Mujeres caravaneras: cuidadoras frente a la violencia de género que las obliga a emigrar

Margarita Núñez Chaim
CIESAS Ciudad de México | magui.nunezchaim@gmail.com


Mujeres caravaneras durmiendo en el parque Miguel Hidalgo de Tapachula, Foto: Margarita Núñez Chaim (enero de 2019)


En 2018 las caravanas centroamericanas marcaron un punto de quiebre en las migraciones de la región Centroamérica-Norteamérica. Los perfiles de las personas se invirtieron de manera visible por primera vez: las mujeres y los niños superaban las cifras de los hombres. De acuerdo con el conteo realizado por el Ayuntamiento de Suchiate el 20 de octubre de 2018, cuando el primer grupo de personas había ingresado a México, la caravana se conformaba por: 2 622 hombres, 2 234 mujeres, 1 070 niños y 1 307 niñas; es decir, del total de 7 233 personas contabilizadas, el 64% eran mujeres, niñas y niños, mientras que el 34% eran hombres (Colectivo de Observación y Monitoreo de Derechos Humanos en el Sureste Mexicano, 2019: 19). Además, de acuerdo con los datos recopilados en el albergue Benito Juárez en Tijuana, en noviembre de 2018, ante la pregunta ¿cómo viajas? Las respuestas de las y los caravaneros fueron las siguientes:

Fuente: elaboración propia con datos de: El Colegio de la Frontera Norte, 2018, La caravana de migrantes centroamericanos en Tijuana 2018. Diagnóstico y propuestas de acción, (https://www.colef.mx/estudiosdeelcolef/la-caravana-de-migrantes-centroamericanos-en-tijuana-2018-diagnostico-y-propuestas-de-accion/), 20 de febrero de 2021.

Mientras que un poco más del 72% de los hombres viajaban solos o con amigos, el 82% de las mujeres viajaba con al menos un familiar. Esta conformación de la caravana es reflejo de las desigualdades y violencias de género que se viven en Centroamérica y orillan a miles de mujeres a dejar sus lugares de origen. Este es el caso de Yamileth, una mujer hondureña de 34 años que salió de La Guacamaya, una comunidad en las afueras de la ciudad de El Progreso en Honduras, con sus tres hijos de 15, 7 y 5 años: “yo me voy porque mi esposo me engaña, él ya está en Estados Unidos desde hace cinco años, pero ya tiene otra mujer y me dejó botada con los cipotes, ¿cómo voy a mantener yo sola a los tres? No completo el gasto con lo que gano de vender comidas” (Yamileth, trayecto San Pedro Sula a Santa Rosa de Copán, 15 de enero de 2019). Su esposo, como la mayoría de los hombres en la caravana, emigró solo y la dejó con la responsabilidad de la crianza de sus tres hijos, tras el paso de algunos años, también la dejó con la responsabilidad de proveer económicamente para toda la familia.

Ana María, de 27 años, también emprendió el viaje con sus dos hijos, de 3 y 5 años. Ella vivía en Siguatepeque, Honduras, con su madre, sus hermanos y sus hijos. Para ellos, siempre ha sido madre y proveedora:

Jennifer nunca conoció a su papá, yo me embaracé de ella por una violación, así que desde antes de que naciera siempre he sido para ella mamá y papá. Con Robin, cuando él nació sí me ayudó su papá, pero estaba bien tiernito, como de cinco meses, cuando nos dejamos porque él mucho me maltrataba y yo ya no quería seguir así. Por eso que nos dejamos y así yo ya me quedé sola con los dos y ahora también por eso busqué este camino, porque quiero sacarlos adelante y darles un mejor futuro del que puedo darles allá en mi país (Ana María, Tijuana, 24 de noviembre de 2018).

En el caso de Rosa, a pesar de que su esposo le ayudaba económicamente con sus cuatro hijos, decidió emigrar con los niños de 11, 5 y 3 años, y su bebé de 4 meses, precisamente para huir de su esposo:

Lo que pasa es que él me golpeaba y también golpeaba a los niños, mire que la cicatriz que tiene ella [su hija de 11 años] en la ceja se la hizo él, ya no podía seguir ahí, nos maltrataba mucho, era salir con los cuatro ahora o nunca porque él es de la pandilla, así que tampoco podía separarme porque no me iba a dejar tranquila y no podía pedir ayuda a nadie porque aunque me saliera de donde vivíamos, él me mandaría vigilar (Rosa, trayecto entre Ciudad Hidalgo y Tapachula, 21 de octubre de 2018).

Así, las desigualdades de género van tejiendo distintas circunstancias que se manifiestan en diversas formas de violencia de género y obligan a las mujeres centroamericanas a salir de sus países. Las maternidades jóvenes, en muchos casos no deseadas, las violencias en las relaciones de pareja, la naturalización de la maternidad como una tarea que recae casi de manera exclusiva en las mujeres y, ante las paternidades irresponsables, en muchas ocasiones las lleva a convertirse en jefas de su familia en el sentido de ser las encargadas de proveer los recursos económicos, entre otras circunstancias, aunadas a la violencia social y económica del contexto, desencadenan diversos procesos que condicionan las decisiones de las mujeres: emigrar para tener un mejor ingreso, para mantener y sacar adelante a los hijos, para salvar su vida.

No obstante, las violencias de género que viven las mujeres centroamericanas no terminan cuando deciden abandonar su país. En el tránsito desde Centroamérica, por México y hasta Estados Unidos, las mujeres enfrentan riesgos que también han sido normalizados. En el Museo Universitario de Antropología en San Salvador, El Salvador, hay una vitrina que retrata la historia viva, mientras en una esquina hay una representación de “el migrante” que viste unas bermudas que llegan a media pantorrilla, una playera deportiva, gorra, tenis, cadenas de oro al cuello y un fajo de dólares en sus manos, en la otra esquina de la sala hay unas pastillas anticonceptivas y se lee: “las mujeres migrantes toman anticonceptivos para evitar embarazos no deseados durante su camino, pues se sabe que enfrentan el riesgo de vivir violencia sexual.”

Las caravanas también marcaron un punto de quiebre en las migraciones en la región porque las personas decidieron por primera vez emigrar en grupo como una forma de protegerse ante los riesgos del tránsito. Lo hicieron de manera visible, transitando por las principales carreteras del país, ocupando los espacios públicos de los lugares por los que se pasaba, y con la firme decisión de ir en colectivo. Lo cual está intrínsecamente relacionado con el hecho de ser migraciones mayoritariamente conformadas por familias, mujeres, niñas y niños. Ante la historia viva que se retrata en el museo en San Salvador, las mujeres que viajaban con sus familiares en las caravanas, decidieron hacer el viaje colectivo como una forma de cuidarse y protegerse unas a otras.

Rosa, quien huyó de su esposo, se unió a la caravana porque vio la oportunidad de poder salir de su situación con todos sus hijos y hacerlo de una forma más segura:

Yo no hubiera salido nunca así sola porque sé que este camino es duro y las mujeres pasan por situaciones terribles y tampoco me atrevía a irme así nomás y dejar a mis hijos, jamás los hubiera podido dejar con su papá porque sé que les hubiera hecho daño, por eso con la caravana pensé, ahora o nunca, y no lo pensé dos veces, cuando vi lo que pasaba en las noticias, sólo esperé a que mi esposo saliera de la casa, agarré a los cuatro y me vine (Rosa, 21 de octubre de 2018, trayecto entre Ciudad Hidalgo y Tapachula).

Rosa sabía que salir en colectivo le posibilitaba ir “sola” con los cuatro niños. Cuando la conocí en la primera caminata en México, entre Ciudad Hidalgo y Tapachula, había perdido a su hija de 5 años entre la multitud. En ese momento, Rosa cargaba con un brazo a su bebé de cuatro meses y con el otro brazo agarraba a su hijo de 3 años. Su hija de 11 años le ayudaba con la de 5, pero por un instante la niña se soltó y se perdió. Alguien más encontró a la niña perdida, la cargó en sus hombros para mantenerla a la vista, y así fue como un par de horas más tarde, Rosa la pudo encontrar. Un mes después, cuando la caravana llegó a Tijuana, las personas decidieron hacer una marcha a la garita con Estados Unidos. En ese momento, la multitud caminó del albergue temporal Benito Juárez a la aduana, donde la policía mexicana bloqueó el paso y la marcha se convirtió en un intento de cruce colectivo de la frontera. Para entonces, Rosa ya había multiplicado sus brazos con los de Carla y Maribel, otras dos chicas hondureñas, primas entre ellas, que viajaban juntas y que Rosa conoció en el trayecto.

En el intento de cruce colectivo de la frontera con Estados Unidos, Allison, la hija más grande de Rosa, caminó empujando la carriola con Evan, hijo de Carla, pues Carla le ayudó a Rosa y Maribel con las cosas de las tres en otra carriola. Así que Maribel, prima de Carla, podía empujar la carriola con Jason y Michelle, los hijos de Rosa, de 3 y 5 años, y así Rosa pudo cargar a Mario, su bebé. De esta forma, nadie se perdía, nadie quedaba en el camino. Las mujeres que iban solas, o con hijas e hijos, se volcaron para ayudarse entre ellas y ayudar a las demás personas a lograr su objetivo: tener una posibilidad de vida digna.

Así fue también para Yolanda y Eliza. Eliza había salido con su hermano y un amigo de la familia de Yoro, Honduras. Había dejado en su casa a su hija de 7 años y su hijo de 5 con su mamá para intentar llegar a Estados Unidos, planeaba cruzar y alcanzar a su papá que llevaba 16 años en Chicago. Quería trabajar para ganar dinero, hacerse de unos ahorros y poder construir una casa para ella y sus hijos, pues ella sola los mantiene. Por su parte, Yolanda salió de Tegucigalpa sola. Dejó a sus hijos de 12 y 8 años con su mamá, al igual que Eliza, ella se encargaba de mantenerlos, era madre soltera. Además, Yolanda también salió para alejarse del acoso de un pandillero que constantemente se le acercaba y le insinuaba que quería estar con ella. Pues en Honduras, todas las mujeres saben que, si un pandillero te echa el ojo, es cuestión de tiempo para que se acerque y quiera estar contigo, quieras o no.

Eliza y Yolanda se conocieron en el camino y se hicieron amigas, hermanas, como ellas decían, el suyo, era un amor caravanero del bueno. Porque había muchos amores caravaneros, ellas habían tenido los suyos con algunos hombres, pero la mayoría eran pasajeros. En cambio, ellas se habían convertido en compañeras de pasos, compartían la tristeza de dejar a sus hijos, la preocupación por qué sería de ellos, la incertidumbre del camino y lo que vendría, pero también, la esperanza de que las cosas fueran mejor. Ese día, al llegar al muro de Estados Unidos, no lo pensaron dos veces y saltaron. Con ellas, se aventuró un señor con su bebé en brazos y una pareja con un niño de 5 años.

Saltaron y lograron pisar suelo estadounidense, pero no habían pasado ni dos minutos cuando fueron rodeadas por agentes de la Patrulla Fronteriza con equipos antimotines. Se quedaron congeladas y levantaron las manos, los agentes les apuntaban con rifles de balas de goma, aunque ellas no sabían que las balas eran de goma. Entonces Eliza, que sabía un poco de inglés, les empezó a decir “yo les dije, con el poco inglés que mi papá me ha enseñado verdad, les dije ‘please don’t shoot, vamos a volver, back to Mexico but please don’t shoot, por los niños, es un bebé, the kids, please don’t shoot’” (Eliza, 25 de noviembre de 2018, Tijuana). A los agentes no les importó lo que Eliza dijera y les lanzaron una bomba de gas lacrimógeno.

En cuanto cayó la bomba, casi en sus pies, Yolanda agarró a los niños y les dijo a la pareja y el señor que regresaran, que brincaran de vuelta para México, ella les pasaría al niño y al bebé. Así lo hicieron, la pareja primero y Yolanda subió al muro, Eliza le pasó al niño y ella lo pasó a sus papás del lado mexicano. El papá del bebé se congeló y no sabía qué hacer, así que Eliza lo empujó hasta que subió al muro, brincó del otro lado y Yolanda le pasó al bebé. Esta hazaña quedó inmortalizada en una fotografía de la agencia de noticias Agénce France Press ganadora del World Press Photo 2019. Luego Yolanda bajó el muro, de vuelta en México y, al final, Eliza subió:

Yo ya no veía nada, sentía el gas adentro de todo mi cuerpo, asfixiándome por dentro, los ojos no los podía ni abrir, no podía respirar, sólo recuerdo que mi mente pensaba “tengo que caer del lado mexicano, tengo que caer del lado mexicano porque si no voy a morir, me van a matar,” entonces no sé ni cómo, pero subí el muro, ya no estaba muy consciente, pero intentaba pensar en caer en México, solté el cuerpo y me dejé caer (Eliza, 25 de noviembre de 2018, Tijuana).

Eliza cayó los más de 2 metros del muro inconsciente. Cayó del lado mexicano donde Yolanda la estaba esperando.

La vi caer y me acerqué, estaba inconsciente, entonces empecé a gritar “ayuda, necesito ayuda, cayó y está inconsciente,” llegó un señor que dijo que era huesero, “no la muevan” gritó, se acercó y la revisó. El hermano de Eliza llegó y empezó a hablarle, entonces ella abrió los ojos, el huesero le dijo que no se moviera, y empezó a jalarle el cuerpo (Yolanda, 25 de noviembre de 2018, Tijuana).

Eliza recobró la consciencia

vi a mi hermano y un señor que me dijo que no me moviera, sentí que me empezó a apretar todo el cuerpo, las piernas, los brazos, el cuello, y sentí como todo mi cuerpo empezó a tronar, luego dijo que le ayudaran para cargarme y entre mi hermano y él me cargaron, me pusieron de pie y poco a poco me soltaron, entonces pude caminar (Eliza, 25 de noviembre de 2018, Tijuana).

Cerca de 50 personas intentaron la misma hazaña que ellas dos ese día, ninguna tuvo éxito y todas terminaron regresando a México. Esa noche, en el albergue, cuando platicaba con Eliza y Yolanda sobre la manifestación y el intento de cruce me dijeron:

“¿Sabes qué? Lo volveríamos a hacer, si fuera necesario, lo volveríamos a hacer” dijo Eliza.

Yolanda agregó “¿cómo íbamos a dejar sola a esa familia, y a ese señor con su bebé? Por supuesto lo volveríamos a hacer, por los niños lo volveríamos a hacer”.

La identificación de las mujeres como madres fue generando vínculos durante el camino, como sucedió entre Rosa, Carla y Maribel, y como el vínculo que movilizó a Eliza y Yolanda para actuar y hacer frente a las agresiones, no sólo hacia ellas, sino hacia otras y otros caravaneros. La foto de Yolanda arriba del muro representa esa imagen de la maternidad que es capaz de cruzar fronteras y enfrentarse con el ejército más poderoso del mundo “por los niños,” pero es aún más significativa porque sintetiza esa vivencia del cuidado colectivo de las mujeres en las caravanas, porque el bebé que tiene Yolanda en sus manos no es suyo, ni siquiera lo conocía, sus hijos estaban en ese momento a más de cinco mil kilómetros en Honduras.

Ese cuidado colectivo de las mujeres en las caravanas permitió al grupo lograr su objetivo: llegar a Estados Unidos. Lo cual, no es menor dado que el cruce por México, por décadas, ha sido imposible para miles de personas que desaparecieron, que murieron, que no lograron tener los recursos para pagar el “coyote”, que les negaron el refugio, la visa humanitaria, o cualquier documento para una estancia regular y fueron detenidas y deportadas. En este sentido, el cuidado colectivo en las caravanas permitió a las mujeres hacer frente a la historia retratada en la vitrina del museo de San Salvador, las resguardó durante el camino y posibilitó la movilidad.

A pesar de lo anterior, las caravanas tampoco estuvieron exentas de situaciones de violencia de género. La conformación de la caravana evidencia esas desigualdades de género que también se viven en el camino, exponen a las mujeres a la violencia, y producen una tensión constante: el contingente mayoritario, de familias, mujeres, niñas y niños, priorizaba el avanzar seguros, lo que implicaba avanzar juntas y juntos, aunque tomara más tiempo; sin embargo, el contingente minoritario, de hombres solos, priorizaba avanzar rápido, por lo que sin importar los acuerdos que se tomaban día con día sobre el siguiente punto de la ruta, si veían la oportunidad de avanzar más, lo hacían, forzando así a todas las demás personas a ajustarse a sus ritmos, ya que a pesar de que las y los demás no estuvieran de acuerdo con avanzar más, tampoco querían quedarse atrás ni que el grupo se dispersara.

Cada noche, las y los caravaneros se reunían en asambleas donde se tomaban las decisiones logísticas básicas: a qué hora salir al día siguiente y hacia dónde ir. En estos espacios, en los que predominaba la participación masculina, las mujeres siempre hacían el reclamo de la poca consideración que tenían los hombres para con ellas:

Ustedes toman las decisiones acá sin pensar en nosotras, sólo les importa ir lo más lejos posible, lo más rápido posible, pero no piensan que nosotras no podemos avanzar a ese ritmo. Acá hay madres que vienen con tres, cuatro, cipotes.[1] Venimos empujando los coches [carriolas], cargando. Nosotras así no podemos correr a tomar los jalones luego luego. Tampoco podemos subirnos a cualquier tráiler. Y siempre dicen que los primeros carros que se paren a dar jalón son para mujeres y niños, pero nunca lo respetan (Participación de mujer hondureña en la asamblea nocturna de la caravana, Tapanatepec, 27 de octubre de 2018).

Así, aunque la mayoría de las personas que conformaban la caravana no eran los hombres solos, muchas de las decisiones sobre el camino terminaban tomándose por ellos. De la misma manera que para muchas de las mujeres que viajaban con sus hijos, la maternidad no fue una opción, ni una decisión, sino fue resultado de una experiencia de violencia de género. Además, para muchas de aquellas caravaneras, el ser madres y proveedoras, es una circunstancia derivada de las paternidades irresponsables que asumen la crianza como una tarea femenina y se desentienden del cuidado y la manutención de sus hijos.

Sin embargo, las caravaneras resignifican su maternidad, que abarca tanto las tareas de cuidados, como la responsabilidad de la manutención de sus hijos, y asumen su papel de madres, desde el cual se identifican de manera colectiva y le dan sentido a la búsqueda por salir adelante. La maternidad resignificada por las caravaneras da sentido a la demanda del derecho a emigrar en busca de una vida digna y, de manera práctica, hizo del tránsito caravanero un proceso de cuidado colectivo que, en cierta medida, permitió hacer frente a la violencia de género que las obligó a salir de sus países de origen y que también enfrentan en los territorios de tránsito y destino.

Bibliografía

Colectivo de Observación y Monitoreo de Derechos Humanos en el Sureste Mexicano (2019), Informe del monitoreo de derechos humanos del éxodo centroamericano en el sureste mexicano: octubre 2018-febrero 2019 (https://vocesmesoamericanas.org/wp-content/uploads/2019/05/InformeExodo_Final-web.pdf), 20 de febrero de 2021.

El Colegio de la Frontera Norte (2018), La caravana de migrantes centroamericanos en Tijuana 2018. Diagnóstico y propuestas de acción (https://www.colef.mx/estudiosdeelcolef/la-caravana-de-migrantes-centroamericanos-en-tijuana-2018-diagnostico-y-propuestas-de-accion/), 20 de febrero de 2021.

  1. Localismo usado en distintas regiones de Centroamérica para referirse a los niños y niñas.