Para todo conflicto siempre puede haber un Romeo y Julieta  (acerca de Sólo un beso de Ken Loach)

Mauricio Sánchez Álvarez
Laboratorio Audiovisual-CIESAS Ciudad de México


Cartel de la película tomado del sitio www.filmaffinity.com/mx/film774828.html


En un auditorio de una escuela secundaria católica en Glasgow (Escocia, poblado de alumnos y maestros de piel clara, una chica de piel oliva, ojos y pelo negro llamada Tahara pronuncia estas palabras:

Imaginen que amontono a los cristianos George Bush, el Papa [el jugador de fútbol], Henrik Larson y Willie el conserje. Ustedes se reirían. ¿Por qué? Porque es tonto. Pero eso es exactamente lo que Occidente hace con el Islam. Como si mil millones de musulmanes en 50 países, con cientos de idiomas diferentes e incontables grupos étnicos fueran la misma cosa.

Yo rechazo el simplificar a los musulmanes

«Soy de Glasgow, paquistaní, adolescente, mujer de ascendencia musulmana que apoya a los Rangers de Glasgow,[1] [y estudio] en una escuela católica. Soy una mezcla impactante, y estoy orgullosa de ella.»

Así empieza Solo un beso de Ken Loach, con este discurso tan crítico como articulado (y seguramente teniendo en mente la reacción de Occidente ante el ataque al Centro Mundial del Comercio en Nueva York el 11 de septiembre de 2001). La alusión de Tahara a los Rangers desata, momentos después, en un grupo de alumnos una serie de burlas, cuya intensidad va aumentando hasta que, ya a la salida del colegio, la despojan de su mochila y después le profieren insultos antimusulmanes a ella y a su hermano mayor Cassim, quien la está esperando. No queriendo dejarse de los chicos, Tahara les responde, pero Cassim la contiene y la mete al coche para llevarla a casa. Sólo que los chicos siguen en lo suyo y uno de ellos escupe sobre el parabrisas, a raíz de lo cual Tahara, indignada, sale rápido del vehículo, seguida de Cassim, va detrás de los chicos, quienes se meten a la escuela. La correría va por los corredores, tropezándose con maestros y alumnos, hasta que los chicos, Tahara y Cassim entran a la sala de música interrumpiendo un ensayo. La maestra a cargo, sorprendida pero firme, les indica a los chicos que se salgan y, junto con Cassim, trata de calmar a Tahara, empatizando con ella. Y ya cuando Tahara y Cassim van saliendo de la sala, más calmados, es que él se fija en la maestra, rubia y de piel y ojos claros, que, según nos enteraremos, se llama Roisin.

Así empieza lo que vendrá a ser el romance de Cassim y Roisin. Él, hijo de inmigrantes paquistaníes, que habiendo arribado −en el caso del padre− hace más de 40 años, mantienen vivas ciertas costumbres, como el culto islámico y el matrimonio previamente arreglado. Y Roisin soltera, sin parientes, poco creyente, pero maestra en una escuela católica, supervisada por un párroco, quien −según le hace saber− demanda no sólo claras profesiones de fe (ir a misa y criar a los hijos como católicos), sino que desconfía de posibles emparejamientos con “Mahomas”.

Solo un beso sigue la trama de la clásica tragedia de Romeo y Julieta, por la que dos personas pertenecientes a mundos opuestos y en conflicto se enamoran. Sólo que, a diferencia de la obra shakespeariana, en que el peso del drama cae en los irremediables enfrentamientos entre uno y otro bando, aquí le corresponde a Cassim y a Roisin, cada quien por su lado, enfrentar las rigideces y sinrazones de sus respectivos contextos. Al situar el problema al interior de un estilo de vida, en vez de hacerlo en su frontera, el eje dramático se desplaza desde la resistencia y el enculpamiento del Otro a la autorreflexión y decisión del sujeto respecto al modo de vivir en que ha sido criado. Cassim se sumerge en un dilema: se sabe enamorado, pero a la vez no quiere ni lastimar ni traicionar a sus padres (quienes, por su parte, lo quieren embarcar en un matrimonio arreglado). Mientras que Roisin, al solicitar el visto bueno del párroco para una plaza definitiva en la escuela, se ve confrontada con él, pues éste, a cambio, le exige que cumpla con sus obligaciones de feligrés, lo cual da a entender que la sociedad liberal y abierta que Escocia pretende ser también está afectada de prejuicios e intolerancias.

Quizás algo tan habitual y primordial como el enamoramiento, situado en contextos conflictivos, adquiere tal dimensión política que logra interpelar el conflicto mismo, viéndolo más allá de sus evidentes muestras de enconamiento. Si podemos imaginar, por ejemplo, la posibilidad de que un soldado se enamore con una guerrillera o una chica narco, o que una comunista lo haga de un burgués, y así sucesivamente, y que ello no culmine en el autosacrificio de Shakespeare, sino en la liberación de Loach, quizás entonces podamos entender que bien vale la pena cuestionar los extremos mediante un lazo afectivo cuando cada postura no puede cuestionarse a sí misma. Las identidades diferenciadas no necesariamente se tienen que ver como entidades acabadas, que sólo tienen sentido por sí mismas, sino como procesos interactuantes a la manera de espejos cóncavos o convexos que se contemplan entre sí, ojalá con más curiosidad que temor.

Bibliografía


Levesque, Roger (2002), “Celtic vs. Rangers: Catholicism vs. Protestantism”, en EDGE Paper, Stanford University http://web.stanford.edu/class/e297a/Celtics%20vs%20Rangers,%20Catholics%20vs%20Protestants.htm)

  1. En Glasgow (Escocia) hay dos equipos profesionales de futbol: los Celtics y los Rangers, cuyas respectivas aficiones se han establecido tradicionalmente siguiendo la línea que divide a los católicos de los protestantes (Levesque, 2002: 1)