesto a este fenómeno, producen una capa calcárea que se puede cortar en bloques; así se origina el endeque, material de construcción ampliamente utilizado en la Mixteca (Kirkby, 1972: 14-15). El sistema de terrazas supuso una innovación notable para aumentar la producción agrícola en momentos donde el aumento demográfico ejercía mayor presión sobre los recursos, tal y como observó Ronald Spores (1969) en un trabajo pionero en el estudio de los asentamientos y la tecnología agrícola en el valle de Nochixtlán durante los periodos Clásico, Posclásico y comienzos de la época colonial (fig. 1). Denomino lama-bordo, de manera muy descriptiva, los aterrazamientos agrícolas mixtecos, pues se aprovechaban las superficies cóncavas de las laderas para crear depósitos de lama (cieno fértil formado por acumulación de agua durante un tiempo) gracias a la detención generada por el bordo (dique o elevación de palos, tierra y piedras que se hace para retener el suelo y las aguas). En algunas partes de la Mixteca, el sistema se conoce como de jollas, y el término mixteco es igualmente descriptivo del aspecto que adquieren las terrazas, aunque en una vertiente más metafórica: coo-yuu, serpiente-piedra.

Fig. 1. Bordo en La Unión Libertad Ixtaltepec, Asunción Nochixtlán

Fotografía: Vinik Jure tomada de Wikipedia. https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=105854825


Esta técnica supuso una muy efectiva manera de administrar y mantener los suelos y el agua y así incrementar la tierra cultivable a través de la adaptación de los cursos normales del agua que baja por las laderas, optimizando la humedad. La erosión entra en juego con un papel doble: por un lado, se logró detener el desgaste por arrastre de las laderas más altas y, por otro, supuso, en sí, un mecanismo de “erosión intencionada” que buscó exponer los suelos fértiles que se encontraban bajo capas de caliche que fueron “cortadas” para este fin. Por lo tanto, las terrazas lama-bordo, aunque enormemente productivas, necesitan un mantenimiento constante para su conservación debido a que son un sistema que juega con la fragilidad de los suelos.

En época colonial, el cese del trabajo de los suelos de la Formación Yanhuitlán mediante esta técnica, aunado a la introducción de ganado menor en cantidad muy numerosa, contribuyó a remover las capas de suelo fértil y a presentarnos un panorama paisajístico árido y desgastado. Pero ¿qué factores intervinieron en el desuso de las terrazas? Tomemos el ejemplo de lo observado en el valle de Tlaxiaco.

El declive demográfico estrepitoso que sucedió durante la primera mitad del siglo XVI –se estima que se perdió en torno al 41.2% de la población– pudo empujar a los habitantes de Tlaxiaco a desear congregarse de manera voluntaria en 1553 en los alrededores del convento dominico que se había comenzado a construir. Investigaciones recientes inciden en que, aunque algunas terrazas lama-bordo fueron poseídas por los yya (señores) o los toho (nobles) y trabajadas por tay situndayu o terrazgueros a su servicio, una parte importante también pudieron ser explotadas por ñandahi o comuneros como parte de su solar doméstico. Verónica Pérez Rodríguez (2016: 23) indica que, en la actualidad, la construcción y mantenimiento de las terrazas se lleva a cabo en el seno de la unidad familiar, en grupos de cuatro a ocho miembros, y que cuando se precisan actividades extraordinarias como limpiar los campos, sembrar o remover el suelo, acuden en ayuda los miembros de otras casas vecinas, en pago de gueza o trabajo comunitario. La investigación arqueológica ha arrojado interpretaciones similares, lo cual permite aducir que la agricultura intensiva por medio de terrazas precisaba de unas relaciones sociales bien tejidas, y que la drástica bajada demográfica acaecida durante el siglo XVI alteró irremediablemente. En el siglo XVII, Francisco de Burgoa (1989: t. I: 275) caracterizó la explotación de las terrazas como empresa familiar y describió con estas palabras el abandono de aquel paisaje esculpido en los cerros:

todos los montes y barrancas están hoy señalados de camellones de arriba abajo, como escalones guarnecidos de piedras, que eran las medidas que daban los señores a los soldados y plebeyos, para las siembras de sus semillas, conforme a la familia de cada uno, y duran hasta hoy seguidos los camellones, aunque robados en las quebradas con las crecientes y avenidas de los arroyos.

Entonces, la bajada demográfica registrada en el valle Tlaxiaco, por un lado, hizo menos necesaria la intensificación de la producción –por lo menos para consumo interno–, y por otro, sin duda dificultó la explotación de las terrazas agrícolas. Estos factores probablemente impulsaron la solicitud de traslado junto al convento y motivaron el “giro productivo” que privilegió la consolidación de Tlaxiaco como un importante nodo comercial (como lo es hasta nuestros días). Es decir, el declive de las actividades agrícolas tradicionales se pudo ver compensado por las mercantiles, las cuales, si bien se erigieron sobre un flujo importante de personas y mercancías ya existente, se vieron potenciadas por los españoles (Martín, 2018: 248-250).

Otra manera de sacar el máximo provecho a la lluvia, elemento que da nombre al espacio sociohistórico de nuestro interés, Ñuu Savi, es mediante la selección de semillas que, al ser cultivadas en los sistemas lama-bordo, proporcionan un rendimiento óptimo. Un dilatado proceso de selección biológica originó una raza de maíz –que implica numerosas variedades– conocido como mixteco, cuyo cultivo se extiende, sobre todo, por el sur de Puebla y por la parte occidental del estado de Oaxaca. En concreto, nos referimos al maíz de cajete o de humedad, el cual se siembra en febrero o marzo, antes de la temporada de lluvias. Lo que describimos a continuación es el proceso contemporáneo, pero los datos arqueológicos y los análisis de suelos indican que este sistema pudo ser puesto en práctica desde, cuando menos, dos milenios atrás. Se utiliza un palo plantador o coa que dispone de una pala en un extremo y un pico de hierro en el otro; se horadan agujeros circulares (cajetes) hasta encontrar suelo húmedo y se inserta el pico metálico unos 35 cm para depositar la semilla. Esto hará que la planta germine y permanezca casi sin crecer, protegida del sol y de la sequía, hasta que inician las lluvias. Este tipo de maíz posee un ciclo vegetativo muy tardío (de hasta nueve meses) pero genera una planta resistente, con porte y mazorcas grandes. Pero no termina aquí el aprovechamiento de las superficies aterrazadas, pues el espacio se ocupa también para la siembra de otros maíces menos tardíos. Entre abril y mayo, sin necesidad de emplear coa, se siembran directamente en el surco otras variedades y ya en época de lluvias (a finales de junio o comienzos de julio), los lomeríos se aprovechan para la siembra de variedades con ciclo vegetativo corto (tres meses y medio) que serán de porte bajo (Conabio, 2020). En las jollas o bordos el maíz de cajete puede ser sembrado todos los años debido a los abundantes nutrientes que se concentran, mientras que en los terrenos planos esto sucede “por año y vez”, es decir, se necesita dejar en barbecho por un año para que se recargue. Pese al ciclo largo de la planta, su producción le permite al campesino aumentar sus rendimientos hasta en un 30% por hectárea. En el plano cultural, la mencionada gueza o trabajo comunitario de cooperación acompaña la siembra y mantenimiento de los bordos, pues se demandan muchas manos para atender tareas de tanta exigencia física (Rivas, 2008).

El cultivo en terrazas lama-bordo o jollas no es el único sistema productivo en la Mixteca que necesitó de la intervención organizada de numerosa mano de obra. Las recientes investigaciones dirigidas por Manuel Hermann en el seno del proyecto “Sociedad, gobierno y territorio en los Señoríos de la Mixteca: siglos XVI-XVIII. Segunda fase” nos han permitido conocer unas impresionantes estructuras, con seguridad relacionadas de una manera u otra con la producción agrícola, sobre las que todavía pesan muchas interrogantes. Me refiero a los pequeños muros conocidos como pretiles, de hasta 1.3 m de altura y separados entre sí entre 0.75 y 2.5 m, y las numerosas construcciones circulares de piedra, similares a un iglú –conocidas localmente como “casas de gentiles”– que se edificaron en una extensa área que abarca aproximadamente 67 km2 en los lomeríos de Yodo Tindaka (Llano de las Avispas), Tilantongo (fig. 2). Este espacio se sitúa al occidente del cañón del río Cajón, en altitudes que oscilan entre los 2 300 y los 1 300 msnm, con clima templado subhúmedo en las partes altas y semicálido subhúmedo en las bajas. Hoy día, en el paisaje predomina la vegetación arbustiva de bosque de encino, palmar inducido y pastizal inducido. El crecimiento de la palma, extensamente aprovechada en muchas partes de la Mixteca para la elaboración de objetos de uso cotidiano, se asocia a suelos derivados de rocas ricas en carbonatos de calcio y su desarrollo se asocia a la ocurrencia de incendios periódicos provocados por los seres humanos. Por su parte, el pastizal se compone por gramíneas de diferentes especies y se asocia a las transformaciones del paisaje ocurridas desde época colonial asociadas con el desarrollo de la ganadería de ovejas y cabras.

Figura 2. Pretil y “Casa de gentiles” en Llano de las Avispas, Tilantongo

Fotografía: Marta Martín Gabaldón (junio de 2018).


El análisis de suelos llevado a cabo por Norma López Castañeda ha revelado que los pretiles funcionan como barreras que represan y favorecen la acumulación y conservación de unos suelos someros (no profundos, con la roca cerca de la superficie) pero que contienen abundante materia orgánica. Por lo tanto, son fértiles dado que los pretiles actúan como reservorios de nutrientes y humedad para el crecimiento de las plantas. Aunque el agua disponible es escasa y la capacidad de retenerla contra la gravedad es muy baja, de no existir los pretiles y dada la pendiente promedio de las laderas (considerada como moderadamente escarpada), la mayoría del suelo habría sido removido por procesos erosivos severos porque casi toda el agua de lluvia se perdería por escurrimiento o infiltración a través de grietas en las rocas.

Todavía faltan muchas interrogantes históricas por resolver para comprender a cabalidad contexto preciso de construcción y uso este imponente sistema agrícola. Por ejemplo, ¿qué temporalidades abarca todo el sistema?, ¿hasta cuándo estuvo en uso?, ¿cuáles fueron las funciones de las “casas de gentiles”? Y, quizá, la pregunta más sobresaliente, ¿qué señoríos o centros políticos tuvieron la capacidad de movilizar una mano de obra que se presupone numerosa, dada la extensión de todo el sistema, para la construcción y el mantenimiento de los pretiles, y en qué condiciones sociales? En el trabajo próximo a publicarse titulado “Yodo Tindaka (Llano de Avispas). Identificación histórica, geográfica y territorial de un sitio arqueológico en la Mixteca Alta”, proporcionamos una primera aproximación integral. Observando todo el conjunto, podemos suponer que el enorme esfuerzo humano invertido se vio compensado por cosechas que permitieron el buen sostenimiento de la población. Entonces, estamos ante una tecnología que permitió a los habitantes de la Mixteca, una vez más, adaptarse a un ambiente que no contaba con las condiciones óptimas para el sostenimiento de la vida a través de las actividades agrícolas.

Desde hace décadas, la investigación etnohistórica ha observado que, en la Mixteca, entendida como el amplio espacio sociohistórico que abarca multiplicidad de ambientes y ecosistemas –desde lugares cálidos y áridos hasta valles altos y fríos y tierras tropicales bajas–, existió interconexión entre los distintos entornos productivos no sólo a través de redes de intercambio sino a partir de los mismos mecanismos que cohesionaron las entidades político-territoriales. Nuevamente, Ronald Spores (1974) puso énfasis en la importancia de las alianzas matrimoniales, junto con otras fuerzas tanto coercitivas como voluntarias, en la formación, expansión e integración de los señoríos, pues contribuyeron a la creación de redes sociales, políticas y económicas que vincularon numerosos centros políticos y pueblos en un amplio campo social que integraba zonas geográficas variadas. En este sentido, se mira como posible parangón a los análisis que realizó John Murra en el entorno andino desde la década de 1950 en relación con el control vertical de los pisos ecológicos, aunque todavía resta realizar investigación exhaustiva acerca del funcionamiento de muchos señoríos mixtecos para articular una teoría al respecto.

Sin embargo, el estudio de algunos entornos particulares ha permitido reconocer ciertos mecanismos de complementariedad ecológica practicados al interior de algunos señoríos y en relación con otros del mismo entorno. El territorio de la cañada de Yosotiche, hoy perteneciente al municipio de Putla Villa de Guerrero, estuvo repartido –y ampliamente disputado– entre los señoríos de Tlaxiaco, Chicahuaxtla y Ocotepec, quienes, a su vez, arrendaron tierras a españoles y a las órdenes religiosas para el cultivo de caña y para el establecimiento de trapiches. En este conjunto ecológico, las poblaciones se asentaron tanto próximas a las planicies aluviales del fondo del valle, a unos 700 msnm, como en las laderas medias y en las partes altas de las montañas que enmarcan la cañada, hasta los 2 800 msnm.

Los centros políticos poseían tierras de manera entreverada formando lo que John Monaghan (1994) observó como “archipiélagos”, lo cual permitió diversificar el aprovechamiento del medio y articular un sistema de intercambio de productos entre las tierras altas y frías, las templadas y las bajas y cálidas. En su trabajo antropológico y etnohistórico desarrollado en la década de 1980, todavía pudo documentar una estrategia en torno al maíz denominada Na Sama. La escasez en las localidades montañosas de la cañada –entre otras, Santa María Yucuhiti, Santiago Nuyoo y San Pedro Yosotato– comenzaba en julio y daba paso a los meses denominados yoo tama (“de hambruna”); en este momento se podía disponer del maíz cultivado en el fondo del valle, sembrado entre diciembre y enero con sistemas de regadío y cosechado entre julio y agosto. Complementariamente, cuando comenzaban los yoo tama en valle, entre marzo y abril, podían disponer del maíz de las montañas sembrado entre febrero y mayo y cosechado entre noviembre y enero.

De manera similar, Esther Katz (1994) en la década de 1990 puso de manifiesto con detalle el manejo que los habitantes de la ranchería de San Pedro Yosotato, perteneciente al municipio de Santiago Nuyoo, realizaban de sus tierras comunales y ejidales, distribuidas verticalmente en distintos nichos ecológicos. Resulta especialmente interesante la variedad de maíces y cultivos asociados sembrados en la tierra fría y templada que circunda el pueblo, aquellos que se dan en la cumbre del cerro que domina el pueblo y los de la tierra caliente. Con mucha probabilidad, durante la época colonial operaron sistemas en torno a diversos productos agrícolas similares a los descritos.

Por último, me gustaría aludir a una actividad de gran importancia histórica en la Mixteca que perfiló la dinámica económica de los pueblos, los caciques y los españoles y medió en, en cierto sentido, en las relaciones entabladas para el uso del espacio: la ganadería. Algunas interpretaciones apuntan a que el inicio de la domesticación de cabras, ovejas y otros animales en el entorno protohistórico del Mediterráneo oriental (en la denominada Edad de los Metales, entre el 60000 y el 1000 a. C.) conllevó una dura competencia por los espacios entre los pueblos ganaderos trashumantes y los pueblos de agricultores sedentarios. Esta lucha tomó forma de mito en el relato del asesinato de Abel (el ganadero) a manos de Caín (el agricultor) recogida en el libro bíblico del «Génesis». Pues bien, como indicamos previamente, aunque es sabido que la ganadería ovina y caprina lleva aparejada pérdida de masa forestal y reducción de la capacidad productiva del suelo por el impacto que el paso de los hatos y rebaños tienen sobre el suelo, hoy día se reconoce como clave el binomio agricultura-ganadería para complementar la economía familiar. Estas actividades, desarrolladas de forma adecuada, posibilitan el reciclado de nutrientes, pues parte de la cosecha agrícola sirve para la alimentación del ganado y su excremento es usado como abono (Agronoticias, 2020).

En el pasado colonial, el ganado menor pobló extensamente la Mixteca y constituyó buena parte de la riqueza de las repúblicas de indios, a quienes desde el siglo XVI habían sido concedidas mercedes para el establecimiento de estancias en calidad de propios o como bienes de comunidad, es decir, cuyas ganancias habrían de contribuir al mantenimiento de los pueblos. Como señala Ángeles Romero Frizzi (1990: 95-97), el desarrollo de la ganadería en manos indígenas en un volumen tan significativo condujo a que se produjeran no pocos conflictos al interior de los pueblos y entre las comunidades vecinas por el daño ocasionado por el ganado a las sementeras. Ya entrado el siglo XVII esta situación se pudo ver agravada por el tránsito de los ganados en las denominadas “haciendas volantes”, las cuales consistían en pastos rentados tanto a los caciques como a las comunidades por los españoles poseedores de rebaños y hatos, fundamentalmente de Teposcolula y la actual Puebla, en su camino trashumante anual hacia la costa. Los pastores y sus familias, conducidos por los mayordomos, se dirigían desde la Mixteca Baja al área de Teposcolula y seguían luego hacia Tlaxiaco para transitar por el suroeste de la jurisdicción, pasando por Cuquila y Chicahuaxtla, desde donde bajaban hacia los llanos cálidos de Putla para continuar hacia Pinotepa y Jamiltepec. El paso del ganado trashumante pudo haber orillado a los pueblos a establecer cierto tipo de acuerdos en torno a los lugares de paso del ganado, los cuales también pudieron perfilar la dinámica político-territorial.

La gran fiesta de la matanza de chivos cebados que se lleva a cabo en la actualidad entre los meses de octubre y noviembre en Huajuapan y Tehuacán, con la consiguiente elaboración del tradicional mole de caderas, supone una remembranza del fin del ciclo de trashumancia, cuando el ganado regresaba a la Mixteca Baja ya habiendo sido alimentado en los fragosos pastos de la costa. Esta fiesta forma parte del patrimonio gastronómico y cultural y nos permite poner la mirada sobre el pasado y sobre las prácticas agropecuarias que han desarrollado los pueblos durante siglos, las cuales podemos considerar que, del mismo modo, acrecientan el enorme patrimonio mixteco de saberes en relación con el territorio y con la naturaleza.


Bibliografía

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[1] Investigadora en el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, Unidad Oaxaca

martamgabaldon@unam.mx