Migración y empleo turístico en Bahía de Banderas, Nayarit. ¿Una alternativa ante la pobreza?

Luz Angélica Ceballos Chávez[1]
Universidad Autónoma de Nayarit

Los migrantes que vienen a trabajar
sobre todo en la construcción [….] no dejan
de sentirse personas ajenas a los demás.
Abusan de ellos [….] no los tratan parejo.

Pastor de la iglesia interdenominacional
de Sayulita, Nayarit (2007)

Foto: Playa de Sayulita de Teresa Jiménez Arreola, CC SA 3.0 vía Wikimedia Commons

Introducción

En el presente artículo se reflexiona en torno a las características del empleo en el municipio de Bahía de Banderas, principal destino turístico en Nayarit, a donde se desplazan no únicamente turistas para el disfrute del ocio, sino también una gran cantidad de trabajadores originarios de distintas entidades del país y municipios del estado, atraídos por la posibilidad de acceder a empleos que, en un contexto de globalización neoliberal, se caracterizan por la precariedad, sobreexplotación, y estacionalidad, lo que afecta sus condiciones de vida en el lugar, ya que aunque los salarios que perciben son mejores que los devengados en sus localidades de origen, no modifican la situación de pobreza y vulnerabilidad en la que han vivido. Si bien es cierto el municipio de Bahía de Banderas es considerado la locomotora económica del estado de Nayarit, la riqueza que genera el desarrollo turístico se concentra en manos de inversionistas y desarrolladores, mientras que los trabajadores, muchos de ellos migrantes, reciben salarios que apenas les permiten sobrevivir. Por otra parte, debido a su condición de desigualdad, son invisibles para los demás, lo que nos interpela y conmina a reflexionar respecto a las particularidades del empleo turístico y la incidencia que éste tiene en las condiciones de vida de los trabajadores.

Turismo y migración

Una mirada retrospectiva a los orígenes y evolución del turismo nos permite constatar que no sólo es una actividad económica, sino también un nuevo paradigma y fenómeno social de gran calado, que merece toda la atención de las ciencias sociales por la relación que generalmente se le atribuye con el desarrollo, pero también por sus fuertes impactos en la sociedad, la cultura y el ambiente.

Ahora bien, ¿puede realmente el turismo generar desarrollo? ¿es posible que en los espacios de reproducción del turismo, éste logre mitigar la pobreza y mejorar las condiciones de vida de la población? ¿no es lo anterior una utopía, considerando la experiencia vivida en la práctica del turismo, en un contexto de capitalismo neoliberal? Sin duda, la pobreza constituye uno de los grandes problemas que no se han podido resolver, y el turismo, aunque genera empleo, tiene como una de sus características la precariedad laboral.

Para que el turismo sea realmente un factor de desarrollo, necesita propiciar condiciones de vida digna para los trabajadores, quienes con su fuerza de trabajo generan valor. El modelo neoliberal impulsado en México durante la década de los ochenta del siglo pasado, dejó a gran parte de la población del país a la deriva, al otorgarle al mercado prerrogativas que no debe tener porque su fin es la acumulación de capital, no el bienestar de la población. A partir de entonces, millones de mexicanos engrosaron las filas de “pobres”, con todo lo que ello implica. Fueron abiertas de par en par las puertas a los capitales extranjeros y se les brindaron a los inversionistas todas las facilidades para que sus empresas obtuvieran grandes ganancias.

Gustavo Marín (2012, p. 17) sostiene que en el país se promueve el turismo como una estrategia para apuntalar el desarrollo de México, bajo la premisa de que es una actividad generadora de riqueza que dinamiza las economías regionales y locales, no obstante, nos señala, esta idea debe cuestionarse sobre todo por los problemas de la industria respecto a la distribución de la riqueza y la generación de trabajos poco calificados y mal retribuidos, entre otros aspectos.

Pese a todo, el discurso de apoyo al turismo ha permeado en todo el territorio nacional y los destinos turísticos se han convertido en receptores de turistas, pero también de miles de trabajadores que migran a estos centros en búsqueda de un empleo e ingresos justos para sus familias.

Bahía de Banderas. Un destino de inmigrantes

Hace todavía algunas décadas, las costas del occidente de México entre las que se localiza Bahía de Banderas, “eran lugares aislados, olvidados o desconocidos” pero de 1940 a 1950, periodo en que el Estado mexicano instrumentó el programa La Marcha al mar con el propósito de ocupar y desarrollar sus más de 11 000 km de costas, se dieron significativos cambios en la región (César y Arnaiz, 2006, p. 11).

En la actualidad, Bahía de Banderas se ha posicionado como un destino competitivo en los ámbitos nacional e internacional, tanto por sus bellezas naturales como por su oferta turística, lo cual ha dinamizado la economía y generado, con ello, entrada de divisas, crecimiento económico y empleo. En la región se ha transitado así de una economía basada en el sector primario (agricultura y pesca) a otra basada en el sector terciario (servicios), que ha propiciado importantes transformaciones sociales. Entre ellas, se encuentra el incremento exponencial de la población debido al establecimiento temporal y permanente de una gran cantidad de inmigrantes que han llegado a los poblados costeros del municipio, en la búsqueda de un empleo.

El municipio, cuya historia es reciente, al ser el más joven del estado de Nayarit, está conformado por 240 localidades (INEGI, 2020a) entre las que destacan —por los servicios turísticos que ofrecen— San Francisco, Sayulita, actualmente Pueblo Mágico, La Cruz de Huanacaxtle y Bucerías. A dichos destinos costeros, localizados en la llamada “Riviera Nayarit”, han llegado paulatinamente grandes capitales que han impuesto una territorialidad muy distinta a la de los pobladores locales que vivían de la agricultura y la pesca.

El municipio de Bahía de Banderas cuenta con una superficie de 77,334 has, o 773.34 km2 (Periódico Oficial del Estado de Nayarit, 1989), y se localiza al sur-oeste del estado de Nayarit. La bahía de Banderas, donde se encuentra, está considerada una de la diez más bellas del mundo, al coincidir en un mismo territorio, costa y montaña, por lo que la actividad económica más importante en el municipio, es el turismo. En los mapas que a continuación se presentan, puede identificarse el municipio de Bahía de Banderas y su zona costera, con localidades que reciben una gran afluencia de turistas. Sólo en el año 2022, ésta fue de 1,740,720 visitantes (González, 2023).

Figura 1. Mapa del municipio de Bahía de Banderas, Nayarit, México


Elaborado por Fernando Flores Vilchez (mayo de 2023)

Figura 2. Mapa con la ubicación de localidades costeras del municipio
de Bahía de Banderas, Nayarit

Elaborado por Fernando Flores Vilchez (mayo de 2023)

Mencionan César y Arnaiz (2006, pp. 224-225), que es el municipio con mayor infraestructura de la entidad, recibe casi la totalidad del turismo extranjero que llega a Nayarit y es la región de mayor crecimiento económico del estado, desarrollada a partir de la creación del Fideicomiso Bahía de Banderas (FIBBA) en 1970.

Imagen 4. Sayulita, Bahía de Banderas, Nay.

Fotografía: Jhonny Marrujo (abril de 2023)


Por otra parte, a partir de la década de los ochenta, su población ha tenido un crecimiento exponencial debido fundamentalmente a los flujos migratorios propiciados por la oferta de empleo en la industria de la construcción y los servicios turísticos. En el año 2000, el municipio contaba con 59 808 habitantes (INEGI, 2000), cifra que se incrementó en el 2005 a 83 739 (INEGI, 2005). Posteriormente, en el 2010, alcanzó los 124 205 habitantes (INEGI, 2010), y, para el 2020, vivían en el municipio 187 632 personas (INEGI, 2020).

La adaptación del migrante

La adaptación de los migrantes en los destinos turísticos no es un proceso exento de dificultades, y suele vivirse con gran estrés, tensión y angustia. Los migrantes generalmente viven en desarraigo porque en los destinos se encuentran —la mayoría de ellos— separados de sus familias y a ambas partes les afecta, pero también a las sociedades emisoras y receptoras en su conjunto, aunque el complejo fenómeno migratorio es tan viejo como la misma humanidad y migrar está ligado a la evolución humana (Sayed, 2013). Migrar no sólo implica el traslado de un lugar a otro, sino vivir importantes cambios socioculturales, ya que “a nivel de composición familiar significa una ruptura y se observa (…) un panorama psicológico donde el miedo, la soledad y la nostalgia generan en los sujetos migrantes (….) inseguridades y manifestaciones de timidez” (Coronel, 2013, p. 1).

Menciona Sayed que el migrante vive estrés y duelo que requiere elaboración, y aunque se prepara psicológicamente para adaptarse al destino, a nivel social el proceso es más tardío y sujeto a las pérdidas que implica la migración. El migrante en Bahía de Banderas vive, pues, un difícil proceso de adaptación que la mayoría de las veces implica no únicamente integrarse a una cultura diferente, sino la adquisición de hábitos distintos debido al tipo de trabajos que realiza, caracterizados por la flexibilidad y estacionalidad.

Realidad del empleo turístico en Bahía de Banderas

Desde la década de los setenta se ha transitado de la visión idílica del turismo como la industria sin chimeneas, a la identificación de consecuencias indeseables del desarrrollo turístico, ya que desplaza las actividades económicas preexistentes y conforma sociedades profundamente desiguales y polarizadas (Rubí y Palafox, 2017). Blázquez-Salom, citado por estos autores, advierte que la pobreza genera condiciones favorables al desarrollo turístico, y también reproduce y perpetúa estas condiciones. En las regiones turísticas el turismo produce en poco tiempo grandes ganancias para los inversionistas, pero las poblaciones locales viven con enormes carencias por las características del empleo, sin que los gestores públicos muestren preocupación alguna por los grupos sociales más vulnerables. Incluso poco se percatan de sus condiciones de vida (Marín, 2012).

Por lo regular se considera que vivir en una zona turística es un privilegio por los recursos naturales que albergan sus territorios, permanentemente ambicionados para la construcción de infraestructura turística que favorezca la acumulación de riqueza. La tierra se convierte en un bien susceptible de ser arrebatado por quienes poseen el capital, sin importar la utilización de todos los medios posibles para ello, incluyendo argucias legales que les permitan despojar paulatinamente el patrimonio a los ejidatarios.

En el año 2012, se dieron en México importantes cambios en la legislación laboral, que legitimaron lo que en la práctica hacían las empresas privadas en los territorios turísticos. De esta forma, los empresarios del sector pudieron subcontratar legalmente, dar contratos por periodos cortos, no otorgar prestaciones sociales y hacer pagos por hora, prácticas que han afectado a los trabajadores y evidencian la gran vulnerabilidad de algunos sectores sociales, que aceptan condiciones laborales que nada tienen que ver con un trabajo digno o decente, ante la problemática del desempleo, el bajo nivel educativo y las condiciones de pobreza y falta de oportunidades en las que viven (Rubí y Palafox, 2017).

La precarización laboral afecta las condiciones de vida de las comunidades, como lo constatan investigaciones realizadas en diversos destinos turísticos del país, que muestran una relación directa del turismo con la pobreza, debido en gran medida a la precariedad a la que conduce la flexibilidad laboral, lo que desdice el discurso gubernamental que por décadas hemos escuchado. Cristina Oehmichen y Consepción Escalona documentan en un estudio realizado en Cancún que la mano de obra existente en este destino turístico es muy barata, polivalente, precarizada y en condiciones de gran vulnerabilidad (Oehmichen y Escalona, 2021). No obstante, pese a ello, estos territorios continúan atrayendo a trabajadores pobres del país, que se desplazan a través del territorio nacional ante la expectativa de un empleo.

El fenómeno de la migración, que implica el desplazamiento de personas entre lugares con el propósito de cambiar su residencia, es sumamente complejo (Núñez y López, 2019) y adquiere cada vez más relevancia, debido a sus importantes repercusiones económicas, sociales, culturales y políticas, tanto en las sociedades receptoras como de origen. En el caso de los destinos turísticos, el turismo genera empleos en la construcción y los servicios pero también en la economía informal, lo que atrae a personas que ven en la migración una oportunidad de mejorar sus vidas marcadas por la pobreza, la desigualdad y falta de oportunidades.

Imagen 1. Inmigrante en San Francisco, Nay.

Imagen 2. Inmigrante en Sayulita, Nay.

Fotografías: Jhonny Marrujo (mayo de 2023)


Desde localidades rurales y urbanas, quienes deciden migrar, emprenden el viaje —aunque con fines distintos a los de los turistas— a destinos como Bahía de Banderas, Nayarit, donde la actividad turística ha desplazado al sector primario al turistificarse las localidades costeras rururbanizadas de la costa sur del estado. Los migrantes, originarios de entidades como Oaxaca, Chiapas, Guerrero, Michoacán, Jalisco, Puebla, Veracruz y México, se trasladan a Nayarit para ofrecer su fuerza de trabajo, aunque las condiciones laborales sean de sobreexplotación.

Entrevistas realizadas en el municipio durante los últimos 17 años muestran los prejuicios existentes en torno a este grupo vulnerable por parte de los pobladores locales, al relacionar a los migrantes con actos delictivos, violencia, adicciones y “costumbres extrañas”; se les adjudica la responsabilidad de delitos cometidos, y se expresa el temor a que “les arrebaten los empleos” al aceptar acceder al mercado laboral con salarios más bajos que los otorgados a la población nacida en las localidades de destino. En ese sentido, la inmigración tiene además impactos emocionales que generan, en las personas desplazadas, estrés, angustia e impotencia, agregada a los difíciles procesos de adaptación al destino.

En Bahía de Banderas la mayoría de los migrantes son varones jóvenes, con edades que oscilan entre los 25 y 35 años, solteros, pero no pocos casados y con hijos, que cuentan con educación básica, en muchos casos incompleta, y que frecuentemente caen en adicciones que vuelven su vida más compleja y difícil. Sin embargo, es importante mencionar que no solo migran hombres sino también las mujeres, lo que beneficia no sólo a ellas y sus familias, sino también a las comunidades de origen, sobre todo cuando se mantienen las redes de apoyo. Por otra parte, hay que aclarar que el proceso migratorio se da para las mujeres en un contexto de desigualdad donde existe violencia física y mental, pero también discriminación de género, inequidad laboral y una presencia notable en el sector informal (Gámez, Wilson y Boncheva, 2010).

Esta situación se ha normalizado para los gestores públicos, lo mismo que la sobrevivencia de los migrantes en condiciones de hacinamiento, pobreza y limitado acceso a servicios públicos, trasladándose de una localidad a otra en el municipio cuando “el trabajo se va acabando”. Así, como sucede en otros destinos, se van conformando territorios dualizados, de fuertes contrastes, con espacios de consumo y privilegio que disfrutan los turistas y otros de pobreza y segregación, que quedan ocultos a los visitantes por formar parte de un submundo invisible y olvidado pero presente.

Imagen 3. Punta de Mita, Bahía de Banderas, Nay.

Fotografía: Jhonny Marrujo (mayo de 2023)


Sostiene Clara Valverde (Baiges, 2017) que el modelo neoliberal divide a la sociedad en incluidos y excluidos, y que las políticas neoliberales son políticas de muerte porque son de exclusión, e identifica entre las personas excluidas por el sistema, a los migrantes, quienes no disfrutan de los derechos que consagra la carta magna del país para todos los mexicanos, sin importar raza, religión o clase social. El neoliberalismo, dice, impone su necropolítica a través de una “violencia discreta” que es posible observar en las localidades costeras de Bahía de Banderas cuando los empleadores no proporcionan a sus trabajadores servicios de salud ni el beneficio de otros derechos sociales, aun cuando trabajen extensas y extenuantes jornadas, sean explotados hasta el extremo y se les despida sin conmiseración alguna cuando disminuye la llegada de turistas o se ve afectada la industria de la construcción por una recesión económica, o contingencia sanitaria como la que hemos vivido recientemente debido al COVID-19.

Algunas reflexiones finales

Uno de los impactos sociales del desarrollo turístico en Bahía de Banderas, es el incremento exponencial de la población debido a los flujos migratorios propiciados por la oferta de empleo. Un empleo asociado a la precariedad que los inmigrantes aceptan conscientes que no tienen otra opción si desean sobrevivir en un país, excluidos, donde nadie los ve, ni escucha, porque a nadie le importan. Han normalizado su condición de subalternidad y exclusión porque la pobreza e invisibilidad les ha acompañado siempre. En sus localidades de origen, trabajan por salarios miserables en tierras que no les pertenecen, son testigos de la reproducción de la miseria en sus descendientes y los protagonistas de historias que laceran; son “los sin nombre”, aquellos sin credenciales ni propiedad alguna.

Migran porque no tienen otra posibilidad, por eso dejan a las mujeres solas con sus hijos y viven en otras latitudes. Siempre con la nostalgia del regreso, con la angustia de no estar con la familia, pero no ven otra salida. Son vidas, las suyas, sin duda muy limitadas y en soledad porque en los destinos turísticos no son bien recibidos. Son los pobres que buscan empleo y se alquilan por unos cuantos pesos, aquellos que aceptan el robo de su trabajo, su tiempo y vida con contratos abusivos, a quienes se les puede incluso quitar impunemente la vida porque nadie los ve. ¿Cómo aceptar esto? ¿Cómo asimilar que la vida de los trabajadores migrantes esté mediada por la injusticia? Debemos reflexionar en torno a la situación de las poblaciones locales en los destinos turísticos, pero también en lo que sucede con los migrantes y sus familias, cuando deciden acompañarlos en la travesía y en un radical cambio de vida. Discriminación, exclusión social, aporofobia y necropolítica, son palabras ciertamente duras, pero no lo suficiente para nombrar las condiciones reales de los migrantes en los destinos turísticos. Urgen, en ese sentido, políticas de vida, no de extinción.

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  1. Profesora-Investigadora de la Universidad Autónoma de Nayarit. Correo electrónico: angelica.ceballos@uan.edu.mx