María del Carmen García Aguilar[1]
Centro de Estudios Superiores de México y Centroamérica, Unicach
Albergue la 72, Hogar, Refugio para personas migrantes, en Tenosique, Tabasco.
Foto de Daniel Villafuerte.
El objetivo de esta comunicación es reflexionar sobre la violencia, y sus alcances, vertida en la población que transita la frontera sur de México para llegar a Estados Unidos. Dada la instrumentalización y aplicación de estrategias necropolíticas, nos interrogamos sobre la razón práctica del pensamiento que produjo dispositivos de tal naturaleza. Y nos preguntamos, desde el Sur Global, sobre sus significados —referencia y sentido—, cuyo producto, la violencia, y su fuente, la globalización neoliberal, hacen del todo lo igual y lo distinto.
I. Las migraciones en la crisis contemporánea del mundo global-neoliberal
Las migraciones, en cualesquiera de sus modalidades, son hoy estructuralmente violentas y tocan la médula de la crisis del capitalismo contemporáneo: el trabajo, cuyos problemas y tendencias definen nuevas fenomenologías y metamorfosis, una de ellas en los marcos de las relaciones de los sistemas laborales migratorios Norte-Sur, que desde la lógica de “la puerta de doble batiente” se tradujeron en formas de trabajo “flexibles” en tiempo y espacio, en oposición al empleo formal, hasta llegar a deshabilitar jurídicamente al trabajador y al mismo país de origen de éste. La crisis del trabajo, gestada por la crisis financiera de 2008-2009, politizó la migración y toda forma de movilidad humana proveniente del Sur. Una politización anclada en el racismo y la xenofobia, que alimenta discursos de odio de importantes sectores de la población, incluyendo a la misma clase trabajadora del Norte.
Los discursos de Donald Trump durante su gobierno (2017-2021), y en el inicio de su campaña 2024, reactivados por miembros del poder legislativos de su partido, son precisos: “Es una invasión masiva en nuestra frontera sur que ha desplegado miseria, crimen, pobreza, enfermedad y destrucción de nuestras comunidades por todo el país”. Trump prometió terminar con esta crisis, cerrando la frontera y terminando con la construcción del muro. Los senadores de Texas, Florida e Indiana del Partido Republicano en la misma tónica afirmaron: “estamos enfrenando una invasión en nuestra frontera sureña” y “cada día nos están asesinado, violando e impulsando la esclavitud sexual […] Todos los malditos días”; Jim Banks, candidato ultraderechista al senado de Indiana, es preciso: “Si llegaste de manera ilegal bajo Jon Biden,[2] serás regresado bajo el presidente Trump”; “los inmigrantes y todo lo que cruza la frontera abierta con México son la fuente de todo mal en Estados Unidos”.[3]
Colocar políticamente a la migración y la movilidad humana como fuente del mal y hacer de esta el eje nodal de campañas electorales es hoy una decisión que activa una sed de venganza en el seno de esa misma sociedad, que es históricamente una sociedad de migrantes. El poder de la tecnología comunicacional y las redes sociales propicia que el sentido de “combate” se esparza en todos los rincones de los Estados Unidos, haciendo de éste la marca del discurso partidista del siglo XXI. Lo mismo sucede en las sociedades europeas que se asumen “atrapadas sin salida”, salvo el regreso al contrato hobbesiano. Estos discursos políticos hoy se practican como política estratégica y cotidiana.
Tras el análisis y la reflexión de la realidad migratoria de los últimos 25 años, no es posible entenderla desde el modelo democrático en el que los derechos humanos internacionales se instituyen como el magma de las políticas migratorias. Y no lo es porque la teoría y la realidad se bifurcan; la primera se sostiene desde el vacío, y la segunda desde la geopolítica.
El concepto de “crisis sistémica” permite la comprensión del carácter necropolítico de la migración, en tanto sus elementos constitutivos se siguen de los procesos de interpenetración de los Estados del Sur, por actores e instituciones transnacionales, que Beck (1998: 27-31) define con el concepto de “globalización”, distinguiéndolo del concepto de “globalismo”, que se refiere a mercados libres y flujos financieros, y del concepto de “globalidad” que se refiere a un vivir abierto, desfronterizado, una pluralidad sin unidad, sostenida por la dialéctica local-global.
Para Bauman, la crisis actual rompe con el modelo de “predisposición al cambio sobre una nueva base”: hoy “no hay ningún invento prometedor a la vista”. El Estado carece de los medios y los recursos, porque hizo suyo el “divorcio” entre poder y política, perdiendo la capacidad de “hacer y terminar cosas”, y “la capacidad de decidir qué cosa debería hacer él mismo y qué otras deberían resolverse en el ámbito global” (en Bauman y Bordoni, 2016: 22-23). En suma, un divorcio que ha provocado la
“ausencia de la agencia o capacidad de acción” necesaria para hacer aquello que toda crisis exige por definición: elegir un modo de proceder y aplicar la terapia indicada para seguir el camino que se ha escogido (ibid.: 24).
II. La doble lectura de la migración de tránsito y la movilidad humana en la frontera sur de México (Chiapas).
Chiapas es la entidad más fronteriza del Sur de México,[4] cuya singularidad es su anexión a México 14 años después de su Independencia y un trascurrir histórico que se configura con un “tiempo social” que dista del horizonte progresista de la modernidad. La Revolución Mexicana, dicen los historiadores, no llegó a Chiapas, como tampoco llegaron a Centroamérica, décadas más tarde, los productos de las guerras civiles y sus respectivos Acuerdos de Paz.
La guerra civil, la posguerra y los Acuerdos de Paz, sostenidos por la democracia representativa, definieron la topología de la violencia política y sus senderos para agudizarla o mermarla. La pequeña Centroamérica asemeja un caldero en el que, entre sus múltiples ingredientes, destacan el capital y el automatismo de la ganancia a partir de dos recursos: tierra y trabajo. El saqueo imperialista está garantizado con la normalización de la militarización y sus operativos que amenazan de muerte a toda oposición y resistencia.
La violencia en la región es larga y cruenta, obscura en sí misma por el desbalance entre el tiempo del poder estadounidense y el de los poderes nacionales.[5] La guerra civil y su fin ocurren prácticamente en las últimas dos décadas del siglo XX, un contexto en el que se instituyen y se activan los contenidos del Consenso de Washington —ajustes, libre mercado, privatización de la economía y de los bienes públicos— que afirman, con sentido sistémico, la economía neoliberal y la globalización sostenida por la democracia representativa.
Intactas las estructuras económicas y sociales, las violencias fueron y siguen siendo estructurales —pobreza, desigualdad, precarización—. Por ello, en aras de la subsistencia biológica y social, la emigración y la movilidad, internas y externas, se convirtieron en una posibilidad forjada por un sistema que tendió a definirse como neoliberal, global y liberal democrático. El libro La diáspora de la posguerra: regionalismo de los migrantes y dinámicas territoriales en América Central (Morales, 2007) da cuenta de estos procesos que conducen a una regionalización fragmentada (un nuevo regionalismo) y a la transnacionalización de las lógicas de la fuerza de trabajo y de la reproducción social.
En el siglo XXI, a las migraciones de tránsito de Centroamérica, se suman las de otras regiones de América Latina y de los continentes de Asia y África, y la frontera sur mexicana se formaliza como una frontera de tránsito transnacional, lo que trae la instrumentación de nuevos montajes sistémicos. El primero de ellos es la incorporación de las políticas migratorias en las agendas de organismos internacionales que sostienen la “seguridad nacional” como el epicentro de la “gobernanza” sistémica y universal (Villafuerte y García, 2007). El segundo es la expansión territorial y social de los orígenes de la migración y la movilidad humana internacional, y el tercero se refiere al contexto político y social del país receptor, Estados Unidos, que, política e ideológicamente, fortalece la polarización entre Norte y Sur. Los productos de estas tres fuentes conducen a la tarea de la contención, retención y expulsión de migrantes del Sur Global, una tarea que activa, en las rutas de tránsito, y en la sociedad receptora del inmigrante, el despojo de todo derecho humano instituido e instituyente, por portar la etiqueta jurídica de “no documentados”.
En los primeros tres sexenios del siglo XXI, el gobierno mexicano hizo suya la tesis estadounidense de que la migración irregular y movilidad humana en las fronteras sur y norte de México debe combatirse con la estrategia internacional de la “seguridad nacional”. Los programas y estrategias fueron abundantes: Sellamiento de la Frontera Sur y “Fronteras Inteligentes”, creación del Grupo de Alto Nivel para la Seguridad Fronteriza (GANSEF), suscrito por México, Belice y Estados Unidos. Internamente, el Primer Plan de Seguridad Fronteriza, que reforzaría la militarización con el arribo de nuevas tropas del Ejército Mexicano a los estados de la frontera sur, con la formación de unidades policiacas, la revisión del estatus migratorio de los habitantes de la región fronteriza, y la incorporación de la Policía Fronteriza de Chiapas a las fuerzas federales. Con la firma de la Iniciativa Mérida, la cesión de soberanía a Estados Unidos cierra su primer ciclo.
Con Peña Nieto (2012-2018), la reforma migratoria de George Bush se establece en la frontera de México y Guatemala, siguiendo la tesis de que “el tema de seguridad está estrechamente vinculado con la migración indocumentada”, triangulándose las fuentes de las amenazas: migración indocumentada, crimen organizado y terrorismo. Con el supuesto de la “responsabilidad compartida”, se establece, así, un Estado soberano ficticio: el timón del poder soberano de México y de Guatemala lo detenta la Casa Blanca. Su respaldo fáctico fue el anuncio de la instalación de una Fuerza de Tarea del Comando Sur de Estados Unidos en el departamento del Petén, Guatemala.
En junio de 2018, el secretario de Gobernación anuncia la decisión del Estado mexicano de hacer de su frontera sur un espacio militarizado bajo el mando de las fuerzas castrenses de los Estados Unidos, siguiendo con la noción de la “responsabilidad compartida” y con la anuencia de los gobiernos de Guatemala, El Salvador y Honduras. Supremacía, liderazgo, legalidad y legitimidad a partir de la “cooperación”, justifican que el secretario de Seguridad Nacional estadounidense sostenga que “la protección de nuestras fronteras en el sur comienza a 15 mil millas de distancia”, anunciando el envío de tropas de la Gendarmería Federal para reforzar la seguridad en la frontera sur (El Economista, 10 de abril de 2018).[6] Internamente la Ley de Seguridad Interior (DOF, 21 de diciembre de 2017) tradujo la conversión del “estado de excepción”, en una “técnica normal de gobierno” (Cárdenas, 2020).
Dos sucesos son evidencias de la naturaleza violenta y vacía que entrañan los materiales instrumentales e ideológicos del combate a la migración del Sur global: 1) la crisis de los niños migrantes en Estados Unidos, un hecho mediático que no solo develó el carácter violento de la seguridad nacional, en tanto productor de vida nuda de infantes, sino también la decisión “soberana” de su continuidad; y 2) en su extremo, avivada por la fuerza del deseo como necesidad política, la afirmación del expresidente Trump, hoy candidato por el Partido Republicano: “la migración ilegal salvó mi vida”.[7]
El cumplimiento de la ley se ha politizado. Hoy ningún candidato tocará la política de seguridad nacional, y al mismo tiempo ninguna fuerza, de ningún tamaño, será capaz de frenar a quienes huyen de la pobreza y de la violencia sostenida por la legalidad y legitimidad de la ley. Las cifras de las detenciones y devoluciones de migrantes miden el triunfo y el fracaso alcanzado. La migración irregular continúa, se magnifica con la llegada masiva de venezolanos, cubanos, haitianos y extracontinentales (Villafuerte y García, 2022). Activan la estrategia de las “caravanas” que se interpretan como explosiones de violencia contingencial. No lo son, en tanto gestan discursos e imágenes que se traducen en el cinismo de quienes las combaten, porque lo hacen con más de lo mismo: la sanción gestora de una nuda vida “dignamente administrada” (Agamben, 1998; Badiou, 2004).
A manera de cierre: ¿Por dónde bordar la violencia?
Como en ningún momento de la historia migratoria contemporánea, la conjunción de los hilos constitutivos de la violencia operan al unísono sobre los migrantes, en todas sus escalas socioespaciales y en un contexto generalizado de crisis sistémica. Los medios abrieron la “caja de pandora”: masacres del crimen organizado in situ, secuestros, ataques por transitar en donde no se debía y con el transporte equivocado, violencias de las fuerzas policiales y militares, e incluso administrativas locales, la sociedad local dañándolos por temor o por lucro, y las violencias de las fuerzas instituidas con el propósito del resguardo de las fronteras que son sitio de tránsito de la población migrante.
Quienes transitan viven una experiencia de desequilibrios anímicos, en la que está ausente toda hospitalidad y solidaridad de parte de la sociedad, con poca posibilidad de contacto y recorridos siempre cambiantes. El posible lazo de entendimiento con locales, también golpeados por la crisis, lo rompe no solo el beneficio inmediato y contingencial de contactos efímeros, sino también la creencia de que los migrantes están vinculados con el tráfico de drogas y otras actividades ilícitas, y que su presencia es un problema social.
En suma, hablamos de una violencia que hace el todo de la “irregularidad”, políticamente significada como “daños colaterales”. Un absurdo porque el daño es la vida material y simbólica. Lo paradójico es quién lo produce: un sistema “universal” bajo el imperio de una élite, que se devora a sí mismo.
Bibliografía
Agamben, G. (1998). Homo Sacer I. El poder soberano y la nuda vida. Pretextos.
Badiou, A. (2004). La ética. Herder.
Bauman, Z. y Bordoni, C. (2016). Estado de crisis. Paidós.
Beck, U. (1998), ¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, respuestas a la globalización. Paidós.
Cárdenas, J. (2020). La Ley de Seguridad Interior: una Constitución sobre la Constitución. Corpus Iuris. Sitio web de la Coordinación editorial de la Facultad de Derecho (UNAM). https://coordinacioneditorialfacultadderecho.com/assets/la_ley_de_seguridad-interior.pdf
Diario Oficial de la Federación (DOF) (2017, 21 de diciembre). Decreto por el que se crea la Ley de Seguridad Interior. https://www.dof.gob.mx/nota_detalle.php?codigo=5508716&fecha=21/12/2017#gsc.tab=0
Fábregas Puig, A. y González Ponciano, R. (2014). “The Mexico-Guatemala Border: 1983-2013”. Frontera Norte, 26(especial 3), 7-35. https://fronteranorte.colef.mx/index.php/fronteranorte/article/view/1585/1029
Gamboa, A. (2007). La diáspora de la posguerra: regionalismo de los migrantes y dinámicas territoriales en América Central. FLACSO.
Villafuerte, D. y García. M. del C. (2007). “La doble mirada de la migración en la frontera sur de México: asunto de seguridad nacional y palanca del desarrollo”. LiminaR, 5(2), 26-46. https://doi.org/10.29043/liminar.v5i2.249
Villafuerte, D. y García, M. del C. (2023). Crisis global, fronteras y política migratoria. Reflexiones desde la frontera sur de México. Ediciones Navarra.
- Correo electrónico: mcgarcia2005@yahoo.com.mx ↑
- 11 millones de migrantes ilegales según el candidato citado. ↑
- Véase https://www.nodal.am/2024/07/arrogante-y-racista-trump-quiere-invadir-mexico-para-parar-la-migracion-por-beverly-fanon-clay/, y https://elpais.com/us/2024-07-19/el-discurso-de-donald-trump-en-la-convencion-nacional-republicana-en-vivo.html ↑
- La línea fronteriza abarca una franja de 1,139 kilómetros que se extiende a lo largo de las entidades federativas de Chiapas, Tabasco, Campeche y Quintana Roo. La mayor parte de esta extensión es frontera entre Guatemala y México, 963 kilómetros, el resto corresponde a la frontera con Belice. ↑
- El mismo Consenso de Washington, propio de un sistema económico radicalmente organizado, se impone a países que no solo registran una integración desigual con la economía global, sino también tienen un orden político controlado por actores del viejo régimen, que nunca se fueron. ↑
- Cabe recordar que el 23 de agosto de 2016, El Salvador, Honduras y Guatemala firmaron el Acuerdo para la Seguridad y la Prosperidad para el Triángulo Norte de Centroamérica, con el objetivo expreso de “combatir a las pandillas, los flujos de contrabando y el tráfico de personas”. ↑
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“porque en el momento del disparo había girado su cabeza para mostrar un gráfico que apuntaba, según sus cifras, un descenso significativo de la caída de la llegada de migración ilegal durante su mandato”. https://www.elfinanciero.com.mx/mundo/2024/08/13/donald-trump-entrevista-con-elon-musk-dice-que-la-migracion-ilegal-le-salvo-su-vida-y-defiende-relacion-con-rusia/ ↑