Jorge Alonso
CIESAS Occidente
En el primer semestre de 1972, mientras hacía trabajo de campo antropológico con los pepenadores de basura en la ciudad de Monterrey inicié el estudio de la obra El Capital de Carlos Marx. En el segundo semestre me inscribí en la Maestría en Antropología Social en la Universidad Iberoamericana. Cuando me preguntaron por qué quería hacer esa maestría, contesté que quería profundizar en los planteamientos de Marx. Me dijeron que a ese autor lo tendría que ver, pero junto con otros más. Y así fue. Estudié a una gran cantidad de antropólogos. El director de mi tesis de maestría fue el doctor Ángel Palerm, quien me dijo que no podría entender bien a Marx, si no lo contraponía con otros pensadores; y me impulsó a hacer una comparación entre la teoría marxista de clases y la teoría paretiana de las élites. El epígrafe de estas tesis fueron dos textos que hacían ver que podía haber complementariedad en esas dos posiciones. Marx escribió que cuanto más una clase dominante era capaz de acoger en su seno a los individuos eminentes de las clases dominadas, tanto más su reino sería estable y peligroso. Mientras Pareto escribió que se podía observar la clase gobernada y la clase gobernante una enfrente de otra como dos naciones extrañas. Parecería que me había equivocado de firma y que lo dicho por Marx correspondía a Pareto y viceversa, pero no; cada uno por su cuenta había escrito lo que podría ser parecido al del otro. Claro que tenían enormes diferencias que fueron tratadas en la tesis, pero había algunos puntos de contacto. Para profundizar en estas dos grandes corrientes, además del estudio de todo lo que había escrito Marx, me adentré en las discusiones emprendidas por una gran cantidad de autores marxistas y en los planteamientos de escritores que criticaban al marxismo. Por supuesto que releí a Engels, de quien había hecho mi tesis de licenciatura. Me interesó profundizar en su tratamiento de la guerra campesina en Alemania. De Ernst Bloch me conmovieron profundamente El principio esperanza, y también examiné su libro Thomas Müntzer, teólogo de la revolución. Hubo autoras y autores que me parecieron inspiradores como Rosa Luxemburgo y Gramsci. Posteriormente agradecí que Rafael Díaz-Salazar se hubiera encargado de la edición del libro de Francisco Fernández Buey, centrado en la izquierda alternativa y el cristianismo emancipador donde se apuntaba que la izquierda alternativa sería multicolor (roja, verde y violeta) por la recuperación de lo mejor que quedaba del anarquismo, del comunismo y del socialismo combinado con las nuevas aportaciones del ecologismo, el feminismo, el pacifismo y el cristianismo emancipador. Palerm también me orientó a ver cómo la obra de Marx, precisamente por su estudio de antropólogos clásicos y por datos etnográficos de las comunas rusas contemporáneas había terminado con enormes e importantes aperturas que rompían con muchos determinismos, e incitaban a indagar los aportes de los pueblos originarios.
En una publicación colectiva que revisaba la obra de Palerm, Gustavo Lins Ribeiro destacó la necesidad de releer a Marx en los tiempos actuales. Señaló que la obra de Marx se debía ver como una antropología profunda, preocupada con la historia humana como un todo. Resaltó que Marx era subversivo no sólo por exponer y explicar las entrañas del capitalismo, sino por hacer ver que, como toda forma histórica el capitalismo tenía que desaparecer. En estos tiempos se tendrían que buscar a los sujetos colectivos que estaban emprendiendo la lucha anticapitalista. Y concluía enfatizando que, mientras el capitalismo existiera, era indispensable releer a Marx con el espíritu que lo hizo Palerm, quien apuntó que los procesos de la historia se llevaban de manera más compleja, marchaban por caminos más tortuosos y conducían finalmente a soluciones más astutas que no se podían quedar en las simplificaciones. En esa misma publicación yo reflexioné sobre la actualidad de la discusión de Palerm sobre los modos de producción, quien había visto que la gente pobre había encontrado la explicación científica de su situación en los planteamientos marxistas. Señalaba que entre las contribuciones más importantes de Marx estaba su sistema de investigación, análisis e interpretación de la sociedad y de la historia. Rechazó el empleo escolástico de la obra marxista, mientras enfatizó que Marx se apropiaba del material en detalle, analizaba sus diversas formas de desarrollo y trazaba sus conexiones internas. Sostenía Palerm que el modo de producción era una abstracción, y llamó a no congelar las ideas en categorías fijas, pues habría que estarlas revisando continuamente. Marx había dicho que cada forma de producción creaba sus propias relaciones económicas, sociales, jurídicas y cristalizaciones en formas de gobierno. Resaltaba Palerm que Marx quiso esclarecer el modo capitalista de producción y la formación social correspondiente. Insistía Palerm en que Marx había visto el presente capitalista en función de su pasado: las formas precapitalistas. Recordaba que el camino de la investigación era diverso al de exposición, porque Marx había partido del análisis particular del sistema capitalista; luego había abordado el problema de la teoría general del desarrollo histórico social y la cuestión de las formas específicas previas al modo capitalista, para regresar a la sociedad capitalista con una discusión enriquecida por la perspectiva histórico-evolucionista. Advertía que el marxismo no constituía una teoría social a secas, sino una teoría crítica apoyada en una praxis. Enfatizaba en que el problema de la reproducción ampliada del capital se resolvía en la articulación entre diferentes modos de producción dominados por el modo capitalista. Apuntaba que en varias ocasiones Marx se refirió a un modo campesino de producción, aunque no hizo un análisis extenso de esto porque su modelo abstracto implicaba una agricultura totalmente dominada por el modo capitalista. Se remitía Palerm a Polanyi, quien aseguraba que, en ciertas civilizaciones antiguas y en las sociedades primitivas, no existía el sistema de mercado como lo veía la economía clásica, describiendo y analizando sociedades complejas que abarcaron varios territorios, pero cuyas economías funcionaron sin recurrir al sistema mercantil. Palerm insistía en que, al final de sus días, Marx regresó al estudio de las sociedades precapitalistas con nuevas preocupaciones, como lo demostraban sus lecturas y anotaciones etnológicas. Marx buscaba en las sociedades precapitalistas paradigmas y nociones sobre la posible sociedad del futuro. Estoy seguro de que Palerm hubiera gozado, leído, discutido y difundido un extenso libro que trataba los escritos de Marx sobre la comunidad ancestral conjuntando los escritos de Marx sobre formaciones precapitalistas, extractos de Marx del cuaderno Kovalevsky; las cartas de Vera Zasúlich, y los apuntes etnológicos de Marx.
Fueron para mí muy importantes las perspectivas palermianas sobre la obra de Marx. De la mano de Palerm profundicé en las influencias y en las diversas rupturas que realizó Marx a lo largo de sus indagaciones. Fui detectando la formación histórica de las clases y los diversos movimientos de las mismas. Tuve que abordar la contradictoria relación de las clases con el poder, y enfaticé el estudio de las clases sociales en el método de análisis marxista. Discutí las oposiciones de varios teóricos a la visión de Marx para argumentar la vigencia de su concepto de clases sociales. Hice ver cómo esa metodología conducía a ver la sociedad como un todo, donde los fenómenos sociales se entrelazaban y permitían la reproducción de una forma predominante. Palerm me enseñó que el concepto elaborado por Marx ponía al descubierto las relaciones esenciales entre cualquier sistema social de producción y las formaciones sociales que originaba. Se oponía a reducir el marxismo a un empirismo estéril. No había que buscar en las categorías marxistas una descripción de una sociedad concreta, sino que tenían un alto grado de abstracción que ayudaban a ver el funcionamiento y estructuración social.
Palerm también me orientó a escudriñar la obra paretiana que tenía una fuerte influencia proveniente de Maquiavelo. Pareto se centró en las élites y su circulación. La comparación entre los dos me llevaba a preguntarme quiénes movían la historia, si eran los conjuntos humanos o las élites. Pero Palerm también me hizo ver que en las clases se originaban determinadas élites que llevaban la conducción de los procesos. Había que detectar la dialéctica de las clases élites en un periodo determinado de la historia mexicana, el que iba de 1925 a 1945, un periodo formativo del México moderno. Para esto tuve que elaborar un modelo de análisis clases-élites. El modelo fue muy complejo, pero se destacaba que tanto en la lucha de fracciones de una misma clase como en la lucha de clases la pugna de las élites se centraba en la obtención de los puestos estructurales que generaban el control de los medios de producción y del sobreproducto social. Se precisaba también que según el desarrollo de las fuerzas productivas en contradicción con determinadas relaciones de producción se presentaban nuevas clases y nuevas élites. Se vislumbraba un modelo alternativo que implicaría la lucha histórica por hacer de la dialéctica clases-élites la diferencia en la identidad, es decir, por hacer desaparecer tanto las clases como las élites. Esto no era una ilusión sino fruto de una imaginación creadora y prospectiva.
Posteriormente dirigí un amplio y masivo proyecto de investigación que implicó más de dos años de intenso trabajo de campo. Los participantes nos fuimos a vivir a una colonia en los pedregales pobres de la ciudad de México. Los integrantes del equipo eran estudiantes de la maestría en antropología de la Universidad Iberoamericana. La inserción fue total. En vez de que tomaran sus clases en el campus universitario, contraté profesores de las eminencias académicas que habían llegado a México provenientes de una migración obligada por las dictaduras suramericanas. Varios de esos profesores eran especialistas en marxismo, y los aprovechamos para que los integrantes del equipo estudiaran a fondo a Marx con clases y seminarios que teníamos en el sitio de trabajo de campo. Fruto de esa investigación fue el libro editado por el CIS-INAH con el título de Lucha urbana y acumulación de capital, que fue un libro pionero en antropología urbana. Yo no era partidario del estudio de Marx como manual, ni con la costumbre de exégesis de cada renglón de El Capital, y menos dando seguimiento a los esquematismos althusserianos que estaban tan de moda. Había que estudiar a Marx en toda su complejidad, lejos de cualquier escolástica, de todo dogmatismo, y para que su método nos ayudara a comprender realidades complejas y conflictivas en donde la praxis era parte integral de dicho estudio.
Ilustración realizada por Gustavo Martínez Bermúdez, colono, artista, pintor, escultor que participaba en la lucha de los pobladores de la colonia Ajusco.
Hubo amplias y profundas discusiones sobre la articulación de los modos de producción, en torno a la industrialización y el ejército industrial de reserva en países dependientes. Hubo una amplia crítica a las visiones marginalistas. Al inicio nos propusimos detectar las nuevas clases que producía un capitalismo dependiente, pero después tuvimos que explorar el amplio proceso de descampesinización-proletarización. Comprendimos que más que nuevas clases se trataba de procesos complejos de subordinación del trabajo al capital. Encuadramos a los pobladores de una colonia popular en el proceso productivo capitalista global. Se realizó un trabajo de campo eminentemente antropológico, pero lo combinamos con encuestas diseñadas científicamente. Ahondamos en los problemas migratorios y en la incorporación de los pobladores a la actividad productiva y de servicios. Se estudiaron los niveles de vida, y la organización política. Partiendo de lo descriptivo a fondo, pasamos a lo explicativo. Realizamos una investigación amplia con sistematización y su revisión. Hubo indagaciones críticas, discusiones de las mismas, y vuelta al proceso de investigación en un nuevo nivel. Partimos de un marco teórico general y de categorías básicas para poder llegar a un nivel analítico denso. Se descubrió la especificidad de una integración atrofiada, y que los fenómenos nuevos servían a la acumulación de capital. Hubo recurrentes debates sobre la acumulación capitalista y las implicaciones del imperialismo con una etapa desarrollada de acumulación capitalista. Se relacionó el llamado subdesarrollo con la dinámica capitalista. Se incursionó en lo que implicaba el vivir en una ciudad con la lucha de clases. Se dio cuenta de diversas etapas de la lucha urbana y se exploraron sus contradicciones externas e internas. Se descubrió que la formación de colonias populares era aprovechada por la acumulación capitalista. También se estudió cómo el Estado manipulaba las necesidades de vivienda para afianzar la dominación. Se descubrió, además, que la asamblea de los pobladores servía para resistir las imposiciones. Se pudo situar una lucha particular en un contexto político más amplio y se constató el importante papel de una pedagogía popular propia.
A principios de los años ochenta cayó en mis manos un libro poco conocido escrito por Marx, del cual escribí una reseña. Marx analizaba la emigración alemana que produjo la revolución de 1848. Este escrito, en lugar de que hubiera sido entregado a los editores fue vendido por un sujeto a la policía. Marx criticaba el oportunismo de esos emigrantes, y uno a uno los fue desenmascarando. Acusó a una industria mendicante que utilizaban para explotar a los trabajadores y denigrarlos. Hizo trizas a los “maquiavelos democráticos”, sus entendimientos privados y abortados, sus fracciones, sus “partidos”, sus divisiones y rivalidades, sus ataques, guerras de papel, sus acusaciones y amarguras, su “buen vivir” como emigrantes, sus ridículas pretensiones, sus insignificantes acciones y sus inútiles proclamas. Lo que más preocupaba a Marx fue que daban pretexto al gobierno alemán para detener a los auténticos revolucionarios y para reprimir los movimientos. Esos “héroes del destierro” como los calificó Marx únicamente deseaban que todo se apagara en Alemania para que se oyeran mejor sus voces y el nivel general del pensamiento descendiera tanto que hasta ellos parecieran descollar. De esta forma Marx hizo ver cómo los pretendidos partidos que promovían no pasaban de ser “pandillas”. Como jefes tenían astucia y capacidad para la intriga. Quienes los seguían albergaban la convicción de que la victoria llegaría al día siguiente. Para Marx estos sujetos eran parásitos que vivían a costa de los trabajadores. Denunció la utilización que hacían estos “jefes” de las masas que los seguían, a las que dejaban en cuanto lograban sus propósitos. Hizo ver que los intentos de organización de esos emigrados terminaban en pleitos.
En la revista Nueva Antropología escribí un artículo donde analicé la práctica crítica de Marx y sus influencias antropológicas. Presenté la influencia que tuvieron en él antropólogos del siglo XIX, pero no sólo eso, pues busqué las influencias que también tuvo de los escritores que Palerm catalogaba como “precursores de la antropología”. Marx leía muchísimo, no sólo veía las líneas, sino lo que estaba entre líneas, buscaba fenómenos que dieran pistas para encontrar explicaciones que pudieran apoyar una práctica revolucionaria. Hacía críticas de los poderes, pero también de la sociedad. Para entender la praxis de Marx habría que resaltar que no es una labor individual, sino colectiva. La obra de Marx ha calado en muchos antropólogos, pues tiene sólidas influencias antropológicas. No habría que perder de vista su atención al espíritu del pueblo, como proveniente de sus mismos condicionamientos materiales. La posibilidad de la revolución está fundada en las contradicciones de la misma sociedad capitalista.
Al último libro que publicó Palerm le puso por título Antropología y marxismo.[1] Lo abrió con un epígrafe en el que Marx dice que no es marxista. Palerm enfatizaba que él tampoco lo era, sino marxiano. No le gustaban los “ismos” por el encerramiento de pensamiento que conllevan. En su libro Palerm reunió varios ensayos en los que discute las ideas marxistas de la evolución, modos de producción, su articulación, el campesinado y cómo se comporta frente al capitalismo. Aborda la crisis tanto del marxismo como de la antropología. Y sostiene que la tarea más importante de la antropología es la recuperación crítica de su praxis social y profesional. Palerm profundiza en las teorías sobre la evolución en Mesoamérica. Se pregunta si hay un modelo marxista para la formación colonial en México. Se adentra en la formación colonial mexicana y el primer sistema económico mundial. Examina la relación entre metrópoli y colonia desde la perspectiva de la articulación de los modos de producción. Ve los orígenes y transformaciones de los estudios campesinos. Destaca los límites del capitalismo. Para desentrañar la articulación entre campesinado y capitalismo propone examinar la fórmula M-D-M. En los actuales momentos en que la principal fuente de divisas de México son las remesas de sus migrantes que trabajan en la agroindustria estadounidense, en la construcción y en servicios, este estudio resulta de suma relevancia. Examina el modo campesino de producción cuando está articulado al sistema capitalista dominante. Se basa en la fórmula abstracta de Marx que implica mercancía que se vende para obtener dinero y comprar mercancías. El modo capitalista sólo puede seguir creciendo si elimina al modo campesino y se apodera del control de la tierra y agua, pero mantiene el modo campesino para obtener de él la fuerza de trabajo.
Publiqué una extensa reseña de la segunda edición de este libro. En su presentación el antropólogo Eric Wolf destacó que la obra y vida de Marx se caracterizaron por el aprendizaje constante. Llama la atención de que uno de los cambios de Marx fue su enfoque de la evolución multilineal, y el señalamiento de que había varias posibilidades de alcanzar el socialismo. Su teoría no fue monolítica. Wolf apuntó que existía una convergencia entre los enfoques marxistas y la antropología. Considera que hay un modo de producción campesino basado en la unidad doméstica. Plantea que Palerm tenía una gran esperanza en que la integración de la antropología con el marxismo pudiera conducir a una ciencia social más poderosa. Por mi parte llamé la atención de que para Palerm el indigenismo oficial se había organizado como una forma de control político por medio del régimen de las comunidades indígenas y las dotaciones ejidales; destacó las virtudes de la organización indígena comunitaria, su tecnología y su adecuación al medio ambiente. Hizo ver que integrar ha significado extraer al indio de su comunidad y convertirlo en peón de hacienda, en criado doméstico, en trabajador migratorio, en asalariado urbano, etc. Le parecía bien que, sin abandonar el estudio de los grupos indígenas, se hubiera pasado al estudio del campesinado, al estudio de la sociedad nacional y a la articulación de sus diferentes clases y grupos sociales. La unidad de producción campesina no funcionaba independientemente del sistema global, aprovechaba al máximo la estructura familiar, combinaba autoabasto, venta de mercancía y venta de trabajo. Tenía la convicción de que el marxismo encontraría otra vez el camino de regreso a la política entendida como actividad científica y que conseguiría que las ciencias sociales se dedicaran a su verdadera tarea de cambiar la sociedad. Precisaba que en la antropología política el investigador usaba técnicas antropológicas analizando organizaciones políticas tanto en el nivel local como en el nivel nacional. Esta antropología debía observar cómo funcionaban los sistemas políticos en las comunidades y en los pequeños grupos. Nunca divorció a la teoría de la práctica. Se empeñó en una labor formadora abierta a las principales cuestiones que han sido fundamentales para entender y mejorar al país y al mundo en que vivimos. Se aventuraba y empujaba a incursionar en nuevos campos, a poner a prueba materias y métodos. Sobre todo, era un investigador formador de investigadores, responsable con su tiempo y con los hombres que afrontaban y sufrían las contradicciones y problemas de los cambios tecnológicos y sociales. Exigía de él mismo, de sus colegas y de sus alumnos una actitud comprometida con las transformaciones que el país demandaba. Advertía que esto no quería decir responder a lo que el Estado pedía, sino a lo que la población requería. Precisamente por eso había que profundizar en la investigación. Reclamaba la puesta al día de la voluntad para intervenir como sujeto de cambio en la tarea de construir un país mejor. Fustigó la indiferencia y la comodidad de una antropología ajena a los reclamos sociales. Estaba convencido de que combinar antropología y marxismo podría conducir a una ciencia social más poderosa. Estaba en contra de lo empirista y lo ecléctico del quehacer antropológico. Se oponía también a que el marxismo se ritualizara y dogmatizara. Llamó a no dejarse llevar por las modas en el pensamiento. Se burló de los que se dejaban engañar por la magia de las palabras y consideraban que, con apelar a una terminología hacían científico un tratamiento. Enseñó a utilizar críticamente las herramientas marxistas. No se debía olvidar que las relaciones sociales de producción eran el eje conceptual marxista. Siguiendo sus orientaciones deberíamos encontrar las soluciones populares. Leer hoy a Palerm incita a poner en cuestión no pocos nuevos dogmas.
Finalmente publiqué un libro al que titulé Exploraciones anticapitalistas en donde se argumenta que el capitalismo es depredador y está dañando gravemente la naturaleza y poniendo en peligro la vida en el planeta. Se ve que una defensa de la madre tierra vendrá del fortalecimiento del movimiento de mujeres. Se exploran las propuestas ecosocialistas y se apunta a que movimientos originarios como los zapatistas, los kurdos y los mapuche en su anticapitalismo se fundan en Marx, pero también lo actualizan y van más allá de los planteamientos originales. Los kurdos rompieron con un marxismo soviético y plantearon ampliar la mirada y ver el papel de la naturaleza, de las mujeres y no necesitar un Estado sino un gobierno con un confederalismo democrático. Silvia Federici también amplió la mirada del marxismo al demostrar que las relaciones familiares y sexuales se han convertido en relaciones de producción. El capitalismo al tratar el trabajo doméstico como trabajo no remunerado, consigue grandes beneficios, y se esfuerza por devaluar el trabajo reproductivo. La campaña que ha hecho Silvia Federici en torno al salario para el trabajo doméstico intenta visibilizar que se trata de un trabajo clave para el sostenimiento del sistema capitalista. Llamó la atención de que la lucha por los salarios para el trabajo doméstico era al mismo tiempo contra ese trabajo doméstico que las mujeres han padecido como su lugar y misión natural. Dicho trabajo no es algo inherente a ser mujer, ni un residuo precapitalista, sino una forma específica de relación social construida por el capitalismo, el cual dio origen a la figura de ama de casa. Por eso el trabajo doméstico se enseñaba no sólo en la casa, sino que había escuelas para desarrollarlo según las reglas del capitalismo. La lucha por salarios para el trabajo doméstico implicaba también la exigencia del tiempo libre que requieren las personas que los llevan a cabo. Un marxismo auténtico no puede ser dogmático, ni esquemático, ni reduccionista. Hay una gran cantidad de personas inspiradas por el marxismo que han superado sus limitaciones en aras de la construcción de un mundo no capitalista.
Bibliografía
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Pareto, Vilfredo. (1964).Tratatto di Sociologia Generale. Milán: Edizioni di Comunità.
Polanyi. Karl. (1989). La gran transformación. Madrid: Piqueta.
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Cuando fue publicado, Victoria Miret, quien había colaborado con Palerm en la edición de los libros, del CISINAH, me pidió que le llevara esa buena noticia a su autor quien se encontraba en observación en el Instituto Nacional de Nutrición. Cuando apenas estábamos intercambiando saludos, llegó un nutrido equipo de médicos. Me preguntaron si era familiar del paciente, y dije que era su amigo. Entonces me pidieron que saliera unos momentos. No sé cuánto duraron esos momentos, pero me parecieron interminables. Sin que pudiera entender lo que se decía, lograba escuchar que uno de los médicos hablaba por un buen rato, y en torno a su plática había un pesado silencio. Después supe que le estaban avisando que tenía un cáncer terminal y que poco se podía hacer ante la enfermedad. Antes de salir escuché una risa generalizada, ante lo que había contestado Palerm. Cuando pude pasar a verlo, se me olvidó lo del libro y le pregunté qué tanto le habían dicho. Ángel con tranquilidad me respondió que le indicaron que ya se podía ir a su casa. Eso lo tomé como una muy buena noticia. Entonces recordé el encargo que llevaba y le anuncié que ya estaba publicado su libro sobre antropología y marxismo. Me extrañó que no llevara la plática a lo que trataba en el libro, sino que cambió de inmediato y me empezó a contar anécdotas de su infancia, e hizo unas alusiones religiosas que me parecieron mucho más desconcertantes, pues sabía que no era creyente. Después pasó a hacer críticas de la política predominante en México, y de la posición de algunos antropólogos que se supeditaban al poder. La enfermedad la sobrellevó en su casa, y pronto nos dolió su fallecimiento. Entonces me di cuenta de que su libro pudo haber sido póstumo; pero espero lo haya revisado con cuidado cuando le llegaron las primicias de esa edición. La primera edición de este libro es de 1980 y estuvo a cargo de la editorial Nueva Imagen. La segunda edición fue una co-edición a cargo del CIESAS, La Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa y de la Universidad Iberoamericana en 1998. Desde 2008 está disponible de manera digital en la Red de Bibliotecas virtuales en CLACSO (http://biblioteca.clacso.edu.ar/Mexico/ciesas/20170510034052/pdf_809.pdf). ↑