Nancy Landa. La historia de una mujer binacional que, a través de la escritura y la incidencia, convirtió la intemperie en refugio colectivo para deportados y retornadas

 

Nancy Landa[1]
Especialista en migración y estrategias de incidencia

Amarela Varela-Huerta[2]
Universidad Autónoma de la Ciudad de México


Preludio

Amarela Varela: Es el último otoño de una vida que no volverá. La pandemia aún no ha comenzado. Es octubre de 2019 y apenas nos estamos recuperando de los efectos de los sismos del 2017, pero, a diferencia de la impresión que de niña tuve de la colonia Roma, cuando acompañábamos a mi mamá a dejar a los rescatistas garrafas de agua potable después del septiembre de 1985, esta Roma otoñal luce entera. Hay gente en los cafés. Las calles están llenas de bullicio. Es medio día y con unos chilaquiles de por medio, cual puentes del gozo que estamos por experimentar con el diálogo del que transcribimos estas instantáneas de una vida compleja y apasionante, comienza la conversación con Nancy Landa. Una de las figuras públicas del movimiento de personas retornadas y deportadas a México en la era de la deportación.

Conocí a Nancy en Tijuana en el año 2014, coincidimos en una asamblea binacional cuando ambas volvimos a México la década pasada, yo porque regresé de Barcelona y ella porque fue deportada de su vida en California. Han pasado dos hijos para mí desde entonces, varios sismos y muchos y muy complejos procesos para ella de crecimiento vital, político, académico y profesional del que esta entrevista, este ejercicio de autoetnografía de una mujer binacional, quiere dar cuenta.

La historia de Nancy, como la de todas las mujeres, es relevante y representativa de un momento histórico concreto: el del agotamiento de los relatos nacionales para nombrar la pertenencia política a una comunidad. En lo contemporáneo, revelan las historias de vida de mujeres transfronterizas, asistimos a la reconfiguración, desde abajo, de la ciudadanía moderno liberal tal y como la hemos conceptualizado jurídica y epistémicamente desde que inició la modernidad. Y, en este sentido, es relevante poner atención, comprender y explicar la consolidación de subjetividades políticas y luchas migrantes que agrietan con prácticas manifiestas o latentes, la certeza de que la ciudadanía nacionalestadocéntrica del liberalismo moderno es un dispositivo para el reconocimiento jurídico que empaqueta derechos y obligaciones que garantizan la sana gestión de un Nosotros imaginario: los ciudadanos de una nación.

La vida de Nancy Landa es el ejemplo de la vida que más de 13 millones de personas sostienen en ambos lados del muro fronterizo que divide América Latina de Estados Unidos. La historia de Nancy es la historia de muchas jóvenes y ‒al mismo tiempo‒ es una experiencia única que demuestra la capacidad de las mujeres transnacionales para sanar, para abrazar el dolor de sus comunidades, desentrañarlo y explicarlo a sociedades todavía atrapadas en la ilusión de la patria.

Nancy Landa fue la primera presidenta estudiantil latina de su universidad, que se atrevió a salir de las sombras en su campus universitario. Una estudiante indocumentada por las leyes que la extranjerizan de uno de sus dos países, Estados Unidos. Figura emblemática del libro ya canónico de la cronista del movimiento Dreamer, Eileen Truax,[3] que a través de la historia de esta joven méxico-estadounidense, contó la historia de muchas jóvenes cuyas existencias están atravesadas por muros, por fronteras internas y exteriores. Vidas heridas a consecuencia de las políticas de odio impulsadas por el así llamado “supremacismo blanco” en Estados Unidos. Biografías que además acumulan los rastros de la intemperie institucional con la que se les recibe en México, una combinación de desinterés, desconocimiento, estigmatización y silencios. Las vidas de estos cientos de miles de mexicanos binacionales ‒cuyas familias por cierto mantienen el Producto Interno Bruto mexicano con el envío de sus remesas‒ están atravesadas por complejas formas de fronterización permanente.

Esta entrevista a Nancy Landa, forma parte de un proyecto de largo aliento de antropología colaborativa. Entrevistar a mujeres activistas de las luchas migrantes y reconocerles la autoría intelectual de esos diálogos es una apuesta por la autorrepresentación radical de las migrantes para narrar sus vidas, sus luchas, sus perspectivas del mundo y los análisis geopolíticos que pueden develar sus experiencias vitales.[4]

Este texto es un ejercicio de activismo epistemológico que coproduce con las protagonistas de las luchas migrantes imágenes en primera persona para que las lectoras podamos entender la potencia de migrar, pero también las heridas del racismo institucional, de la violencia legal ‒dirían Menjívar y Ábrego (2012)‒ quienes proponen que con la gubernamentalidad de las migraciones a través de la producción jurídica de la figura del “indocumentado” es un ejercicio de control necesario para el funcionamiento de la economía neoliberal en Estados Unidos, al mismo tiempo que la extranjerización de los trabajadores migrantes y sus familias a través de leyes federales y domésticas es una forma de mantener la estructura social racializada en ese país.

El proyecto en que está inscrito este relato en forma de autoentrevista[5] se concentra en comprender las formas de subjetividad política migrante que transitan con las personas cuando se atreven al éxodo. Entender la vida de Landa nos permite entender en qué sentido “migrar es hermoso”, como dicen las activistas tepesianas o del movimiento de indocumentados en Estados Unidos; en qué sentido se reconfiguran las identidades políticas, de género, de raza, de edades, cuando la movilidad humana atraviesa la vida de una mujer. Proponemos esta curaduría de una conversación que comenzó en Tijuana cuando nos conocimos, prosiguió epistolarmente cuando leí el blog de Nancy, sus artículos de opinión, cuando la escuché en congresos y conversatorios, durante ese diálogo del último otoño prepandémico, en aulas académicas cuando ha aceptado impartir cursos para mis estudiantes y que, espero, continúe hasta que ambas seamos viejas. Proponemos esta pieza como un ejercicio epistémico de las luchas de mujeres, de las luchas migrantes y de los estudios sobre deportación y retorno en castellano y para lectoras, sobre todo, latinoamericanas, todas nosotras con familias transnacionales atravesadas por la migración y el destierro, por la añoranza, por la esperanza y la migración.

En el principio fue la deportación

Nancy Landa: Nunca me había considerado activista, ya después de la deportación cuando me empiezo a involucrar en temas diferentes, políticas públicas, pero sí tenía un poco de antecedentes como de involucramiento a nivel comunitario, pero nadie antes me inculcó un pensamiento político ni involucramiento ni nada, aunque siempre me interesó mucho cómo devolver a la gente la solidaridad, en la preparatoria. Mis últimos dos años en la universidad estuve en el gobierno estudiantil, la universidad era el espacio donde podía participar porque, al vivir en Los Ángeles sin los “papeles” no podía votar.

Nací aquí en la Ciudad, pero viví en el Estado de México hasta los 9 años, cuando migramos en familia, fue en EE.UU. que terminé toda mi educación básica, preparatoria, universidad donde estudié la carrera de negocios, incluso trabajé ahí cinco años. Pero en 2009 fui deportada a Tijuana.

Desde antes de terminar la universidad y los años posteriores trabajé para lo que aquí llamas “tercer sector”, buscaba fondos para sostener iniciativas de las comunidades migrantes o subalternizadas. Hasta llegué a trabajar para un diputado del estado de California, un demócrata con quien me identificaba y tenía como una de sus prioridades apoyar a la comunidad indocumentada que representaba también. Mi trabajo fue gestionar fondos desde esa oficina del legislativo para un naciente movimiento Dreamer, traer recursos a estas comunidades que habían permanecido escondidas, tenían miedo. Ahí empecé a desplegar las alas como activista, community organizer como le decimos allá, cuando comenzó mi involucramiento político, tomé parte activa de campañas de demócratas, incluso en la primera campaña electoral de Barack Obama cuya agenda era abiertamente prodreamer, pero, al año después de su elección, vino la deportación.

Toda mi familia estaba en Estados Unidos, yo había crecido allí, esa era mi tierra. A mí me deportaron primero, concretamente el 1 de septiembre de 2009, llegué sola a Tijuana, el mes siguiente llegó mi familia. Entre todos nos hicimos cargo de todos. Fue muy duro y, a pesar de ello, cuando recién llegué a Tijuana no tardé en reaccionar, moví mis recursos en Los Ángeles para conseguir donde dormir, al mismo tiempo que asegurar mis ahorros en Estados Unidos. El mismo día que me detuvieron me deportaron. Llegué a una ciudad donde no conocía a nadie, un mes después llegaron mis papás y mi hermano menor. Nos establecimos en Tijuana porque ahí fue a donde nos deportaron. Ellos siguen residiendo allá.

Tenía 29 años. Nada más llegar comencé a trabajar en un call center, un trabajo “típico” para los deportados bilingües. Ya medianamente establecida luché por tener un trabajo acorde a mi nivel profesional. En poco tiempo me hice administradora de proyectos para un centro de diseño de una compañía de telecomunicaciones. Fueron los primeros tres años de esa nueva vida. Más que activismo, lo que hice fue cuidar de mí, entender el nuevo entorno, apoyar a mi familia. Y es que el involucramiento comunitario no lo puedes tener en mente cuando estás sobreviviendo y estás reconstruyendo tu vida.

DACA en mí y yo en DACA

En este proceso de reconstruir mi vida el detonador fue el anuncio del entonces presidente de EE.UU. Barack Obama sobre DACA,[6] Aunque también me sentía excluida de la categoría de Dreamer, al igual que otros amigos del otro lado del muro, quienes me desafiaron para convertir mi rabia en aliento. Por eso escribí una carta abierta al presidente Obama que envíe a los medios estadounidenses,[7] publiqué una crítica a toda la narrativa mainstream sobre los dreamers y conté la historia de deportación para explicar las implicaciones de la violencia legal en la vida de los jóvenes binacionales. Además de la crítica, en esa misiva planteaba una ruta más compleja que la narrativa meritocrática del “buen ciudadano” en que se apoyó el “abrazo” institucional al movimiento Dreamer, cuestiones tan técnicas como lo relacionado con el “castigo” por 10 años antes de intentar siquiera tramitar una visa de turista para regresar a esa tierra donde crecí.

La única respuesta a esa carta vino del departamento de periodismo de la Universidad Estatal de California Northridge (CSUN), mi universidad, que la retomó. Había personas dentro de la administración universitaria que me recordaban desde el tiempo que estuve en el gobierno estudiantil, habiendo sido también la segunda estudiante indocumentada que se atrevió a declarar pública y abiertamente su estatus migratorio, habíamos “salido de las sombras”, habíamos abordado abiertamente nuestra condición de indocumentados por el gobierno estadounidense. El otro estudiante indocumentado, Vladimir Cerna, fue presidente estudiantil del 1996-1997.

Recibí una respuesta de José Luis Benavides, profesor asociado y titular del departamento de periodismo, Benavides y sus estudiantes en turno sostienen un periódico estudiantil en castellano, El Nuevo Sol, como forma de lucha por el idioma español, porque mi universidad es una de las que tienen más representación de latinos a nivel nacional, es una universidad estatal pública. Además de publicar mi carta, me entrevistaron y escribieron un perfil biográfico sobre mí, producto de esa conversación que supieron llevan con mucho respeto,[8] sobre todo en ese tiempo en que mis heridas estaban a flor de piel.

Así empezó un recorrido largo, basado en la apuesta de escribir sobre mi historia en tanto espejo de muchas vidas de jóvenes latinos en Estados Unidos. Después de la publicación de esa entrevista por el periódico escolar y su traducción en inglés, vinieron entrevistas con medios locales, regionales e incluso nacionales. Publiqué varias piezas de mi autoría o como entrevistada en la que el centro del relato eran mis experiencias de vida, fue la manera de “salir de las sombras”, una vez más, en la vida después de la deportación. Después de varios ejercicios de diálogo como esos, una editora me impulsó para abrir mi propio blog, MundoCitizen.

Me hice de cuentas en las principales redes sociales para difundir los relatos de mi blog. Desde entonces empecé a vincularme con mucha gente hasta ahora que sigue habiendo eco de mis palabras entre otros jóvenes deportados, ensayistas, investigadores, periodistas, congresistas. Justo por ese tiempo conocí a Eileen Truax, que me compartió la historia de su libro, y nos invitó a mí y a mi historia a tomar parte de ese proyecto. Eileen vino a Tijuana. Esa entrevista me enseñó el poder de la memoria, hablar por horas sobre mi experiencia, con esa escucha activa que después Truax tradujo a un capítulo de su libro, me demostró la potencia sanadora del recordar y politizar la memoria. Ese libro fue un proceso organizativo también, y una grieta para que la sociedad en ambos lados del muro nos mirara de manera compleja. Para 2013 ya estaba publicado el libro español, entre julio y agosto estábamos haciendo presentaciones del libro. Eileen fue siempre muy horizontal, me enseñó el valor de mi testimonio, me acreditó como enunciadora.

Hicimos toda clase de intervenciones, desde presentaciones en las ferias de libro de Tijuana y Ciudad de México, hasta entrevistas radiofónicas con periodistas mexicanas como Carmen Aristegui, explicamos a audiencias muy amplias nuestra existencia y las heridas que la violencia legal al criminalizarles infringe en cada una de nosotras y en nuestras comunidades, siento que todo este proceso a nivel personal me ayudó a replantear cosas, creo que yo encontré una manera de qué hacer con mi historia. Truax me enseñó que contar nuestras historias puede transformar muchas cosas, fue muy importante la plataforma que me brindó para transformar el duelo en activismo, además de que me vinculó con otros y otras deportadas en México que, incluso, ensayaban ya formas de organización colectiva.

Primero conocí a la gente de Dream in México, una organización que conecta a jóvenes indocumentados en EE.UU. y retornados y deportados con oportunidades educativas y laborales en México. Yo creo que fue la primera organización que había creado una red amplia de personas deportadas, su principal promotor se llama Daniel Arena, ahora vive en Guanajuato. Él y otras compañeras comenzaron a tejer el proyecto que después derivó en la antología de testimonios, Los otros dreamers. Me pareció un proyecto interesante pero para entonces, luego de narrarme en la escritura, estaba yo en otro momento vital, me reconocí muy enojada con México, muchas gentes e instituciones me hacían sentir una extranjeridad que me parecía absurda, no podía revalidar mis estudios, no encajaba, como nos pasa a muchos deportados. Regresar es volver a empezar. Así que decidí migrar de nuevo, aplicar a universidades inglesas, pues por la prohibición de regresar en 10 años no podía ni imaginar estudiar en EE.UU. Fui a Londres, para formarme en el tema de migración, complejizar la mirada más allá de la experiencia, tener herramientas para analizar los procesos de movilidad humana e incluso incidir en la toma de decisiones, en materia de política pública en México. Aposté por el University College London (UCL), aunque también apliqué a Oxford, fue todo muy rápido, complejo, no tenía incluso muy claro un plan legible sobre cómo financiar mi maestría. Pero entre entrevistas y aplicaciones de becas, en septiembre de 2013 estaba en Londres, estudiando, endeudada con préstamos, pero en la maestría.

Buscando un lugar de enunciación tan complejo como mi historia

Fueron meses de confusión y caos, dejé todo básicamente para poder hacer la maestría, yo soy la primera posgraduada de mi familia, tuve que entender ese camino cifrado como pude. Después de conseguir la aceptación en el programa universitario por el que había apostado busqué entender los ritmos y exigencias del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), y conseguí la beca para estudios en el extranjero.

Mientras tanto, en México, ya tomaba forma un crisol de organizaciones de deportados, procesos de organizaciones y lucha de las que yo tomaba parte en paralelo a cumplir mi sueño de obtener el grado de maestría. Por una parte, este sueño fue replanteado en México, ya que desde que concluí la licenciatura, mi visión inicial había sido completar un posgrado en una de las mejores universidades en EE.UU. “Me espero para cuando ya tenga mis documentos” pensaba. Tras una deportación, y con las dificultades que se me presentaron para continuar mis estudios en México, irme a Londres llegó a ser un acto de rebeldía hacia la exclusión que sentía de mis dos países. Si no se puede en EE.UU. y tampoco en México, algún otro lugar tendrá que ser, pensé. Migrar a Londres, y dentro de los canales legales, bajo un contexto de post-deportación fue una deriva poco común para una persona deportada. Y aún con una oportunidad de vida que te da este tipo de experiencia, sabía que estaría llegando en desventaja a estudiar mi posgrado en Europa. Entre mis compañeros de la maestría había personas con experiencias previas en términos de viajes y estancias largas en países ajenos a los suyos, muchos eran políglotas, había incluso colegas que habían realizado voluntariados internacionales, todos esos privilegios que yo no había tenido.

Para mí, cursar una maestría tuvo como objetivo conocer un entorno distinto al de las dos tierras propias que entonces vivía como espacios hostiles, esta tregua fue auspiciada por el Conacyt en México, que me otorgó una beca de estudios en el extranjero para aprender y explorar las realidades de migrantes y refugiados en Europa. Esta experiencia fue un parteaguas en mi historia, me dio elementos para valorar de una manera más compleja mi experiencia de deportación para convertirla en una perspectiva útil para el análisis de las políticas migratorias globales, pero también para comprender las heridas que me dejó este gobierno de la movilidad humana en el cuerpo, el corazón y en la comprensión del mundo que habito. Estudiar la maestría me permitió comprender que mi historia es relevante y no tengo porque ocultarla, al contrario.

No obstante, al ser un tema encarnado y que me atraviesa, fue difícil y me implicó un proceso largo concretar mi tema de tesis en torno a las experiencias de retorno de dreamers deportados y retornados a México como yo, al final, después de mucho esfuerzo, y de construir estrategias para mantener rigurosidad académica, pero no neutralidad, conseguí responder a mi pregunta de investigación guía, terminar de escribirla y ahora incluso los resultados de la investigación están publicados como un capítulo en el libro colectivo Los dreamers ante un escenario de cambio legislativo: inserción social, cultural y económica (Piñeyro, Valle, Hernández y Jaramillo: 2020).

Sobre esta experiencia me gustaría aportar también la reflexión en torno a que, paradójicamente, haber estado en Londres y ver de manera más cercana las opresiones que se ciernen sobre las personas migrantes no blancas me hizo apreciar más a una de mis tierras: Estados Unidos. Después de vivir en Inglaterra el año de la maestría, construí la certeza de que haber migrado a Europa como mujer morena, como familia de mexicanos, habría sido una experiencia totalmente distinta, en términos de la discriminación que nos habría tocado enfrentar. Vivir en Londres me hizo reconocer que, a pesar de vivir indocumentada en EE.UU. pude, mi familia y yo, pudimos “integrarnos” a la sociedad estadounidense y acceder a la movilidad educativa y social. Por eso siempre sonrío cuando los y las activistas del otro lado del muro dicen que “migration is beatiful”.

Después de esa tregua, así lo entiendo ahora, no regresé a Tijuana, donde tenía para entonces toda una red de amigos, compañeras de lucha y entendía el mercado laboral. Decidí reubicarme en la Ciudad de México. Antes de irme a Londres, me vinculé con los esfuerzos para la publicación de Los otros dreamers, en el que además participaron Daniel Arenas y María Ponce y otros refrentes de la comunidad binacional deportada y retornada, trabajamos mucho para conseguir posicionar el tema de las juventudes binacionales en la agenda pública y entre las organizaciones de la sociedad civil. Iniciamos un proceso editorial y organizativo en torno al libro Los otros dreamers, que terminó siendo un foto-relato, una especie de álbum fotográfico sobre un nosotros antes inexistente, sobre nuestra experiencia de deportación y al mismo tiempo un proceso para seguir tejiendo red.[9]

En ese contexto es que, ya como maestra, conocí a Leticia Calderón Chelius, una profesora del Instituto Mora que me recomendó para una primera consultoría sobre movilidad humana y con quién continué colaborando en temas de deportación, incluyendo un primer proyecto sobre los duelos, estresores y vulnerabilidades de personas migrantes de México y Centroamérica.[10] Ahí tomó forma mi carrera de consultora, ejercicio profesional que he realizado por 5 años. En ese tiempo aprendí mucho de cómo se hace política en la academia y cómo se interviene como académica en la vida política. Tanto por las consultorías como a través del proceso del libro Los otros dreamers aprendí los vicios de las vocerías, protagonismos, instrumentalización de nuestras heridas, narradas o fotografiadas, para construir capital político ajeno a nuestros cuerpos y a intereses comunes. Dolió, pero también creo que crecí. Y comprendí cómo funciona en México el tercer sector, la academia, la función pública. Estoy en ello todavía.

Creo sinceramente que todos lo aprendimos en vivo, en los procesos mismos de posicionar el tema de retorno y deportación como una prioridad para el gobierno y la sociedad mexicana, cosa que todavía, pienso, no se logra completamente.

Por ejemplo, en septiembre de 2014, cuando estábamos por terminar y presentar el libro de Los otros dreamers, el gobierno mexicano ‒entonces priista con Enrique Peña Nieto en el ejecutivo federal‒ organizó en paralelo una gira con la parte más visible, institucionalizada, del movimiento Dreamer en Estados Unidos. Fue una acción de estado, se coordinaron consulados con plataformas de dreamers que para entonces, a su manera, también estaban transformándose como movimiento en varias identidades políticas que básicamente terminaron en dos: los dreamers más visibles que siguen defendiendo sólo DACA y a quienes pueden postular por este estatuto legal y el movimiento de jóvenes indocumentados, que extendió sus demandas, formas de lucha e impacto a toda la comunidad migrante ilegalizada por el gobierno en Estados Unidos, es decir, que además de luchar por su propia legalización como dreamers, también luchan hoy por sus padres y madres, por sus hermanas y por sus vecinos sin papeles.

Total, que una delegación de la fracción más visible mediáticamente de los dreamers vino a México invitados por el gobierno mexicano, aceptaron la puesta en escena y el tour a la medida que se les organizó desde presidencia y el senado por su “otra tierra”. Mientras que a los y las deportadas que en México llevábamos años demandando estrategias, políticas públicas, señales para generar la inclusión social de nosotros los y las personas binacionales, no sólo jóvenes universitarios, sino madres solteras, trabajadores sin papeles con 20 años viviendo del otro lado del muro y familias fracturadas, el gobierno no quiso escucharnos. Por eso digo que a la fracción más mediática del movimiento Dreamer les hicieron una puesta en escena.[11]

Como respuesta, las todavía incipientes redes de deportadas y deportados decidimos realizar un encuentro entre nosotros también, sobre todo buscando fortalecer las redes que tendimos para el libro Los otros dreamers. Yo participé muy activamente asumiendo el liderazgo en la organización de ese foro, invitamos a jóvenes binacionales y a dreamers incluso de Estados Unidos, fue titánico reunir los fondos para este encuentro y gestionarlos de la mejor manera para que el evento fuese nutritivo para todos. Para mí ese encuentro fue un parteaguas, donde terminaron por hacerse evidentes las fisuras y diferencias políticas entre los pocos que éramos. Todos teníamos una historia previa y negociar entre culturas políticas y narrativas diversas fue muy difícil, en parte porque no se reconocía la experiencia de compañeras y compañeros que antes de la deportación tenían una formación política, su experiencia de organización en las comunidades en que crecimos.

Apenas como ejemplo, había jóvenes trilingües, más bien herederos de toda la cultura política indígena campesina, autonomista, ‒posterior al auge del movimiento chicano y al zapatismo transfronterizo‒ que chocaban con la noción reificada de un movimiento chicano totalmente distante de nuestras realidades cotidianas en Estados Unidos. También había activistas entre la comunidad de deportados en México quienes querían replicar la estrategia de muchos de nuestros mayores cuando migran: no contar la verdad, las penurias, el duelo que significa migrar y querían mantener la imagen de estabilidad después de la deportación, les apodamos los promotores del “sueño mexicano”, lo cual es una quimera.

Yo siempre mantuve la postura de la necesidad de convertir nuestros duelos en un relato de carácter político pero también, ahora lo pienso, siempre propuse escribir nuestras historias como un ejercicio de autocuidado para nuestra salud emocional y mental y como una estrategia concreta para reconfigurar un relato identitario tan complejo como nuestras experiencias de vida. Cada uno de nosotros, de ese “nosotros” primero, ha tomado sus decisiones y sus propios caminos, pero en el centro de muchos conflictos yo reconozco la incapacidad de abordar los duelos y reconocer la frustración y el dolor que implica que te arranquen de la tierra donde creciste.

Eso entre los deportados ya viviendo en México, pero además resultó también muy difícil construir identidad común y acciones coordinadas con los dreamers que seguían viviendo y organizados en Estados Unidos, ellos partían de narrativas que no nos incluían y se mostraron poco dispuestos, como incapaces de entender y dejarse atravesar por experiencias como las nuestras, de ser deportadas a mitad de la noche en una frontera de una ciudad en la que nunca has estado. Nos fracturamos hacía adentro en México y se fracturaron los lazos de comunicación con el movimiento Dreamer y su compleja trama del otro lado del muro.

Además de esa incapacidad por sumar a la narrativa hegemónica del movimiento Dreamer nuestras experiencias, la de jóvenes no universitarios que crecieron en las mismas ciudades con los mismos estigmas, había también una indisposición a pluralizar la agenda del movimiento y las formas de lucha. A pesar de todo ello, como jóvenes binacionales deportados y retornados a México, no dejamos de intentar tejer puentes. En julio de 2015, se concretaron las jornadas auspiciadas por el Instituto Mora, “De aquí y de Allá: Encuentro de jóvenes sin fronteras”[12] en las que convocamos lo mismo a deportados, retornados, activistas y especialistas en el tema. Conocimos mucha gente bien interesante, incluyendo a académicas de universidades estadounidenses que también apoyaron en la organización del evento. Fue interesante coordinar los trabajos de esa jornada, pero por ese trabajo también me pareció evidente que hay brechas bastante grandes entre las experiencias de quienes volvemos a México y las de quien sigue viviendo indocumentado en EE.UU. También surgieron muchas diferencias entre los activistas de los pocos colectivos de deportados y retornados. Y por esa y otras experiencias de organización con colectivos y personas concretas, decidí buscar proyectos y rutas de trabajo con mayor independencia.

Entre uno y otro momento seguí tomando parte de iniciativas concretas para que nuestra voz, como deportadas, como retornados forzados, como jóvenes binacionales fuese reconocida, ser reconocidos como interlocutores en muchos niveles, en el discurso público y publicado, entre las organizaciones de la sociedad civil, entre los funcionarios y representantes gubernamentales para que nuestras necesidades, nuestras realidades, nuestras propuestas fueran tomadas en cuenta para el diseño de políticas públicas concretas que aseguren vías reales de integración en todos los niveles de la vida cotidiana de quienes “regresamos” a México.

Concretamente trabajamos, trabajé mucho con otras colegas, para incidir en los procesos de revalidación de estudios para quienes intentamos continuar estudiando en México después de la deportación o el retorno. Tomé parte y aprendí mucho, así como ofrecí pistas y aportaciones clave para que nuestro derecho a la educación se tradujera en una serie de instrumentos de reconocimiento legal, en protocolos de revalidación de estudios, por parte del entramado de instituciones que tienen que ver con ello.[13]

De Chiapas a Tijuana, y viceversa

Al cabo de unos meses en Tijuana, tomé un trabajo en Chiapas, con la organización Voces Mesoamericanas. Me responsabilicé de trabajar en un programa para la niñez migrante, tanto jornaleros indígenas, familias que protagonizan migración interna, y con familias que como yo retornaron o fueron deportadas desde Estados Unidos o Canadá y que se enfrentaban problemas severos de derecho a la identidad. Cuando los niños y sus familias eran deportadas muchas veces vivían auténticos viacrucis para conseguir la cartilla de identidad, el acta de nacimiento, su reconocimiento como existentes legalmente para el Estado mexicano. En ese proceso también aprendí mucho y seguí reconociendo prácticas poco éticas por parte de compañeras de organizaciones civiles, eso siempre me ha costado trabajo digerirlo, los protagonismos, las mezquindades en las redes supuestamente “colaborativas”. Creo que en los entornos que yo crecí era todo mucho más transparente y no me resigno a prácticas clientelares o poco transparentes de la cultura política en México. Eso me pasó siempre con organizaciones de alcance nacional, ubicadas sobre todo en la capital mexicana, con quienes incluso en este periodo de trabajo comunitario a escala muy local tuve que seguir colaborando para concretar resultados.

La experiencia en Chiapas, con Voces Mesoamericanas, fue bien diferente, porque en la medida que pueden trabajan en la autonomía de las propias personas y apuestan a que los propios migrantes indígenas marquen la pauta en los proyectos, hay una intencionalidad política manifiesta. Aunque también me costó trabajo seguir el ritmo de trabajo siempre superdemandante y tomé distancia de las posiciones que dan preponderancia al trabajo comunitario por encima del autocuidado. Yo tengo claro que hay que estar bien en lo personal para poder aportar a lo colectivo y en este entorno se hacía difícil el derecho al descanso, a reponerse, a autocuidarse. Reconocí otra forma de ejercer la defensa de migrantes, muy interesante pero también con un discurso del sacrificio muy internalizado.

El trabajo en Chiapas me puso en una disyuntiva, siendo que a partir de un proceso de reflexión interna sobre la ruta que yo deseaba tomar en este caminar sentí que tenía que tomar una decisión sobre si quedarme en el sur sureste de México con las comunidades indígenas, o continuar mi trabajo en torno a las comunidades de deportados y retornados en la que ya había acumulado saberes, saberes hacer y relaciones de complicidad política muy importantes. Mi estadía en Chiapas duró 10 meses. Decidí volver a Tijuana, para darme una tregua y construir una decisión en torno a esa disyuntiva que mencioné.[14]

Durante esta otra estancia en la ciudad fronteriza trabajé con Eric González (pseudónimo), que había conocido a través de los primeros ejercicios de libros y relatos biográficos entre deportados. Eric asistió en una presentación del libro Dreamers que presentamos Eileen y yo, cuando abrimos el micrófono para preguntas de la audiencia Eric nos compartió su experiencia de deportación. Cuando volví a Tijuana Eric, desde su ámbito, estaba igual de desgastado de reconocer entre las organizaciones de la sociedad civil las relaciones de poder y formas de llevar procesos que no siempre reconocían las voces de los actores principales: los migrantes y deportados. Comenzamos un proyecto, un ejercicio de investigación independiente que buscábamos impulsar desde lógicas que partieran de las experiencias de los deportados, de sus voces, pero, como me ha pasado muchas veces, había un sesgo de género en las responsabilidades que cada uno asumíamos. Parecía que yo debía jalar la carreta común, procurar cuidados y tiempos y ritmos de trabajo más intensos que Eric. Me cansé y aborté la misión. Porque a pesar de que ambos somos deportados, desde ese episodio, decidí reclamar reciprocidad a los varones con los que trabajo. Le cedí el proyecto y continué mi búsqueda de pertenencia en el activismo.

Yo salí muy desilusionada de los procesos en los que intentamos incidir, otra vez, varios relacionados a posicionar en la agenda legislativa y política el tema de los deportados y retornados. Pero volvimos a constatar que abundaba el oportunismo político para usarnos como piezas de ajedrez en el golpeteo político entre partidos, en la reconfiguración del escenario electoral. Y en eso sí que descubrimos que tanto organizaciones civiles, como partidos políticos de derecha o de izquierda coinciden. Les interesamos en tanto piezas de un juego político concreto.

Cansada de esto, decidí volver a incursionar en la vida académica, además de como estudiante o consultora, como investigadora asociada. Tomé parte de procesos de investigación con distintas instituciones académicas, incluyendo el CIESAS y El Colef que se plantearon elaborar estudios para impulsar recomendaciones de política pública para facilitar la inserción de personas deportadas y retornadas. Otra vez, trabajé mucho, aprendí mucho, pero persistían frustraciones. No hubo una estrategia adecuada para difundir los hallazgos o utilizar dichos conocimientos para impulsar procesos para un cambio real. Los datos se quedaron encriptados al interior de las instituciones que los realizan y su ámbito de acción llega hasta donde cierra el proyecto.

Amarela: como nos sucedió a nosotras en un proyecto que hicimos llamado Universidad Santuario en la UACM durante 2017. Hubo muchos aprendizajes, pero no se concretó una ruta de soluciones que hoy haga posible la presencia de deportados como una política institucional de inclusión. Si que hay estudiantes deportados o retornados en la UACM, incluso migrantes internacionales asentados en la ciudad, pero son siempre ellos y sus familias quienes construyen rutas para acceder al derecho a la educación superior y no la institución como tal.

Nancy: Así es, este trabajo de investigación lo hice ya como consultora independiente, consolidando un proyecto que en ese entonces mantuve con mi amiga Vanessa, ecuatoriana-estadounidense-italiana y multicultural con quien me coordiné muy bien desde la maestría, es mi partner in crime. Aprendemos una de la otra. Iniciamos una colaboración en el 2017 y trabajamos en proyectos que nos parecieron útiles para la incidencia o el diagnóstico de temas relacionados con la movilidad humana en general. Le di mayor formalidad a la trayectoria de consultora que inicié a los 34 años. Seguimos en ello, pero es una actividad que complementa mi trabajo de tiempo completo. Porque los proyectos son intermitentes y no siempre me aseguran la subsistencia económica.

Para tener un sueldo digno y condiciones laborales estables, tanto mi colega como yo comenzamos a tocar puertas de agencias internacionales. Yo inicié con una colaboración, primero como voluntaria y luego por la visibilidad que me dio trabajar como responsable de gestionar, hacer nacer y consolidar una red entre actores de la sociedad civil mexicana que trabaja en el tema de integración social con migrantes. Ahora trabajo como asesora técnica para una agencia de cooperación internacional. Desde que comencé este trabajo, que me ofreció estabilidad laboral, también intento priorizar mi autocuidado, pongo más atención en mi salud mental y emocional, en mi bienestar integral.

Entiendo esta como una nueva etapa en la que me he concedido el permiso ‒me he ganado a pulso las condiciones vitales‒ para poder gestionar muchos duelos, procesar el estrés de vivir indocumentada por dos décadas en Estados Unidos, sanar la herida de la deportación, entender y acomodar todos los conflictos que he vivido en el activismo en el que he participado desde que llegué a México. Es un tiempo para sanar, y para tejer alianzas que valgan la pena, tiempo para decidir con quiénes colaborar. Lo que si he aprendido todos estos años es que debo proteger mis conocimientos, patrimonializar mi testimonio, por eso estoy pensando cerrar ese blog que me sirvió mucho en su momento, pero del que mucha gente se ha aprovechado, del material que he compartido ahí no me han pedido permiso para usar mi historia como “testimonio” para sus trabajos; muchos académicos aquí en México usan las historias, mi historia y la de muchos otros deportados y migrantes, sin consultarnos, piensan que nuestras vidas y como las narramos son propiedad pública. Y no, la historia es nuestra y nosotros decidiremos con quién compartirla y para qué hacerlo, con que fines concretos.

Bibliografía


Anderson, Jill y Nin Solis (2014), Los otros dreamers, México, s.e.

Menjívar, Cecilia y Leisy Ábrego (2012), “Legal Violence: Immigration Law and the Lives of Central American Immigrants”, en American Journal of Sociology, vol. 117, núm. 5, s.p.

Piñeiro Cruz, Rodolfo; Vargas Valle, Eunice; Hernández, Alberto; y López Jaramillo, Ana María (2019), Los dreamers ante un escenario de cambio legislativo. Inserción social y económica en México, México, Colegio de la Frontera Norte.

Truax, Eileen (2013), Dreamers. La lucha de una generación por su sueño americano, México, Océano.

  1. * Nancy Landa, maestra en migración internacional por la University College London. Especialista en migración y estrategias de incidencia, Consultora independiente. contact@nancylanda.mx
  2. * Doctora en Sociología por la Universidad Autónoma de Barcelona. Profesora investigadora de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. amarela.varela@uacm.edu.mx. Queremos agradecer el trabajo de transcripción y revisión que Gabriela de la Rosa realizó para que esta pieza tomara forma.
  3. Truax, E. (2015), Dreamers: An Immigrant Generation´s Fight for Their American Dream, Boston, Beacon Press.
  4. Le antecede a este ejercicio de diálogo dos entrevistas con otras mujeres activistas de las luchas migrantes: López, Ana Laura; Varela Huerta, Amarela y Hernández Cruz, Mitzi (2020), “‘Ya no más’. La historia de una mujer que desobedeció las fronteras y al patriarcado: Ana Laura López, fundadora de Deportados Unidos en la Lucha”, en Narrativas Antropológicas, núm. 2. pp. 102-115. Además de Varela y Ábrego,  (2021), “Somos más que testimonios, somos historiadoras encarnadas de la política interseccional e internacionalista: Entrevista con Suyapa Portillo Villeda”, en Andamios, Revista de Investigación Social, vol. 18, núm. 45, pp. 273-305.
  5. La noción de autoentrevista en la socioantropología, como instrumento de vigilancia epistemológica, ha sido propuesto lo mismo por Pierre Bourdieu (2008), en El oficio de sociólogo, México, Siglo XXI, pp. 31-116 y por el feminismo negro en Estados Unidos desde la década de 1980. Especialmente recomendable e ilustrativo resulta la autoentrevista que bell hooks (2021) publicó en Enseñar a transgredir, Madrid, Capitán Swing, pp. 67-80 cuando se preguntó por el impacto que la obra de Paulo Freire ha tenido en su práctica docente y en su escritura.
  6. DACA es la abreviación de siglas en inglés que se refiere a la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia, un programa anunciado por el Gobierno de Estados Unidos el 15 de junio de 2012 y que para 2020 tenía inscritos como portadores de esta condición migratoria a 700 mil jóvenes binacionales. Durante la administración de Donald Trump al frente del gobierno federal DACA estuvo en peligro de ser derogada, pero el poder judicial emitió en 2020 una sentencia favorable para mantener su vigencia para beneficiarios actuales.
  7. La carta puede consultarse en https://mundocitizen.com/2012/10/08/dear-mr-president/ (consultado en septiembre de 2021)
  8. El Nuevo Sol (10 agosto 2012). Desde Tijuana, ex dreamer de CSUN le pide al presidente Obama una reforma migratoria justa. Disponible en: http://elnuevosol.net/2012/08/ex-estudiante-pide-reforma-migratoria-justa/ (consultado en septiembre de 2021)
  9. El testimonio de Landa fue incluido en la primera edición del libro. Al impulsar procesos de reapropiación de su historia decidió solicitar su omisión en la segunda edición (2021).
  10. Moya M., Eva; Silvia María Chávez-Baray; Oscar A. Esparza; Leticia Calderón Chelius; Ernesto Castañeda; Griselda Villalobos; Itzel Eguiluz; Edna Aileen Martínez; Karen Herrera; Tania Llamas; Marcela Arteaga; Laura Díaz; Maribel Nájera; Nancy Landa y Virginia Escobedo (2017), “El síndrome de Ulises en inmigrantes económicos y políticos en México y Estados Unidos”, en EHQUIDAD. Revista Internacional de Políticas de Bienestar y Trabajo Social, (5), 11–50. https://doi.org/10.15257/ehquidad.2016.0001
  11. Una crónica de este episodio fue escrita por Eileen Truax, véase https://eileentruax.wordpress.com/2014/10/04/los-otros-dreamers/, consultado en septiembre de 2021.
  12. De aquí y de Allá: Encuentro de jóvenes sin fronteras, se llevó a cabo del 1 al 3 de julio 2015. Véase: https://www.slideshare.net/ELIPSEMF/revista-brjula-ciudadana-nmero-70 (consultada en septiembre de 2021).
  13. Diario Oficial de la Federación, ACUERDO número 07/06/15 por el que se modifica el diverso 286 […], Secretaría de Educación Pública, 15 junio 2015. Véase https://dof.gob.mx/nota_detalle.php?codigo=5396631&fecha=15/06/2015, que luego fueran actualizadas por esta suplementaria https://www.dof.gob.mx/nota_detalle.php?codigo=5480031&fecha=18/04/2017&print=true (consultados ambos en septiembre de 2021)
  14. Publiqué una reflexión sobre su trabajo en Chiapas y decisión de regresar a Tijuana. Disponible en: https://mundocitizen.com/2017/04/15/de-frontera-a-frontera-la-region-sur-me-reorienta-hacia-el-norte/, consultado en septiembre de 2021.