Mundo-caña. Trabajo y trabajadores en la trama social de dos comunidades en Chiapas

Noelia López

Presentación

En septiembre y diciembre de 2017 viví con familias de las localidades de Socoltenango y de Tzinil, en el marco de un trabajo de investigación de maestría. Este material es una síntesis de los principales ejes de la tesis, hecha junto a pequeños productores, cortadores de caña y sus familias. Aquí se presentan las cuestiones que yo creo que son importantes para los protagonistas del trabajo cañero, tanto para quienes producen caña en pequeña escala como para quienes la cortan cada año en condiciones laborales muy difíciles en la región cañera del valle de Pujiltic. Son historias contadas desde el punto de vista de los cortadores y de las y los pequeños productores que viven y trabajan en el mundo-caña, no desde los sujetos que dominan en la jerarquía (los liderazgos situados en las asociaciones de cañeros) o de aquellos que controlan el proceso productivo en la fábrica (el ingenio y el mundo burocrático y administrativo de la producción de azúcar). Si hay algún tipo de alianza y diálogo posible es entre estos dos sectores, porque quienes trabajan y viven del trabajo cañero pueden reconocer el esfuerzo que hacen los demás y solidarizarse con sus situaciones. Esta síntesis, fruto del encuentro de investigadores (o sea yo, además extranjera de Argentina) y de los protagonistas de uno de los trabajos agrícolas más difíciles en México, se propone aportar al debate sobre las condiciones laborales y al mismo tiempo quiere contribuir con propuestas concretas para la acción, que surgen de los protagonistas. Gracias a todas las personas de Socoltenango y de Tzinil que me recibieron en sus casas y en sus vidas. Espero que este material devuelva un poquito de todo lo que ellas y ellos me brindaron.

Memorias del Ingenio La Fe

¿Cómo se empezó a plantar caña en los Valles de Pujiltic? ¿Qué acontecimientos marcaron a la región y crearon una zona agrícola-industrial como la conocemos hoy? La actividad productiva a gran escala crea áreas de abasto ligadas al Ingenio Azucarero La Fe, en San Francisco de Pujiltic. Esta región cañera incluye plantaciones de caña en los municipios de Socoltenango, Tzimol, Villa Las Rosas y Venustiano Carranza. Si miramos la historia, luego de Copanahuastla y las haciendas de los frailes dominicos, la producción clandestina de caña para hacer aguardiente y el comercio directo con Comitán y Guatemala, hubo un proceso orientado a convertir la zona en plantaciones agrícolas intensivas.

Cambia, todo cambia

La caña de azúcar es una herencia de los frailes dominicos en los Valles de Pujiltic. Desde 1545 dispusieron de estancias, haciendas, molinos y trapiches de caña. Después de su expulsión en 1871, la economía cañera se reforzó. A pesar de que la producción de caña y panela era precaria, pues se usaban trapiches a tracción animal en pequeñas unidades de producción clandestina, esta actividad contribuyó al crecimiento de la población ladina, la migración de los indígenas a fincas y trapiches, la compra y venta de tierras comunales y el intercambio comercial con Comitán. A principios del siglo XX las haciendas de Socoltenango y otros poblados de la zona como Pinola y Soyatitán eran proveedoras de materia prima para la fabricación de aguardiente de caña. Entre 1907 y 1913 alrededor de Socoltenango había ochenta fincas dedicadas al cultivo de caña donde vivían trabajadores que formaban parte del universo social de las haciendas. A mitad del siglo XX la vida de las fincas pasó a funcionar bajo las claves de un mundocaña. Las personas empezaron a modular sus relaciones con el paisaje bajo otras claves productivas, se modificó lo que ellas hacían en y con su entorno en virtud de cambios que ellas no decidieron sino que lo hicieron otros, el estado y las empresas. La fábrica de azúcar se instaló en Pujiltic en 1954, en una finca propiedad de Moctezuma Pedrero Argüello, donde ya había dos fábricas de alcohol. La fábrica de azúcar comienza a construirse en 1954 con maquinaria sueca junto a la fábrica de ron que deja de operar en 1977. En 1956 se empezó a moler caña en molinos y dos años después Hernán Pedrero invirtió en la compra y la instalación de calderas y cuatro molinos italianos con los que se terminó el trapiche. En 1959 fue la primera zafra moderna. La fábrica de azúcar se instaló cinco años después de la creación de la empresa “Aguardientes de Chiapas” de los hermanos Hernán y Moctezuma Pedrero en sociedad con Jaime Coello. Desde la creación de esa empresa, los Pedrero y los Coello habían consolidado oficialmente su monopolio aguardentero en la producción, distribución y comercialización de alcohol y desde 1950 integraban el control de la materia prima a través de la creación de “Plantaciones agrícolas intensivas”. La creación de “Aguardientes de Chiapas” (1949) y de “Plantaciones Agrícolas Intensivas” (1950) expresan un proceso de integración vertical de la actividad, que incluye el control de la producción de la materia prima (azúcar y panela). En 1973 Moctezuma Pedrero, el hermano de Hernán Arguello Pedrero compró la fábrica hasta 1978, año en que pasó a manos del estado y fue administrada por la Unión Nacional de Productores de Caña de Azúcar Sociedad Anónima (U.N.P.A.S.A.). En 1995 se privatizó nuevamente y fue adquirida por un grupo del estado de Sinaloa, ZUCARMEX, bajo el nombre de compañía azucarera La Fe, como la conocemos hoy. La caña era un cultivo afincado en la zona desde antes de la instalación del ingenio, por lo que su procesamiento industrial redefinió las relaciones de producción de una actividad que existía, pero bajo otras claves. La creación de la fábrica de azúcar orientó la mirada hacia la ruta en la dirección contraria: en vez de ir a Comitán para la producción de aguardiente, la caña empezó a viajar al ingenio de Pujiltic para el procesamiento y la producción de azúcar por la ruta 226.

Un Distrito de Riego para el río San Vicente

La construcción del Distrito de Riego fue otro cambio importante para la dinámica económico-social de la zona. El 4 de julio de 1969 se declararon de utilidad pública 15.000 hectáreas de terreno en los municipios de Socoltenango, Venustiano Carranza y Tzimol destinados al avance de la obra pública realizada desde la Secretaría de Recursos Hidráulicos a través de la Comisión del Grijalva, con el objetivo de construir el Distrito de Riego. Del total de hectáreas expropiadas 10.000 serían para uso agropecuario y otras 5.000 para agricultura irrigada por gravedad desde el río San Vicente y otros manantiales. La Comisión Ejecutiva del Río Grijalva, dependiente de la Secretaría de Recursos Hidráulicos, había sido creada en 1951 y estaba encargada de realizar estudios hidráulicos y de aprovechamiento del territorio, así como de ejecutar proyectos como la construcción de presas y el control de las inundaciones en la cuenca del Grijalva. Era una de las pinzas para el proceso de colonización de tierras públicas e irrigadas. A través de la Ley de Colonización de 1962, que la estableció exclusivamente a través de la creación de Nuevos Centros de Población Ejidal (NCPE), tuvo lugar la ocupación de terrenos nacionales.   Precisamente serán las irregularidades en la distribución de las tierras, la tramitación jurídica de las propiedades y las indemnizaciones en dinero o en especie de lo expropiado, el origen de un proceso de demanda agraria y toma de tierras que estalló a fines de los años 70 y principio de los 80. De las 15.000 hectáreas expropiadas; 6.700 fueron dispuestas a la Secretaría de Recursos Agrarios entre 1974 y 1976 con fines de satisfacer la demanda agraria (para eso se crearon 22 ejidos y NCPE), 5.460 hectáreas pertenecían a los núcleos de población existentes como propiedad social de los ejidos Tzimol, Ochusjob y Socoltenango así como de bienes comunales de Socoltenango y las 2.835 restantes se iban a destinar para compensar a “pequeños propietarios” y para ejecución de obras hidráulicas. La creación del distrito de riego ganó una buena porción de terrenos para el cultivo de caña. Esa intervención del paisaje orientada a convertir palmares en tierras destinadas al cultivo intensivo de caña, puede entenderse como un proceso de colonización dirigido para expandir la frontera agrícola en el que participaron el estado y los propietarios directos e indirectos del ingenio.

Historias de luchas agrarias

La instalación de la fábrica de azúcar en 1954 en Pujiltic y la creación del Distrito de Riego organizan una dinámica económica alrededor del requerimiento de plantaciones intensivas de caña de azúcar que son, a su vez, expresión de una compleja estructura agraria. Las áreas de abasto del ingenio son sumamente diversas y forman un complejo conglomerado de procesos históricos ligados al reparto de tierras. Las plantaciones se encuentran en municipios como Soyatitán, Socoltenango, San Bartolomé de los Llanos (Hoy Venustiano Carranza), Pinola (Villa Las Rosas) y Tzimol. La lógica en la que se organiza la estructura productiva no es homogénea, es un proceso donde el conflicto por el reparto de la tierra incidió en una organización social, económica y política heterogénea, donde coexisten diversas formas de propiedad y donde poco a poco, los ejidatarios sustituyeron a los arrendatarios de la tierra, el propietario cañero ocupó el lugar de los grandes ganaderos y el jornalero sustituyó al “baldío” o peón de la antigua finca. En Socoltenango la mayor parte de las primeras cosechas de caña para la zafra moderna fueron en tierras de propiedad comunal. El único ejido existente era el de Socoltenango cuya dotación es de 1959, cinco años después de la instalación de la fábrica de azúcar y fue a fines de los años 70 que se crearon Nuevos Centros de Población Ejidal (NCPE), una acción agraria mediante la cual se dotó de tierras a los solicitantes en lugares distintos a sus lugares de origen. Fue una acción de competencia federal. Entre 1979 y 1987 se crearon ocho nuevos poblados en Socoltenango a raíz del movimiento de lucha por la tierra que inicia en 1978: Abasolo, Belisario Domínguez, Nuevo Chihuahua, Francisco Villa, Jorge de la Vega, Nuevo Tamaulipas, Pauchil-Chanival y San Antonio El Sauzal. Allí nacieron los ejidos donde hoy se cultivan grandes extensiones de caña de azúcar. Posteriormente, en la década de los 90, surgen lo que se llaman fideicomisos, un nuevo mecanismo de reparto de tierra promovido por el estado. Con la reforma constitucional del artículo 27 en 1992 el estado generó nuevos marcos y estrategias en torno a la demanda de tierras, intentando dejar atrás la categoría de reparto agrario e incluso dándolo por concluido. En el contexto del levantamiento zapatista, el conflicto y la lucha por la tierra tomó nuevos cursos en la región. La respuesta institucional fue la creación del Programa de Adquisición de Terrenos Rústicos en el estado de Chiapas (Programa Fideicomiso) en el marco del cual los beneficiarios (fideicomisarios) adquirieron pequeñas fracciones de tierra de su propiedad y emprendieron procesos de poblamiento en nuevas colonias. El caso más emblemático fue el de Arturo Pinto. Entre 1994 y 1998 hubo 77 predios tomados en Socoltenango, una extensión total de 3.107 hectáreas reclamadas por diversas organizaciones campesinas. La mayoría de estos predios eran pequeñas propiedades sin resolución legal y jurídica del proceso de expropiación de las 15.000 hectáreas destinadas a la construcción del Distrito de Riego en 1968. Así, la forma de tenencia de la tierra en la zona no parece formar una estructura homogénea, más bien es un mosaico heterogéneo de formas de organización que llegaron por oleadas. Hoy coexisten la propiedad comunal, la ejidal y la pequeña propiedad. Según el último Censo Agropecuario y Ejidal del INEGI, de una superficie total de 25.956,37 hectáreas en el municipio de Socoltenango, hoy existen 15.912,55 bajo el régimen de propiedad ejidal de la tierra, seguidas de 5.990,69 ha. de propiedad privada y 4.053,13 ha. de propiedad comunal (INEGI, 2007).

La caña existía en la zona cañera del Valle de Pujiltic pero la intervención de una empresa y del estado crearon un proyecto de colonización dirigido que la orientó al cultivo intensivo de caña con fines agroindustriales desde los últimos sesenta años. La intervención de la familia Pedrero a partir de la instalación de la fábrica de azúcar participó en la creación de un área de plantaciones orientadas al cultivo intensivo de caña de azúcar y la creación del Distrito de Riego en el río San Vicente, central para controlar el curso del agua y para irrigar los cañaverales, la consolidó definitivamente como una zona cañera agrícola-industrial. En todo ese proceso también otra historia, la de las luchas agrarias que desde los años 70 están presentes en la región y marcan el pulso de las memorias y desmemorias colectivas.

Mundo-caña

En la lógica de las relaciones productivas las asociaciones cañeras y la administración del ingenio articulan al sector agrícola y al fabril. La gestión de la producción campesina está mediada por las asociaciones cañeras. Los frentes de cosecha, la organización de los campos de las y los productores para la cosecha de caña, son un espacio vital. Durante la zafra quienes sostienen el trabajo diario en los frentes son contratistas, tickeros, garceros, operadores de maquinaria y, en especial, los cortadores. Como asalariados agrícolas ellos garantizan el trabajo más importante y difícil: el corte manual.

Compañía azucarera La Fe

La producción cañera está ligada al desarrollo del capitalismo en la región. El carácter agroindustrial de la actividad hace que haya una relación de interdependencia entre campo e industria. Las asociaciones cañeras juegan un papel en ese mundo, el de gestionar la producción en el sector agrícola. El ingenio azucarero, por su parte, único comprador y procesador de la caña, intenta mantenerse lo más separado posible de las vicisitudes del campo cañero, sin dejar de sobreponer sus intereses. En este mundo es central la relación entre la administración del ingenio azucarero y las asociaciones cañeras.

El ingenio La Fe está administrado por un grupo empresarial privado llamado Zucarmex, dedicado a la rama en diferentes partes del país. Zucarmex es una sociedad anónima de capital variable (S.A. de C.V.) propietaria actualmente de 6 de los 51 ingenios azucareros de México (Atencingo, El Higo, Melchor Ocampo, Mahuixtlán, San Cristóbal y La Fe). Es el consorcio más grande después del grupo Beta San Miguel. Para la zafra 2015-2016, en orden de importancia, los grupos Beta San Miguel y Zucarmex tuvieron similar magnitud, tanto en superficie beneficiada de caña (18.2 y 16.3%) como en producción nacional de azúcar (17.4 y 17.2%, respectivamente); lo cual representa más de la tercera parte de producción de azúcar en el país (fuente: SAGARPA). La producción de caña procesada se destina tanto al mercado interno como externo, principalmente Estados Unidos. Zucarmex es una de las principales productoras de azúcar refinada, líquida y estándar para Estados Unidos, con más de 50 clientes en ese país, como Wal Mart, HEB y Sam´s. En el año 2000 Cargill, una de las empresas transnacionales agroalimentarias más grandes, entró al mercado mexicano del azúcar asociándose con Zucarmex. El ingenio estuvo alguna vez administrado por el estado. Desde 1978 la Unión Nacional de Productores de Azúcar S.A. (U.N.P.A.S.A.) lo gestionó hasta 1995, cuando fue adquirido por un grupo sinaloense que creó la compañía azucarera La Fe. Hoy la presencia del estado es un vestigio y hoy queda un instrumento jurídico de lo que fue la participación de los gobiernos en la historia de la caña mexicana: la Ley de Desarrollo Sustentable de la Caña de Azúcar (LDSCA), sancionada en agosto de 2005 en el marco del proceso de venta de los ingenios del estado; uno de los gestos reguladores de “la mano invisible” del mercado. Antes de 2005 el marco jurídico que regulaba la agro-industria azucarera en México se basaba en un decreto firmado el 15 de julio de 1991 por Carlos Salinas de Gortari, que declaró de interés público la siembra, el cultivo, la cosecha y la industrialización de la caña de azúcar.

Las asociaciones cañeras

Históricamente las asociaciones cañeras intervinieron en organismos de poder y en la política nacional. Su característica común es la vinculación al poder político en diferentes niveles (Paré, 1987). Las asociaciones son el escenario desde dónde mirar cómo se mueve el control político en el campo. Actualmente dos grandes agrupaciones controlan el sector: la Confederación Nacional Campesina (CNC) y la Confederación Nacional de Propietarios Rurales (CNPR). Su influencia aparece en todas las regiones cañeras. En Pujiltic las cuestiones políticas remiten a cosas diversas. En primer lugar las dos organizaciones se encuentran ligadas al Partido Revolucionario Institucional (PRI), lo que supone una red de relaciones políticas partidarias a nivel estatal y nacional. Pero además, las principales dirigencias están ligadas a familias influyentes de la región, la mayoría propietarias de grandes extensiones cañeras como Jesús Alejo Orantes, el líder de la CNC local. Durante los últimos diez años surgieron organizaciones locales independientes a partir de una crítica al estilo de dirección tradicional. En 2005 se creó La Delegación de Cañeros, una separación de la CNPR. Este grupo de productores exigió la libertad de asociación para afiliarse a otras organizaciones, conformó su propia orgánica a nivel local y se mantuvo como independiente bajo la órbita de la CNPR. La asociación no tiene representación a nivel nacional, un rol que mantienen la CNC y la CNPR con capacidad para negociar con el gobierno y los ingenios a nivel de la federación. En 2007 se separaron definitivamente de la CNPR al ingresar al Comité de Producción y Calidad Cañera. Los Comités de Producción y Calidad Cañera son figuras creadas por ley. Existe uno por cada ingenio azucarero del país y están facultados para “tratar todo lo concerniente a la siembra, cultivo, cosecha, entrega, recepción y a la calidad e industrialización de la materia prima” (Art. 23, LDSCA). En el Comité participan representantes de la fábrica, en general ingenieros y miembros de las organizaciones cañeras. Espacio de negociaciones y definiciones centrales para la dinámica local de la producción, en el Comité se definen las tarifas para cada actividad en cosecha, las formas de trabajo, la maquinaria, la fecha de inicio de zafra, la organización de los grupos de cosecha, entre otras cuestiones. La última organización local que se creó en Pujiltic en marzo de 2006 es Cañeros Unidos de la Región de Pujiltic (CURPAC); y desde 2017 se está formando una nueva asociación: Cañera Democráticos Independientes (CDI). Todas estas asociaciones tienen sede en Pujiltic y se ubican alrededor del ingenio azucarero. La Delegación de Cañeros es la única organización con sede en Pujiltic y en Socoltenango.

Unificadas a partir del sistema de agricultura por contrato, que exige orientar la producción campesina al monocultivo intensivo de caña, las plantaciones son cultivadas por una diversidad de productores -comuneros, ejidatarios y propietarios desde el punto de vista de la tenencia de la tierra-. Todos los productores cañeros necesitan estar afiliados a una asociación y firmar un contrato con el ingenio para sembrar, cosechar, trasladar y vender la caña producida. Si bien existen sectores de una gran y mediana burguesía cañera (tanto propietarios como ejidatarios) que tienen una relación más estrecha con las asociaciones y mejores condiciones de acumulación; hay cañeros que no están en esa situación porque no pueden acumular, viven endeudados y en general tienden a ser absorbidos por otros productores. Junto a estos dos polos (los empresarios y los campesinos proletarizados) se encuentran las y los productores cañeros que producen en una situación intermedia, porque si bien tienen niveles mínimos de acumulación y cierto margen de ganancia, producen condicionados y no tienen tanto control de los procesos productivos en sus terrenos. Así hay muchas situaciones en las que están los productores.

El precio de la caña depende de la producción de azúcar

Cada treinta de septiembre se cierra el período anual que regula el precio de la caña de azúcar. El precio del azúcar se establece por la Ley de Desarrollo Sustentable de la Caña de Azúcar (LDSCA). En sus artículos 58 y 93 se define el cálculo que determina el precio de la materia prima. Cuando la caña se destina a la producción de azúcar su precio refiere al azúcar recuperable base estándar a razón del 57% del precio de referencia. El precio de referencia, a su vez, es el promedio del precio nacional del azúcar estándar al mayoreo y el precio promedio de las exportaciones de azúcar del ciclo azucarero considerado (LDSCA, art. 58). Cada año, hay una fórmula con la que se mide la cantidad de Karbe (Kilogramo de Azúcar Base Estándar). Esto quiere decir que el pago al productor cañero depende de la producción de azúcar en el ingenio. Esto se calcula y se mide en el laboratorio del ingenio, con representantes de todas las organizaciones locales. La ley establece que la pol o sacarosa es “en sí lo que da valor a la caña de azúcar como materia prima de la agroindustria y se distribuye en su mayor proporción en la parte del tallo que ha alcanzado su total desarrollo fisiológico, desde su base hasta los entrenudos 8 a 10” (LDSCA, Art. 68). La parte del tallo superior de esos entrenudos se llama cogollo o punta y se considera basura. La letra de la ley se traduce en exigencias hacia los trabajadores de los frentes de cosecha, centralmente los cortadores. Los coordinadores de los frentes y supervisores les exigen a los contratistas, y a través de ellos a los cortadores, que son quienes hacen el trabajo del corte, estándares muy elevados de calidad: tienen que despuntar el tallo, limpiarlo de basura y apilar la caña en montones. A esto llaman “corte de calidad” y es la medida del esfuerzo de trabajo que cada cortador deja diariamente en los cañaverales. Si bien este esfuerzo es indispensable porque de él depende que la caña que llega al batey del ingenio pese en sacarosa y permita así mejores rendimientos en el proceso industrial, lo que se traduce a su vez en mejores pagos del ingenio a productoras y productores, ese esfuerzo no está retribuido en las jornadas laborales a destajo que cumplen los cortadores como trabajadores agrícolas del mundo-caña.

Una espacialidad productiva para la zafra: los frentes de cosecha

El mundo-caña modela su propia espacialidad productiva, con sus regiones y frentes de cosecha. La zona cañera está dividida en nueve regiones donde las primeras tres corresponden al municipio de Venustiano Carranza, la cuarta y quinta a Villa Las Rosas, la sexta, séptima y octava a Socoltenango y la novena a Tzimol. En cada región existen además varios frentes de cosecha. Esta división la implementaron los encargados del Ingenio Pujiltic como una forma de control del trabajo en el campo. Esas nueve regiones conforman las áreas de abasto del ingenio. La ley define la zona de abastecimiento como el área geográfica donde se ubican los terrenos de los abastecedores de cada ingenio, es decir las y los productores de caña (Art. 3, LDSCA). El corte de caña se planifica a través de la asociación cañera junto con la administración del ingenio, en el Comité de Producción y Calidad Cañera, donde se elaboran los cronogramas de corte por cada frente y región. A través de la figura de los contratistas (también llamados cabos), cada asociación se encarga de gestionar el trabajo para el corte, protagonizado por las y los trabajadores más importantes: los cortadores. La asociación con más afiliados en la zona, la CNC, cuenta con cuarenta contratistas y cada uno está ligado más o menos a treinta cortadores en cada zafra. En total son 1.250 cortadores en todos los frentes de cosecha. Si 1.500 cortadores representan sólo la captación de la fuerza de trabajo por parte de una asociación, la más grande en la región, cada zafra moviliza la participación de aproximadamente 2.500 cortadores. Cada asociación suele otorgar préstamos a los contratistas, según cada arreglo, que en general oscilan entre 30.000 y 60.000 pesos, dependiendo la cantidad de cortadores que organiza cada contratista. El préstamo es en calidad de gastos antes de que empiece la cosecha, centralmente transporte, comida en el caso de quien recibe trabajadores de otros lugares, personal y, en especial, lo que se llama el adelanto a los cortadores. Ese adelanto suele ser de 300 a 600 pesos a cada jornalero, dependiendo de los acuerdos que cada uno realice con el contratista. Los cortadores comienzan cada zafra debiéndoles a los contratistas ese monto de dinero, que desquitan durante las primeras semanas de trabajo. La estacionalidad de la demanda de mano de obra en la zafra hace que el trabajo de los jornaleros sea intermitente, por eso los cortadores de la región además de trabajar en la cosecha se emplean con propietarios cañeros que requieren de mano de obra para las labores de cultivo de caña, siembra, limpieza, riego y fertilización. Muchos jornaleros ya no aceptan esta modalidad de trabajo con los productores, a menos que se les pague por tarea y no por día. En promedio el jornal se paga a 90 pesos mientras una tarea, por ejemplo, quitar zacate, armar surcos y preparar el riego vale entre 200 y 300. Durante la zafra del ingenio de Pujiltic también se movilizan trabajadores agrícolas de Guatemala, y cortadores hondureños que viven en Socoltenango y Pujiltic. En Socoltenango la mayoría son cortadores locales provenientes del pueblo y de comunidades cercanas como Tzinil, San Francisco y Tres amores. A esta heterogeneidad en las procedencias de los asalariados rurales se ligan distintas historias en el campo laboral y de vida. La diferenciación entre trabajadores locales y foráneos que hace la administración del ingenio está relacionada a formas de acceso diferencial de las modalidades de contratación, salarios, vivienda y determinados bienes y servicios. Esa segmentación del mercado de trabajo es una de las características del modelo agroindustrial, producto de administrar con diferentes criterios la mano de obra y tiende a generar diferenciaciones al interior del sector de los trabajadores agrícolas dedicados al corte de caña de azúcar. Además, el carácter estacional de la demanda de mano de obra se liga a formas de control económico y extraeconómico, que contribuyen a dar forma a los procesos de segmentación entre los trabajadores agrícolas. Por ejemplo, las modalidades de contratación y las condiciones laborales, que son difíciles para los cortadores. La informalidad en las condiciones de contratación y de empleo, la preferencia de trabajadores con una alta especialización en el corte, la relación con contratistas que se ocupan de la gestión del trabajo y de la vida durante los meses de zafra en el caso de quienes llegan de otras localidades y países, las jornadas a destajo, el control desigual del peso en el corte; son indicadores de la precarización laboral. Definido como un sector en condición crítica respecto a las condiciones laborales, derechos y organización gremial, los jornaleros son al mismo tiempo la base primordial de una actividad donde la cosecha de la materia prima es central para todo el proceso de industrialización en el ingenio, que tiene lugar de manera simultánea al cierre de cada ciclo anual de cultivo del azúcar: la zafra.

El punto de vista de los pequeños productores de caña

El proceso productivo de la caña de azúcar involucra distintas fases de trabajo (siembra, cultivo, cosecha y traslado). El locus de estos procesos son unidades productivas diferenciadas y unificadas bajo una forma jurídica que es el contrato de compra-venta. Las mayores vicisitudes para las y los pequeños productores parecen estar en el desafío de sostener una actividad mediada por este papel ¿Qué implica para ellas y ellos, entonces, producir en condiciones contractuales?

El contrato como condicionamiento

El llamado “Modelo de Contrato Uniforme de compra-venta y de siembra, cultivo, cosecha, entrega y recepción de caña de azúcar” es un contrato estándar aprobado por la Junta Directiva del Comité Nacional para el Desarrollo Sustentable de la Caña de Azúcar, en su Tercera Sesión Extraordinaria del 18 de Junio de 2008 en Reunión Permanente; y cerrado el 26 de Junio de 2008 en la Sala de Consejos de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (tuvo dos modificaciones en 2012 y en 2014). El contrato crea y prescribe acciones, además de fungir como mediador entre el trabajo de un productor y el ingenio, algo que no queda en la letra fría del papel sino que encarna en las asociaciones cañeras. Los contratos que los mayoristas, el agronegocio privado o las instituciones oficiales ofrecen a los campesinos, siempre incluyen especificaciones de cantidad, calidad y tipo de cosecha, así como el precio de venta y diversos controles sobre los métodos de cultivo. En este caso también, donde se tiene que firmar cada tres años un contrato de 24 cláusulas. Lenguaje homologador por excelencia, el contrato transmuta toda la diversidad del mundocaña bajo un código unificador: el productor y la productora son EL ABASTECEDOR, la caña se convierte en el PRODUCTO y los campos en AREAS DE ABASTO. Así, las y los productores “se obligan a ejecutar el paquete tecnológico vigente autorizado por el Comité de Producción y Calidad Cañera”, en su cláusula cuarta. El paquete contempla desde disposiciones del Comité sobre la variedad de caña a sembrar y/o cultivar, la fórmula y dosis de fertilizante, los programas de contratación de cortadores, el mantenimiento de los caminos cañeros, los programas de suspensión de riegos, las tarifas de corte, alce y transporte de la caña, los programas de cosecha semanal y las cuotas diarias de entrega de caña, entre otras cosas. Asimismo, el contrato establece que las asociaciones mediarán la relación entre productores e ingenio. A través del contrato se puede ver el grado de intervención y de control del ingenio en el proceso de trabajo campesino, tanto en tiempos y procedimientos de la cosecha, selección y precios de los insumos, cantidades y calidades específicas de un tipo de semilla e incluso créditos. Desde este punto de vista las y los productores de caña están condicionados y pierden capacidad de gestionar de manera directa los procesos productivos en sus terrenos.

El punto de vista de algunos pequeños productores

Las maneras en que pequeñas productoras y pequeños productores viven su trabajo están entrelazadas a su mundo. Para esas mujeres y hombres que producen caña de azúcar, ellas y ellos son aún independientes. En el hecho de tener su tierra radica esa autonomía (relativa), que encuentra una manera de ligarse afectivamente con ella. Tener tierra es aún algo central y el principio de comprensión de su actividad. Algunos productores de Socoltenango producen en condiciones muy difíciles. Se trata de pequeños productores que tienen entre 6 y 8 hectáreas de terreno encañado y no tienen las ventajas de las que sí disponen otros. La situación diferenciada de cada productor que participa del proceso, contribuye a la creación de distinciones ligadas a las características de los medios de producción y a la relación de ellas y ellos con las asociaciones, que generan capacidades diferenciales para movilizar el trabajo en el campo cañero y controlar los procesos productivos. Las diferencias están en la cantidad de hectáreas, pero también en la fertilidad de los terrenos, el acceso o no a un sistema de riego y, en particular, al capital social que alguien puede tener en las asociaciones cañeras. Las asociaciones cañeras son instituciones que proveen de tecnología para el corte y el traslado, así como el acceso al crédito para los productores; al tiempo que son las que negocian con el ingenio las condiciones para la siembra, cultivo, cosecha, entrega, recepción y calidad de la caña. Esto modifica la situación de cada unidad productiva generando diferencias importantes entre productores cañeros grandes, medianos y pequeños. Las situaciones en las que se produce son así sumamente diversas y hay algunas unidades productivas no empresariales que, aunque condicionadas, intentan obtener ganancias y en ocasiones las obtienen, como cuando compran una hectárea más de terreno encañado para sembrar el próximo año y la ponen a nombre de un pariente. Digamos que están en una posición intermedia, aunque muchos otros productores no pueden obtener tierras, por la creación de condiciones desiguales de la actividad productiva.

La doble moral del contrato

Si de derecho todos los sujetos jurídicos (ejidatarios, propietarios y comuneros), dueños de unidades productivas son aparentemente “libres” de sembrar, cultivar, cosechar, trasladar y vender su producto al ingenio (único comprador regional), en la práctica se trata de una libertad controlada. Ahí radica la doble moral del contrato: parece otorgar, a todas y todos, el mismo estatuto a la hora de producir caña de azúcar; a la vez que oficializa condiciones desiguales de realización del trabajo cañero. Bajo la apariencia de que todos son iguales, el contrato legitima condiciones desiguales existentes para producir.

El contrato es una guía de conducta, prescribe y proscribe determinados comportamientos, ritmos y tiempos de producción, condiciones de calidad del producto, maneras de mover la caña, niveles de sacarosa en planta. Parece tener la solidez de la regla. Y sin embargo en los cañales siempre se están creando nuevas maneras de resolver problemas viejos. Quienes están en condiciones más desfavorables que otros logran sortear con habilidosa maestría algunos de los condicionamientos impuestos, como cuando riegan sus cañales eludiendo los estrictos cronogramas de riego, cuando les exigen a los coordinadores de los frentes de cosecha y a los equipos técnicos de las asociaciones que los asesoren o que colaboren en la prevención de plagas, o cuando varían su afiliación en distintas asociaciones buscando mejores opciones. Hay un pragmatismo sabedor que hace que las productoras y los productores pequeños no terminen de perder el control de lo que pasa en sus terrenos, un control que está ligado a su propia presencia en el cañaveral. Ahí es donde pueden aparecer esas pequeñas astucias que coexisten con las estrictas cláusulas de la letra fría del contrato. Y son precisamente esas astucias las que tejen los hilos de las incontables anécdotas que circulan y se comparten cuando termina el día. Esas aventuras cotidianas ligan a las personas y contribuyen a la creación de toda una épica cañera que también participa en la constitución del mundocaña tal y como es.

Bajar al corte: el trabajo desde el punto de vista de los cortadores de Tzinil

¿Cómo es la experiencia de trabajo en el corte de quienes viven en Tzinil y cada año, a inicios de noviembre, bajan a cortar caña de azúcar? ¿Cuáles son sus preocupaciones y opiniones sobre las condiciones laborales en los frentes de cosecha? Algunas claves para comprender las experiencias laborales en la zafra del ingenio La Fe.

Los contratistas son actores intermediarios para la organización del trabajo de los cortadores. Esta intermediación evita relaciones contractuales directas del ingenio con los cortadores mientras mantiene los requerimientos de eficiencia. La particular posición de los contratistas los vuelve representantes a la vez del ingenio, de las agrupaciones cañeras y de los cortadores. Participan en las asociaciones porque son imprescindibles para reclutar a los cortadores; y a la vez están muy cerca de ellos porque a menudo son vecinos, tíos, parientes, amigos o compadres. Entre los contratistas y los cortadores no existen relaciones de dependencia laboral sino más bien relaciones personales, y no es estrictamente un contrato laboral lo que arreglan con los jornaleros sino que hacen acuerdos de palabra. De esto los cortadores saben sacar sus ventajas, pero a la vez los deja en condiciones laborales poco estables y con ninguna posibilidad de interlocución con las asociaciones ni con el ingenio, que son las instituciones centrales. La función social de los contratistas en el mundocaña es la de articular sectores: contratan pero no pueden hacerlo en condiciones formales; son parte de las asociaciones que les dan de baja y alta alternadamente, pero les paga el ingenio (en rigor el ingenio descuenta esto a los productores en las sucesivas facturaciones por la cantidad de caña producida que llegarán después de la cosecha). Ellos participan en este mundo enlazando sectores y lo hacen como pueden y con los recursos que disponen. Muchos contratistas han sido cortadores o tickeros. Tener un carro es algo vital para la tarea. Para algunas personas, hay algunos contratistas que sacan beneficios personales de organizar el trabajo, se quedan con parte del salario de los cortadores cada semana y con el azúcar que el ingenio entrega al final de cada zafra. Pero también hay otros que son respetados, y eso sucede cuando desarrollan de manera ejemplar sus tareas y bregan por los cortadores, aunque la percepción es que ese oficio se está perdiendo.

El salario de cada semana

El pago del salario a cada cortador de lo hace el contratista, quien se ocupa de pagar cada semana y la relación se vuelve compleja. El precio de la tonelada de caña cortada para la zafra 2016-2017 fue de 36,93 centavos. Si se cortan 1.000 toneladas por semana son 36.930 pesos, suma que hay que dividir por la cantidad de montones que hace cada cortador cada semana. Un montón es la cantidad de caña que puede recoger una alzadora en cada alce, es decir lo que contabiliza el tickero en cada cuadrilla. Se estima, de manera aproximada, que un montón es equivalente a una tonelada de caña cortada. Si se hacen más o menos 400 montones diarios, a siete días de trabajo, son 2.800 montones por semana, lo que da un total de 13,18 pesos por montón aproximadamente. Según los testimonios de los contratistas, un cortador calificado puede hacer 130 montones o 150 montones por semana (entre 18 y 21 por día), lo que daría en teoría un total de entre 1.700 o 1.950 pesos mexicanos a la semana. Pero es preciso decir “en teoría”, porque en promedio los cortadores suelen llevar sus cuentas diarias de los puños que cortan y según ellas si logran hacer entre 10 y 17 puños por día es demasiado. A esto se suma que un puño y un montón tampoco es lo mismo, el puño es lo que un cortador efectivamente corta y apila a lo largo de cada gavilla, pero la alzadora suele levantar más de un puño en cada arañazo. De hecho, en general, los cortadores hacen 7 puños por día (esta estimación está hechas en base a apuntes de los cortadores a inicios de zafra, es de esperar que suba desde el mes de febrero). Esto se debe a que los cronogramas prevén entre una y dos hectáreas de corte por día por cada contratista, y eso condiciona la cantidad de montones que un cortador puede hacer diariamente. Si un cortador promedio (esto es en edad adulta y con conocimiento de corte) logra hacer 10 montones por día, lo que ya es una proeza, son 70 semanales. Según estos cálculos, el salario semanal al precio del pago por tonelada de caña cortada en la zafra 2016-2017 es de 922,6 pesos mexicanos. El pago es semanal. Los cortadores van a los cañaverales todos los días, desde las 04:00 de la mañana hasta que se termine la hectárea asignada y en general sin descansos. Los domingos se paga 10 pesos más por tonelada. Pero no hay licencias previstas para días feriados, por enfermedad o paternidad (la mayoría de los cortadores de Tzinil son varones). El ingenio no suele hacer entregas de equipo para los trabajadores, como indumentaria adecuada (botas de cuero, gorras y paliacate para protegerse de las altas temperaturas) y otros materiales para el corte. En años anteriores, a la altura del mes de febrero que es a mitad de la zafra, se entregaron ánforas, machetes y limas. Esto suscita que los cortadores tengan que proveerse de los elementos necesarios para el corte, lo que supone un desgaste de sus propias herramientas de trabajo. Algunos trabajadores recuerdan que en otro tiempo había entrega de dispensas, cajas que se proveían semanalmente con alimentos no perecederos como azúcar, aceite, sal y sardina. Muchos contratistas saben lo que cuesta trabajar en los cañales. Y también saben que el esfuerzo del cortador es comparativamente desproporcionado con lo que gana. Por eso el corte de calidad (cortar a ras del suelo, entregar sin basura y limpiar la caña arriba o despuntarla), requiere ser reconocido y remunerado como la medida del esfuerzo que cada uno deja en los cañaverales. En los frentes de cosecha cada cuadrilla funciona orgánicamente, es un trabajo en equipo. Los trabajadores cortan alineados a lo largo de varias gavillas y en un mismo surco están separados por varios metros de distancia avanzando en hilera. A esa disposición los cortadores le dicen colear y nos les gusta trabajar así porque no tienen un surco completo asignado, es más corta la pegada (el ida y vuelta de cada cortador) y la productividad del trabajo entonces depende de la velocidad del corte, que es lo que puede aguantar el cuerpo, y del grado de destreza que cada trabajador tiene con el machete que es muy variable.

No querríamos irnos nosotros

Una de las más grandes preocupaciones de los coordinadores de los frentes de cosecha de las asociaciones cañeras es la pérdida de trabajadores calificados que, en virtud de buscar mejores condiciones laborales, deciden movilizarse con otros contratistas hacia las cosechas de caña de otros ingenios azucareros en México, como Veracruz o Michoacán. La preocupación parece ser más grande a partir del mes de febrero, donde el trabajo es más intensivo. Entre los cortadores suele haber un sentimiento general de injusticia que surge de trabajar en equipo, de compartir experiencias laborales difíciles y de sufrir accidentes laborales que a veces terminan en la muerte de un compañero. Está la certeza de que lo poco que se gana en el corte se gasta para vivir. En general los cortadores tienen una conciencia clara del lugar que ocupan en la producción y de las condiciones laborales; y sienten que todo eso no viene directamente de parte del cabo. El conocimiento de los mecanismos instituidos para controlar el salario es algo que los trabajadores saben, conocen y pueden detallar, por ejemplo cómo opera el control del peso por tonelada en el batey del ingenio y el problema del cálculo del pago semanal del corte a base del montón. Es así que si muchos suelen ir a cortar a Veracruz o Michoacán, es porque las diferencias en el salario son demasiado significativas. Si en Pujiltic un cortador puede ganar entre 800 y 1200 pesos por semana, si se esfuerza mucho, en Veracruz aseguran que ganan entre 2000 y 2500 pesos mexicanos. Pero no es que se corte menos, como algunos creen. La cantidad de terreno en promedio es más o menos la misma. Una cuadrilla hace una hectárea por día. Pero la diferencia es que siempre hay para cortar. Muchos destacan las diferencias de salario en otros ingenios, pero también la atención médica en los frentes de cosecha, la provisión de sueros y medicamentos, la entrega a tiempo de las herramientas de trabajo. Y hay otro elemento que suele destacarse, que es el trato más respetuoso de los coordinadores y supervisores. Por eso, aunque no sea una preferencia para los cortadores, movilizarse a otros ingenios es una opción. Pero uno deja su familia. No querríamos irnos nosotros, suelen comentar. Hay una certeza irrefutable: si se pagara mejor aquí no se irían a buscar el corte a otro lugar, porque así pueden estar cerca de sus familias y cuidar sus milpas. Esto quienes tienen tierras en el ejido de Tzinil, porque hay también quienes son avecindados y hacen del trabajo asalariado el centro de sus ingresos. Estas son algunas apreciaciones y valoraciones sobre la situación laboral desde el punto de vista sus protagonistas: los cortadores.

Propuestas y recomendaciones

Conocer la situación de trabajo desde el punto de vista de los propios trabajadores, quienes saben lo que sucede porque lo viven todos los días, puede contribuir a mejorarla. Sus preocupaciones, opiniones y recomendaciones son centrales para avanzar en ese camino.

Los temas que nos importan

En cualquier conversación cotidiana con los cortadores aparecen temas que les preocupan. Esos temas se pueden organizar en dos grandes ejes: las condiciones laborales, específicamente ligadas al trabajo durante la zafra, y los salarios, que aparece como uno de los más importantes.

Las condiciones laborales en los frentes de cosecha

La falta de licencias médicas por enfermedad, accidentes y paternidades; también de herramientas de trabajo y equipos adecuados para el corte; la ausencia de una atención médica de urgencia en el lugar de trabajo así como la necesidad de disponer de espacios pautados de tiempo para descanso, alimentación y una correcta hidratación para prevenir problemas de salud; son los principales aspectos que dan un panorama de la situación en la jornada diaria del corte de caña de azúcar.

Durante el trabajo en la zafra, una de las preocupaciones es tener las herramientas de trabajo y el equipamiento adecuado desde inicios de cada zafra. Las herramientas que se consideran indispensables son: botas de cuero altas, debido a que el hule no aguanta las altas temperaturas y puede generar accidentes, paliacate para cubrirse la boca debido a que los campos están recientemente quemados, machete (no colombiana, que es otro tipo de herramienta y no permite un buen rendimiento en el corte), lima para afilar y un ánfora con agua. Así, un cortador comenta que “en noviembre vamos nosotros con nuestro machete y nuestra ánfora y hay veces que recién hasta abril nos dan un machete y una lima, pero a veces no hay para todos”. El hecho de no disponer de esas herramientas en tiempo y forma hace que los cortadores tengan que hacer una inversión en el equipo y que en ocasiones tengan pérdidas por no poder amortizar el uso de sus propias herramientas.

En los frentes de cosecha otras preocupaciones giran en torno a la seguridad laboral. Los accidentes de trabajo suelen ser frecuentes y el grado de exposición de los cortadores es extremadamente alto. La importancia de disponer de postas sanitarias en los frentes de cosecha puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. Esto no suele ser habitual, y actualmente la respuesta ante un accidente laboral es el traslado a Pujiltic. Pero la distancia entre los frentes de cosecha distribuidos por las 9 regiones es en ocasiones extensa. Una posta sanitaria en cada frente o varias móviles aseguraría además otro aspecto de la seguridad laboral, que es la exposición a temperaturas elevadas durante la jornada de trabajo. La deshidratación suele ser frecuente y en los frentes de cosecha no se disponen de los recursos médicos para una atención de urgencia.

A esto se suma la ausencia de licencias por enfermedad o por paternidad, otra dimensión que suele aparecer como preocupante por los trabajadores, que si tienen que dejar de asistir un día al corte con la cuadrilla pierden indefectiblemente el día.

Muchos trabajadores jornaleros aseguran no saber cuál es su situación respecto del régimen de seguridad social, si están o no inscriptos y dados de alta, si disponen de las prestaciones y beneficios, y cuáles son. La falta de información respecto de la situación y la poca claridad sobre las responsabilidades y las obligaciones patronales hace que muchos no las conozcan y por ende no las puedan reclamar.

Otra dimensión que los cortadores consideran importante es el trato. Quienes de manera condicionada viajan al corte en Veracruz o Michoacán no sólo sostienen que se paga un poco mejor, también tienden a destacar que el trato es bueno y más respetuoso, y que incluso las exigencias respecto del corte de calidad se hacen de manera más amena por parte de coordinadores y supervisores. En Veracruz “no pasan y le dicen a uno que si no quiere cortar ahí le digo al cabo que lo eche, así nos dicen para que se corte bien abajo la caña [en Pujiltic]. Muchos cortadores de Tzinil tienen un alto grado de calificación en el corte y conocen las modalidades del corte de calidad, pero los habituales castigos infligidos a toda la cuadrilla hacen que el esfuerzo del corte quede poco reconocido.

Inestabilidad de los salarios

Una de las preocupaciones más grandes de las y los cortadores en la zona es la inestabilidad de los salarios. Uno de los aspectos más relevantes es el trabajo a destajo, es decir que la base del salario es dependiente de la cantidad de caña cortada por día. La compleja relación entre tonelada/puño en la remuneración del esfuerzo realizado es uno de los ejes centrales en la generación de plusvalía, y hace que una parte del tiempo de trabajo destinado al corte se le sustraiga al trabajador en beneficio de otros actores del proceso productivo. El control de la cantidad de hectáreas por día y las exigencias ligadas al corte de calidad, un esfuerzo enorme que hace el cortador y no está remunerado en la actualidad, son otras dimensiones de este eje. Como se desarrolló en el artículo anterior, la complejidad del pago del salario a los trabajadores agrícolas jornaleros hace que queden en condiciones muy asimétricas respecto de otros sectores de la agroindustria. En ese contexto, la relación tonelada-puño es un mecanismo que los perjudica. El problema aparece en el momento en que se estima que una tonelada de caña cortada es equivalente a un puño efectivamente cortado.

A esto se suma el sistema de contabilización por montón a través del tickero directamente en el frente de cosecha, algo que generalmente se efectúa una vez que la cuadrilla se retira del cañaveral y, posteriormente, el peso de la caña cortada en la báscula del ingenio, instancia que efectivamente tiene la última palabra respecto del peso de la tonelada de caña cortada.

La falta de presencia y de representación del sector en los momentos centrales de peso de caña que son decisivos para el pago semanal hace que los cortadores pierdan toda capacidad para supervisar primero el registro y después el peso efectivo por tonelada cortada en el batey.

Algunas propuestas para la acción

Es muy probable que existan muchas otras propuestas y recomendaciones que las que se pudieron relevar durante los cuatro meses de trabajo. Las recomendaciones que las y los cortadores mencionan como más urgentes y que podrían implementarse para mejorar las duras condiciones de trabajo que hoy viven miles de trabajadores agrícolas dedicados al corte de caña son:

  1. Intentar que los salarios sean equiparables al corte pagado en otros ingenios azucareros durante el mismo período de zafra, para no tener que irse.
  2. Evaluar la posibilidad de que haya una provisión semanal de cajas con dispensas con alimentos no perecederos y en buen estado, a modo de complemento.
  3. Prever la entrega de indumentaria y herramientas de trabajo adecuadas en tiempo y forma al inicio de cada zafra y para cada cortador. El equipo básico consiste en: botas de cuero altas (no de hule), paliacate, machete (no colombiana), lima para afilar y ánfora con provisión de agua.
  4. Implementar un sistema de articulación y co-responsabilidad entre la empresa y las asociaciones para elaborar un diagnóstico de la situación laboral orientado a encaminar acciones concretas en torno a: seguro social, revisión del sistema de pago, licencias con goce de sueldo e información de los derechos laborales de los trabajadores.
  5. Creación de unidades médicas móviles o por cada frente para la atención sanitaria de urgencia en los frentes de cosecha, entrega de sueros hidratantes, vitaminas y con capacidad de otorgar licencias médicas con goce de sueldo.
  6. Reconocimiento del esfuerzo de trabajo que cada trabajador agrícola deja día a día en los cañales, lo que se traduce en un trato respetuoso en los frentes de cosecha.