Multiculturalidad en Jalisco: entre la marginación y la omisión

Ana Cristina Alfaro Barbosa[1]
Doctora en Ciencias Sociales y productora Audiovisual

En tanto las políticas de Estado están subordinadas a exigencias
de la acumulación de capital, la combinación de multiculturalismo y
flexibilización laboral genera mercados laborales precarios.
(Macip y Flores, 2017: 6)

En México hablar de multiculturalismo es referirnos a diversos procesos de diferencia y exclusión social, estratificación y jerarquización. Discursivamente, el Estado reconoce a México como una sociedad multicultural donde se hablan distintas lenguas y confluyen modos diferenciados de concebir el mundo, los mundos. En la práctica ¿cómo se viven estos procesos? El multiculturalismo permite abordar la diversidad cultural y las formas de encuentro y desencuentro: diversidades religiosa, lingüística, sexual, étnica, entre otras. En este texto abordaré la diversidad étnica en el estado de Jalisco, principalmente en la Zona Metropolitana de Guadalajara y las zonas agroindustriales de las regiones Sur y Ciénega, a partir de dos casos de estudios de migración indígena significativos y que permiten ilustrar estos procesos.

La pobreza, degradación ambiental, violencia, discursos de odio político y religioso, falta de oportunidades laborales y educativas, son, entre otros, los principales factores que han expulsado a miles de pobladores de comunidades indígenas, que dejan su terruño en búsqueda de mejorar su calidad de vida. En las últimas décadas en el estado de Jalisco se han gestado nichos laborales y económicos que han fungido como atrayentes para estas poblaciones: el turismo, la agroindustria y la urbanización.

La siguiente tabla fue realizada con datos extraídos del Censo del INEGI del 2020 con la finalidad de analizar si la información demográfica coincidía con la realidad que se vive en Jalisco. Para su elaboración se extrajo información de los doce municipios con mayor registro de población en hogares indígenas:

Tabla 1. Los doce municipios del estado de Jalisco con mayor población en hogares censales indígenas.

Elaboración propia. Fuente: INEGI, 2020.


Los municipios marcados en gris pertenecen a la Zona Metropolitana de Guadalajara y son aquellos en los que se han desarrollado asentamientos de la población indígena migrante en la urbe. Por otro lado, vemos a Puerto Vallarta, donde también se han establecido familias de diferentes orígenes (Alfaro, 2010); Mezquitic y Bolaños, que son los municipios de población wixárika originaria; y Autlán de Navarro y Zapotlán el Grande, con una fuerte agroindustria creciente que atrae mano de obra de diversas regiones de México.

Presencia indígena en la Zona Metropolitana de Guadalajara

En la Zona Metropolitana de Guadalajara habitan migrantes de diferentes orígenes: wixaritari, otomíes, mixtecos, tzotziles, nahuas, entre otros (Martínez Casas, 2000; Rojas, 2006; Bayona, 2006; Cruz, 2019). Cada grupo tiene sus particularidades de inserción laboral y establecimiento habitacional, sin embargo coinciden en la situación de marginación: la dinámica urbana los relega.

En este artículo hablaré en particular de los migrantes de origen nahua provenientes de la huasteca hidalguense. La historia migratoria de estas comunidades comenzó en los años ochenta, se caracterizó por su inserción laboral y dinámica social y cultural. Los y las jóvenes migraban a la ciudad una vez terminada la primara o la secundaria para laborar en el servicio doméstico realizando actividades de aseo, jardinería, cuidado de niños, o como choferes. En las casas donde laboraban se les otorgaba un espacio para dormir, pero sus hijos no tenían cabida por lo que eran enviados a la comunidad de origen para estar a cargo de las abuelas, donde aprendían la lengua y prácticas sociales y culturales de la comunidad. Los fines de semana, días libres de trabajo, eran utilizados para reunirse entre familiares, amigos y paisanos en espacios públicos como parques y plazas.

La situación laboral y de vivienda se ha modificado con el paso de los años. Ya son pocos los que se quedan a dormir en sus trabajos. Los niños de las nuevas generaciones crecen y estudian en la ciudad, y en vacaciones visitan a sus abuelos y familiares en la comunidad. Los lazos de la comunidad en la ciudad son fuertes y se sostienen gracias a compadrazgos, intercambios comerciales, tandas de dinero, cargos religiosos, relaciones filiales. Los espacios de socialización intracultural se desplazaron del ámbito público al privado, por causa de diversas reacciones de odio y desprecio perpetradas por vecinos del principal lugar de reunión hace casi dos décadas: el Parque Rubén Darío (Alfaro, 2007).

Esta reconfiguración se debe en parte a que la primera generación de migrantes fue adquiriendo terrenos en las afueras de la ciudad, que fueron pagando a plazos gracias al ahorro a través de tandas organizadas entre paisanos, y, al mismo tiempo, construyeron sus casas poco a poco. Por otro lado, paisanos que no han adquirido o construido viviendas rentan casas o cuartos en zonas cercanas a familiares y amigos. Por ello se han formado enclaves urbanos a las orillas de la Zona Metropolitana de Guadalajara, donde los terrenos son más accesibles y las rentas más baratas. Esta situación se refleja en los datos censales, al haber un número significativo de hogares con población indígena en los municipios de Zapopan, Tlajomulco de Zúñiga, Tlaquepaque, Tonalá y El Salto. Estos enclaves se encuentran en zonas en las que no hay acceso a uno o varios de los servicios públicos básicos: agua y alcantarillado, luz y gas natural, infraestructura de transporte público y telecomunicaciones. Una de las carencias más recurrentes es el contrato con la Comisión Federal de Electricidad, sin él tampoco pueden acceder a telecomunicaciones como el internet, actualmente de mucha utilidad y prácticamente primordial para estudiantes de nivel medio superior; esta inaccesibilidad fortalece la brecha digital estratificada.

Aunado a la falta de acceso a servicios públicos básicos, algunos de estos enclaves se encuentran en zonas de riesgo y son susceptibles a sufrir diversas afectaciones. Un ejemplo de ello fue el desborde de un río seco en el municipio de Zapopan a mediados del 2021 (Partida et al., 2021). Los testimonios fueron desoladores: las calles comenzaron a llenarse de agua negra, espesa, y las personas al ver que el nivel del agua iba aumentando subieron a sus azoteas tratando de resguardar lo que pudieron. Muchas de estas viviendas eran habitadas por familias de origen nahua y purépecha, quienes perdieron pertenencias personales y muebles. Algunas viviendas quedaron inhabitables.

Han pasado más de cuatro décadas desde que los primeros migrantes provenientes de la huasteca hidalguense comenzaron a llegar a la ciudad, dos generaciones que han buscado diferentes oportunidades laborales y de establecimiento en la urbe. A pesar de sus esfuerzos y logros comunitarios e individuales, la ciudad sigue relegándolos, dejándolos sin acceso como ciudadanos a los beneficios que en el imaginario otorga la ciudad: salud, educación, servicios públicos y sanitarios.[2]

Presencia indígena en la agroindustria: los jornaleros

El siglo XXI trajo para Jalisco el establecimiento de una fuerte agroindustria, impulsando el desarrollo económico de diferentes regiones; pero también un preocupante desgaste ambiental y la llegada de mano de obra de diversas partes del país, principalmente de los estados de Chiapas y de Oaxaca, colapsando con ello la situación de vivienda y de servicios otorgados a la población. Berrys, aguacates, jitomates son los principales monocultivos que están cambiando el paisaje físico y poblacional del estado.

En México mucho se ha documentado, analizado y denunciado la situación de los trabajadores jornaleros en el campo: falta de seguridad social y de un espacio digno de vivienda, largas jornadas laborales, contratos inexistentes y promesas de pago incumplidas, falta de acceso a educación para las infancias, entre otros. Ante dichas denuncias, las empresas —principalmente extranjeras— han establecido condiciones mínimas para los jornaleros: vivienda digna, acceso a seguridad social, prohibición de contratación de menores de edad, claridad en pagos y bonos, entre otros. Esto parece un buen avance. Sin embargo, la realidad es otra, mostrando la incapacidad estatal por constatar y velar las condiciones laborales de los jornaleros en la región.

En la última década el desarrollo de estos cultivos agroindustriales y la creciente necesidad de mano de obra en la región han ocasionado que los productores traigan mano jornalera del sur de México. Los transportan en camiones, a través de enganchadores. Y sí, efectivamente, les otorgan “techo” en hoteles, moteles, casas en renta, pero en hacinamiento. Los testimonios narran: duermen en el piso, se acomodan como pueden.

Hace algunos años conocí a un entonces niño originario de la Mixteca Alta, aquí lo nombraremos Pedro. Pedro quedó al cuidado de su abuela desde muy pequeño, por circunstancias que nunca pudo explicarme tenía un problema con sus papeles por lo que tuvo que dejar la escuela antes de terminar la primaria. Cuando lo conocí él tenía diez años y un alto grado de desnutrición: parecía de seis. Vivía en una zona turística de Oaxaca donde una organización le daba techo y apoyo en general para su subsistencia, lo que implicaba, ante las imposibilidades de continuar sus estudios, otorgarle las facilidades para trabajar como empacador en una tienda de abarrotes. Pedro me buscó hace unos meses para contarme que estaba trabajando en Jalisco, me invitó a visitarlo a un pueblo en la orilla del lago de Chapala, en el municipio de Jocotepec. Pedro ya no era un niño, aunque seguía siendo menor de edad. Me contó que llevaba dos años trabajando para un rancho que producía berrys, pero como era menor de edad no tenía contrato —por lo tanto no tenía ningún tipo de seguridad social—. En su jornada ayudaba a diversas tareas, y si bien ganaba menos en comparación con sus compañeros, se sentía contento por la oportunidad laboral que le otorgaba su patrón. Ahí pudimos comprobar la dinámica de vivienda en la región. Pedro compartía la casa de dos cuartos y dos baños con trece paisanos y dos mujeres que son esposas de dos de ellos. No tienen muebles y los espacios “personales” eran divididos por cobijas colgadas por una cuerda simulando un tendedero. El patrón les da la casa, ellos “nada más” tienen que pagar la luz, el agua y el gas. Todas las mañanas pasa un camioncito para llevarlos a trabajar al rancho. Su cotidianidad la viven entre el rancho donde trabajan y la casa, poco o nada conviven con sus vecinos. En el pueblo hay otra casa donde habitan chiapanecos que trabajan en el mismo rancho.

Me despedí de Pedro convencida de que ésa era una gran simulación. Los patrones simulan dar una vida digna a los trabajadores, quizá “menos peor” que en otras circunstancias donde los jornaleros duermen en espacios improvisados al aire libre con lonas simulando techos y paredes. Pero aún falta un largo camino por recorrer para asegurar el “bienestar” que prometen las agroindustrias para los jornaleros.

Foto: Antropo Film House.

Pienso en estas casas como guetos étnicos: alimentándose de la pobreza, la migración, la distancia familiar, la diferencia cultural y lingüística. Sin prohibiciones expresas pero presentes: es mejor que no convivan con el exterior. En términos de Loïc Wacquant los guetos son instrumentos sociorganizacionales compuestos por cuatro elementos: el estigma, la restricción, el confinamiento espacial y el encasillamiento, lo que agudiza la frontera entre los excluidos y el resto de la sociedad, y profundiza el abismo sociocultural entre ellos. (Wacquant: 2004)

En este contexto multicultural no importa su origen, no importan sus intereses personales ni colectivos: importa que acepten las condiciones labores y de vivienda que se les ofrecen. Su origen étnico sólo es una razón de confinamiento social y cultural. Se trata de relaciones estratificadas, en las que los “patrones” y enganchadores reconocen a sus trabajadores como merecedores de poco, y la pobreza en sus comunidades y falta de oportunidades los obliga a aceptar dichas condiciones laborales.

Reflexiones finales

Estos dos estudios de caso son sumamente ilustrativos de la realidad multicultural que se vive en Jalisco, donde no existe valoración alguna por la diversidad cultural: el migrante indígena es y sirve como mano de obra. Su inserción en estos contextos de migración sigue siendo desde el nivel “servil” y dependen en gran medida de la “buena voluntad” de sus patrones. Son contextos multiculturales donde no hay intención alguna por mejorar las relaciones entre los migrantes y el contexto; falta un gran camino por recorrer para lograr una interculturalidad que valore la diversidad y les reditúe mejorando su nivel de vida.

Son contextos migratorios donde las relaciones interculturales se encuentran mediadas por relaciones de poder y subordinación; es una multiculturalidad servil mediada por la estratificación y caracterizada por la marginación. Más allá del reconocimiento de esta diversidad cultural que converge en diferentes espacios de la entidad, es necesario cuestionar estas relaciones interétnicas caracterizadas por el poder y la marginación.

Bibliografía

Alfaro Barbosa, Ana Cristina
2007 ¿Mi casa es su casa? Resignificación social y cultural de nahuas

procedentes de la huasteca hidalguense en Guadalajara, tesis de licenciatura en Sociología, Universidad de Guadalajara, Guadalajara.

Alfaro Barbosa, Ana Cristina
2010 Indígenas en la playa: venta ambulante e identidad en un contexto turístico (Sayulita, Nayarit), tesis de maestría en Antropología Social, CIESAS Occidente, Guadalajara.

Bayona Escat, Eugenia
2006 La ciudad como oportunidad y peligro. La comunidad inmigrante de comerciante purépechas en Guadalajara, tesis de doctorado en Ciencias Sociales, CIESAS Occidente, Guadalajara.

Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI)
2020 Censo de Población y Vivienda 2020, México, INEGI.

Cruz Pastrana, Selene
2019 La organización social del cuidado en hogares indígenas en la ciudad de Guadalajara, México: cuidado, trabajo y estrategias, tesis de doctorado en Ciencias Sociales con especialidad en Antropología Social, CIESAS Occidente, Guadalajara.

Macip Ríos, Ricardo Francisco, y María de Lourdes Flores Morales
2017 “Multiculturalismo y mercados laborales en el centro-sur de México”, Entreciencias: Diálogos en la sociedad del conocimiento, vol. 5, núm. 13, http://doi.org/10.21933/J.EDSC.2017.13.216.

Martínez Casas, Regina
2000 “La presencia indígena en Guadalajara: los vendedores de la Plaza Tapatía”, en Rosa Rojas y Agustín Hernández (coords.), Rostros y palabras. El indigenismo en Jalisco, Guadalajara, Instituto Nacional Indigenista – Jalisco, pp. 41-62.

Partida, Juan Carlos G., Javier Santos, y Myriam Navarro
2021 “Zapopan, entre la inundación y la basura”, La Jornada, “Estados”, Ciudad de México, 27 de julio, en línea, https://www.jornada.com.mx/notas/2021/07/27/estados/zapopan-entre-la-inundacion-y-la-basura/.

Rojas Cortés, Angélica
2006 Entre la banca, la casa y la banqueta. Socialización y matemáticas entre niños otomíes que viven en la Zona Metropolitana de Guadalajara, tesis de doctorado en Ciencias Sociales con especialidad en Antropología Social, CIESAS Occidente, Guadalajara.

Wacquant, Loïc
2004 “Las dos caras de un gueto. La construcción de un concepto sociológico” (Moisés Silva, trad.), Renglones, revista del ITESO, núm. 56, pp. 72-80


  1. cristyalfaro@gmail.com.
  2. Es importante mencionar que hay algunos casos individuales de éxito escolar y de inserción laboral en jóvenes migrantes de la segunda generación, lo que ha conllevado el acceso a espacios de habitación dignos y a trabajos estables con acceso a seguridad social.