María Pilar Gutiérrez Lorenzo[1]
David Hernández Fernández[2]
Universidad de Guadalajara
Introducción
Este 2024 se cumplen 200 años de la promulgación de la primera Constitución del Estado Libre y Soberano de Jalisco, con Guadalajara como su capital. Fue entre los meses de mayo y noviembre de 1824 que se gestó la carta magna de Jalisco, y fue el 18 de noviembre de ese año cuando se hizo pública, momento en que esta entidad federal alcanzó la condición jurídica de Estado Libre y Soberano en el contexto global de la construcción de los estados nacionales. Antes, el ahora estado de Jalisco fue el corazón de Audiencia de la Nueva Galicia, entidad de gobierno y tribunal de justicia de extensa jurisdicción y gran peso político dentro del virreinato de la Nueva España, a la altura de su homóloga asentada en la ciudad de México; Guadalajara fue su capital y el asiento desde donde se vertebró la provincia, por lo que, por derecho propio, esta ciudad se erigió en la segunda en importancia después de México.
La Nueva Galicia, como otros territorios de la América hispana, fue escenario de numerosas experiencias de tensión, protesta y resistencia, en ocasiones manifestadas de manera violenta. Nuestro objetivo es presentar en el contexto de la Nueva Galicia tres experiencias de resistencia que marcaron los siglos de gobierno de la monarquía hispana: el de la conquista (siglo XVI), el de la integración (siglo XVII), y el de las reformas de la monarquía Borbón (siglo XVIII). El alcance de estas experiencias, desigualmente atendidas por la historiografía, permite evaluar su importancia en los procesos históricos de la Nueva Galicia y reconocer los mecanismos y recursos que impulsaron el conflicto, así como las disputas y los actores que intervinieron. Estas experiencias también permiten examinar los tipos de intervención de las autoridades virreinales para restaurar el orden violentado por las acciones de resistencia.
La guerra del Mixtón (1540-1541)
La guerra del Mixtón, acaecida entre 1540 y 1541, es la experiencia más connotada e historiografiada de todas las acontecidas en la Nueva Galicia, por cuanto vino a poner en peligro la presencia española en el occidente de México, hasta el punto de requerir la intervención del propio virrey Antonio de Mendoza, quien desde México acudió al frente de un ejército de tlaxcaltecas para sofocar el conflicto.
La trascendencia de esta respuesta a la acción de conquista es tal que llega hasta nuestros días con la celebración de la fiesta de los tastuanes, que tiene lugar los días del 23 al 25 de julio, como parte del culto a Santo Santiago en los municipios de Juchipila, Jalpa, Moyahua y Apozol, en el estado de Zacatecas, y en Jocotán, San Juan de Ocotán, Ixcatán, Nextipac, Santa Ana Tepetlán y Tonalá, en Jalisco (Hurtado, 2011). Se trata de una representación festiva, religiosa y social, donde personajes enmascarados al son de la danza rememoran la resistencia abierta y violenta al dominio español.
El cronista franciscano del siglo XVII Fray Antonio Tello, al referirse al alzamiento del Mixtón. dice que fue anunciado por un presagio:
que fue cosa de espanto, por un abuso que tomaron de un baile de un pueblo que se llamaba Tlaxicoringa, en el cual baile ponían un calabazo y bailaban alrededor, y el calabazo entre ellos; y viniendo un viento recio, se llevó el calabazo por los aires. Y unas viejas hechiceras les dijeron que se alzasen, porque, así como el viento había levantado aquel calabazo, con el mismo ímpetu echarían de la tierra a los españoles, y que no dudasen de ello, porque sería cierto, y que entrasen en batalla con los españoles, que estando en ella vendría un viento y los llevaría de la tierra con gran polvareda y que no había de quedar español a vida. Y éstos celebraban con grandes bailes y borracheras. (Tello, 2022: 216)
En general, además de la obra de Tello, los autores que se han interesado por esta manifestación de resistencia conocida como “guerra del Mixtón”, han utilizado como fuente principal la obra de Matías de la Mota Padilla (1874), así como los descargos que el virrey Mendoza preparó para responder al juicio de residencia levantado después de la rebelión, que se identifica como un movimiento religioso, mesiánico y milenarista. Así se desprende de la pregunta inserta en el interrogatorio de la visita al virrey, documento que se encuentra en el Archivo General de Indias, en Sevilla: “154.-Item, si saben etc., que los dichos indios alzados enviaron sus mensajeros a muchas partes y tierras y lugares de indios, con unas flechas atadas en un cuero, que eran insignias del demonio, persuadiéndoles que renegasen la fe, y mostrándoles cierto cantar que llaman el tlatol del diablo”.
La respuesta inserta a continuación ofrece una síntesis clara de la participación de los pueblos y las motivaciones para alzarse en rebelión. En Tlaltenango se habían juntado los señores y principales, unos indios de la serranía llegaron a decirles que eran los mensajeros del diablo, llamado Tecoroli, y que él resucitaría a los “antepasados, con muchas riquezas y joyas de oro y turquesas, plumas y espejos y arcos y flechas que nunca se quiebran y mucha ropa para vuestro vestir y muchas cuentas y otras cosas para las mujeres y haceros saber que los que le creyeres y siguieres e dejaredes la doctrina de los frailes nunca moriréis ni ternéis necesidad”.
Los indígenas levantados en armas eran en su mayoría caxcanes —uno de los grupos más extensos de la región del noroccidente, asentados la región hoy identificada como los Altos de Jalisco, sur de Zacatecas y la parte occidental de Aguascalientes—, aunque también hubo otros pueblos: tenochcas, tlatelolcas, tlaxcaltecas, quauhquecholtecas, huejotzincas, acolhuas, chalcas, y también zapotecas, que se fortificaron —“empeñolaron”—, en un alto cerro llamado Mixtón. Tello menciona que fueron 10,000 indios los que desde el peñol de Nochistlán se alzaron contra los españoles buscando su expulsión, cuando no su exterminio (Güereca, s/f). Fue necesario que el propio el virrey Mendoza acudiera a sofocarla, pregonando en la Ciudad de México una guerra a sangre y fuego, y logrando reunir una fuerza de 180 hombres a caballo y alrededor de 50,000 indios aliados (Ruiz, 1994).
El testimonio más importante de la participación indígena es la “Relación de don Francisco de Sandoval Acazitli”, manuscrito en náhuatl cuyo original hoy está perdido. La versión que nos ha llegado es la traducción del intérprete de la Real Audiencia Pedro Vázquez, de 1641, que se encuentra en el Archivo General de Indias. Esta relación cuenta las violentas acciones llevadas a cabo para el castigo de los levantados en armas contra el dominio español, como la quema de pueblos enteros y mutilaciones en masa de hombres y mujeres cortándoles manos y pechos.
Parte de la ofensiva del virrey y de sus hombres fue reforzar la idea de que las culturas del norte eran de naturaleza bárbara. Fue la justificación legal de la guerra y del extermino de los pueblos para proceder después a una posterior repoblación con indios aliados traídos desde otras regiones de la Nueva Galicia. Este acto de dominio a la resistencia indígena supuso la pérdida de muchas culturas y leguas que fueron sustituidas por una radical nahuatlización. Desde entonces la nación chichimeca se ha relacionado con lo bárbaro, y a la fecha “chichimeca” es un término peyorativo utilizado en el habla común para referir a todo aquello que carece de cultura.
Los disturbios de 1692, en Guadalajara
Otro momento de tensión, menos dramático pero no por ello menos significativo, se vivió en Guadalajara un siglo después en la coyuntura política del final del periodo de los Austrias, a fines del siglo XVII. La fecha concreta fue el 14 de junio de 1692, días después del aquel fatídico 8 de junio de 1692 vivido en la ciudad de México (Gutiérrez, 1993).
Considerada como “la tempestad en un vaso de agua” (Calvo, 1992 y 2018) precisamente porque este suceso tuvo lugar a pocos días del tumulto que sucedió en la ciudad de México, durante la infraoctava del corpus, cuando en un contexto de malas cosechas, escasez de granos y subida del precio del maíz, la población se amotinó ocasionando un grave tumulto —también en Tlaxcala se registró esos días, en concreto el sábado 14 de junio, día marcado de tianguis tradicional y concurrencia de vendedores de la provincia que llegaban a la ciudad, un gran altercado. El movimiento de indígenas en día de mercado fue aprovechado para el arribo de una masa inconforme de indios macehuales que se levantó contra el cabildo en la plaza de la ciudad de Tlaxcala (Palacios, 2022: 97-98)—.
Ahora sabemos que todos los desajustes climáticos que según el testimonio del coetáneo erudito Carlos Sigüenza y Góngora se manifestaron en forma de “tempestad de granizo y agua”, “graves heladas”, “mucha agua y consiguiente frio”, inundaciones y otras alteraciones meteorológicas que ocasionaron malas cosechas —con espigas de trigo sin grano y plagas de chahuixtle en el maíz—, se desarrollaron en el contexto de la llamada “Pequeña Edad de Hielo” que tuvo lugar durante la segunda mitad del siglo XVII, coincidiendo con el “mínimo de Maunder” de aparición de manchas solares (1645-1715).[3]
La escasez de granos y alza del precio del maíz se empezó a sentir desde el periodo de junio a agosto de 1691, y fue en de junio de 1692 cuando estalló la crisis. Primero en la alhóndiga de la ciudad de México, el 8 de junio, cuando una muchedumbre se agolpó para conseguir grano, ocasionando la muerte de una indígena. Ese día ardieron los cajones de los mercaderes, las Casas del Cabildo, la Alhóndiga, el Palacio Virreinal y la máxima autoridad del virreinato, el conde de Galve, último de los virreyes de la casa de Austria, se mantuvo a resguardo en el convento de San Francisco, y allí permaneció tres días encerrado hasta que las aguas volvieron a su cauce.
En Guadalajara, el altercado del 14 de junio de 1692 poco tuvo que ver con la especulación y falta de granos. Según Calvo, no existe relación entre los anteriores sucesos, y lo que aconteció en Guadalajara el 14 de junio, el mismo día de los sucesos de Tlaxcala. Se pregunta entonces si “¿se trató de entonces de un juego coincidente de fechas? Lo de Guadalajara fue un ‘follón’ monstruoso a un ‘pelo’ de degenerar en un enfrentamiento grave” (Calvo, 1992: 372). Se trata del enfrentamiento de dos opositores (don Jerónimo de Soria y don Francisco Sarmiento) por una canonjía (cargo en la catedral) —que puso de manifiesto la existencia de bandos enfrentados en el seno de la sociedad tapatía—, que dio pie a que dos magistrados de la Audiencia salieran apedreados: don José Osorio Espinosa de los Monteros, oidor, y el doctor Don Luis Martínez Hidalgo Montemayor, fiscal.[4]
No fue un levantamiento por el hambre ni protagonizado por indígenas. En Guadalajara este “tumulto” puso de manifiesto que lo que empezó siendo una calaverada estudiantil con la presencia de músicos —trompeteros, chirimiteros, tamboleros— contratados por los estudiantes para amenizar una velada de festejo y jubilo, acabó como un desafío a la autoridad. La narración de los hechos deja ver que, en el fragor de la juerga estudiantil, que empezó con vítores y aclamaciones a cada uno de los opositores por la canonjía doctoral, y llegó al enfrentamiento violento de los dos bandos estudiantiles —jesuitas y seculares— y al apedreo de los ministros togados que salieron a poner paz, chocaban dos facciones de poder con intereses políticos divisorios de la sociedad tapatía.
Mas allá de las circunstancias particulares, es cierto que la de las postrimerías del siglo XVII fue una coyuntura sumamente compleja que hizo detonar muchos conflictos sociales.
La expulsión de los jesuitas en el marco de la aplicación del reformismo borbónico 1767-1770
Las reformas que la historiografía ha denominado como “borbónicas” tenían por objetivo recuperar el poderío de España, reformar el Estado y, sobre todo, tener mayor control de los recursos (Lynch, 1992: 225). En ultramar, la aplicación de estas reformas al aparato de gobierno generó revueltas e inconformidades de parte de la sociedad. Dentro de este reformismo se inserta la expulsión de los religiosos de la Compañía de Jesús, que había acumulado mucha riqueza e influencia en territorio americano, a lo cual habría que sumar su obediencia directa al Papa (Bangert, 1981).
La aplicación de estas medidas generó expresiones de resistencia manifestadas en rebeliones en diversos lugares, como el Bajío novohispano y el obispado de Michoacán (Bernabéu, 2008: 24). De acuerdo con Salvador Bernabéu, los motivos de estas sublevaciones fueron diversos, y el hecho de haberse llevado a cabo durante el contexto de la expulsión de los jesuitas propició que las autoridades temporales de la época atribuyeran esos actos de violencia a la aplicación de dicha medida.
Los días que siguieron a la expulsión de los jesuitas, en la Guadalajara de la segunda mitad del siglo XVIII circularon algunos rumores, comentarios adversos a la monarquía y agresiones contra los funcionarios temporales, lo que propició, por un lado, incertidumbre entre la población, especialmente la indígena, pues se decía que los ministros de la Audiencia de la ciudad ingresarían a las parroquias a robar los ornamentos de plata, y, por otra parte, tales acciones provocaron que los ministros temporales se mantuvieran en alerta para evitar cualquier brote de inconformidad.[5] Esta información se encuentra dentro de una querella que los funcionarios de la Audiencia de Guadalajara sostuvieron en contra del obispo de la ciudad, Diego Rodríguez de Rivas, por su negativa a contribuir al arreglo de las calles de la capital neogallega (Gutiérrez, 2021: 65-67).
Por otra parte, los funcionarios de la Audiencia y el Ayuntamiento de la capital de la Nueva Galicia se mantuvieron al servicio del virrey Francisco de Croix para sofocar los brotes de violencia que se desarrollaron, concretamente en Guanajuato. Entre el 13 y 17 de julio de 1767, las citadas instituciones participaron en el reclutamiento de personas y el acopio de insumos necesarios para levantar un contingente que fuera a combatir las rebeliones populares (Rivera, 1989: 221-227).
Años después las autoridades temporales y espirituales continuaron sus pretensiones de que la población en general dejara de opinar sobre la expulsión de los jesuitas, para lo que se valieron de la prohibición de libros y documentos alusivos a los ignacianos mediante el uso de edictos. En lugares como Guadalajara, San Luis Potosí y Aguascalientes, la difusión de documentos jesuitas fue más débil en comparación a lo sucedido, por ejemplo, en la ciudad de México, donde lo mismo circularon materiales impresos que manuscritos (Clair, 2004: 20). Sin embargo, el hecho de que las autoridades de la Inquisición novohispana y el obispo de Guadalajara, Diego Rodríguez de Rivas, hayan prohibido la lectura de las obras, que enunciaremos a continuación, nos habla sobre la obediencia que el poder espiritual ofreció a los designios del virrey Francisco de Croix, y del interés del clero por mantener a la población del territorio novohispano fuera del asunto de los jesuitas y su expulsión.
Hacia 1768, los funcionarios del Santo Oficio novohispano prohibieron la circulación de un texto titulado Quis ergo nos Separavit, así como una estampa de san Josafat. De acuerdo con el edicto que prohibía ambos documentos, en ellos se manifestaba el descontento por la expulsión de los jesuitas y además contenían comentarios adversos a la monarquía. El edicto que perseguía estos documentos también fue colocado en los lugares de concurrencia de la Guadalajara de la segunda mitad del siglo XVIII.[6] Los documentos prohibidos circularon entre diversas esferas del clero de la capital novohispana, a pesar de los esfuerzos de los funcionarios para evitarlo (Bernabéu, 2005: 234-237).
Dos años más tarde, en 1770, el obispo de Guadalajara Diego Rodríguez de Rivas seguía prohibiendo la circulación de impresos de temática jesuítica en el territorio a su cargo. En esa ocasión, el prelado se dirigió a su grey para prohibir un libro “[…] en octavo con el título de Cartas Curiosas sobre el negocio de los Jesuitas en Francia: la primera el señor obispo de San Fons, al Procurador General del Parlamento de Toloza; la segunda del mismo al mismo; la Tercera de un militar a un Parlamentario de París, traducidas del francés y impresas con las licencias necesarias en Pamplona”.[7] La obra quedaba prohibida por contener “proposiciones falsas, temerarias, y escandalosas, dirigidas a seducir, y perturbar los espíritus de personas incautas”, y porque consideraba que versaban sobre la situación de los jesuitas durante su expulsión de Francia y tenían el objetivo de hacer contrapeso a los ataques hacia dicha orden religiosa exaltando su quehacer (Giménez, 2010: 33).
En la capital de la Nueva Galicia, uno de los sectores más afectados con la aplicación del extrañamiento de los jesuitas fue precisamente el religioso, ya que los regulares de dicha orden realizaban diversas labores entre la población, eran confesores de las monjas, y tenían a su cargo el colegio de Santo Tomás y el seminario de San Juan Bautista. Gracias a la carta pastoral que el obispo dirigió al clero el 14 de febrero de 1768,[8] sabemos que tras su expulsión también hubo comentarios sobre el tema en diversos sectores de la población de Guadalajara, pero principalmente entre el clero regular y secular, pues los que quedaban no eran suficientes para llenar el vacío que los jesuitas dejaron, por lo que en ellos recaería la obligación de atender a la población del obispado de Guadalajara (Rodríguez Rivas, 1768).
Las religiosas fueron otro sector afectado por la medida, ya que, como se dijo, los jesuitas eran sus confesores, y sus manifestaciones de inconformidad se dieron en diversas poblaciones del territorio novohispano a través de la circulación de profecías. Tal fue la reacción de las religiosas que el rey emitió una real cédula en la cual solicitaba a los obispos y arzobispos novohispanos alejar de la filiación jesuítica a las religiosas del territorio. En un documento que el obispo Rodríguez de Rivas envió al monarca indicó que, antes de la expulsión, él fue quien prohibió a dicha orden religiosa confesar a las monjas de su obispado, lo que generó inconformidad de parte de ellas, manifestada a través de “clamores y lamentos”.[9] En su pastoral, el obispo invitó a las religiosas de Guadalajara a obedecer los designios del rey y evitar el fanatismo hacia los padres jesuitas, para así erradicar las profecías que circulaban entre las monjas (Rodríguez Rivas, 1768).
Consideraciones finales
Hemos presentado diversos momentos en los que se vivió una atmósfera de tensión y resistencia en la Guadalajara virreinal, y la manera en que actuaron las autoridades temporales y espirituales para acallar los brotes de inconformidad. Dichos movimientos fueron propiciados por factores internos, pero también se vieron influenciados por factores externos a la ciudad y de carácter natural.
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Archivos
Archivo General de Indias (AGI)
Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara (AHAG)
Archivo de la Real Audiencia de Guadalajara (ARANG)
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Correo: maria.glorenzo@academicos.udg.mx. ↑
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Correo: victor.hernandez2742@alumnos.udg.mx. ↑
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Se trata del período que transcurrió entre 1645 y 1715 cuando las manchas solares desaparecieron de la superficie del Sol, según constataron los astrónomos de la época. E.W. Maunder descubrió este acontecimiento, solo se observaron alrededor de 50 manchas solares durante esos años cuando debieron de registrarse entre 40.000 y 50.000 en un ciclo normal (ver Calvo, 2018: 58-63). ↑
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Archivo de la Real Audiencia de Guadalajara (ARANG), “Autos fechos por el señor Dr. Don Thomas Pizarro Cortés del Consejo de S. Magestad, su oidor más antiguo de la Real Audiencia de este Reyno sobre las averiguaciones de las personas que salieron victoreando a Don Francisco Sarmiento y causaron el tumulto y alboroto que en ellos se refiere”. Ramo Criminal, 73, exp. 23. ↑
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Archivo General de Indias (AGI), “O. Quaderno 3 número 32 hasta 34. Testimonio de las diligencias […]”, AGI, Guadalajara 567-1, f. 1, fte-vta.; AGI, “Señor. Al cabo de diez y ocho años en que tanto he procurado…”, Guadalajara 567-2, f. 7v.– 8; 38, v. ↑
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Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara (AHAG), “Nos los Inquisidores”, Sección: Justicia, Serie: Provisorato/Inquisición, Caja: 1, Expediente: 22, f. 1. ↑
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Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Guadalajara (AHAG) “En la ciudad de Guadalajara”, Sección: gobierno, Serie: edictos y circulares, caja: 3, exp.: 6, 35, ficha: 14, f. 1, 1770. ↑
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Dicha pastoral posee pie de imprenta, pero el documento no enuncia la fecha de emisión. Fue pronunciada en la fecha que mencionamos gracias a una carta que el virrey envió a ultramar. AGI, “Señor. Al cabo de diez y ocho años en que tanto he procurado…”, Guadalajara 567, fs. 33 v-35. ↑
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Archivo General de Indias (AGI), “Señor. Al cabo de diez y ocho años en que tanto he procurado…”, Guadalajara 567, f. 4. ↑