Migración japonesa en el noreste México: experiencias de hacer estudios etnográficos en mi comunidad nikkei en Monterrey

Cuauhtli Mora Hernández[1]
CIESAS Sureste/Noreste 

Introducción

Desde hace casi 10 años que he estado en un constante proceso de aprendizaje en torno al tema de la migración de japoneses a México, no sólo porque se trata de un tema que ha marcado su huella en mi desarrollo profesional, sino que al mismo tiempo se trata de un tema que se encuentra profundamente enraizado en mi historia familiar. Al principio de mi búsqueda, me enfrenté ante la mayor barrera que se puede tener, la disidía y el miedo, la tendencia a posponer las ocupaciones para otro momento, pero conforme ha pasado el tiempo, he comprendido que mucho de lo que he aprendido repercute dentro de mi propia comunidad.

En este artículo plasmaré parte de lo que ha sido esa búsqueda, mis experiencias al hacer investigación dentro de la comunidad de descendientes nikkei del noreste, así como cuál fue mi experiencia y sentires al momento de realizar trabajo para la escritura de mi tesis de licenciatura y que derivo en que mi deseo por saber más se incrementara. Al mismo tiempo, presento parte de lo que han sido mis resultados y hallazgos en dos investigaciones, la primera de las cuales es acerca del papel que jugó la educación dentro del desarrollo y avance de los descendientes nikkei en la sociedad mexicana de la época en la que vivieron sus etapas de formación; de este trabajo de licenciatura, se desprendió el tema de ¿cuál fue la importancia de realizar un cambio de adscripción religiosa entre la primera y la segunda generación en la comunidad japonesa de México?. Este tema fue el elegido para desarrollar mi tesis de maestría realizada en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, unidad Sureste en San Cristóbal de las Casas, investigación que no sólo toca el tema desde el punto de vista histórico y social de la comunidad japonesa del noreste, sino que al mismo tiempo describe cómo ha sido el proceso de adaptación que ha tenido la comunidad, al enfrentar la pandemia de Covid-19 y cómo fue que cambiaron sus hábitos en sus creencias religiosas.

Historia de la migración japonesa a México

Si bien el tema de la migración de japoneses a México se ha estudiado a profundidad por parte de las ciencias sociales, la mayoría de los trabajos que se han publicado concernientes al tema, provienen de las regiones centro y sur del país. La razón de esta tendencia se debe a hechos que marcaron a fuego la historia de la comunidad japonesa en nuestro país.[2]

El primero de estos eventos, fue la llegada de colonos japoneses al sureste mexicano, en los últimos años del siglo XIX, un contingente de 34 hombres arribó en 1897, contratados para trabajo agrícola en fincas de café en el Soconusco Chiapas. Este grupo atravesó por dificultades y situaciones muy precarias en las que no recibió apoyo por parte del gobierno de Japón o de México, lo que desemboco en que la primera colonia japonesa, fracasara al poco tiempo de haberse iniciado; sin embargo, fue gracias a la persistencia de algunos de sus integrantes que decidieron quedarse en la región que se logró tener éxito en años posteriores. Fue este inicio accidentado el que hizo que muchos japoneses comprendieran que el entorno al que habían llegado era muy diferente al que estaban acostumbrados en Japón (Ota, 1982).

Por otra parte, la primera migración de japoneses en el norte del país fue cuatro años después de la primera, en 1901, cuando la compañía de migración Kumamoto Imin Gaisha, gestionó el arribo de japoneses para trabajo en minas de la región carbonífera del estado de Coahuila. Los japoneses llegados en esta oleada migratoria, eran en su mayoría jóvenes a los que se les prometió un sueldo atractivo y que querían hacerse de dinero en poco tiempo para después regresar a Japón. Sin embargo, según lo recopilado por Toda (2012), la realidad distaba mucho de lo que se les prometió, pues no se les avisaba que parte de su sueldo sería retenida para el pago de una deuda que asumían con la compañía de migración, pues ella se hacía cargo de los trámites migratorios y de transportación, además de que otra parte de su sueldo retenido por la misma compañía minera que les contrataba por efecto de la renta de equipo para trabajo y el mantenimiento del mismo. Al sentirse estafados, muchos jóvenes japoneses desertaron y optaron por probar suerte del otro lado de la frontera como migrantes ilegales; sin embargo, la tasa de éxito era casi nula, pues la mayoría de los migrantes japoneses eran deportados de regreso a México. Los migrantes sin posibilidades de regresar a Japón, optaron por asentarse en los poblados en la franja fronteriza en donde formaron familias. Algunos de ellos ya estaban casados y con hijos en Japón, pero al ver una imposibilidad de regresar a su país, formaban una nueva familia con una mujer mexicana. Varios japoneses lograron obtener un patrimonio, por medio de negocios locales como misceláneas y forja o trabajo agrícola en parcela doméstica o trabajando como jornaleros para otros.

El segundo de los eventos cruciales en la historia de la comunidad japonesa de México fue el despojo, arraigo y concentración de los japoneses y sus familias durante los años 1942 y 1945, todo a raíz del ataque japonés en la base naval de Pearl Harbor y la subsecuente entrada de los Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial, el gobierno norteamericano exigió a México que todos los japoneses que habitaban en el territorio nacional y especialmente los japoneses que habitaban en zonas fronterizas del norte del país, fueran arrestados y trasladados a centros urbanos en calidad de concentrados. Los principales centros en los que se vivió la concentración de japoneses, fueron la ciudad de Guadalajara y la ciudad de México; sin embargo, también se tiene el registro de que ciudadanos japoneses que fueron concentrados y enviados a lugares como la ex hacienda de Temixco en el estado de Morelos, la cárcel de Perote en el estado de Veracruz, y en el caso del estado de Nuevo León, se tiene información de que hubo concentración de japoneses en el municipio de Cadereyta Jiménez.

Posterior al término de la guerra y con la subsecuente liberación de los japoneses y sus familias, muchos regresaron a sus hogares en poblados donde se habían asentado, sólo para encontrarse con que las propiedades que habían confiado a amigos cercanos habían sido vendidas y los negocios se habían traspasado a nuevos dueños. Ante esta situación, los japoneses y sus familias se vieron en la necesidad de volver a empezar a formar un patrimonio desde cero; sin embargo, optaron por tener este reinicio en los mismos centros urbanos en los que habían sido concentrados.[3]

Educación formal como método de ascenso social entre los nikkei, trayectorias educativas y sociales de una comunidad en constante cambio

La necesidad por adaptarse al nuevo entorno, ahora en centros urbanos, hizo que se le diera prioridad a la formación académica de los descendientes de segunda generación. Si bien desde un principio la comunidad de migrantes japoneses le otorgó a la educación un lugar privilegiado dentro de las prioridades que debían ser cubiertas por los integrantes de la generación más joven, la realidad es que uno de los objetivos de los integrantes de la comunidad japonesa, era eventualmente regresar a Japón y llevar a sus familias con ellos. Los migrantes que tenía en mente este propósito fomentaron la educación en los integrantes de la segunda generación a los que, además de su formación escolar cotidiana, se integraron elementos que les serían de utilidad al momento de hacer el tan ansiado viaje a la tierra de origen de sus padres. Para ello se les enseñaba con la metodología pedagógica que predominaba a finales del período Meiji (1868-1912) en Japón y se les daban clases de idioma japonés, para garantizar, de esta manera, su pronta adaptación a la sociedad japonesa, además de que se tenía planeado que continuaran su formación escolarizada dentro de escuelas japonesas.

Como muestra de esa tendencia se puede mencionar la fundación de la escuela rural “La aurora” en Escuintla (Cruz, 2012). Esta escuela fue fundada por una cooperativa japonesa que había sido constituida después del fracaso del proyecto de la apertura de una colonia japonesa dedicada a la producción cafetalera. En la escuela no sólo daba clases a los descendientes de japoneses, sino que era una escuela en la que asistieron niños de la población en general. Por su parte, se puede hacer mención de la existencia de la escuela Chuo Gakuen, que fue fundada posterior al término de la Segunda Guerra Mundial en el barrio de Tacubaya en la Ciudad de México y que sigue en funciones hasta el día de hoy.[4]

La educación formal entre los integrantes de la comunidad de descendientes japoneses, constituyó al principio una necesidad formativa, con el objetivo de preparar a los descendientes de segunda o tercera generación para hacer una migración a Japón. Sin embargo, en realidad para la mayoría de los casos, pasó a ser una forma en la cual los descendientes de migrantes japoneses pudieron resaltar en la sociedad mexicana, en base a   trabajos especializados en los que, a causa de la formación y fomento de valores en el entorno doméstico y comunitario, aunado a la importancia que se le dio a la educación formal dentro de instituciones universitarias en ciudades como Guadalajara o la ciudad de México, desembocó en que los profesionales con ascendencia japonesa resaltaran de entre sus colegas mexicanos (Mora, 2016).

Investigación sobre el efecto de la formación académica en los descendientes nikkei del noreste

Durante el 2013 y 2014, mi tema de investigación para escribir la tesis de licenciatura fue precisamente el efecto que tuvo la educación formal dentro del avance social y económico de los descendientes nikkei del noreste. Para ello entrevisté a integrantes de la segunda y tercera generación de descendientes de cinco familias con ascendencia japonesa, cuyos ancestros se asentaron en estados del norte de México, tales como Sonora, Chihuahua, Coahuila y que actualmente residen en la ciudad de Monterrey.

Al tratarse de una comunidad en la que estoy inmerso, el hacer una etnografía de la misma no significaría un problema. Gracias a la confianza establecida con los integrantes de la comunidad nikkei, ellos siempre se mostraban cooperativos y deseosos de aportar su testimonio en trabajos de investigación. Aunque existían detalles que se podría reservar en compartir, por ejemplo, en cuanto al tema de la concentración durante el periodo de la Segunda Guerra Mundial, no me encontré con personas que tuvieran problema en hablar sobre cómo fue la concentración de sus familiares durante este periodo de la historia de la comunidad de japoneses en México.

Los colaboradores que seleccioné para hacer las entrevistas para mi tesis de licenciatura, eran integrantes de la tercera generación nikkei de su familia. Todos eran descendientes de migrantes japoneses que llegaron durante su juventud al área norte de México y en cuyos casos familiares, su ancestro japonés contrajo nupcias con una mujer mexicana de la comunidad a la que habían llegado a asentarse.

Durante las entrevistas, los colaboradores me mencionaron cuáles fueron los procesos que atravesaron sus ancestros al momento de adaptarse a la sociedad mexicana de esa época, y cuáles eran las características que ellos identificaban que estaban presentes en su propio entorno familiar, tales como son la presencia de la cultura japonesa en la forma de valores que les permitió destacar de entre sus contemporáneos en los trabajos que desempeñaban, pues rasgos presentes dentro de ambas culturas (japonesa y mexicana) tales como la disciplina y la honestidad, eran fomentadas activamente por sus padres de origen japonés.

Durante la investigación, se vio que la tendencia más marcada fue hacer énfasis al fomento de la educación entre los integrantes de la segunda y tercera generaciones que nacieron entre el principio de la década de los cuarenta y la década de los sesenta. Ellos se les clasifica como parte de una “generación dorada” dentro de la comunidad japonesa y nikkei de México, debido a que, no sólo nacieron y crecieron en tiempos del conflicto de la Segunda Guerra Mundial y periodo posterior, sino que al mismo tiempo, forman parte de la comunidad que tuvo un reinicio en centros urbanizados del país, tuvieron la oportunidad de acceder a educación formal en instituciones de primer nivel, lo cual desembocó en que las generaciones posteriores, en sus grupos familiares y en su propia comunidad, pudieran acceder con mayor facilidad y que en los casos observados deriva en que los integrantes de la cuarta o incluso la quinta generación, en la actualidad sean ubicados dentro de una clase social mucho más alta en comparación con las condiciones de vida con las que llegaron sus ancestros.

Sin embargo, hay dos aspectos que deben ser mencionados como características dentro de los integrantes de la tercera generación de descendientes: 1) en la mayoría de los casos, existe un limitado conocimiento de la cultura japonesa (festividades, religión, eventos históricos, etc.); 2) no se posee un conocimiento básico del idioma, según lo que me compartieron. Al momento de hacer las entrevistas, sus padres no tenían un deseo por enseñarles el idioma o cuáles eran sus tradiciones. Quizás este rasgo se debía directamente a que vivieron el arraigo y concentración y consideraban peligroso para sus hijos el conocer dichos aspectos como la cultura o el idioma. Sin embargo, en la actualidad, la gran mayoría de los integrantes de la comunidad de descendientes del noreste, se han puesto como objetivo no sólo el aprender más acerca de su origen desde el punto de vista étnico, sino que además se han interesado en saber más acerca de la cultura japonesa, siendo partícipes de eventos organizados por la Asociación México Japonesa del Noreste, A.C. Un ejemplo de ello es la celebración de la ceremonia de obon[5] que se organizó en agosto de este año en las instalaciones de esta asociación con la participación de varias familias de origen japonés que radican en Monterrey y Saltillo.

            

Comunidad nikkei del noreste, Obon 2022, (fotografía de Violeta Jaimes Ortiz)


Procesos de adaptación de la comunidad japonesa y religiosidad entre descendientes nikkei

Posterior al estudio que realicé en torno al papel de la educación formal en la integración de los descendientes a la sociedad mexicana, así como en la movilidad social ascendente, para mis estudios de maestría decidí abordar otra faceta de la comunidad nikkei, ahora concentrándome en las creencias religiosas de los integrantes. La pregunta central de esta nueva investigación es cómo es que por medio de la religión se crea y se afianza una identidad que amalgama elementos culturales, tanto de su presente como ciudadanos mexicanos como de su pasado étnico como descendientes japoneses.

De la primera investigación, muchos de mis colaboradores me declaraban que sus ancestros habían tenido cambios significativos. Por ejemplo, adoptar un nombre hispano fue común dentro de la comunidad de migrantes, pues facilitaba que la población mexicana de las localidades se pudiera dirigir a ellos por nombres que pudieran pronunciar. Algunos de los nombres que fueron adoptados por los migrantes, les eran asignados en las oficinas de migración, tal y como el caso de uno de los nikkei con los que se trabajé para la escritura de mi tesis de maestría. Él me contó que al momento de hacer su ingreso al país, a su abuelo se le otorgó un nombre hispano en las oficinas de migración, además de que se le dijo que en México se usan dos apellidos, por lo cual pasó de tener un nombre y un apellido a tener un nombre compuesto y dos apellidos.[6]

Otro momento en el cual los japoneses podían recibir un nombre hispano era al momento de un cambio en su adscripción religiosa, pues fueron bautizados, y de acuerdo al día de su bautizo, el se les otorgaban nombres castellanos.

Este último aspecto es muy importante mencionar. Durante el tiempo que realicé trabajo de campo para hacer la tesis de licenciatura en el que se abarcó el aspecto educativo y social de los descendientes nikkei, la gran mayoría de los entrevistados mencionó el aspecto religioso. Ellos no se explicaban cómo era que sus ancestros se habían cambiado de religión, y algunos de los descendientes tenían la idea de que sus ancestros se habían convertido a una nueva religión debido a su deseo por contraer matrimonio con mujeres mexicanas.

Sin embargo, durante el periodo de maestría, mismo en el que se profundizó el tema de la conversión religiosa entre migrantes japoneses y las tradiciones practicadas por sus descendientes, hubo hallazgos importantes. El primero de ellos es que no todos los descendientes están seguros de que su ancestro se haya convertido a una nueva religión por razones matrimoniales, aunque el matrimonio sí era un aconteciendo relevante. Pero se cree que el casamiento con mujeres católicas hubiera sido sólo parte de varias razones por las cuales se suscitó el cambio en las creencias religiosas.

Una de las razones que exponen los descendientes de por qué sus ancestros se convirtieron al cristianismo, estriba en la necesidad de adaptación al entorno. Un ejemplo de esto es que durante las décadas de 1910 y 1930, México era un territorio inestable, debido a la Revolución Mexicana, a las reformas políticas de la época y a la Guerra Cristera. Es importante tomar en cuenta de este acontecimiento para analizar la apropiación de la práctica del cristianismo por parte de los japoneses que residían en nuestro país.

Otro de las razones con las que se puede contar al momento de querer explicar el cambio religioso de los japoneses en México, es la necesidad de acreditación de identidad ante el gobierno local. Como ya se mencionó, en la época de 1910 y a mediados de la década de 1930, el país pasaba por cambios políticos y sociales; las constantes acciones bélicas en ocasiones afectaban los registros en los poblados y muchos eran destruidos. Por ello, los registros de nacimiento, matrimonio y defunción que llevaban las iglesias locales adquirieron un gran valor para realizar trámites, pues funcionaban como un documento de identificación provisional.

A esto se le tiene que sumar el aspecto social de la religión. Al estar inmersos en una comunidad religiosa, los japoneses se sentían respaldados de alguna manera por los integrantes de la comunidad católica local; este respaldo obviamente se intensificaba con la llegada de una nueva generación, la cual conformará una nueva población de creyentes.

Durante el periodo de septiembre a diciembre del pasado año 2021 fue cuando realicé el trabajo de campo para la obtención de datos empíricos que respaldarían el argumento de la tesis de maestría. Para ello, le solicité nuevamente la colaboración a los integrantes de la comunidad de descendientes que habitan en el área metropolitana de Monterrey, cuyos grupos familiares abarcan hasta la quinta generación.

Pude entrevistarme con los integrantes de la tercera y cuarta generación. La razón de la selección de estas generaciones es debido principalmente a que los integrantes de la segunda generación ya son personas de la tercera edad y aún había una alerta sanitaria por causa del virus de Covid-19, mientras que los integrantes de la quinta generación, aún son muy jóvenes como para prestar testimonio de sus actividades dentro del entorno parroquial.

Los principales hallazgos de esta investigación fueron lo siguiente: El aspecto religioso fue utilizado por los migrantes como un método de adaptación y que posteriormente se trató de un método de integración por parte de los nissei (segunda generación) de cada grupo familiar. Sin embargo, a pesar de este primer hallazgo, también salió otra interpretación al entrevistarme con los descendientes de la tercera generación.  La gran mayoría de ellos me externaron que era muy raro ver a sus padres (hijos de migrantes japoneses) en el entorno parroquial y que su acercamiento a la iglesia ha sido relativamente reciente o que su acercamiento a la iglesia era solo con finalidades sociales, pues no asistían con regularidad a los servicios dominicales ni practicaban una religiosidad activa en el entorno doméstico.

A esto último hay que sumarle el contexto de la sociedad regiomontana de la época. Entre los años cincuenta y setenta del siglo XX, la sociedad regiomontana se encontraba en expansión, pues aun cuando ya era un centro urbano e industrial de nuestro país, aún tendría una oleada de migración proveniente de otros estados del norte y noroeste, tales como Coahuila, Tamaulipas, San Luis Potosí, Durango y Zacatecas. La oferta de trabajo en la industria era prometedora, por lo cual algunos de los integrantes de la segunda generación lograron tener un crecimiento social y económico que les permitió garantizarles a sus hijos educación en centros educativos privados administrados por órdenes religiosas en las que además de la curricula escolar, se complementaba con la enseñanza del catecismo católico. Esta tercera generación, en la actualidad, está conformada por personas creyentes en su mayoría del cristianismo católico, algunos de ellos asumiendo roles importantes dentro de sus respectivas comunidades parroquiales en la forma de apostolados o como formadores catequéticos.

Por su parte, los integrantes de la generación que le sigue (cuarta) son jóvenes entre los 18 y los 35 años de edad. Ellos, además de tener en común el rasgo de haber sido formados dentro de instituciones administradas por órdenes religiosas, tienen actividades dentro de grupos juveniles, mismo en los que desarrollan gran porcentaje de su vida social como adolescentes.

Daniel Furukawa, nieto de un migrante japonés, en la peregrinación del Apostolado de la cruz a la basílica de Guadalupe en Monterrey, 2021, (Fotografía, por Mora 2021)

Si bien puede verse una similitud entre la tercera y la cuarta generación, hay que mencionar los siguientes puntos como características destacables.

– Integrantes de la generación de migrante que llegó de Japón, se convirtieron al cristianismo; sin embargo, seguían con sus prácticas religiosas budistas.

– Integrantes de la segunda generación son formados dentro del cristianismo, pero no dentro de las tradiciones budistas; además de no tener un acercamiento a la cultura japonesa y el aprendizaje del idioma japonés, el aspecto religioso simboliza un deber que sus padres asumieron para encajar en la sociedad.

– En el caso de la tercera generación, los integrantes no reciben un fomento real de parte de los integrantes de la generación anterior para tener un acercamiento a la religión; sin embargo, ellos asumen las creencias. El compromiso de “cumplir” con la iglesia no está del todo presente o no es visto como una obligación, por lo cual ellos asumen el rol religioso por voluntad propia.

– Finalmente, los integrantes de la cuarta generación, sí fueron motivados a tener un acercamiento a las creencias religiosas cristianas en entornos como el doméstico, académico (escuelas religiosas) y parroquial; sin embargo, su permanencia también simboliza, convivencia familiar, los domingos en la iglesia local, preparación académica y relaciones sociales interpersonales en el entorno parroquial, conformando parte de grupos juveniles.

Aunque en la actualidad el tema del aspecto religioso y espiritual dan la comunidad de descendientes de México se ha explorado poco, representa un aspecto de la vida de los descendientes muy importante y no ha recibido tanta atención por parte de los estudiosos de las ciencias sociales.

Además de que se habla de japoneses que se convirtieron al cristianismo al momento de contraer matrimonio con mujeres mexicanas en la localidad en la que se asentaron, se puede hacer un rescate de los japoneses que llegaron a nuestro continente ya como creyentes de la fe cristiana, pues desde las incursiones de misioneros Jesuitas como San Francisco Xavier o eventos como el martirio de 26 misioneros en Nagasaki, fueron las bases en las que se edificaron las primeras iglesias cristianas en territorio japonés. Posteriormente, durante el siglo XX se puede hablar de la llegada de japoneses católicos a fincas de trabajo agrícola en países como Brasil, Colombia y México, no sólo como una oportunidad de crecimiento económico para ellos, sino que también simbolizaba una tierra donde expresar sus creencias religiosas de manera libre.

Pero en el caso de México, hay que hacer una mención especial que existe poco material concerniente al tema, con la excepción de un trabajo expuesto por Hirai et al. (2013), quienes exploraron la conversión de los japoneses del noreste en católicos por cuestiones adaptativas y presentaron una descripción de la tradición católica en la comunidad nikkei de la Ciudad de México. Los kenjinkai (agrupaciones de prefecturas de origen) habían organizado la peregrinación a la villa de la basílica desde hace 72 años para para expresar a la Virgen el respeto y el agradecimiento por su protección y atención brindadas a la comunidad japonesa y a la comunidad de descendientes en tiempos de gran necesidad, tales como el vivido durante el periodo entre 1942 y 1945.

Otro de los registros que pueden ser rescatados es el testimonio de la historiadora de origen nikkei Emma C. Nakatani, (2009), quien en su artículo narra brevemente cómo fue el proceso de adaptación de su abuelo, Yoshigei Nakatani, y cómo fue su matrimonio con una mujer mexicana quien le pidió que se convirtiera al catolicismo, compromiso que él asumió siendo bautizado y confirmado la mañana del día de su boda.

Por otra parte, hay que mencionar también el aporte que hizo Takehiro Misawa (2004), quien investigó el caso de la conversión de los japoneses llegados a Chiapas y argumenta que, los lideres de la cooperativa japonesa, no sólo se encargaron de hacer labor evangelizadora cristiana entre los integrantes de la comunidad japonesa, sino que, al mismo tiempo, se encargaron de difundir la religión cristiana entre los pobladores oriundos de la región. (Misawa, 2004)

Viaje a Japón 2019

Ahora quiero contarle al lector mi historia de viaje que hice a Japón antes de entrar al programa de maestría en el CIESAS. Independientemente de mi interés académico sobre la historia de la migración japonesa y la de la comunidad nikkei, me interesaba investigar las trayectorias de mi ancestro japonés originario de Okinawa y buscar mis raíces. El Dr. Shinji Hirai del CIESAS Noreste había organizado y capacitado a los integrantes de la Asociación México Japonesa del Noreste durante 4 años, proporcionándoles conocimientos básicos en el estudio y la creación de su historia familiar. Los integrantes de la primera generación de este grupo de descendientes capacitados se convirtieron en investigadores de su propio caso familiar.

En mi caso, fue un poco más complicado el hacer una historia familiar, pues toda la información estaba dispersa e incompleta. Hablando con sinceridad, muchas veces por mi mente se manifestó el pensamiento de que todo lo que hacía era en vano, que jamás llegaría a tener un atisbo de información. Sin embargo, y aun con la advertencia del doctor Hirai de que muy probablemente no habría un resultado favorable en mi viaje, me uní al grupo que haría la exposición de resultados en la Embajada de México en Japón.

Nunca había salido de mi país, por lo cual estaba algo nervioso durante el vuelo. Después de un viaje en avión que duró 14 horas, arribamos al aeropuerto internacional de Narita y pusimos marcha rumbo a Tokio. Debo confesar que nunca pensé que en algún momento estaría en Tokio; en mi mente lo veía como algo imposible. En los días previos al simposio que organizamos en el marco del proyecto comunitario, los integrantes del grupo visitamos el museo de Migraciones al Exterior en Yokohama, puerto de donde salieron miles de migrantes japoneses con dirección al continente americano.

El día del simposio, todos los integrantes nikkei de la primera generación de programa Raíces, expusimos sus avances en la investigación de la historia, de sus familias. Aún hoy haciendo un ejercicio de introspección, recuerdo lo que sentí al momento de escuchar los testimonios de personas con las que he convivido desde hace tanto tiempo, algo que todavía al recordarlo produce en mí un efecto de nostalgia.

Al día siguiente, cada quien partió a sus prefecturas de origen familiar. Abordé el vuelo junto con mis compañeras con dirección a la prefectura de Okinawa. Aun cuando estaba emocionado, mentiría si dijera que iba con esperanzas de encontrar a algún pariente.  Para muchos, la más grande tragedia de la Segunda Guerra Mundial fue los bombardeos de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki; sin embargo, y sin restarles gravedad a los antes mencionados eventos, una de las prefecturas que más resintió la guerra fue Okinawa. La razón radica en su valor como punto estratégico militar en el océano pacífico, en las décadas siguientes al término de la guerra, la isla principal de la prefectura de Okinawa estuvo bajo control de la milicia estadounidense, y fue hasta principios de la década de1970 en la que se devolvió el territorio al gobierno japonés. Sin embargo, aún existen bases navales norteamericanas en territorio okinawense, hecho que aún causa descontento en los pobladores debido a que los militares gozan de un estatus de semi impunidad.

Viaje a Okinawa 2019, integrantes de la familia Gima de Okinawa (fotografía de Cuauhtli Mora Hernández)


Okinawa es un conjunto de islas en el suroeste del archipiélago japonés, anteriormente conocido como reino de Ryukyu, que fue anexado a mediados del siglo XIX y el ritmo de vida es muy diferente al del resto de las prefecturas del archipiélago japonés. Gracias a la colaboración de Jin Hee Lee, periodista que nos apoyó siendo intérprete y contactándonos con la biblioteca central de Okinawa, mis compañeras y yo pudimos obtener más información sobre la migración de los familiares de Okinawa a México.

El día que di la información, las personas que nos apoyaron me comentaron con honestidad: la búsqueda de la información de parientes japoneses dependía mucho de la disposición de los familiares por tener contacto con familia en el extranjero. Al escuchar esto, siendo completamente sincero, pensé que mi viaje a Japón sería más de tipo anecdótico, algo que podría cruzar en mi lista de “cosas que hacer antes de partir”; jamás pensé que se convertiría en una experiencia que me daría una misión en la vida y que renovaría mi deseo por seguir explorando la historia de la migración japonesa a México. Parte de mí a veces piensa que debí quedarme más tiempo; sin embargo, recuerdo la misión que me fue encomendada, y que consiste en tratar de reconstruir la historia que ha sido olvidada, y a mi mente llega el pensamiento de que tomé la decisión correcta. Ahora, 3 años después de ese viaje a Okinawa, considero que aun cuando he avanzado mucho y he recibido el apoyo de mis maestros, aún estoy muy lejos de terminar.

De regreso en México y después de tener una experiencia que literalmente me cambió la perspectiva, ya pude tener el valor de presentarme ante mis familiares y decir los resultados de la investigación sin sentir que sería ignorado. En la actualidad he tratado de fomentar la comunicación con mis familiares en México y que en el futuro ellos puedan hacer el viaje a Okinawa.

Isla de Ie-Jima, Okinawa (fotografía de Cuauhtli Mora Hernández)

Sin embargo, desde el 2020 con el inicio de la pandemia por Covid-19, el deceso de integrantes de la segunda y tercera generación han sido pérdidas, que además de recordarme que la vida tiene un curso que no puede ser alterado; es una motivación para darme prisa en la misión que me fue encomendada.

En este punto de mi vida, he dejado el miedo y la incertidumbre gracias a una nueva determinación por cumplir con la promesa que le he hecho no sólo a mi familia sino a toda la comunidad de descendientes del noreste.

Breve cierre

Como integrante de la comunidad nikkei del noreste, si pudiera resumir mi experiencia en frases cortas, serían “búsqueda del origen”, “hermandad de la comunidad”, “ayuda al prójimo” y “luchar contra la adversidad”. Incluso en los momentos más difíciles de la historia de la comunidad japonesa de nuestro país, existió un sentimiento por permanecer unidos.

Cuando comencé mi búsqueda por información de mi pasado familiar, la inseguridad y el miedo eran algo evidente en mí; e incluso se podía ver en mi semblante, no tenía seguridad al hablar con nadie al respecto, ser tildado como alguien que mete sus narices en lugares en donde no lo están llamando; poco a poco se tuvo que hacer el acercamiento para poder comenzar el diálogo, ir uniendo las piezas e ir ubicando la información que se necesitaba.

También aprovecho para nuevamente expresar mi gratitud a la Asociación México Japonesa del Noreste A.C., al doctor Shinji Hirai y al CIESAS, quienes me han apoyado y orientado en la búsqueda, gran parte de lo que he logrado hasta el momento no hubiera sido posible sin su intervención y guía.

En 2019, cuando fui a Japón con el grupo del programa “Raíces”, creo que era quien se sentía más fuera de lugar; en más de una ocasión cruzó por mi mente el que no encontraría nada, o que, si encontraba a alguien, amablemente me dirían que no estaban interesados en escucharme o tener contacto con sus familiares en México.

Cuando logré tener el acercamiento con mis familiares y que vieron mis puntos y cómo éstos coincidían a la perfección con los datos que ellos conservaban, el estrés y la inseguridad en mí se acabaron; no he vuelto a sentir ese temor, a no ser escuchado; no me he sentido fuera de lugar nuevamente.

Aún hoy que algunos de mis familiares han atravesado el umbral hacia el más allá, la misión que dejaron en mí, el tratar de encontrar más información es una tarea que asumo con gusto y que en el futuro sé que unirá a todos y cada uno de los integrantes de mi familia.


Bibliografía

Cruz Nakamura, Martin Yoshio, (2012), “Entre el pasado y el presente de la colonia Enomoto, una mirada desde adentro – Parte 2” Discover nikkei, publicado 14 de febrero 2012, consultado 24 de febrero 2022 http://www.discovernikkei.org/es/journal/2012/2/14/colonia-enomoto-2/

Estrada Reyes, Cecilia (2015) “La Gallina Azul. Historia de una familia japonesa en México durante la Segunda Guerra Mundial”, Editorial Itaca.

Hirai, Shinji, Dahil Mariana, Melgar Tísoc y Yoshiki Sakumoto (2013), “Inmigración y religión en México: el caso de los migrantes japoneses y sus descendientes”, ponencia presentada en la Mesa núm. 7, coloquio Red de Investigadores del Fenómeno Religioso en México (RIFREM), Tijuana, Colegio de la Frontera Norte, 16 de mayo de 2013, consultado 4 de marzo 2021, pp. 11.

Misawa Takehiro (2004), “México – Caso Chiapas” en Amelia Morimoto (coordinadora) “Cuando el oriente llego a América, contribuciones de chinos, japoneses y coreanos” Banco interamericano de desarrollo

Mora Hernández, Cuauhtli (2016), “Migración Japonesa y educación en México: trayectoria educativa y social de los descendientes de migrantes japoneses”, tesis de licenciatura, Universidad Pedagógica Nacional unidad 19-B en conjunto con el CIESAS Noreste

Nakatani Sánchez, Emma Chrishuru (2005), “Memorias de un inmigrante japonés”, en Revista Notas y Diálogos, núm. 21 pp.142-148.

Ota Mishima, María Elena (1982), “Siete migraciones japonesas en México, 1890-1978”, México, Colegio de México.

Toda, Makoto (2012), “Historia de las relaciones mexicano-japonesas (Traducción del Nichiboku Koryushi)”, Ciudad de México, Artes Gráficas Panorama.

[1] Maestría en Antropología Social

c.mora@ciesas.edu.mx

[2] De hecho, la gran mayoría de los referentes a la migración japonesa en México tienen como base el estudio realizado por María Elena Ota Mishima durante la década de 1980, se le considera pionera dentro del estudio de la migración de japoneses a México, después de hacer la primera clasificación de características encontradas en los grupos de migrantes de origen japonés que arribaron a México desde 1897, con la migración al sureste mexicano hasta 1942 cuando hubo un cierre de las relaciones entre México y Japón debido al conflicto de la Segunda Guerra Mundial.

[3] Un ejemplo de este caso puede ser visto en la novela “titulada La gallina azul de Cecilia Reyes Estrada (2015), en dicha novela se narran las experiencias de una familia japonesa en México durante los años que vivió la concentración de japoneses debido a la guerra y cómo es que la comunidad resurgió en los años posteriores al término de la misma.

[4] Actualmente tiene sus instalaciones en la alcaldía Cuauhtémoc, Ciudad de México.

[5] Obon es una práctica budista que se celebra en Japón a mediados de agosto para honrar a los familiares difuntos.

[6] Este rasgo fue uno de los principales aspectos que me llamó la atención dentro de la investigación realizada para la escritura de tesis de licenciatura. En ese entonces no comprendía de todo cuáles fueron las motivaciones de los migrantes para hacer un cambio de nombre o de adscripción religiosa, por lo cual casi una década después se hizo el rescate de la pregunta y se investigó durante el proceso de la escritura de tesis de la maestría que acabo de concluir.