Nueva evangelización (1960s-1990s) y lucha de los pueblos originarios por su identidad y derechos

Fray Pablo Iribarren Pascal O.P.[1]
Párroco de la iglesia de Santo Domingo, San Cristóbal de Las Casas

Foto: Archivo de la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas


Realidad en que vivían y viven los pueblos originarios

Prolongada y dolorosa es la lucha que realizan, desde antiguo, los pueblos originarios de Chiapas y de otros países en defensa de los derechos elementales de sus etnias. No pasa un mes sin que escuchemos, en una u otra nación americana o en otras latitudes, violencia, asesinato, secuestro, cárcel sobre algún líder —hombre o mujer—, o bien, falsas acusaciones a quien defiende, exige, orienta y anima a pueblos en la defensa de su tierra, selva, manantiales, ríos y lagunas, humedales, sus minas, bancos de arena, petróleo, litio, gas o al que defiende el derecho a un ambiente limpio, sano, sin contaminantes ni residuos tóxicos que afectan la vida de niños y niñas, jóvenes, ancianos y adultos.

La modernidad y su cultura dominante invaden los pueblos originarios, encontrándose los segundos ante las primeras indefensos dada su fuerza arrolladora que penetra el hogar y hasta lo más íntimo del ser humano. Modernidad y cultura destruyen tradiciones sagradas de la vida presente y futura. No hay fuerza humana que evite tal invasión. Las ofertas que ofrece la modernidad resultan atrayentes, y no sólo para los pueblos originarios llenos de privaciones, para un campesino pobre, sino para la sociedad entera, bombardeada de ofertas engañosas de felicidad y belleza ideal; bombardeada por el consumo de ropa, calzado, cosméticos, útiles del hogar, bebidas, diversión, viajes que “garantizan” comodidad, salud, triunfo… No por lo dicho dejo de reconocer las maravillas que ha aportado la modernidad y su cultura al mundo y a la humanidad.

A esta realidad se agrega hoy día la presencia de grupos criminales, cárteles de la droga y del crimen organizado: trata de personas, afiliación forzada de jóvenes y adultos, la migración, el control de regiones y pueblos, impuestos o derechos de piso…, y, en ocasiones, la autoridad coludida con ellos, corrupta, sin descartar la colusión de las mismas fuerzas del orden.

A pesar de todo, los pueblos originarios no han soportado estoicamente la opresión. Solamente evoco las luchas que pueblos y líderes hicieron en la antigüedad: rebeliones, guerras, oposición, resistencia silenciosa, reclamo de sus tierras, pero me limito aquí a hablar del presente. Con tal expresión, me refiero a los tiempos en que he acompañado y he sido testigo de las luchas de las etnias originarias en Chiapas: tseltales, tsotsiles, tojolabales, ch’oles, zoques, lacandones…, al día de hoy.

La Palabra de Dios liberadora

A mi llegada a la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, en el año de 1977, me encontré con una diócesis —la de San Cristóbal de Las Casas— comprometida en un proceso de toma de conciencia y liberación de los pueblos ya nombrados, orientado por el obispo Samuel Ruiz García.

En la antigüedad estos pueblos fueron dominados por los aztecas, en el siglo XV y, más tarde, en el XVI, por la conquista y colonización europea. Vino la independencia, que para dichos pueblos no significó otra cosa que un cambio de patrón, de “amo”. Así me decían en cierta comunidad, que había superado el dominio del patrón emigrando a la Selva Lacandona, cuando pregunté ¿quién es Dios? Alguien respondió: “ahora, tu Dios es mi Dios, el Padre bueno. En los tiempos del ‘mozo’, en la finca —casi esclavo—, mi dios era el ‘patrón’, nada podía hacer sin que él me lo permitiera. El Dios verdadero vino en mí ayuda y camino hoy en libertad. Me encontré con Él a través de la palabra y testimonio del misionero”. Así vivió él, sus padres, sus abuelos por generaciones y generaciones.

Concilio Vaticano II y Jtatik Samuel Ruiz García

A partir de 1960, la diócesis de San Cristóbal de Las Casas, entró en un proceso de evangelización al estilo de Jesucristo, que siendo divino se encarnó, se hizo en todo semejante a nosotros menos en la maldad. “Se anonadó”; “tomó la condición de siervo”. Así inició, la Iglesia Particular de San Cristóbal, su proceso de encarnación del evangelio libertario, desde la raíz, desde el pecado, frente a un sistema opresor que pesaba sobre el Pueblo de Dios.

La motivación que impulsó esta novedosa pastoral liberadora vino del padre conciliar —pues fue parte del Concilio Vaticano II—, monseñor Samuel Ruiz García, a quien se le conoce como Jtatik, “Padre”, en lenguas mayenses. En 1961, Samuel Ruiz, recién ordenado, el 25 de enero 1960, Obispo de la Diócesis de Chiapas participó en el Concilio Ecuménico convocado por el Papa Juan XXIII con las siguientes palabras: “Abramos las ventanas de la Iglesia”. “Quiero abrir ampliamente las ventanas de la Iglesia, con la finalidad de que podamos ver lo que pasa al exterior, y que el mundo pueda ver lo que pasa al interior de la Iglesia”. “Hoy se exige a la Iglesia que inyecte en las venas de la actual comunidad humana la virtud perenne, vital y divina del Evangelio”. Desde la primera sesión Jtatik Samuel vivió el concilio, y contribuyó a la renovación y reorientación de la Iglesia.

Año con año, Jtatik Samuel, regresaba del concilio con un corazón dispuesto a la liberación, desde la fe en Dios y junto con otras fuerzas del pueblo, indígena en su mayoría, marginado, empobrecido por el sistema económico-político. En su mente surgió la palabra del dominico del siglo XVI Fray Antonio de Montesinos, quien, a nombre de su comunidad, defendió al pueblo originario: “Acaso, ¿no son hombres? —en la actualidad agrego “y mujeres”—, ¿acaso no tienen ánimas racionales, ¿por qué los matan y oprimen?, ¿por qué los tienen reducidos a esclavitud?”.

Don Samuel, evocó, sin duda, a su antecesor, Fray Bartolomé de Las Casas, primer obispo de facto de Chiapas, que sufrió por defender la dignidad y derechos a una vida digna de los mismos pueblos, convertido al Dios de la vida, de la justicia y misericordia, al escuchar a Fray Montesinos, y desde él, a las razas y etnias nativas, sin que hubiera fuerza humana, amenazas, calumnias, desprecio, o difamaciones, que le hicieran desistir en su empeño.

Jtatik Samuel, sintió que, al recibir el obispado de Chiapas, recibía el espíritu de Fray Bartolomé y se empeñó como él en la liberación del oprimido. Su inteligencia y corazón sensible le llevaron a mirar al ser humano con fe, en diálogo con Dios, y a escuchar a la realidad imperante. Asumió al indígena como persona, hijo de Dios, descubrió la raíz del mal en las estructuras injustas imperantes —de pecado— de una sociedad egoísta y ambiciosa, que valoraba a las gentes desde el dinero, “tanto tienes, tanto vales”, y su capacidad de compraventa. La diócesis, con su pastor, guiada por la más prístina tradición eclesial, volvió a ver al ser humano en su dignidad de persona, raíz de todo derecho.

Desde el momento en que alguien es nombrado obispo de Chiapas, recibe en herencia el espíritu de Fray Bartolomé y de un pueblo nativo pluricultural. No todos los que han recibido esta herencia, en siglos, tuvieron tal conciencia. Considero que la mayoría la tuvo y la tienen hoy los sucesores de Don Samuel: Arizmendi, Rodrigo y Luis Manuel, atentos al grito de dolor de un pueblo oprimido por sistemas injustos.

Despertar de la conciencia del Pueblo y Opción por el Pobre

A raíz del Concilio Vaticano II, la diócesis inició una catequesis, desde la realidad de opresión que vivía su gente, inspirada en un Dios Padre con un plan de vida plena para sus hijos e hijas, que envió a su Hijo, Jesús de Nazaret, se hizo pobre y optó por el pobre, impulsándolo a una vida nueva en todas sus dimensiones, bajo la figura del Reino de Dios, en el que se descartan el hambre, la ignorancia, y la exclusión. Reino en el que todas las razas y culturas tienen un lugar en la mesa de la creación. Reino, sociedad nueva, histórica y transcendente, temporal y espiritual, humana.

Este mensaje fue y es acogido con alegría en el corazón de hombres y mujeres, despertó a las etnias chiapanecas, les dio vida. Así ellas tomaron conciencia, valoraron su condición de personas, sus derechos y rechazaron la desigualdad social, la explotación y la miseria; cosas que contradicen el plan de Dios. Se puede decir que recuperaron fuerza, vigor, dignidad y voz; despertaron y se organizaron.

Este pueblo indígena y mestizo oprimido, consciente, aprovechó la oportunidad de manifestar su nuevo modo de pensar y sentir con el Congreso Indígena celebrado en noviembre 1974. Este fue planeado por el estado de Chiapas en homenaje a Fray Bartolomé de Las Casas, en su quinto centenario, y el gobierno lo puso bajo la dirección de la diócesis de Chiapas.

Los pueblos y etnias prepararon el congreso con un año de reflexión sobre la injusta realidad en que vivían. El resultado fue una denuncia objetiva ante la sociedad, el gobierno de Chiapas y el mundo. Una exigencia de su derecho a la tierra, en manos de finqueros; a la educación, ausente en la gran mayoría de los poblados; a la salud al alcance de toda persona, así como el derecho a caminos, a transporte para personas y, al comercio, en manos de acaparadores. Se escuchó también la voz que decía “derecho a una Iglesia Autóctona”.

La diócesis, en 1975, respondió a tales exigencias con la asamblea de agentes de pastoral: presbíteros, religiosos(as), laicos(as) y el obispo Samuel, comprometidos en el proceso evangelizador. En ella sucedió algo que definiría el caminar de la Diócesis de San Cristóbal de Las Casas: se vio la incompatibilidad entre la realidad opresora existente y el Evangelio. Se planeó “trabajar con el pobre y para el pobre”, sin exclusión alguna y “propiciar la formación de la Iglesia Autóctona”. Al final, el obispo Samuel retomó el proceso de la asamblea e interpretando el sentir general propuso “la opción por el pobre”, el camino del Evangelio. La asamblea apoyó la opción. Las siguientes asambleas anuales evaluaron y explicitaron la “opción por el indígena”, “por la mujer indígena”, “por el refugiado”, “por la Iglesia Autóctona”, “por la teología india”, “por los ministerios”, etc., vigente hasta el día de hoy.

La actitud por el pobre que asumió la diócesis con denuncias, soluciones y hechos, generó la Opción Laical, las Comunidades de Base, la Iglesia Autóctona, el Pueblo Creyente (en 1991), el Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas (creado el 19 de marzo de 1989), la Coordinación Diocesana de Mujeres (creada en 1992), así como organismos en favor de los pobres y en defensa del derecho del campesino indígena y mestizo en su lucha por la tierra.

Todo esto ocasionó el rechazo de sectores poderosos, urbanos y rurales, que medraban con el comercio y el servicio mal pagado. El rechazo de finqueros y hacendatarios que tenían a los trabajadores en semi-esclavitud, aunque con cubertura “legal” y protección de la policía, del ejército, de los jueces, etc.

Repercusión en la sociedad de la práctica pastoral

En este caminar de opciones diocesanas, con motivo de los veinte años de Don Samuel al frente de la diócesis, se dio un encuentro —asamblea— pastoral titulado “Evangelización y Mundo Indígena”, celebrado del 26 al 31 de agosto de 1979. En él participaron 14 obispos de diversos países de Latinoamérica, afines y asociados a la opción por el pobre. Ellos provenían de Brasil, El Salvador, Perú, Guatemala así como de la Región Pacífico Sur. En ella se evaluó y planeó el trabajo.

Poco a poco el gobierno civil acusó a la diócesis de incitar a los campesinos indígenas a la rebelión e invasiones, de proporcionar armas, organización, dirección. Se creó un clima de amenaza y sospecha, cuando no de ataques directos y represión al campesinado y a los agentes de pastoral. De desalojo y muerte. Se ejecutó la Masacre de Wolomchan (en 1980), se encarceló al presbítero Joel Padrón (en 1991), y se dieron ataques al mismo obispo Don Samuel. Un sector de habitantes de la ciudad de San Cristóbal que se acredita como “los auténticos”, iniciaría una campaña, apoyada subrepticiamente por algún clérigo y con cobertura de autoridad, y llevaría su acusación ante autoridades eclesiásticas nacionales y vaticanas, con la intención de remover a Don Samuel de su servicio pastoral.

Este acoso y represión a Don Samuel y a agentes de pastoral de parte del gobierno estatal y federal se agudizó en 1980 y en los años siguientes, cuando la diócesis apoyó, en Chiapas, a sinnúmero de refugiados guatemaltecos que huían de la represión y muerte en su país. La diócesis les dio apoyo, en todos los órdenes, con el Comité de Refugiados que se creó en su defensa. Dicho comité recibió apoyo nacional e internacional de organismos y aún de gobiernos de ciertos países. Recuerdo haber atendido al embajador de Alemania que nos visitó para conocer de primera mano el destino de las ayudas que había enviado.

En 1982 se incrementó y agudizó la campaña de difamación e intimidación contra la diócesis: se dio el allanamiento de la Casa de los Maristas en Comitán el 12 de febrero, lo mismo sufrió La Castalia días después, la Parroquia de Santo Domingo también padeció registro y amenazas. Nos visitaron los días 2l a 27 de febrero, en solidaridad, los obispos de la Región Pacífico Sur, y fueron a los campamentos de refugiados.

En 1983, la diócesis vivió uno de los cenit de la tensión. Fue en el mes de mayo. Se recibió la noticia de una visita apostólica que haría el Vaticano, con tres obispos, para analizar la marcha de la diócesis y la dirección de Don Samuel. La asamblea programó la defensa y se puso en contacto con la Conferencia Episcopal Mexicana, con los superiores mayores de órdenes y congregaciones y, a nivel internacional, con diócesis amigas y organismos solidarios, pues, por informes confidenciales, supimos que los planes del gobierno eran expulsar a los refugiados.

En 1984, de abril a julio, fueron reubicados los refugiados en Campeche y Quintana Roo. Agentes de pastoral que los acompañaban fueron secuestrados y llevados a Tuxtla. El presbítero Rodolfo Román, en Villa Las Rosas, fue secuestrado. El gobierno desató una campaña de difamación por radio, prensa y televisión contra los sacerdotes y la diócesis. La asamblea de 1984 creó la “Comisión Pentecostés” para preparar, organizar la visita y la defensa. En este orden de cosas fue de gran gozo el apoyo de las diócesis de la Región Pacífico Sur (Tuxtla, Tapachula, Tehuantepec, Oaxaca, Huajuapan y Prelatura Mixe).

Levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional

Otro hecho crucial en el que la diócesis expresó su opción por el pobre, el débil y oprimido, fue la mediación de la diócesis, con la persona de Jtatik Samuel, en los Diálogos y Acuerdos de Paz que mantuvo el Gobierno Federal con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional a raíz de su declaración de guerra al gobierno y ejército mexicano el 1° de enero de 1994. Ello agudizó más la repulsa de ciertos sectores sociales a la figura de Don Samuel y a la diócesis de San Cristóbal de Las Casas, pues se les acusó de haber propiciado con su pastoral y eclesiología dicho levantamiento.

Fray Raúl Vera López, Obispo Coadjutor. Sínodo Diocesano

La diócesis, con Don Samuel, continuó sufriendo durante años los embates del gobierno y de cierta jerarquía eclesiástica. En los círculos vaticanos se tomó la solución que se había ensayado en Oaxaca: nombrar un obispo coadjutor a Jtatik, Fray Raúl Vera López (1995-1999), dominico, quien había guiado con acierto la diócesis de Altamirano, México, con su plan de pastoral inspirado en el Vaticano II. Fray Raúl tomó posesión de la diócesis en 1995. Consciente de la trama y del caminar acertado de Don Samuel, no entró en el juego confrontativo religioso-secular. Por el contrario, compartió su autoridad con Jtatik Samuel. Ambos marcaron la ruta a seguir en la diócesis con el Tercer Sínodo Diocesano de 1995 al 25 de enero de1999. Sínodo que recogió, sistematizó y precisó la experiencia pastoral de vida y fe que vivió la Iglesia Particular de San Cristóbal de Las Casas, bajo la moción del Espíritu Conciliar. El peso de este caminar se cargó sobre sacerdotes, religiosos y religiosas, sobre sus más de nueve mil catequistas, seiscientos diáconos y coros, y otros cientos de servidores y consejeros de trabajo social, familiar, de la tierra, la salud y la educación.

Proceso y actualidad eclesial

La diócesis de San Cristóbal de Las Casas, en comunión con la Iglesia, sigue caminando, en el día a día, en tensión creadora, al encuentro del Señor, animada por el espíritu de Jesús en el empeño de una sociedad nueva, libre, y con sentido de transcendencia.

San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, a 18 julio 2024.


  1. Correo electrónico: pabloiribarrenpascal@yahoo.com.mx