Oda a mi padre

Débora Choi[1]
Especialista en contenidos digitales y cultura coreana


De nacimiento brasileña, sangre coreana corre por mis venas, pero mexicana de corazón (veintisiete años viviendo en el país me respaldan).

Así que tengo la fortuna de disfrutar de la mejor parte de dichas culturas. Sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas, ya que crecer bajo un régimen tradicionalista y conservador impregnada de la idiosincrasia coreana, en un entorno más libre y expresivo como el latino, fue un gran reto personal en la búsqueda de mi propia identidad.

La cultura mexicana está llena de alegría, baile, camaradería y pocas, o al menos no tan marcadas, las líneas de jerarquía y respeto comparado con la cultura de mis padres y, por ello, todo esto fue para mí la fórmula perfecta para una bomba de choque cultural. Pero con los años, la vida me tenía preparada una desviación inesperada hacia Corea del Sur. Con dos maletas en las manos y muchos sueños empacados en esas maletas, decidí migrar a la tierra que vio nacer a mis padres, con la finalidad de comenzar una nueva etapa.

Durante toda mi vida he sido parte de ese grupo de personas que su cara dice una cosa, pero su forma de pensar y hablar dice otra, es decir, a pesar de tener todos los rasgos de una coreana nativa, bastaba con abrir la boca para que pudiera confundir a cualquiera, ya que no había congruencia en lo que se veía y se escuchaba, mi español es tan nativo como mi cara grita que soy asiática. Pero lejos de ser discriminada por esas notables diferencias, crecí en una cultura en donde al extranjero se le da una calurosa bienvenida, tanto en el hogar como dentro de los corazones de las familias mexicanas.

Cuando me vi en la necesidad de mudarme a Corea, probé por primera vez lo que era ser inmigrante en mi propio país. En donde ser “kyopo” (inmigrante coreano) tenía un toque de discapacidad, sobre todo, en mi caso; ya que, en su momento, se me podía considerar una analfabeta coreana (eso ha cambiado en los últimos dos años y medio ya que me he dado a la tarea de mejorar mi capacidad de lectura y escritura).

Tenía que enfrentarme día a día a las dificultades de la vida como extranjera, empezando por detalles tan pequeños como saber la manera en que se cuantifica el dinero, cómo se gestionan los trámites de cualquier índole, entender la cultura laboral y social, pero, sobre todo, lidiar con esa sensación de sentirme invisible dentro de un elevador en donde nadie se te acerca ni con una mirada, pero eso sí, te empujan al salir.

Confieso abiertamente, que el primer año en Corea fue un reto colosal, pero en esos momentos, en los que tenía una maleta lista para regresar a mi área de confort y fugarme de regreso a México, logré palpar y visualizar lo que pudieron haber sentido mis propios padres, al mudarse a un nuevo continente en los años ochenta del siglo pasado, con la ilusión empacada en sus maletas, con el deseo de mejorar su calidad de vida y vivir el sueño americano (refiriéndome al continente americano).

Ellos, a diferencia de mí, llegaron a un país totalmente desconocido, sin poder masticar el idioma, sin tener red de apoyo familiar y sólo con unos pocos centavos en el bolsillo.

Sin duda, esa experiencia me estaba permitiendo vivir en carne propia una minúscula parte del sentir de ellos, y así logré empatizar, logré apreciar sus esfuerzos y su hambre por salir adelante. Si ellos pudieron, ¿por qué yo no? Así que decidí guardar mis maletas para un próximo arranque de nostalgia.

Justo en ese cóctel de emociones, es cuando una amiga kyopo me presenta la película 국제시장 (en español Oda a mi padre). El título original en coreano de esta película hace referencia a un mercado popular en una ciudad al sur del país, en donde el barco Meredith Victory de Estados Unidos, en plena guerra, desembarcó a 14 005 personas, cinco de ellas nacidas en el mismo barco, de coreanos huyendo de su inminente muerte en la parte norte de Corea dominada por los soviéticos.

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Foto 1. Poster promocional de la película. Créditos: Courtesy Everett Collection.


Vi la película sin soltar la caja de papel higiénico. Era una película llena de guerra, pobreza, hambre, sufrimiento, dolor, pero al mismo tiempo con su toque de humor y aventura. Derramé tantas lágrimas como pude.

En ella se describe la vida de cada uno de nuestros queridos padres y abuelos coreanos. Allí supe todo lo que vivió mi padre y allí me acerqué por primera vez a esa mente moldeada en un entorno de muchas carencias, pero una inmensa hambre por salir adelante.

Definitivamente recomiendo, en realidad los invito, a todos los que, como yo, somos descendientes coreanos nacidos en el extranjero y al público en general, a ver esta película, para que puedan comprender a los coreanos de esa época que ahora son nuestros queridos adultos mayores. En la película podemos ver fragmentos de personas importantes en la historia del crecimiento económico en Corea y también se puede entender las adquisiciones culturales que hizo Corea gracias a la influencia del extranjero.

La película se desarrolla en una Corea sumida en la pobreza extrema después de una guerra por el dominio de esta península. La nación intenta recuperarse de tanto daño y en la lucha por su independencia económica, el único recurso que tienen es la fuerza laboral de los más jóvenes que se ven obligados a exportar la energía que otorga su juventud a fin de poder alimentar a un país entero.

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Foto 2. Familia de Deok Su. Créditos: Courtesy Everett Collection.


Es una mirada sincera a la lucha personal por sobrevivir en un mundo difícil. Sin duda alguna, después de ver esta película, casi documental para mí, comprendí no sólo la historia de un país, sino la historia de ese hombre que se escondía entre sus pensamientos, de pocas palabras afectivas, que educaba con dureza, que hablaba poco de su infancia pero que se quebraba cada que veía o conocía la historia de sus compatriotas, que vivía pensando en el futuro y de cómo otorgarle a sus hijos lo único que tenía, la herencia de sus valores y la educación, ya que para él, es decir, mi padre, el mundo cada día era un heroico acto de supervivencia. Al conocer la historia de un país, sin querer ni buscarlo, he logrado conocer… mi propia historia.

Al final del día, ellos, nuestros queridos padres y abuelos lo único que quieren, es que las nuevas generaciones no suframos como ellos lo hicieron, quieren de ti y de mí, un futuro mejor; y saben, por su propia experiencia, que la fuerza no está en un país, ni en el poder, ni en el dinero, ni en la guerra, sino en las ganas de vivir con dignidad que hay en el interior de cada uno de nosotros.

  1. https://www.youtube.com/c/DéboraChoi | sinvisa.world@gmail.com