Mujeres chiapanecas enfrentando la violencia de género en contextos de Covid-19: análisis del ejercicio de poder en la construcción de proyectos colectivos

Mónica Carrasco Gómez
Cátedras Conacyt-CIESAS Sureste


«Decidiendo juntas». Asambleas en el CRCCTO, SCLC, Chiapas agosto de 2021.
Foto: Mónica Carrasco Gómez.


Introducción

No es ninguna noticia y hasta parecería innecesario reafirmar que la vida planetaria se ha transformado de manera radical debido a los acontecimientos de los dos últimos años, Chiapas, por supuesto, no ha sido la excepción. Pues ante la situación de la doble pandemia Covid-19 y la violencia de género, recurrí a esta reflexión de Foucault: “Si se quiere captar los mecanismos de poder en su complejidad y en detalle, no se puede uno limitar al análisis de los aparatos de Estado” (Foucault, 1979: 119). ¿Cómo estas reflexiones ayudan a entender ciertas problemáticas y sus posibles soluciones en nuestro contexto de investigación? A continuación, trataré de responder a estas interrogantes.

En este sentido, me parece pertinente reflexionar sobre la manera en cómo se llevaron a cabo dos proyectos de incidencia para atender la violencia de género en Chiapas. Por un lado, al inicio de la pandemia se implementaron medidas de distanciamiento social que, se ha documentado, incrementaron la violencia de género en los hogares y al mismo tiempo se restringieron los servicios de atención a las mujeres. Por otro lado, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, donde la principal fuente de empleo está relacionada con el turismo, los servicios se paralizaron y diversos espacios laborales fueron afectados. Por lo que muchas mujeres se quedaron sin ingresos dada la precariedad de sus trabajos.

Como respuesta a esta problemática se implementaron dos proyectos de incidencia de naturaleza distinta. En 2020, se acompañó jurídica y psicosocialmente a un grupo de mujeres víctimas de violencia de género, lo que derivó en la conformación de la colectiva Tsatsal O´ntonal,[1] cuya finalidad era acompañarse y pedir apoyos a las instancias que atienden la violencia de género. Como consecuencia de este primer momento, se generó otro proyecto de naturaleza productiva. El cual tuyo la pretensión de conformar entre ellas una fuente de empleo colectivo que les permitiera construir su independencia económica. En las siguientes páginas nos dedicamos al análisis de este segundo proyecto.

Si bien el primer proyecto logró sus objetivos, aquí nos interesamos por el proceso que llevó el segundo, el cual se condujo con mayor complejidad. Desde esta experiencia surgen los cuestionamientos respecto a las relaciones de poder y su ejercicio a la luz de las aportaciones de Foucault. Nos interesa reflexionar a partir de la pregunta ¿De qué manera el análisis de las relaciones de poder permite entender las diversas tensiones en la construcción de colectividad entre mujeres? Para llegar a este análisis primero expondremos algunos antecedentes del contexto y de los proyectos que se llevaron a cabo.

La violencia contra las mujeres en tiempos de Covid-19

Uno de los problemas globales y locales más apremiantes es la violencia contra las mujeres (Organización Mundial de la Salud (OMS) 2021) de orden estructural, social y cultural que contribuye a mantenerlas en una situación de subordinación (Valdez-Santiago, Villalobos-Hernández, Arenas-Monreal, Flores, y Ramos-Lira, 2021). Peor aún, la violencia en el hogar aumentó durante la pandemia como consecuencia de las medidas implementadas de aislamiento y distanciamiento social que agravaron el estrés económico y la tensión familiar en México (INEGI, 2020) y en el mundo (Mohan, 2020).

A pesar de lo grave de esta situación, en la respuesta de diversos gobiernos a esta problemática ha estado ausente la perspectiva de género, esto porque históricamente ha habido una falta de integración del género en las políticas del desarrollo (Kauffer, 2016) y en las pandemias permanece esta omisión (Smith, 2019; Wenham, Smith y Morgan, 2020) y porque en la respuesta a las pandemias puede prevalecer la incapacidad de algunos Estados, de manera que se fortalecen los poderes empresariales que capitalizan el sufrimiento, a través de… la explotación capitalista y la violencia contra las mujeres, las personas queer y trans (Butler, 2020).

Mientras tanto, en México, la respuesta gubernamental y social ante el aumento de la violencia de género durante la pandemia ha generado una doble controversia. La primera se centra en las estimaciones del aumento de esta realidad social en la emergencia sanitaria (Redacción Animal Político, 2020). Por su parte, la segunda se relaciona con el acceso a mecanismos de atención a la violencia y a cuáles proyectos y áreas se le brindan recursos (Arteta, 2020).

Este tipo de violencia no ha hecho sino aumentar, de acuerdo con las cifras que reportan diversas agencias, las revisamos a continuación. Cada vez hay más información sobre la violencia contra las mujeres, ONU Mujeres reporta que “a escala mundial el 35% de las mujeres ha experimentado alguna vez violencia física o sexual por parte de una pareja intima o violencia sexual realizada por una persona distinta a su pareja”, además, en pandemia el número de llamadas a líneas telefónicas se quintuplicó en algunos países, provocadas por las medidas de aislamiento social (ONU Mujeres, 2021). En México, con base en los datos recabados por la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana 2021 (ENSU), en comparación con el periodo de 2020, se confirma un mayor porcentaje de mujeres (6.6%) que declaran haber enfrentado algún tipo de violencia en el entorno familiar en 2020 respecto a 2021, que fue de 4.9% de mujeres que vivieron violencia en los hogares, sin embargo, se observa un aumento sostenido en 2021 (INEGI, 2021). En la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2020 realizada en México, se identificó el 5.8% de prevalencia de violencia en el hogar, donde los gritos, insultos o amenazas hacia las mujeres representaron el 4.3% (Valdez-Santiago et al. 2021).

“Talleres con mujeres”. Talleres de acompañamiento psicosocial y jurídico en SCLC, Chiapas octubre 2020. Foto: Mónica Carrasco Gómez.


Proyecto inicial: Ser mujer en Chiapas en tiempos de Covid-19

En este contexto se realizó el proyecto “Ser mujer en Chiapas en tiempos de Covid-19: género, autocuidado y violencias”,[2] el cual tuvo el objetivo de identificar las estrategias de autocuidado y afrontamiento ante las diversas violencias acentuadas por la situación de confinamiento del Covid-19 en mujeres de diferentes contextos en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, para proponer mecanismos accesibles de atención y la conformación de una red de apoyo entre mujeres para enfrentar la violencia de género (Hartog, Carrasco y Kauffer, 2020). Con la información obtenida se identificaron las diversas situaciones de violencias intrafamiliares e institucionales vividas durante el confinamiento; así como estrategias de autocuidado y afrontamiento de las mujeres, a partir de lo cual se construyeron con ellas mecanismos de atención directa y de resolución de necesidades apremiantes: acompañar jurídica y psicosocialmente a través de talleres, organizar solicitudes a diferentes instancias, ingresar al refugio a mujeres violentadas, acceder a servicios médicos, acompañar a denunciar en la Fiscalía y acudir a las comunidades para lograr acuerdos comunitarios.

Se identificó con ellas las dificultades encontradas en relación con los procesos jurídicos iniciados en fechas anteriores y la situación de cierre de las instancias públicas de atención, donde fue evidente que bajo el pretexto de la pandemia se retrasaban los trámites en curso y se posponían las citas para atender a las mujeres a nivel de las instancias de procuración de justicia. De igual modo observamos la saturación laboral de las servidoras públicas que atendían y acompañaban a las mujeres que acudían al Programa de Apoyo a las Instancias de Mujeres en las Entidades Federativas (PAIMEF) para denunciar las violencias, por lo que cancelaban citas o postergaban su atención, lo que desanimaba a muchas de las mujeres a continuar sus procesos de denuncia. Finalmente documentamos barreras institucionales que se incrementaron por el temor al contagio, lo que propició que posteriormente a la realización de su denuncia, las mujeres se sintieran desanimadas y frustradas por el mal funcionamiento del sistema de justicia, fenómeno que antes de la pandemia también había sido documentado (Herrera y Agoff, 2015).

Segundo proyecto: Enfrentar la violencia feminicida en Chiapas

Ante el incremento de la violencia feminicida, la situación de desamparo económico y patrimonial en que quedan las víctimas de violencia y las dificultades para que accedan a la justicia, fue necesario construir un proyecto[3] que atendiera las necesidades centrales para ellas: la sobrevivencia económica, el acompañamiento jurídico y psicosocial externo y fortalecer la red de mujeres víctimas de violencias. En efecto, identificamos que parte de la violencia en contra de las mujeres durante la pandemia era económica y patrimonial, lo cual les impedía salir del círculo de violencia, al vivir en contextos precarizados y por lo imprescindible que es enfrentar los procedimientos jurídicos en condiciones materiales adecuadas.

Siendo menester satisfacer las necesidades de trabajo y acompañamiento, se gestionó un espacio colectivo llamado Café, restaurante y centro cultural Tsatsal O´ntonal (CRCCTO), donde las mujeres pudieran ejercer sus habilidades de elaboración de alimentos y productos artesanales, de exposición, así como de reunión y acompañamiento. Lo anterior para colocar las condiciones que permitieran reconstruir sus proyectos de vida familiares, interrumpidos por los hechos victimizantes y por los contextos de precarización. Desde luego, lo que se buscó es que las mujeres participantes consiguieran vivir con mayor independencia mediante procesos de fortalecimiento personal y colectivo.

Se pensó en no replicar lógicas asistencialistas que imperan en los proyectos de reparación en intervención psicosocial, cuya finalidad consiste en “avalar” decisiones ya tomadas por tecnoburócratas, lo que en muchos de los casos colocan a las personas en una situación mendicante y de dependencia, y ajenas a los contextos culturales locales (Villa, Barrera, Arroyave y Montoya, 2017). Por lo tanto, el desafío mayor se centró en la construcción colectiva del acompañamiento del proceso, lo que se vio favorecido con la colaboración con la Colectiva Cereza[4] una organización que realiza trabajo de base con mujeres.

Llegando a este punto, es necesario hacer una reflexión sobre lo realizado. Para hacerla primero expondré a grandes rasgos el proceso del que pude dar cuenta por medio de la investigación colaborativa que realicé durante la ejecución del proyecto.

Diseñamos una propuesta económica y productiva para que tuvieran un lugar de trabajo ubicado en el centro de la ciudad, equipado con una cocina completa, un área de comensales, un salón amplio que se rentara para eventos culturales,[5] talleres, conferencias de prensa, presentaciones de libros y venta de productos.

Para asumir la comunicación en redes de manera colectiva nos capacitamos. Hicimos y conformamos comisiones para las ventas, permisos y organización. El acompañamiento de la Colectiva Cereza y de quien escribe fue fundamental para buscar maneras colectivas y pacíficas de resolver conflictos y llegar a acuerdos para el funcionamiento del lugar. Las mujeres que participaron tenían diferentes habilidades y disponibilidad de tiempo, así que se fueron acomodando según las tareas que correspondían y los horarios que requerían. Era importante, en la organización del espacio de trabajo, la flexibilidad en horarios y turnos que en otros trabajos no tenían y que les impedían acudir a dar seguimiento a las denuncias contra sus agresores. Logramos el consenso de que la manera más justa sería el reparto del dinero ganado de manera semanal entre las horas que cada una había trabajado. La hora de trabajo variaba según lo obtenido en la semana, ellas aprendieron a hacer las cuentas y repartirse las ganancias.

La inauguración, el día 4 de septiembre, fue un evento emotivo; el lugar se llenó, hubo música, un discurso de las compañeras quienes agradecieron a las personas que festejaron con ellas, además de la palabra de las integrantes de la Colectiva Cereza y de quien escribe. Del discurso inaugural[6] de las mujeres de la colectiva, quiero enfatizar la manera en cómo se apropiaron del proyecto “no nos asumimos como receptoras de un proyecto sino como las protagonistas del mismo” lo cual devela el compromiso que asumieron con la gestión y la administración del lugar, que realizaban con acompañamiento mío y de la Colectiva Cereza. También mencionaron el aprendizaje de la construcción de colectividad que las fortaleció, como se refleja en las palabras de una de ellas el día de la inauguración:

Empezar con el reto de la organización grupal ha implicado definir nuestros principios como el respeto, el cuidado, el apoyo mutuo, la comprensión y la empatía para fortalecernos… Desde los talleres hasta ahora, no hay autoridad entre nosotras, aunque traemos ese aprendizaje de competir-mandar, estamos reaprendiendo a no replicarlo en colectivo, cuidándonos. Somos madres, hijas, abuelas, capitanas del hogar, hermanas, amigas; porque todas somos eso, es por eso que comprendemos nuestros ocasos y nos ayudamos a salir del individualismo para construir una colectividad amorosa.

Posterior a la inauguración hubo un clima de sororidad, de apertura a las enseñanzas del trabajo colectivo y del rechazo a las relaciones jerárquicas. Más tarde se incorporaron otras compañeras que habían sido previamente acompañadas por el equipo de trabajo y hubo reacomodos.[7] A partir de este momento se empezaron a gestar diferenciaciones en el trabajo, jerarquías y privilegios atravesados por prejuicios de clase y etnia (indígenas y kaxlanas[8]).

Inicialmente las mujeres mencionaron que no querían patronas, y aunque en previas reuniones se nombraron los hechos que no querían que se dieran, como mandar o descalificar el trabajo ajeno, empezó a ocurrir, al hablarlo en asamblea el resultado fue que quienes se sintieron interpeladas salieron del proyecto por cuenta propia. Una de las dos mujeres que salieron, regresó. Otras, que también se comportaban como patronas, hacían caso omiso a las quejas y seguían ejerciendo una forma indirecta de poder a través de diversas estrategias: delimitar su trabajo “yo sólo voy a cocinar y no haré nada más” (cobrando las demás horas sin realizar ningún trabajo extra), descalificar la manera de cocinar de las demás, posicionarse como la única que podría hacerlo bien, no respetar los acuerdos respecto a la comida que era para las trabajadoras y para clientes, y haciendo compras excesivas sin que se recuperara el dinero invertido, lo que generó división en el grupo. Por un lado, estaban las que acataban y se aliaban a “la que sabe cocinar”; por el otro, quienes no estaban de acuerdo, pero no se atrevían a decirlo abiertamente por temor a la reacción de las compañeras, por lo tanto empezó a emerger el desánimo.

Esto sucedió mientras el acompañamiento había empezado a espaciar sus intervenciones para que la organización fuera más autónoma. Si bien el ambiente se enrareció, las mujeres no compartían esos conflictos en las reuniones semanales. La participación de ellas cambió, de una polifonía, a una voz que acaparaba la palabra y las decisiones, inicialmente de manera bromista y arrebatada, pero posteriormente fue tornándose demandante y dominante. Aunque se trató de democratizar el uso de la palabra, las demás guardaban silencio y evitaban el conflicto.

Así que el equipo de la Colectiva Cereza ideó una forma de intervenir, pues las mujeres no querían dar su palabra sobre lo que ocurría. El ejercicio fue la escritura[9] anónima a partir de preguntas muy generales sobre ¿qué no me gusta de lo que pasa en la cocina? ¿qué sí me gusta? ¿qué sugiero para resolver esta situación? A partir de estas preguntas, se develaron los problemas antes narrados, además del despilfarro del dinero y la comida, la falta de transparencia en las compras e incluso la falta de pago entre ellas, por lo que se llegó a nuevos acuerdos. Hubo tres juntas más en las cuales se discutió mucho sobre la manera de organizarse, de repartir las tareas, de enseñar a cocinar, de valorar la forma de cocinar de todas, sobre cómo llevar las cuentas, sobre no subir los precios de los alimentos, sobre la importancia del trabajo de cada una, el cuidarse entre todas y ser respetuosas en la manera de expresar desacuerdos. Sin embargo, las cosas no cambiaban, se necesitaba una intervención diferente, pues en la cotidianidad nadie se atrevía a poner un alto al uso indebido de la autoridad que le habían conferido a una de sus compañeras.

Uno de éstos fue el acompañamiento durante un mes de una compañera de la Colectiva Cereza, experta en ventas, quien hizo una serie de reestructuraciones: promovió el espacio con los choferes de los trenecitos de turistas, ordenó el refrigerador[10] y recuperó el orden de las entradas y salidas de dinero. Durante ese tiempo la compañera que detentaba una posición de mando, dejó de asistir y dijo: ‒que iría cuando ella quisiera‒; por lo que en reunión se decidió que no podrían regresar las que se ausentaron por más de tres días sin avisar.

A partir de este hecho fue evidente la mejoría no sólo en el ambiente de trabajo sino en las ventas y en las ganancias repartidas. Ellas se recuperaron poco a poco, recuperando la confianza en sí mismas respecto a sus formas de cocinar, de organizarse, de llevar las entradas, salidas y repartir las ganancias. Recientemente, el 9 de diciembre de 2021 la mayoría de ellas decidió continuar con la renta del lugar y la gestión del espacio, ya sin el financiamiento externo que se tenía, asociándose con otros dos proyectos de mujeres con el compromiso de sacar adelante su proyecto, pues no quieren regresar a sus experiencias laborales previas, donde prevalecía el maltrato y la explotación laboral.

“Niñxs pintando” : Talleres para infantes en SCLC, Chiapas octubre 2020. Foto: Mónica Carrasco Gómez. Edición de la foto: Guitté Hartog.


Análisis de la experiencia desde la perspectiva del ejercicio del poder

En este apartado del artículo analizo el reto que implica la organización de respuestas sociales que buscan la independencia económica de mujeres que viven violencia de género o víctimas indirectas de violencia feminicida. Experiencia circunscrita durante la pandemia, situación que agudizó la desigualdad de género, de clase y de pertenencia étnica. En este contexto fue relevante en un primer momento tener un espacio de escucha entre mujeres con diferentes trayectorias en el sistema de justicia que pudieran compartir sus aprendizajes y a través de ellos brindar fortaleza a quienes se pudieran ayudar de éstos, convirtiéndolos en legados de aprendizaje (Benítez, 2019).[11]

Dar continuidad a la atención de necesidades apremiantes, como construir independencia económica con quienes se había logrado la conformación de una colectividad femenina, favoreció inicialmente el trabajo entre sí. Permitiéndoles el reconocimiento de sus saberes y habilidades pero también de las formas horizontales y/o verticales de relacionarse, donde los ejercicios del poder imbricados en los diferentes sistemas de desigualdad como el clasismo, el racismo y la opresión de género se articularon para crear situaciones particulares de vulnerabilidad para algunas, donde, además, a partir de la creación de alianzas, se generaron prácticas de discriminación.

En este sentido, la dificultad para establecer relaciones horizontales entre mujeres que trabajan para lograr independencia económica fue evidente desde el inicio. Mientras estuvieran mujeres a quienes consideraban lideresas (integrantes de la Colectiva Cereza y quien escribe), quienes a partir de la construcción colectiva delegaban la realización de tareas acordadas, no hubo manifestación de conflictos. No obstante, cuando estos liderazgos, que facilitaban una forma de organización horizontal, se fueron retirando para dar pie a la organización entre ellas, empezó la disputa por el poder. Las formas fueron diversas, empezando por la distribución del trabajo y el uso de la palabra, en la que una de las voces se imponía más que otras en las reuniones, quien para todo tenía respuestas y sugerencias, donde sin duda “comunicar es siempre una cierta manera de actuar sobre el otro/a o los otros/as (Dreyfus y Rabinow, 1988: 236) y donde el saber fue fundamental para realizar la crítica a las formas de hacer las cosas de las otras, todo esto forma parte del sistema de diferenciaciones que permiten ejercer poder, definido por Foucault como la capacidad de actuar sobre las acciones de los otros/as (Dreyfus y Rabinow, 1988: 238).

Aquí podemos analizar las formas en las que el poder disciplinar está imbricado en la experiencia laboral de las mujeres, quienes en las experiencias laborales que habían tenido, en trabajos precarizados donde existían figuras de autoridad, estaban acostumbradas a que dicha autoridad les indicaba qué, cómo y cuándo se realizaban las tareas. Siempre hubo patronas/es que regañaron, denostaron y desvalorizaron el trabajo realizado por ellas, en diversos contextos como trabajadoras domésticas, lavaplatos, meseras y cuidadoras. Por lo que un trabajo donde la apuesta es organizarse de manera horizontal con otras compañeras, donde no hay patronas, generó desconcierto y desorganización.

Inicialmente, cuando alguien quiso asumir este rol de patrona, las demás no lo aceptaron, lo señalaron en reunión sin decir nombres, sólo actitudes, y la compañera prefirió alejarse un tiempo, quizá por eso existía el temor de que otra se retirara.

Posteriormente una compañera nueva se integró y fue relacionándose de tal manera que su liderazgo no incomodaba, no regañaba directamente, tenía otras formas de descalificar y, además, no lo hacía con todas, sino con quienes por su situación estaban en desventaja social.[12]

Este tipo de liderazgo las confundió, porque parecía horizontal y beneficiaba a la mayoría, pero fue adquiriendo tal fuerza que incluso ya no se respetaban los acuerdos tomados en la asamblea, además de que su presencia era mucho mayor semanalmente que la de las demás, por lo que empezó a tomar decisiones que las demás no pudieron cuestionar directamente porque eran juzgadas por el grupo que la respaldaba. Además de la construcción de alianzas y la división del grupo como estrategia, esta participante favoreció a su grupo cercano, quienes tenían beneficios, que las otras no estaban de acuerdo en tomar, para mantener el espíritu del proyecto. Este tipo de acciones se puede entender porque el tipo de objetivo que se persigue es el mantenimiento de los privilegios (Dreyfus y Rabinow, 1988: 241), en este caso beneficiarse con el trabajo de todas, al hacer compras sin rendir cuentas o invitar a comer a amigos o familiares sin cobrarles.

Sin embargo, cabe preguntarse ¿por qué no funcionó decir nuevamente en asamblea que no debía haber jefas? La compañera, a diferencia de la primera en asumir este rol de patrona, no se sintió aludida, por más que describieran sus actitudes en las reuniones semanales. Cada vez que se decía algo en reunión respecto a esta forma de descalificar, ella molesta, decía que ella no era así, pues nadie la señalaba y, por lo tanto, no se reconocía en esas actitudes y continuaba participando.

Las relaciones de poder, según Foucault (2001), se ejercen a través de estrategias de poder, que son “un conjunto de medios puestos en práctica para hacer funcionar o para mantener un dispositivo de poder”. Estas estrategias pueden ser diversas, uno de los sentidos puede referirse a “la manera en la que un participante, en un juego dado, actúa en función de lo que piensa que será la acción de los otros, y de lo que considera que los otros pensarán que es la suya; en suma, la manera en que se intenta tener ventaja sobre el otro” (Dreyfus y Rabinow, 1988: 242).

En este sentido, analizando la manera en cómo se construyeron estas relaciones de poder, considero que la estrategia de dicha compañera fue colocarse de manera ostentosa como la que posee el saber en la cocina, desde donde descalificaba otras formas de hacer. Por lo que algunas temían que “la que sabe cocinar y hacer postres” se molestara y las abandonara, perjudicando al restaurante.

En este sentido, tal como lo menciona Foucault, las relaciones de poder se establecen en toda interacción humana, si bien se pretendía que no hubiera un solo poder centralizado, sino que todas pudieran coordinarse y trabajar horizontalmente, sin embargo, la disputa por el poder se pudo identificar como parte de las maneras de relacionarse, de dividir el trabajo y de establecer jerarquías en las tareas, por ejemplo hubo quien nunca quiso limpiar baños, aunque el acuerdo inicial fue que todas se repartirían las tareas.

Basándonos en la experiencia narrada, cabe cuestionarse ¿estaremos en posibilidad de ir transformando este tipo de relaciones? o aceptamos que es parte de la interacción humana y que todo el tiempo, tal como menciona Foucault, estamos negociando el poder.

Narrar esta experiencia permite poner en cuestionamiento “las relaciones de poder, el agonismo entre las relaciones de poder e intransitividad de la libertad… [como] una tarea inherente a la existencia social” (Dreyfus y Rabinow, 1988: 240). En este sentido, es conveniente analizar esta experiencia desde espacios no institucionales tal como sugirió Foucault, que nos permita ver otra forma de poder disciplinario, que se ejerce en diversos sentidos.

En este caso, en un espacio no institucional, entre mujeres que saben cocinar y llevar un restaurante y las otras que no se sentían con el conocimiento suficiente para dirigir esta empresa. De tal manera que la ostentación del saber cocinar legitimó el ejercicio del poder sobre quienes, aunque supieran cocinar, fueron descalificadas en su saber, lo que se sumó a una experiencia de vida de descalificaciones externas, por lo que aceptar dichas críticas sin cuestionarlas en un inicio fue la manera que encontraron para no poner en riesgo su pertenencia a la iniciativa.

Es importante mencionar que las mujeres, con quienes colaboramos, han vivido gran parte de su vida obedeciendo a sus progenitores, a sus empleadores/as, a sus novios y esposos; y que justamente algunos atisbos por intentar decidir libremente sobre su vida, las llevó a sufrir violencia por parte de estas figuras. Por lo que salir de esquemas de relaciones previas, y específicamente de relaciones laborales donde la figura del patrón/a ha sido permanente en la vida laboral de muchas sigue siendo un reto, pues están acostumbradas a obedecer o a mandar dependiendo de la persona con la que se relacionan.

Sin embargo, de acuerdo con Foucault, el poder es relacional y se da en diferentes direcciones, por lo que los conflictos que se vivieron, si bien mermaron en un momento la capacidad organizativa y el objetivo del proyecto, la práctica asambleística facilitó la toma de decisiones a partir de la reflexión y del cuestionamiento de los saberes, donde el reconocimiento de las habilidades de todas y cada una posibilitó la necesidad de la redistribución de las tareas. Este diálogo de reconocimiento de la importancia de lo que cada una aporta permitió que se fueran resolviendo las tensiones ocasionadas por el abuso del poder.

Conclusiones

Como hemos visto, las medidas de distanciamiento social durante la pandemia favorecieron un incremento en la violencia de género y los proyectos de incidencia que se presentaron brindaron a las mujeres oportunidades para ser acompañadas jurídica y psicosocialmente, sin embargo, el proyecto productivo, construido para dar respuesta a las necesidades de subsistencia, tuvo una serie de complicaciones en su ejecución.

Considero que tratar éstas, a la luz del cuestionamiento del ejercicio del poder, nos brindó un panorama amplio sobre las diversas formas del uso del poder en espacios no institucionales que pretenden la construcción de relaciones horizontales. De esta manera al identificarlas y analizarlas, nos da la posibilidad de lograr algunos aprendizajes que nos permitan construir otras formas de relación donde la intención de actuar, no sea para imponer de manera vertical en el campo de posibilidad de las otras personas.

Concluyo este escrito planteando una serie de cuestionamientos: ¿de qué manera las experiencias ganadas en este ejercicio de trabajo colaborativo con mujeres que buscan construir independencia económica serán aprendizajes que les muestren otras formas de relacionarse y evitar vincularse a través de prácticas de ejercicio de poder sobre otras?, ¿de qué manera estas experiencias de construcción colectiva de independencia económica les darán herramientas que les permitan ejercer su derecho a una vida libre de violencias? Puedo adelantar respuestas para algunos casos, donde he visto la transformación de varias de ellas a nivel de subjetividades, de asumirse sólo como víctimas a ser actoras de cambio de su propia vida. Todas tienen diferentes procesos, pero algunas han sido toda una inspiración, por la capacidad de resistir y transformar su dolor en fuerza para construir independencia.

Bibliografía


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  1. Tsatsal O´ntonal, que en lengua tsotsil significa “Fortaleciendo el corazón”.
  2. Elaborado por la doctora Edith Francoise Kauffer (Profesora Investigadora del CIESAS Sureste) y la doctora Mónica Carrasco Gómez como responsable técnica (Investigadora por México adscrita al CIESAS Sureste), financiado por Conacyt PRONAII COVID-19 2020.
  3. Elaborado por la doctora Mónica Carrasco Gómez y la colaboración de la doctora Marcela Fernández Camacho y la psicóloga Patricia Aracil Santos de la Colectiva Cereza y el equipo administrativo de Melel Xojobal. Financiado por la embajada de Australia a través del proyecto “Enfrentar la violencia feminicida en Chiapas en tiempos de COVID-19: construcción de redes de apoyo, autonomía económica, bienestar emocional y justicia transformadora”.
  4. La Colectiva Cereza es un grupo de mujeres militantes, de distintas disciplinas, que realizan una intervención psicosocial y feminista principalmente en la cárcel de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, y en los sistemas formales de justicia, federal y local, así como en organismos oficiales de derechos humanos, desde hace más de 11 años. Se trata de un equipo autogestivo, no institucionalizado, autónomo, que también está formado por mujeres que han estado en prisión. En este proyecto participaron la psicóloga Patricia Aracil Santos, la doctora Marcela Fernández Camacho, la C. Clara Cruz Gómez y la C. Bernarda Díaz Díaz.
  5. Actividades culturales que se llevaron a cabo en el CRCCTO: obras de teatro, cuentacuentos, recitales, exposiciones fotográficas, proyección de películas con perspectiva de género.
  6. Elaborado con las ideas de las compañeras de la colectiiva Tsatsal O´ntonal y escrito por la poetisa tsotsil, integrante de la colectiva Tsatsal O´ntonal, publicado el 5 de septiembre de 2021 en el FaceBook de la Colectiva Tsatsal O`ntonal: https://www.facebook.com/permalink.php?story_fbid=131427309214848&id=109754814715431
  7. Las nuevas integrantes no habían participado de la conformación del grupo Tsatsal O´ntonal.
  8. Kaxlan tiene diferentes acepciones según el gran diccionario tzotzil significa: castellano, el que no es indio, el ladino, y como adjetivo se refiere a la cualidad de ser extranjero, importado o introducido (Laughlin 2007).
  9. Quien no sabía leer y escribir en ese momento fue acompañada por otra integrante del equipo de acompañamiento para poder expresar su palabra de manera escrita. Así que todas las voces tuvieron representación.
  10. Sacando los ingredientes comprados y guardados, etiquetando, ordenado para evitar que se hiciera mucha comida que quedase guardada.
  11. Benítez nombra los legados de aprendizajes como una construcción que se adquiere a partir de la práctica de las personas que se organizan para “presionar, exigir, testimoniar, capacitar o visibilizar la sistematicidad de los crímenes de Estado” (2019: 195) y los cuales son potencialmente trasmisibles a otras personas y colectivos organizados.
  12. Al no hablar bien español, no saber escribir o porque sus labores y conocimientos, como hacer tortillas, no eran considerados sofisticados.