Susana Vázquez Vidal
Estudiante de Doctorado en Ciencias Sociales CIESAS Occidente | s.vazquez@ciesas.edu.mx
Cartel afuera del Mercadito Campesino en Matías Romero. Fuente: Archivo personal de Susana Vázquez Vidal
En un autobús desvencijado, propiedad de la familia de un viejo cacique de San Juan Guichicovi, Oaxaca, comenzó mi viaje por el istmo de Tehuantepec en mayo del 2019 como parte del trabajo de campo para la investigación de la tesis de doctorado. Este autobús rojo, símbolo del otrora poder del PRI en la región oaxaqueña del istmo, la carretera y un cartel ruinoso ‒medio ininteligible‒ que anunciaba la llegada a Matías Romero, “Ciudad Ferrocarrilera”, se convertirían en objetos de la memoria para propiciar una reflexión en torno a la relación Estado-desarrollo y los anhelos de convertir al istmo de Tehuantepec en una ruta “eficiente” de tránsito de mercancías y extracción de recursos naturales.
Pero el entusiasmo y análisis que desde un inicio despertaron en mí las infraestructuras de transporte en la franja de tierra más estrecha de México, para pensar la continuidad, violencias y voces silenciadas en la construcción del Estado-nación, a partir de una política de desarrollo, cambió de matices y estrategias a partir del 2020, cuando la Covid-19 se convirtió en pandemia. Sobre los caminos metodológicos que seguí en una construcción dialógica, comprometida y flexible de la investigación en medio de una crisis sanitaria (que devino en otras crisis) y de avances del llamado Programa para el Desarrollo del Istmo de Tehuantepec (PDIT) ‒mientras en comunidades indígenas de municipios como San Juan Guichicovi no existía la atención ni infraestructura médica necesaria para auxiliar a quienes enfermaban‒, tratará el siguiente texto.
Desde una búsqueda etnográfica, el primer viaje, en 2019, por el istmo de Tehuantepec me llevó a entender la relación entre Estado y desarrollo en la región como una urdimbre compleja que no se reducía al análisis del Programa para el Desarrollo del Istmo de Tehuantepec ‒materializado con fines analíticos para la investigación en infraestructuras de transporte como el ferrocarril y la carretera transístmica‒, sino que indagaba en la construcción discursiva del istmo como atrasado y su configuración como ruta de paso que ha marcado los proyectos extractivistas en la región; en los planes de desarrollo que han transformado territorios y subjetividades en el istmo de Tehuantepec; y en las maneras en que el desarrollo se ha insertado como un campo de disputas, negociaciones, marginación y violencia en comunidades indígenas.
Mi aproximación etnográfica al análisis del desarrollo en el istmo de Tehuantepec como un proyecto de Estado estuvo en interacción con un entendimiento de los hechos en torno a arenas e interfases (Long, 2007) que me llevaron a ver la complejidad de un concepto tan llevado y traído como es el de desarrollo. Por eso, las búsquedas metodológicas partieron de dialogar con múltiples voces, interlocutores y actores para propiciar un análisis de las relaciones de poder en torno a un anhelo de desarrollo que ha puesto al istmo dentro de la categoría de “atrasado” para construir la necesidad de un progreso que va en disonancia con las necesidades acuciantes de la región y los múltiples mundos de vida de las comunidades indígenas.
El abordaje metodológico que seguí parte de entender la relación Estado-desarrollo como una red de conexiones e intersecciones, materializadas de manera analítica en infraestructuras de transporte (ferrocarril, carreteras), que han marcado y transformado las formas de movilidad, seguridad y habitar el istmo de Tehuantepec. Esta relación que se afianza en lo local permanece conectada con un “régimen de representación” (Escobar, 2007: 12) del desarrollo transnacional que puede rastrearse históricamente y ha devenido en narrativas de salvación y progreso hacia el “Tercer Mundo”, presentes en los planes de desarrollo que han sido proyectados para el istmo de Tehuantepec a lo largo del siglo XX y XXI.
De esta forma, las infraestructuras de transporte ‒como símbolos y materialidad del desarrollo‒ visibilizan relaciones históricas de poder por el control del territorio a través de caciques y prácticas clientelares, a la vez que desvelan los márgenes del Estado como espacios físicos y representativos en donde han sido situadas las comunidades indígenas como objetos de desarrollo. Pero que también muestran una relación emocional que vuelve complejo el análisis del binomio Estado-desarrollo, porque la nostalgia actúa como un sentimiento de pérdida, desplazamiento y fantasía (Boym, 2001), que por un lado imagina el futuro como la memoria de una prosperidad recreada en el pasado, y por otro invisibiliza las disímiles violencias que han acompañado a la construcción de caminos en nombre del progreso.
De ahí que para tejer las intersecciones y vericuetos del desarrollo, anclado en cuerpos y territorios en el istmo de Tehuantepec, partí de una diversidad de actores e interlocutores (ferrocarrileros, funcionarios públicos del gobierno federal, organizaciones sociales, campesinos/campesinas y mujeres mixes) para profundizar en las variadas miradas que llevan a entender la planificación del desarrollo en el istmo de Tehuantepec como un fenómeno complejo que no debe reducirse a estar en contra o a favor.
En este sentido, con una observación participante y dialógica traté de dejar atrás un esquema extractivo de información y trabajar con organizaciones como el Centro para los Derechos de la Mujer Nääxwiin. Así fue como también, a partir de estas reflexiones, el proyecto inicial de investigación quedó casi a un lado para tomar otros cauces desde una posición que implicaba seguir-escuchar la forma en que transcurría la vida cotidiana en la ciudad de Matías Romero y en comunidades mixes de San Juan Guichicovi (ver fig. 1), sobre todo desde que en marzo del 2020 decretó el gobierno de México la emergencia sanitaria, la cuarentena y la Jornada Nacional de Sana Distancia. (García, 2020)
Municipios y localidades donde realicé el trabajo de campo. Fuente: INEGI 2021. Elaboración Jorge Luis Montero Rodríguez.
Como parte de la segunda etapa de trabajo de campo del programa de doctorado, en enero del 2020, volví al istmo de Tehuantepec cuando las noticias del Covid-19 parecían lejanas y pasajeras. Tenía una planificación que incluía talleres con mujeres de comunidades cercanas a las vías del ferrocarril en San Juan Guichicovi, trabajo de archivo en la ciudad de Oaxaca y un mayor número de entrevistas y conversaciones en torno al territorio y las implicaciones de vivir en zonas cercanas a los caminos implicados en la reactivación de la comunicación interoceánica; pero la pandemia de Covid-19 rompió y cambió todos los planes.
Mientras estaba en una asamblea de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) en la comunidad de Palomares, Matías Romero, a principios de marzo del 2020, como parte de un proceso consultivo que inició y no se concluyó, sobre la Manifestación de Impacto Ambiental (MIA) al proyecto de rehabilitación de las vías del ferrocarril, recibí un correo electrónico del CIESAS donde recomendaba a todos los estudiantes regresar a sus casas y suspender el trabajo de campo. A pesar de que era algo previsible por las noticias del avance catastrófico de la pandemia, entre la vida en las comunidades rurales de San Juan Guichicovi, con poco acceso a internet, y el trabajo de colaboración con Nääxwiin, yo sentía que habitaba una pequeña burbuja. El temor me paralizó porque mi regreso a Guadalajara implicaba un viaje en autobús, con trasbordo, de 18 horas y con el paso de los días comenzaron a circular rumores de que cerrarían las terminales de autobuses.
Por otro lado, la situación para Nääxwiin, como Casa de la Mujer Indígena (Cami), no era para nada halagüeña. Justo por estas fechas el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI) circuló la información del recorte del presupuesto, de un 75%, a todas las Cami del país. Aparte de la pandemia, las mujeres de Nääxwiin permanecían con la incertidumbre de tener que cerrar y no poder ofrecer servicios de acompañamiento a las mujeres que vivían violencia: ¿con qué presupuesto sobrevivirían ellas mismas?
Ante panoramas tan inciertos, juntas tomamos la decisión de que yo permaneciera en Matías Romero, en la oficina, para apoyarlas en sus demandas de presupuesto y visibilizar la situación de violencia que vivían las mujeres indígenas,[1] sobre todo en estos tiempos donde las noticias y preocupaciones eran acaparadas por la pandemia. Dejé a un lado el trabajo de campo enfocado en hacer entrevistas, talleres y permanecer de tiempo completo en comunidades de San Juan Guichicovi, para simplemente colaborar con Nääxwiin y vivir la etapa de cuarentena en Matías Romero. Sin embargo, las noticias de violencia que perifoneaban, los mensajes que ejidatarios me compartían sobre el avance del proyecto de rehabilitar las vías del ferrocarril ‒a pesar de que el proceso consultivo a la MIA quedó inconcluso‒, así como la situación crítica de los hospitales en la parte oaxaqueña del istmo de Tehuantepec, me hacían reflexionar constantemente sobre las invisibilidades y discursos encarnados en el Programa para el Desarrollo del Istmo de Tehuantepec. El trabajo de campo que yo había “paralizado”, porque lo veía desde una forma tradicional que implicaba una interacción profunda y constante con las personas, tomó otros cauces que llegaron por el hecho de estar, escuchar y vivir todo lo que pasaba a mi alrededor como parte de la cotidianidad. La flexibilidad de no sentirme presionada por cumplir con un plan y seguir el hilo de una vida en crisis, me hizo darle una mayor relevancia a la relación del desarrollo y las infraestructuras de transporte con las emociones y el entrecruce con las violencias, márgenes del Estado (Das y Poole, 2008) y mundos de vida que discurrían mientras se construía un proyecto de nación y desarrollo.
La pandemia y los virajes de la imaginación antropológica
Mi forma de estar y vivir en el istmo de Tehuantepec a partir de marzo del 2020 tuvo que ver con un pensar y sentir cómo transcurría la vida a mi alrededor, más que en la necesidad de cumplir con un trabajo de campo para titularme. Comprendí que no era el momento para hurgar en la vida de las personas, por los riesgos de contagio y la situación emocional que todos vivíamos con temores, pérdida de empleo, aumento del precio de los alimentos y los casos de mujeres mixes violentadas que no dejaban de llegar a la Cami.
A partir del vínculo político que conforma el dolor compartido (Macleod y De Marinis, 2019: 14) ‒las múltiples formas de violencia hacia las mujeres indígenas y el enojo/impotencia que creaba el proyecto de desarrollo en su avance‒ me vi involucrada con Nääxwiin en un proceso de narrarle a otras el dolor y compartir el sentir.
En esta circularidad que crean las emociones, comencé a seguir los acontecimientos en torno al Programa para el Desarrollo del Istmo de Tehuantepec (PDIT) como parte de una narrativa de salvación (Beard, 2006: 179) que se traducía en discursos, conflictos en los territorios e indignación. Mientras los casos de muertes por Covid-19 aumentaban en el istmo de Tehuantepec y los reclamos de un hospital de campaña para Matías Romero no eran atendidos, el presidente Andrés Manuel López Obrador fue a Medias Aguas, Veracruz, en junio del 2020 para dar el banderazo a la rehabilitación de la obra del ferrocarril transístmico. Vi la retransmisión del acto en el canal de YouTube del gobierno federal. Esta representación que yo observaba en un video, pero donde podían presenciarse diferentes escenas (como una de personas que miraban el ritual detrás de vallas) me llevó a encontrar paralelismos entre la idea de situación social de Gluckman (1958), con la inauguración del puente de Zululandia, y el banderazo al ferrocarril de López Obrador. Una de las diferencias entre Gluckman y yo, fue mi ausencia de los lugares donde ocurrieron los hechos, sin embargo, pensé que podía recrear las escenas desde la mediación de un video, las conversaciones y observaciones que registré por esos días en el diario de campo, ante la noticia de que ya habían comenzado a rehabilitar las vías del ferrocarril sin hacer la consulta de Semarnat (López, 2020).
Una situación social, como el caso del banderazo, está conformada por otras escenas que no ocurren en el mismo espacio, pero que sirven para comprender las relaciones de poder y formas en cómo se construye e imagina el Estado a nivel local. Mientras Andrés Manuel López Obrador y los gobernadores de Oaxaca y Veracruz ondeaban las banderas frente a las vías del ferrocarril, la vida transcurría de otra manera en comunidades indígenas del istmo de Tehuantepec. Observar la escena de AMLO y revisar en el diario de campo qué pasó el domingo 7 de junio del 2020 (e incluso unos días antes) en el lugar donde yo estaba, fue útil para pensar las formas distantes y diversas en que los discursos de desarrollo eran apropiados y re-significados por quienes serían “partícipes del desarrollo”. De esta forma, rumores sobre despensas para quienes en la comunidad de El Zarzal, San Juan Guichicovi, aceptaran las obras de rehabilitación de las vías del tren y la imagen de ferrocarrileros trabajando en las líneas del ferrocarril en Matías Romero ‒mientras a unos pocos metros, al margen de rieles y durmientes de concreto, las ruinas de los talleres ferroviarios permanecían ocultos por la vegetación‒, conformaban los hilos de una narrativa del desarrollo con contrastes y paradojas representadas en el significado de vallas y ruinas del progreso. Las vallas separaban el istmo real, el de sus habitantes, del imaginario, el que existe como proyecto de desarrollo en los planes políticos del gobierno federal.
El nivel discursivo resultó relevante como herramienta metodológica para entender cómo el desarrollo ‒asociado al bienestar y buen nivel de vida‒ trascendía como un concepto potente, recurrente y un proyecto de vida indiscutible e incuestionable porque, en un sentido evolucionista, implicaba un escalón ‘superior’ que permitiría salir de la pobreza. De ahí mi énfasis en dirigir la mirada hacia los discursos públicos en asambleas consultivas, programas especiales, reportajes, Mañaneras, noticias, textos en redes sociales y documentos oficiales en torno al PDIT, que me permitieron reflexionar sobre las líneas de argumentación que reiteraban la narrativa del progreso como mito de salvación en una región catalogada como ‘atrasada’.
El desarrollo no es solo un concepto o discurso, conlleva prácticas de despojo, destrucción, violencia y no pone fin a la pobreza (Ferguson, 2003). Sin embargo, estos discursos —y la imposición de proyectos desarrollistas— son los que permiten, en parte, que continúe como una especie de creencia, salvación y objeto de deseo (Beard, 2006: 5) ante los problemas de violencia, marginalidad y desempleo.
La visión y construcción del istmo de Tehuantepec como atrasado y el papel que han tenido las infraestructuras de transporte en la representación de la región como ruta de paso, la pude tejer también desde archivos y documentos históricos disponibles de manera online en plataformas como https://archive.org/ y https://www.jstor.org.
Los variados rumores, por otro lado, y las noticias de periódicos locales anunciadas cada día en Matías Romero mediante perifoneo ‒donde se hablaba de cabezas cortadas, narcomensajes y asesinatos‒ visibilizaban los múltiples istmos e intereses que discurrían en la trama de desarrollo construida desde el Estado mexicano. La radio comunitaria Las Voces de los Pueblos, de la organización Unión de Comunidades Indígenas de la Zona Norte del Istmo (UCIZONI), ahondaba en sus programas sobre este tipo de hechos, los incrementos de casos de Covid-19 y la entrada de trabajadores de ferrocarril a terrenos ejidales de distintas comunidades de San Juan Guichicovi para continuar con la obra de rehabilitación de las vías, a pesar de la negativa de los ejidatarios.
Ante la indignación que causaban estos actos y la continua desinformación sobre el proyecto de desarrollo, campesinos/campesinas mixes de varias comunidades de San Juan Guichicovi iniciaron un proceso de organización para negociar, resistir y dialogar sobre los términos del desarrollo del gobierno federal.
Por el contacto que tenía con ejidatarios y socios de UCIZONI me empezaron a llegar por WhatsApp notas sobre la intromisión de trabajadores de la vía del ferrocarril en comunidades de San Juan Guichicovi y la negación de los ejidatarios a que hicieran cualquier trabajo en las vías porque no habían sido consultados sobre el proyecto. De esta forma, WhatsApp se convirtió en una manera de compartir información sobre lo que pasaba con las obras del Programa para el Desarrollo del Istmo de Tehuantepec que, pese a la pandemia, continuaban su avance.
Empecé a usar Twitter con mayor frecuencia para mantenerme informada sobre el avance de las obras a partir de los datos que compartían funcionarios del gobierno federal que seguía en esa red. Fue así como me di cuenta de que la consulta a la MIA no se haría con el pretexto de la pandemia, pero que el PDIT continuaría pese a los reclamos de varias comunidades en el istmo. Ahí también a veces publicaban conferencias o entrevistas del director del Corredor Interoceánico Rafael Marín Mollinedo que podía escuchar y analizar discursivamente.
Como ya en Facebook seguía cuentas de periodistas locales de Matías Romero y del istmo en general, podía estar al tanto de los casos de Covid-19 en el istmo, el reclamo que existía sobre la infraestructura hospitalaria insuficiente para dar abasto a la población, la carestía de agua entubada y el aumento del precio de los alimentos. A la par que se construía un proyecto de desarrollo para el istmo, ocurrían estas realidades profundas (como los casos de las mujeres violentadas que continuaban llegando a Nääxwiin) que no entraban en los planes desarrollistas del Estado.
Las redes sociales fueron una herramienta clave que contribuyeron a mi reflexión, sin embargo, no se convirtieron en el centro ni hice etnografía digital. Los discursos de desarrollo desde el gobierno federal los pude identificar y analizar desde plataformas como YouTube, más que en entrevistas donde a lo mejor no hubiese obtenido este tipo de información más enfocada en convencer y argumentar un proyecto de nación. También a través de las redes sociales pude seguir la campaña El Istmo es Nuestro, lanzada por diferentes organizaciones del istmo de Tehuantepec. En Facebook sobre todo compartían información de proyectos de desarrollo anteriores, sus denuncias y análisis.
Desde junio hasta agosto del 2020 volví a vivir en comunidades de San Juan Guichicovi, como El Zarzal y Boca del Monte, de donde son algunas de las mujeres de Nääxwiin para no permanecer tanto tiempo sola en la oficina de Matías Romero y acompañarnos en el panorama desolador que vivíamos en la región por los incrementos de casos de Covid-19. En estos lugares era común escuchar rumores sobre la pandemia relacionados con un plan para exterminar a ancianos o indígenas en general, lo que marcaba pautas sobre los vacíos de información, incluso la poca divulgación que existía en mixe sobre las formas de contagio y el comportamiento de la pandemia en México.
Más allá de la desinformación y la falsedad de estos comentarios, los rumores me llevaron a pensar en la historia de marginalidad que han vivido los pueblos indígenas de la región. En comunidades como El Zarzal y Mogoñé Viejo, pertenecientes al municipio de San Juan Guichicovi, hasta que salí del istmo el 20 de agosto del 2020 no contaban con personal médico en el centro de salud.
Pasé entonces de vivir la larga cuarentena en la oficina de Nääxwiin a habitar en las casas de familias que desde que llegué al istmo me acogieron, como una forma de estar más segura por el aumento de casos de Covid-19 en Matías Romero y la inseguridad de vivir sola en una oficina de una ciudad donde seguía siendo una desconocida. Si necesitábamos salir de la comunidad lo hacíamos en la camioneta de la organización o tomando todas las medidas necesarias para movernos en transporte público.
En las comunidades, cuando los casos de contagio habían disminuido y existían las condiciones emocionales para hablar de otros temas, tuve entrevistas con las mismas mujeres de Nääxwiin y algunos de sus familiares en los lugares donde vivíamos y con un ejiditario involucrado en las negociaciones sobre la rehabilitación de las vías del ferrocarril en Mogoñé Viejo. Estas entrevistas-conversaciones partieron de medidas de seguridad y confianza, además del consenso con mi director de tesis.
Reflexiones finales
El autobús desvencijado que una vez me llevó por la carretera transístmica, mientras veía montañas que contrastaban con los parques eólicos, fue tal vez el preámbulo para pensar en las múltiples posibilidades de realizar investigaciones comprometidas y sensibles con los múltiples mundos de vida en los que nos adentramos. En vez de ir detrás de la información, necesitada de comprobar hipótesis y aplicar teorías, tomé el camino de escuchar detenidamente lo que pasaba a mi alrededor y sensibilizarme con los mundos de vida que me circundaban.
El ‘estar ahí’ más que una necesidad y preocupación por obtener información de primera mano se convirtió en una reflexividad constante sobre las abigarradas relaciones políticas y emotivas que atraviesan los cuerpos y territorios en espacios marcados por la violencia. El trabajo de campo debe, ante todo, partir de la sensibilidad con quienes compartimos la vida durante un periodo de tiempo, pero también de la imaginación (Mills, 1986: 211) que nos permite conectar situaciones, historias, relatos, rumores, emociones y objetos con aquello que en un primer momento marcó el interés de investigación.
La colaboración en tiempos de pandemia se convirtió en una forma también de narrar y compartir el dolor de la situación que dejaba la pandemia de Covid-19 en comunidades mixes de San Juan Guichicovi, aunado a la constante situación de violencia que vivían las mujeres mixes, mientras continuaba la construcción de un proyecto de desarrollo que reducía los problemas de la región a una cuestión técnica que se resuelve con inversión en parques industriales e infraestructuras de transporte.
La retórica de salvación sobre un proyecto de desarrollo que circulaba en las Mañaneras del presidente de la república y en las reuniones de funcionarios del Corredor Interoceánico con ejidatarios de diferentes comunidades de San Juan Guichicovi, contrastaba con la escasa y deficiente infraestructura hospitalaria de los pueblos y comunidades en el istmo oaxaqueño. El miedo a ir a un hospital porque ahí “me matan” y “regreso directo al panteón” evidenciaban desconfianza, desinformación y los cambios drásticos que trajo la pandemia en la relación emocional y cultural con la muerte de comunidades mixes de San Juan Guichicovi.[2] La “salvación” quedaba entonces muchas veces en manos de Dios, la medicina tradicional y medidas de seguridad comunitaria, mientras el gobierno federal negaba la instalación de un hospital de campaña en Matías Romero[3] y continuaban las irrupciones de trabajadores del ferrocarril en los ejidos para seguir con las obras de rehabilitación de la vía.[4]
Bibliografía
Beard, Jennifer (2006), “The Political Economy of Desire” [electronic resource]: International Law,
Ddevelopment and the Nation State / Jennifer Beard, en The Political Economy of Desire International Law, Development and the Nation State, Routledge-Cavendish.
Das, Veena y Poole, Deborah (2008), “El estado y sus márgenes. Etnografías comparadas”, en Cuadernos de Antropología Social, núm. 27, pp. 19-52.
Escobar, Arturo (2007), La invención del Tercer Mundo. Construcción y deconstrucción del desarrollo (D. Ochoa, trad.; 1 era). Fundación Editorial el perro y la rana.
Ferguson, James (2003), The Anti-politics Machine: “Development”, Depoliticization, and Bureaucratic Power in Lesotho, s.l., University of Minnesota Press.
García, Luis (2020, marzo 21), “Coronavirus. Cuarentena en México, todo lo que tienes que saber, en El Universal. https://www.eluniversal.com.mx/nacion/coronavirus-cuarentena-en-mexico-todo-lo-que-tienes-que-saber
Gluckman, Max (1958), «Análisis de una situación social en Zululandia moderna», en Rhodes-Livingstone Paper, núm. 28, pp. 1-27.
Long, Norman (2007), Sociología del desarrollo: Una perspectiva centrada en el actor, en H. Fajardo, M. Villarreal y P. Rodríguez (trads.); 1era. ed., México, El Colegio de San Luis-CIESAS.
López, Alberto (2020, junio 15), “Semarnat puso candados para obras del Tren Transístmico; aprobación es ‘condicionada’”, en El Universal Oaxaca. https://oaxaca.eluniversal.com.mx/estatal/15-06-2020/semarnat-puso-candados-para-obras-del-tren-transistmico-aprobacion-es
Macleod, Morna, y Natalia De Marinis (2019), “Introducción”, en Comunidades-emocionales, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Instituto Colombiano de Antropología e Historia, pp. 9-31
Mills, Wright (1986), “Apéndice. Sobre artesanía intelectual”, en F. Torner (trad.), La imaginación sociológica, México, Fondo de Cultura Económica, pp. 206-236.
- Para visibilizar la situación de la Cami de Matías Romero, Oaxaca, y la violencia que vivían las mujeres, así como los múltiples obstáculos de acceso a la justicia, escribí un artículo periodístico a petición de Nääxwiin y que se construyó en colaboración con ellas: https://www.animalpolitico.com/blog-invitado/nombrar-a-las-olvidadas/ . ↑
- Quienes morían en los hospitales no podían ser velados, eran enterrados de inmediato, siempre que la autoridad comunitaria permitiera el entierro en el panteón del pueblo. ↑
- Para más información consultar la siguiente nota periodística: https://oaxaca.eluniversal.com.mx/municipios/23-08-2020/imss-bienestar-rechaza-solicitud-de-hospital-de-campana-en-matias-romero ↑
- Para más información consultar la siguiente nota periodística: https://oaxaca.eluniversal.com.mx/municipios/12-06-2020/ejidatarios-de-5-municipios-de-oaxaca-piden-amlo-que-suspenda-obras-del ↑