¿Podemos decir algo que no se haya dicho ya sobre la Pandemia?

Elena Azaola[1]


Comienzo con unas palabras de Alejandra Pizarnik: “No es muda la muerte. Escucho el canto de los enlutados sellar las hendiduras del silencio”. Y me pregunto:

¿Podemos decir algo que no se haya dicho ya sobre la Pandemia? Creo que no. Si acaso, podemos intentar decirlo con un estilo o un toque personal, que es lo que intentaré hacer en esta ocasión. Es por lo que quisiera comenzar pidiéndoles que hagamos un minuto de silencio para honrar la vida de nuestros compañeros, de nuestros familiares y amigos que han fallecido durante la pandemia. Hagamos un minuto de silencio, por favor.

¡Cómo quisiera poder encender una vela por cada uno de los que se nos han ido! Recuerdo aquí las palabras de Elías Canetti: “ha de ser cierto que sólo en su máxima desgracia podemos sentir a los demás hombres [y mujeres, agrego,] como a nosotros mismos”.[2]

Esbozaré ahora algunas ideas incipientes sobre lo que me parece importante destacar acerca del impacto que la pandemia ha tenido en nuestras vidas. Lo haré a veces a través de las palabras de otros a quienes citaré porque me parece que dicen mejor lo que a mí me gustaría poder expresar, pero mis palabras se quedan cortas y ceden ante las de ellos y ellas.

Considero que la pandemia ha significado, ante todo, múltiples rupturas tanto en nuestras formas de vida como en la manera de ver el mundo con respeto a las que teníamos antes de la pandemia. Aquí me referiré sólo a tres de ellas: la ruptura con nosotros mismos; la ruptura con el Estado y la ruptura con nuestro futuro.

  1. Primera ruptura. Se ha roto nuestra vida diaria y el uso del tiempo se ha visto alterado. La pandemia nos obliga a pasar más tiempo con nosotros mismos, cosa que a muchos nos provoca malestar, inquietud o desazón. Asimismo, los vínculos que tenemos con los que están más próximos se han visto alterados por la falta de distancia, de un mundo propio que cada uno solía tener fuera del espacio doméstico. Este cambio ha requerido de mantener un difícil equilibrio que no pocas veces se rompe y estalla de manera violenta en contra de la mujer. Si ya antes la mujer desempeñaba una doble o triple jornada, la pandemia parece haberle traído una jornada ininterrumpida, con costos para su salud física y mental y para la de sus hijos e hijas que todavía no logramos dimensionar. Así lo expresa un conjunto de testimonios de mujeres que recientemente publicaron un libro narrando sus experiencias. Una de ellas, dice: “Cuando inició el encierro, pensé que sin ayuda y sin descanso podría hacer el famoso home office, tomar juntas, mandar documentos, redactar y volver a tomar juntas mientras era maestra, nana, terapeuta, limpiadora, empleada y cocinera al mismo tiempo”. Otra mujer, madre soltera, narra cómo se siente después de cuidar a su hija pequeña en el encierro: “…la culpa sale a borbotones. Culpa por obligarla a hacer cosas que no tiene ganas, por marcarle los errores, porque me cuesta entender sus tiempos o sus formas, por hablarle mal, porque a veces me canso de escucharla, porque soy lo único que tiene y a veces le doy miedo. Y porque le doy miedo también si no me tiene”.[3]
  2. Segunda ruptura. También se ha roto o se ha transformado el vínculo que los ciudadanos solíamos tener con el Estado. El Estado se ha visto obligado a preguntarse hasta qué punto puede normar o interferir en la vida cotidiana de los ciudadanos. Algunos estados lo han resuelto de una manera, otros de otra.

El filósofo brasileño Vladimir Safatle explica que, en las sociedades ultraliberales, como es el caso de Brasil, se considera que la libertad individual es un bien incluso superior a la vida, por lo que, cualquier intento de controlar la pandemia, se rechaza por ser visto como un atentado contra la libertad. Bajo esa concepción, si la libertad es la propiedad que yo tengo sobre mí mismo, nadie me puede obligar a quedarme en casa, a usar cubrebocas, etc. Ellos piensan: si yo me infecto, es mi problema; sin embargo, lo que se deja de lado es que la propiedad de sí mismo tiene que ver con el respeto a la vida de los otros. Esta es una libertad que, para Safatle, se realiza en el genocidio porque rompe con la solidaridad del género humano. El cuerpo es tratado como propiedad privada y no como la existencia de una solidaridad mutua entre los cuerpos. Esta es la base del neoliberalismo que produce una desafección con respecto al cuerpo social como un espacio de contratos entre propietarios entre sí. En este sentido, la situación presente nos obliga a repensar en lo que significa la libertad que, bajo el modelo neoliberal, muestra una estructura social basada en la ausencia de solidaridad como forma de libertad, si bien se trata de una noción torcida de la libertad.[4]

  1. Tercera ruptura. Quizás la ruptura más dramática sea la de la certidumbre que teníamos, o que creíamos tener, sobre nuestras posibilidades de sobrevivencia tanto individual como en tanto que especie. Esta es una ruptura más profunda o significativa que las demás en la medida en que no sabemos si podremos regresar a la certeza, seguramente frágil, pero certeza, a fin de cuentas, con la que vivíamos antes de la pandemia. Es verdad que esta certeza no operaba para todos sino sólo para aquellos privilegiados que, como nosotros, no tenemos que andar huyendo de un lado a otro o de un país al otro ya que nuestras necesidades básicas están cubiertas. Y aquí tendríamos que regresar a lo que decía Safatle o a lo que distintos autores han destacado como una de las lecciones básicas de esta pandemia. Me refiero a la manera como la pandemia ha hecho evidente una verdad que desde hace tiempo deberíamos haber asumido: la especie humana no podrá salvarse si la entendemos sólo como la suma de individuos que viven para cuidar sus propios intereses. Hoy está claro que sin hacernos cargo los unos de los otros, sin solidaridad, no lograremos sobrevivir…

También viene a cuento la sabiduría que Svetlana Alexiévich extrajo de las personas que sobrevivieron al estallido de la planta nuclear en Chernóbil. Una maestra a la que entrevistó, le dijo: “Me estorba mi experiencia de maestra… me siento impotente… nos faltan nuevas ideas, nuevos objetivos y pensamientos… de pronto hemos descubierto que no somos necesarios, que no hacemos ninguna falta… nosotros somos en esta vida una gente extraña. Y no hay modo de resignarse a ello. No me abandona nunca la pregunta ¿por qué? ¿Quién va a hacer ahora nuestro trabajo?… [Cuando explotó el reactor] la gente enfermaba por el impacto de la conmoción. No se resignaban; querían seguir viviendo como lo habían hecho siempre… ¿Cómo poderle explicar lo que dice mi alma? Ni yo misma sé siempre leerla”. En otro momento, Svetlana dice: “El hombre ya no vive en la tierra como en su propia casa, sino que es un huésped”.[5]

Y aquí viene a cuento la otra dimensión que ha sido puesta de relieve, entre otros por Boaventura Dos Santos, que es la relación que tenemos con la naturaleza. Cada vez está más claro que la naturaleza no está ahí para ser explotada a nuestro capricho y sin consecuencias. O nos hacemos cargo y actuamos en consecuencia o la vida de la especie humana estará comprometida.

En síntesis, las rupturas brevemente esbozadas nos permiten formularnos las siguientes preguntas: ¿qué nuevas formas de relación del individuo consigo mismo surgirán de esta pandemia? ¿qué nuevas formas de relación de los ciudadanos con el Estado podremos trazar a partir de esta experiencia? ¿y qué nuevas formas de relación de la especie humana con la naturaleza seremos capaces de crear? Todavía no lo sabemos, pero, si es que seremos capaces de aprender algo de esta larga y amarga experiencia, ojalá que no sea sólo para tratar de recuperar la vida que antes teníamos sino para construir algo nuevo, algo mejor.

Quizás estemos en el inicio de una nueva Era, ¿habremos aprendido la lección? Tenemos que ser capaces de construir nuevas claves, nuevos conceptos, nuevos esquemas para tratar de entender nuestra realidad. Los que solíamos utilizar, ya no nos sirven, son obsoletos o se hallan oxidados, tenemos que renovar nuestra forma de pensar y nuestras herramientas. Valga como ejemplo la comparación de dos libros que salieron a propósito de la pandemia. Uno fue el de “Sopa de Whan” en el que participaron reconocidos intelectuales, y otro fue el libro titulado “Lo que nos queda es el ahora”. Éste último fue construido con testimonios de la gente sencilla, gente de a pie, que, desde todos los rincones del mundo, incluidas diversas comunidades indígenas, nos dijo cómo se situaban frente a la experiencia de la pandemia y de qué manera sus vidas se habían visto trastocadas. Yo no sé a ustedes, pero a mí éste último libro me dijo mucho más y me caló más hondo que las sesudas interpretaciones expuestas por los intelectuales. Una de esas enseñanzas es la que nos narró Yáznaya Aguilar desde la sierra mixe del norte de Oaxaca: “Mi bisabuela Luisa, -dijo-, logró sanar y transmitió con solemnidad las palabras de su padre que desde entonces se repiten en mi familia con un respeto que sólo genera la estética de la repetición: el bien individual no se opone al bien colectivo, el bien individual depende del bien colectivo”.[6]

Por último, lo que ahora toca es que nos preguntemos ¿y qué representa todo esto para la comunidad de la cual formamos parte?

Me parece que este largo paréntesis nos ha permitido valorarnos, saber que formamos parte de esta comunidad, del CIESAS, que nos necesitamos los unos a los otros, y que nos queremos quizás más de lo que sabíamos o creíamos querernos. Esto seguramente nos dará fuerza para esperar, para seguir adelante. Como dijera Rafael Reig: “Nunca te libras de la esperanza, tiene un caparazón demasiado resistente, se alimenta de cualquier cosa, se adapta a todos los medios, sabe defenderse de la agresión de la realidad o, al menos, ponerse a cubierto hasta que escampe”. Y a ello habría que agregar, finalmente, lo que dijo Menkell al reflexionar sobre su vida cuando supo que ésta se aproximaba al final: “Podemos haber desarrollado todas las estrategias de supervivencia imaginables, pero la verdadera fuente de energía de nuestros éxitos son las ganas de vivir y la alegría de vivir que tengamos. Si la equiparamos con una curiosidad y un ansia de saber permanentes, obtendremos la imagen de la verdadera capacidad única del hombre”.[7]

  1. Palabras para la ceremonia virtual de entrega de reconocimientos 2020 del CIESAS que tuvo lugar el 17 de diciembre de 2020.
  2. Elías Canetti, La Conciencia de las Palabras, Fondo de Cultura Económica, México, 1994:101.
  3. Cynthia Rodríguez y Olimpia Velasco, Compiladoras. Mamás en cuarentena. Historias de la pandemia, Comisión de derechos Humanos de la Ciudad de México, 2020: 20, 131.
  4. Vladimir Safatle, conferencia impartida para el Instituto de Estudios Críticos el 29 de junio de 2020.
  5. Svetlana Alexiévich, Voces de Chernóbil, Random House, México, 2016: 313-314.
  6. Yásnaya Aguilar, Jëem pä’äm o la enfermedad del fuego, en: La Reci, Todo lo que nos queda es (el) ahora, San Cristóbal de las Casas, 2020:11.
  7. Henning Mankell, Arenas movedizas, Tusquets, 2015: 202.