María Del Socorro Castañeda-Liles[1]
Becoming Mujeres
¿Qué tiene que ver el café con leche con el catolicismo mexicano? Según Esperanza (68 años), tiene todo que ver. Mientras vertía leche en mi café y lo mezclaba, comenzó a platicarme sobre su experiencia como mujer católica y repetidamente se refería a La Virgen de Guadalupe como “La Virgen morena, madre de todos los mexicanos.” Esto me llevó a preguntarle si, para ella, ésta es un símbolo de la cultura popular mexicana o un símbolo religioso católico.
Esperanza me miró sin decir palabra alguna, luego me dio una cuchara. En un tono firme pero cariñoso, me pidió que le hiciera el favor de quitarle la leche al café que estaba tomando. Su pregunta me tomó por sorpresa y debo confesar que me sentí desconcertada y tonta a la vez. La miré y le dije que lo que me pedía era imposible, porque el café y la leche estaban mezclados. Luego procedió a decirme: “Exactamente, ‘mija, es lo mismo en México. No se puede separar a La Virgen de Guadalupe, la religión y la cultura, están mezcladas.” Su respuesta me dejó sin palabras; con un ejemplo muy simple, pudo sintetizar la calidad de las múltiples capas de su imaginación católica mexicana. La respuesta de Esperanza revela por qué es tan importante prestar mucha atención a las metáforas que las personas usan para describir sus formas de conocimiento, ya que son puertas de entrada a las complejas influencias socio religiosas que dan forma a los mundos de las personas.
Imagen 1.
Los niños nacidos en familias católicas mexicanas se familiarizan con las costumbres e imágenes católicas incluso antes de que puedan comprender plenamente su significado (imagen 1). Los objetos materiales religiosos en el hogar, como altares domésticos, velas votivas y estatuillas de santos, que generalmente vienen con historias de familia de milagros concedidos, son algunos de los primeros medios para la transmisión de la fe (McGuire 2007; Orsi 1996; Tweed 1997) (imagen 2). En este proceso de transmisión religiosa, la madre (o abuela) es típicamente quien socializa a los hijos de la familia al catolicismo.
Imagen 2
Las tradiciones católicas se transmiten a través de las mujeres de la familia. Es dentro de esta intrincada red de relaciones matrilineales entre la religión y la vida secular—o “el cielo y la tierra”—y entre los niños, las madres y las abuelas que muchos niños mexicanos son socializados por primera vez al catolicismo. La devoción católica de la madre se convierte entonces en el primer modelo religioso/cultural desde el cual los niños aprenden a verse a sí mismos como personas de fe en un contexto sociocultural específico.
La transmisión de la religión y la devoción que tienen lugar en el hogar se refuerza en el exterior mediante exhibiciones públicas de rituales y prácticas católicas como la misa, procesiones en días festivos religiosos particulares, representaciones teatrales de relatos católicos, peregrinaciones a lugares considerados sagrados, y altares públicos (Espín 1994, 2006; León 2004; Matovina 2002, 2005; Peña 2011; Pineda-Madrid 2008). Por lo tanto, no sólo lo que los niños aprenden en casa sino también lo que aprenden fuera ayuda a establecer en la mente de un niño lo que significa ser católico (Cadena 1995; Martin 1992; Orsi 2010; Reese 2012; Torres 2010). (imagen 3)
Imagen 3.
Tradición y cultivo de la devoción católica
La repetición de la historia de la aparición y los milagros que la gente le ha atribuido a La Virgen de Guadalupe a lo largo de los siglos han validado la historia en la conciencia colectiva de los católicos mexicanos, llevando a la gente a desarrollar una devoción por ella (Castañeda-Liles, 2008). A medida que la historia de “La Morenita” ganaba aceptación y su imagen se usaba en momentos políticos claves de la historia de México, se convirtió en una de las piedras angulares del catolicismo mexicano y de la identidad nacional (Lafaye, 1987). Pero lo que da veracidad a la historia en los ojos de los niños es el contexto en el que se le cuenta. La historia no se transmite simplemente como un evento que sucedió hace muchos años, sino que se contextualiza en lo que la madre percibe como su intercesión en las pruebas y tribulaciones de la familia.
En este proceso de transmisión de la historia de “La Guadalupana” se forman y fortalecen relaciones verticales y horizontales (Orsi, 1996). Es decir, las relaciones que la persona percibe con lo que considera sagrado (verticales) y las relaciones que forma con los seres queridos (horizontales). Tales relaciones típicamente involucran a tres personas: el transmisor de la devoción (generalmente la madre de familia), el receptor (generalmente un/a niña/o) y una imagen religiosa (en este caso, La Virgen de Guadalupe), creando así lo que Orsi (1996) llama un “triángulo devocional.” Esta metáfora de un triángulo devocional es útil para ayudarnos a comprender cómo los mexicanos en Estados Unidos y México son socializados al catolicismo.
La relación preestablecida entre el emisor y el receptor es fundamental para determinar en qué medida el receptor acogerá e incorporará en su vida a una determinada figura religiosa. En el caso de las mujeres que entrevisté para esta investigación, la transmisora (madre) usa varios métodos para socializar a la receptora (hija) en un sistema de creencias en particular (su devoción). Estos métodos incluyen altares caseros, oración estructurada y no estructurada, rituales católicos en la familia, historias de milagros concedidos, velas votivas, peregrinaciones y vestirse con ropa indígena en el día de la fiesta de La Virgen de Guadalupe. Estos métodos de socialización religiosa son los bloques de construcción de la imaginación católica mexicana (imagen 4).
Imagen 4.
Así como la transmisora (la madre) le enseña a la receptora (la hija) acerca de la Virgen, la hija aprende a asociarla con su propia madre. A través de esto, como demuestro más adelante, la hija aprende de su madre que la deidad es especial y sagrada, pero cálida y amorosa. A medida que la hija se acerca a la relación madre-hija se fortalece a través de la devoción compartida. Es así como la hija llega a percibirla como parte de su vida cotidiana y eventualmente la mueve a incorporarla a sus propias formas de conocimiento.
Esta devoción compartida entre madre e hija crea y refuerza en la receptora (la hija) un profundo sentimiento de apego emocional tanto a la figura religiosa (La Virgen de Guadalupe) como a la transmisora (la madre). En esencia, la devoción que desarrolla la hija está anclada en el sentido de su legítima herencia de esa creencia. Sin embargo, con el tiempo la niña interioriza esta creencia y la hace propia, arraigada en la relación entre madre e hija y validada a través de las tradiciones religiosas populares como son las peregrinaciones, altares en casa y públicos, fiestas patronales, etc… En este proceso, la hija desarrolla una conciencia interna de que la Virgen es real para ella. En consecuencia, más adelante en su vida, el receptor (la hija) asocia su devoción a la figura religiosa con la persona (su madre) que originalmente transmitió la práctica religiosa. El triángulo devocional se fortalece, dando al receptor una sensación de “anclaje espiritual.” (imagen 5)
Imagen 5.
Los lazos que unen al transmisor y al receptor a través de la devoción a una figura sagrada no se guardan simplemente en los recuerdos, las tarjetas de oración o los viejos álbumes de fotos una vez que el transmisor ha fallecido (Orsi 1996). Por el contrario, maduran a medida que los lazos continúan formando parte del eje religioso/espiritual del receptor, desde el cual transmitirá la devoción a las generaciones posteriores. De esta manera, el “triángulo devocional,” para usar el término de Orsi (1996), continúa replicándose con cada nueva generación, incorporando triángulos devocionales más antiguos a los nuevos (Ibíd.). Al mismo tiempo, si bien el sentido de intimidad que la receptora (la hija) construye con la emisora (la madre) y la sagrada imagen, puede permanecer igual, la forma en que la receptora imagina a la Virgen de Guadalupe no es impermeable o fija. En general, las personas son socializadas y resocializadas dentro (o fuera) de la devoción a ciertas imágenes sagradas a medida que experimentan las alegrías y tribulaciones que vienen con la vida, y cuando sus peticiones a las figuras religiosas son concedidas o negadas (Orsi, 2011). Por ejemplo, lo que una niña cree que son las normas de buena conducta de la Virgen para las niñas católicas se ajustará y reajustará a medida que la niña madure.
A medida que las niñas escuchan testimonios de milagros concedidos, peticiones en nombre de familiares o historias, automáticamente se integran a las “corrientes emocionales” de la vida adulta mediante las cuales se expresa la devoción (Orsi, 1996: 196). Primero llegan a conocer a La Virgen de Guadalupe en el contexto de las alegrías y sufrimientos de sus familias. De niñas, a las mujeres de mi estudio se les enseñó que la “Morenita” siempre está presente y dispuesta a escuchar sus súplicas, por más simples o difíciles que parezcan los problemas, desde un juguete perdido hasta rezos por la curación de un pariente enfermo.
Además, las mujeres de mi estudio se introdujeron por primera vez al catolicismo a través de prácticas y rituales católicos populares y la presencia de objetos materiales en el hogar, como altares domésticos y estatuillas de santos. Tales prácticas en el hogar eran parte de la religión vivida por estas familias y funcionaban como los primeros pilares espirituales de la imaginación católica mexicana de ellas en sus primeros años de infancia. Las mujeres que entrevisté aprendieron de sus madres a percibir a la deidad como su madre celestial. Esta creencia se fue fortaleciendo a través de objetos materiales religiosos en la casa y ciertas tradiciones familiares.
La conexión inicial que las mujeres sintieron con la Virgen de Guadalupe en su infancia no estuvo necesariamente ligada a los detalles de la historia de las apariciones. En realidad, no estaban por completo enteradas de todos los detalles de la aparición, sin embargo, la Virgen se hizo real para ellas a través de historias familiares sobre milagros que sus madres les transmitieron. En la infancia de las mujeres, todas estas tradiciones familiares juntas reforzaron su creencia de que ella es la madre y protectora siempre presente (Espín, 1997).
Desde que tienen memoria, las madres y abuelas de las mujeres de mi estudio les enseñaron a confiar en La Virgen de Guadalupe, con la explicación de que ella era su madre celestial. Este tipo de intimidad entre ella y las mujeres que comenzó en la niñez es un aspecto de la devoción a ella que permanece constante. La Virgen de Guadalupe que estas mujeres llegaron a amar les da un sentido de confianza de que ella está a su lado y así les permite enfrentar las dificultades de la vida con un tipo de resiliencia impulsada por la fe.
Conclusión
A una edad muy temprana, las mujeres que entrevisté para mi investigación fueron socializadas en ciertos conjuntos de creencias religiosas y parámetros de estas. Se les proporcionaron señales que utilizan para identificar las cosas como sagradas o seculares. Algunas han seguido usando dichos parámetros a medida que van madurando, pero también los han desafiado y reconfigurado mientras incorporan nuevos parámetros a medida que experimentan la vida. En las familias católicas mexicanas los niños se introducen en la religión al ver a sus padres (principalmente a sus madres) y otros familiares encarnar lo que significa ser un católico mexicano. Una figura religiosa central en el proceso de socialización es La Virgen de Guadalupe, quien a temprana edad en la vida de un niño se convierte en un símbolo sagrado capaz de sintetizar el ethos y la cosmovisión en la que él o ella está siendo socializado (Geertz, 1973).
Los estudiosos de la religión siempre han cuestionado la autenticidad de la historia de la aparición de la Virgen (Castañeda-Liles, 2008). Sin embargo, a pesar de los debates en curso, a lo largo de los siglos la gente le ha atribuido cualidades milagrosas creando un conocimiento cultural sobre ella que trasciende cualquier teoría académica sobre su veracidad.
Como afirma Espín (1997), entre las familias latinas, las mujeres, y en particular las mujeres mayores, “son ministras y portadoras de nuestra identidad.” En los ojos de las mujeres católicas mexicanas, La Virgen de Guadalupe es real y su capacidad de consolar es infinita; ella siempre está ahí, lista para escuchar las súplicas de los fieles. Al mismo tiempo, sucede mucho más en el proceso de socialización que simplemente aprender a percibirla como una figura materna. Una mirada más cercana al proceso de socialización revela que las relaciones paralelas y verticales —las del niño, la madre y La Virgen de Guadalupe— se desarrollan en lo que Orsi (1996) se refiere como un “triángulo devocional.”
Basado en mi estudio, el catolicismo mexicano (tanto en México como en Estados Unidos) existe no sólo en la psique del individuo, sino que también se encarna y experimenta físicamente. Las creencias religiosas católicas en los años de infancia se reflejan tanto en el cuerpo físico como en la imaginería cultural. De hecho, ya sea que hayan pasado sus años de infancia en México o en los Estados Unidos, las mujeres que participaron en este estudio aprendieron lo que significa no sólo ser católicas, sino católicas mexicanas en particular. Dentro del contexto de un triángulo devocional ellas viven, experimentan, y transmiten a futuras generaciones un catolicismo guadalupano con aroma de café con leche. (Imagen 6)
Imagen 6.
Nota: Este ensayo está basado en mi libro, Our Lady of Everyday Life: La Virgen de Guadalupe and the Catholic Imagination of Mexican Women in America. New York, NY, Oxford University Press, 2018.
Fotografías de María Del Socorro Castañeda-Liles (2018).
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