Madisson Yojan Carmona Rojas [1]
Jenny Marisol Ávila Martínez
Universidad Pedagógica Nacional (Colombia)
Conexiones informales a la red hídrica local. Acervo de las autoras
Resumen
El objetivo del texto es argumentar la relación entre la informalidad urbana y el sufrimiento hídrico en Santa Marta, Colombia. Se analiza la producción desigual del espacio urbano en América Latina, vinculada a la segregación socioespacial, la falta de acceso a suelo y vivienda, y el crecimiento del mercado laboral informal. Se destaca la influencia del capitalismo en la configuración de estructuras urbanas desiguales, donde los habitantes de bajos ingresos recurren a estrategias informales para su reproducción social. La investigación incorpora elementos de la ecología política para entender el sufrimiento hídrico, enfocándose en las contradicciones del capitalismo y la mercantilización del agua. Se critica la falta de políticas públicas que garanticen un hábitat digno, especialmente para las poblaciones más vulnerables, y se resalta la necesidad de reconocer la informalidad como una realidad tangible en las ciudades contemporáneas.
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Las lecturas de la realidad urbana contemporánea en América Latina son herederas de un fecundo espectro analítico, alimentado por tradiciones teóricas clásicas que se renuevan con las discusiones que emergen de las condiciones sociohistóricas —y, por tanto, socioespaciales— en las que se enmarcan los procesos particulares de producción desigual del espacio urbano. Así, en el continente es fácilmente reconocible un conjunto de trabajos caracterizado por su carácter crítico (Kowarick, 1979; Singer, 1986; Castells, 1973; Quijano, 1967; Perlman, 1976; Lomnitz, 1975), el cual, desde la década de 1960, busca dar cuenta de la estructuración de los patrones de segregación socioespacial (Linares, 2013; Link, Valenzuela y Fuentes, 2015), limitación en el acceso al suelo y la vivienda (Di Virgilio, 2015; Cravino, 2001; Torres y Rincón, 2011; Salinas y Pardo, 2020), configuración de mercados de trabajo informal en constante crecimiento (Mejía y Posada, 2007; Uribe, Ortiz y Castro, 2006) y un conjunto amplio de problemas socioespaciales derivados de la implementación de modelos económicos desarrollistas orientados a un horizonte normativo modernizador preconizado por autores como Germani (2010) o Vekemans (1979).
En este sentido, es indispensable precisar que uno de los elementos estructurales que enlaza el conjunto de las apuestas teóricas críticas sobre lo urbano en América Latina es el reconocimiento del carácter desigual del despliegue de las fuerzas productivas en el continente y, por tanto, de la configuración de altos niveles de concentración de poder y riqueza en manos de grupos sociales que cuentan con posiciones privilegiadas en la estructura del Estado. En consecuencia, estos trabajos reconocen que la «circulación [espacial] de la racionalidad capitalista» (Carmona, 2021) permite la producción y reproducción de estructuras urbanas desiguales en las que, particularmente, los habitantes de menores ingresos a menudo deben hacer frente a las condiciones de reproducción social con arreglo a estrategias informales y autogestivas que se hallan, en algunas ocasiones, al margen de los circuitos mercantiles.
De lo anterior se deriva que para penetrar en estas realidades socioespaciales sea preciso integrar un cuerpo analítico que, al tomar distancia de las miradas formales (dualistas) propias de los discursos institucionales promovidos por las élites políticas y económicas, incorpore una perspectiva de carácter dialéctico que observe en los procesos desiguales de producción del espacio urbano las contradicciones fundamentales, cambiantes y peligrosas (Harvey, 2014) que contribuyen, por otra parte, a reproducir tanto la racionalidad capitalista hegemónica como las representaciones espaciales (Lefebvre, 2013) que la constituyen. En tal sentido, esta dialéctica socioespacial encontrará en la lectura de las tensiones (contradicciones) experimentadas por el despliegue del capital en sus diversas escalas de acción una posibilidad de comprensión de los márgenes de acción de los agentes espaciales que participan de la totalidad del proceso socioespacial referido.
Como resultado de este posicionamiento teórico crítico, autores como Harvey (2014), Smith, (2020), Moreira, (2007), Porto-Gonçalves (en Mejía Ayala, 2020), Moraes y Da Costa (2009), Carlos (2018), Lencioni (2017), Cravino (2001), Pradilla (2014) y Jaramillo (2012), consideran que es indispensable centrar la atención en la lectura de la participación de los diversos actores urbanos en el complejo entramado de los procesos socioespaciales que estos contribuyen a producir. Es en este punto que cobra relevancia la discusión sobre la magnitud del capital que cada actor pone en circulación y, en consecuencia, la capacidad que desarrolla para interferir en las condiciones de estructuración espacial de los entornos urbanos.
La línea teórica propuesta para esta investigación incorpora, por otra parte, elementos analíticos desarrollados por Bourdieu (1999) en el sentido de ubicar en el marco de las transformaciones en los patrones de reproducción del capital los «efectos de lugar» generados por la reestructuración capitalista posterior a la década de 1970, y que hasta la actualidad manifiesta sus efectos más perniciosos y dramáticos, tal y como lo señala este autor, en el acceso diferencial —cuando no restringido— a los equipamientos y bienes urbanos que antes de esta década fueron provistos por instituciones de carácter público.
En sintonía con lo expuesto, y en tanto eje articulador de la discusión teórica sobre el panorama de sufrimiento hídrico en Santa Marta, Colombia, la dialéctica socioespacial funge como posibilidad de leer de forma consistente tanto el juego de actores vinculados con el problema del acceso al acueducto en la ciudad de Santa Marta, como las condiciones institucionales resultantes de su participación en el entramado político local y regional. Por ello, esta apuesta dialéctica supone observar que las contradicciones propias del despliegue de la racionalidad capitalista en el espacio urbano se hallan condicionadas por dos asuntos primordiales: a) por la posición relativa del conjunto urbano en el panorama socioespacial nacional, y b) por los vínculos en la escala local y las dinámicas y magnitudes de inversión de capital —tanto nacional como extranjero— en los diversos ámbitos del entorno económico-productivo de la ciudad. Esta lectura dialéctica, situada en un horizonte multiescalar, conduce, por otro lado, a articular las condiciones de producción desigual del espacio urbano en Santa Marta con las tendencias urbanas y funcionales contemporáneas.
De allí se colige que, en la medida en la que las condiciones de extracción de rentas urbanas (vinculadas, para el caso de Santa Marta, con dinámicas turísticas) experimenten una tendencia creciente, el arribo de capitales de diversa proveniencia —nacional e internacional— seguirá una senda de transferencia de valor hacia centros económicos de primer orden en el país y en el mundo. Si se leen estos procesos desde el lente de la «dialéctica de la dependencia» (Marini, 1973) es posible generar líneas de progresión analítica que conduzcan a enmarcar lo que en apariencia son tendencias locales en marcos espaciotemporales amplios y, por ello, más consistentes y elocuentes.
Por lo anterior, y dado que esta reflexión se presenta en el marco de la lectura de dinámicas socioambientales de una ciudad intermedia del Caribe colombiano, es necesario referir que los referentes analíticos deben tomar en consideración las especificidades de estos entornos urbanos. En dicha sintonía, huelga decirlo, se observa que un número significativo de investigaciones desarrollan aparatos analíticos y metodológicos que no captan las particularidades de las formas de producción del espacio en las ciudades intermedias y por ello proyectan sobre estas los caracteres de las grandes urbes sin tomar en cuenta las mediaciones sociales, políticas, económicas e históricas indispensables para entenderlas. De allí, entonces, que una de las apuestas teóricas de la investigación en la que se enmarca este trabajo, además de la discusión sobre el sufrimiento hídrico, se finque en contribuir a pensar claves de lectura de los procesos socioespaciales de las ciudades medidas del país.
En este orden de ideas, la incorporación de la ecología política del sufrimiento hídrico al cuadro analítico de las condiciones de acceso al agua en Santa Marta sigue una senda crítica de lectura de lo urbano que se manifiesta en el reconocimiento tanto de las condiciones del sufrimiento como de la forma en la que estas se producen en contextos socioespaciales marcados por formas cada vez más dramáticas de segregación. Lo anterior con el agravante de que las decisiones políticas, pensadas en función del beneficio de las élites políticas y económicas locales y regionales, reproducen el orden desigual y excluyente de un espacio urbano pensado para satisfacer exclusivamente las necesidades de ocio de los visitantes y no para garantizar las posibilidades de un hábitat digno para la población local, principalmente aquella de menores ingresos.
Esta mirada de la «ecología política urbana latinoamericana» (Castillo, 2019) se nutre, en consecuencia, de las tradiciones críticas en los estudios urbanos, pero, además, conduce a crear un espectro conceptual que capta el sentido que le asignan los habitantes de la ciudad al problema del abastecimiento de agua, desligándolo de las habituales formas dicotómicas que han caracterizado a las lecturas más institucionalizadas sobre el asunto.
En conexión con lo anterior, es importante mencionar que uno de los intereses teóricos y conceptuales más recurrentes para la sociología y la antropología urbana de una gran parte del siglo XX fue el de los movimientos poblacionales de las zonas rurales hacia las limitadas y jóvenes ciudades, que en el caso de América Latina, estuvieron impulsados tanto por los proyectos de industrialización por sustitución de importaciones, como por el recrudecimiento del conflicto armado, particularmente en Colombia. La tensión y la espacialidad difusa derivada de un campesinado en constante desplazamiento y una ciudad que quería asemejarse a las grandes metrópolis, dio paso a que la ciudad se dividiera entre lo tradicional y lo moderno, entre lo agrario y lo cosmopolita.
Para los estudios sociales más tradicionales, la migración rural puso a prueba los procesos de higienización, reconstrucción cultural y urbanización. Así, los asentamientos urbanos que mantenían prácticas propias del universo rural fueron señalados como un cáncer para la ciudad, pues generaban rupturas y perturbaciones en el despliegue espacial de los procesos de higienización, apertura de zonas industriales y mercados inmobiliarios (Jaramillo, 2012). Como resultado de ello, las barreras que los gobiernos locales y nacionales interpusieron ante los grupos excluidos del progreso imposibilitaron su participación y visibilidad ante las instituciones encargadas de garantizar derechos como el trabajo, la educación y la vivienda para los más vulnerables.
A partir de los años sesenta, aparece como respuesta a esta perspectiva sobre los excluidos sociales la noción de marginalidad social, una visión proveniente de los movimientos intelectuales de izquierda cuya perspectiva sobre la migración campesina reconoce que estos no son el resultado de una inadaptación cultural a la que corresponda destruir; por el contrario, estas movilidades no son más que el resultado de la acumulación histórica de condiciones de precariedad y abandono del campesinado en las zonas rurales.
Estos nuevos pobladores de la ciudad, «carentes del espíritu avasallador del progreso» no solo llegaron con necesidades sino también repertorios organizativos para resolver las crisis socioespaciales para las que la política latinoamericana no estaba preparada. La crisis habitacional y el fomento de espacios laborales al margen de los motores de la industria o los polos de desarrollo económico, como el turismo, fueron problemas que la acción popular logró resolver con mayor celeridad y cobertura que los mismos gobiernos. Iniciativas como la autoconstrucción de vivienda, la autogestión para la provisión de servicios domiciliarios y la promoción de puestos de trabajo amparados en las costumbres campesinas como los mercados y zonas de abastecimiento de alimentos, constituyeron un parteaguas en el urbanismo latinoamericano, un modelo que en vez de ser integrado y reconocido, fue criminalizado y perseguido por las élites políticas y económicas (Jaramillo, 2012).
La autogestión para resolver problemas de supervivencia urbana fue un proceso con un considerable nivel de politización de los pobres que se asentaron en la ciudad. En tal medida, el conjunto de estrategias de organización y construcción de garantías materiales de existencia al margen de los lineamientos institucionales fue definido como el fenómeno de la informalidad. De allí que en los estudios urbanos se haga evidente el reconocimiento de las prácticas de urbanización y trabajo informal como un acto creativo de la fuerza de trabajo que, al no lograr integrarse a la institucionalidad, desarrolló otros canales para su reproducción (Torres, 2009). Ahora bien, es importante mencionar que la autoproducción de la vivienda y la autogestión de los servicios públicos también encarna, de acuerdo con Pradilla (1982), un mecanismo intencionado de los empresarios cuyo objeto es rebajar el valor de la fuerza de trabajo.
Por lo anterior, es necesario que los Estados reconozcan que la informalidad es una realidad tangible que experimentan las poblaciones de menores ingresos. En las ciudades contemporáneas, el sector informal puede llegar a emplear a más de la mitad de las personas en edad laboral. Ante estas proporciones no es posible mantenerse en la teorización del fenómeno, es imperativo crear nuevos espacios de investigación sobre las estrategias de sobrevivencia en el mundo informal que nos permitan comprender cómo las poblaciones organizan mecanismos para acceder a los derechos y servicios de los que han sido despojados.
El recrudecimiento de las modalidades de acumulación de capital que experimentan las comunidades empobrecidas del mundo contemporáneo obliga a la ecología política a indagar sobre la renovación de las formas de desposesión establecidas por los gobiernos neoliberales y las multinacionales, así como los mecanismos de resistencia que los movimientos ambientales adelantan para hacer frente a la crisis. Aun cuando se reconoce el carácter histórico del detrimento de los recursos naturales y de la producción de espacios geográficos saqueados para beneficio de los países desarrollados, se hace necesario especificar cómo se exponen y experimentan las distintas aristas de la desigualdad (Svampa, 2019).
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Es así como a partir del interés por analizar la influencia de las relaciones políticas y económicas en los procesos ambientales se deriva la categoría de sufrimiento ambiental, entendida como la experiencia afectiva, sensible y material que enfrentan los sujetos que viven en espacios de explotación de recursos, altamente contaminados, privados y segregados de proyectos de protección estatal (Auyero, 2007). El sufrimiento ambiental siempre lo han experimentado las poblaciones víctimas del modelo extractivista, que se ha fusionado con las comunidades hasta el punto de ser naturalizado e invisibilizado por los estudios ambientales (Castillo y Hernández, 2020). La experiencia del sufrimiento por causas asociadas a los daños del medio ambiente es profunda: parte desde la visualización de paisajes devastados, desprovistos de la flora y la fauna nativa, pasando por lo sensorial, donde los olores y los ruidos afectan la supervivencia, hasta llegar a lo fisiológico, donde actividades como la minería, la expulsión de gases tóxicos en zonas industriales y la contaminación de suelos y fuentes hídricas provocan un amplio espectro de enfermedades respiratorias, gastrointestinales y dermatológicas.
El acercamiento a las poblaciones que sufren los efectos del medio ambiente contaminado es el camino más expedito para desnaturalizar la relación de explotación y despojo que se ha gestado entre la sociedad y la naturaleza (Leff, 1995). Por ello, es indispensable reconocer que todos los desequilibrios que padecen los ecosistemas y las comunidades obedecen a las decisiones políticas que impone el poder hegemónico sobre el mundo. Por lo tanto, no es por azar que en la actualidad la agenda de asuntos internacionales tenga en sus primeros renglones el futuro del planeta de cara a la devastación producida por la voracidad de las empresas y los favores recibidos a través de las políticas de Estado. En la avanzada neoliberal la privatización de recursos estratégicos como el agua y el suelo (Svampa, 2019), así como la desregulación de las actividades extractivas para incentivar la inversión extranjera, transformaron de manera decisiva los territorios de los países subdesarrollados. Por un lado, generan un fuerte impulso hacia la construcción de clusters turísticos y zonas residenciales para extranjeros y nacionales de altos ingresos, por el otro lado, despojan a los más pobres de su posibilidad de asentarse en terrenos sin situaciones de riesgo, con acceso al agua y a los servicios de movilidad.
El temor globalizado al visualizar las «guerras por el agua» (Shiva, 2018) que ya se libran en algunas partes del mundo, hacen que la lente del sufrimiento ambiental se acerque a un subcampo denominado «sufrimiento hídrico», una condición a la que están expuestos los pobladores de asentamientos informales que carecen de fuentes de abastecimiento de agua potable, así como las comunidades campesinas que han visto la manera irremediable en la que se contaminan sus fuentes hídricas, provocando la muerte de los demás organismos vivos que allí habitan.
La mercantilización del recurso hídrico desencadena la producción de escenarios de desigualdad y competencia por el acceso tanto al agua como a los bienes mínimos que garantizan la existencia. Ahora bien, en tanto contradicción, contribuye a producir nuevos repertorios de acción sociopolítica en los que el descontento y el desgaste propios del sufrimiento hídrico sirven para visibilizar los distintos rostros de la crisis ambiental y sus correspondientes discursos del capitalismo verde y el desarrollo sostenible. En esta medida, las comunidades ponen de manifiesto cómo detrás de las iniciativas de responsabilidad ambiental de las empresas, se hallan pobladores que día a día tienen que recrear estrategias de defensa ante la incertidumbre del riesgo y la toxicidad de los ambientes que habitan.
Referencias
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Nota: Este artículo se deriva del proyecto de investigación titulado: Ecología política del sufrimiento hídrico en Santa Marta, Colombia (DCS 656-24), financiado por el Centro de Investigaciones de la Universidad Pedagógica Nacional. ↑