Agustín Escobar Latapí
CIESAS Occidente
Agustín y Mercedes
Algo dicen los números sobre la obra de una antropóloga notable: más de 130 artículos, más de 10 libros académicos (además de decenas de reportes para responsables de programas públicos), un “CVU” de CONACYT de más de 200 páginas, casi 5,000 citas. Aunque a su manera sean elocuentes, nada dicen estas cifras sobre la sustancia, la calidad, de los hallazgos y los argumentos de Mercedes. Prefiero, como su colega más cercano, compartir aquí un conjunto de hallazgos y de ideas que muestra los hilos conductores de su inquietud académica más profunda y con mayor continuidad: la organización de la sobrevivencia de los hogares de escasos recursos.
Inicié y destruí varias versiones más emotivas y personales de esta semblanza que deberán esperar un periodo de más serenidad. Por lo pronto ofrezco esta semblanza profesional, que espero conecte varios puntos importantes de las contribuciones de Meche.
Período pre-crisis (1980 – 1982)
Durante el fin del “desarrollo estabilizador”, Meche investigó en Guadalajara la organización de los hogares pobres urbanos, lo que llamó “los recursos de la pobreza”. La primera idea, y la fundamental —es decir fundacional— es que el recurso principal de los hogares pobres es su fuerza de trabajo. Administrarla, organizarla y colocarla en los sitios estratégicos es lo esencial. Esta idea parte de nuestra licenciatura mexicana, y de los paralelos analizados por Palerm y sus discípulos entre el hogar campesino ruso analizado por Chayanov y el mexicano.
Aunque es necesario que los hogares alcancen un acuerdo que maximice seguridad e ingresos a través del trabajo, la estructura de toma de decisiones está dominada por los hombres y está atravesada por conflictos. Las mujeres colaboran tanto con los ingresos monetarios como con su trabajo productivo y reproductivo: autoconstrucción, cuidado, compras, intercambios, el mantenimiento de las redes sociales que brindan seguridad, y la participación en los movimientos políticos que, poco a poco, regularizan la tenencia, introducen servicios, y construyen patrimonio. El ingreso laboral masculino puede ser el mayor, pero con frecuencia el ingreso femenino aportado a construcción de patrimonio y a la simple subsistencia es mayor. La fracción del ingreso masculino que se dedica a bienes y servicios no conectados con el bienestar del hogar es mayor.
En contra de lo afirmado por varios sociólogos del desarrollo como Portes, en Guadalajara entre 1981 y 83 no había dos clases trabajadoras, una formal y otra informal, sino una sola clase trabajadora urbana, que distribuía su fuerza de trabajo de manera que pudiera obtener prestaciones y seguridad social con unos empleos, y flexibilidad e ingresos variables con otros.
Esta estrategia tiene posibilidades diversas de ponerse en práctica a lo largo del ciclo doméstico. Al inicio, el hogar pasa por una etapa crítica llamada de expansión, cuando es muy difícil que haya varios proveedores de ingresos, y al mismo tiempo hay cada vez más hijos pequeños que dependen de cuidados intensos. Con el tiempo, sin embargo, la demanda de cuidados disminuye, la mujer adulta vuelve a trabajar, y algunos hijos empiezan a generar ingresos, con lo cual se alcanza un equilibrio económico. Finalmente, los hijos ya adultos empiezan a abandonar el hogar, y se llega a una etapa de dispersión, que puede estar marcada por una nueva precariedad, si los padres están incapacitados o solos, o por una vejez protegida, si todavía son hábiles y sus hijos cuidan de ellos. Esta noción también fue tomada de Chayanov. Este ciclo es fundamental para entender y predecir el bienestar de un hogar.
Eso no significa que no haya diferencias al interior de la clase trabajadora urbana. Los procesos de compra irregular (casi nunca invasión), ocupación precaria, movilización política y gradual regularización y “patrimonialización” de los pobres implican costos en dinero, tiempo, solidificación de solidaridades, y trabajo. Los pobres que no pueden cubrirlos van siendo desplazados, y los lotes a medio regularizar o a medio construir son comprados u ocupados por otras familias con más recursos. Estas últimas a veces ocupan dos o más predios y pueden hacer negocios con ellos. Se originan procesos de estratificación y de diferenciación interna: unos son propietarios y otros inquilinos, unos les deben a otros, etc. Las barriadas no son, entonces, “de la misma gente” ni de gente con los mismos recursos desde que se originan hasta que se formalizan. Hay una sucesión social en la que los menos capaces de completar el proceso son sustituidos por otros, al tiempo que hay una diferenciación social interna.
La situación de mayor impotencia registrada en el estudio de Guadalajara de 1982 es la de los “pobres desvalidos”, cuya situación es de mucho menor poder. Son las familias que han sido absorbidas como sirvientes dentro de los hogares más ricos de la ciudad. Su aparente bienestar —una casa sólida dentro del terreno del patrón, acceso a agua, gas, drenaje, comida y servicios, etc.— es engañoso. Muchos no tienen ningún acceso a salud, la comida que se les permite consumir no es nutritiva, y no tienen acceso a redes de ayuda mutua, ni a los recursos que otros pobres urbanos ponen en funcionamiento para adquirir lotes y autoconstruir. Varios de los hijos que encontramos en esas familias estaban desnutridos y no asistían a la escuela. Muchas veces deben negociar permisos para salir de la propiedad, y no siempre lo obtienen, ni en domingo. Deben trabajar como colectividad cuando los patrones lo desean, y por lo tanto no pueden distribuir su fuerza de trabajo y sus tipos de contratación.
El alcoholismo destruye este proceso gradual de acumulación y patrimonialización en muchas ocasiones. Puede ser responsable de que la familia tenga que abandonar las barriadas en proceso, de que el marido deje de proveer cualquier ingreso, y de la violencia, que es muy frecuente.
La violencia se mantiene como algo subterráneo, privado, que las mujeres sufren. Muchos intentos de involucrar el apoyo de las familias de origen de las mujeres terminan sujetándolas más al hombre violento. Hay una enorme presión social explícita e implícita para que las mujeres acepten su situación. El tema, sin embargo, aflora en las reuniones sólo de mujeres, o cuando en las reuniones se dividen los hombres de las mujeres y ellas al fin hablan libremente.
Periodo post-crisis: 1985-1987
La crisis económica de 1982 destruyó millones de empleos y redujo salarios. Lo predecible era que encontráramos en Guadalajara, en 1985, mucho más desempleo e ingresos muy disminuidos. Pero los hogares pobres respondieron a la crisis de 1982 con acciones que contradecían las expectativas de los economistas y de los demógrafos: aumentaron la cantidad de fuerza de trabajo enviada al mercado de trabajo. Mientras que los ingresos reales de cada trabajador descendieron 35% de 1982 a 1985, los ingresos totales del hogar sólo bajaron 11% gracias a la intensificación del trabajo que genera ingresos. Los jóvenes habían intensificado su trabajo 25%, y las mujeres adultas un poco menos. Este hallazgo, expuesto por primera vez por Mercedes y por mí el 4 de noviembre de 1986 en la Sociedad Mexicana de Demografía, fue rechazado por todos los académicos con quienes lo discutimos. Les parecía que era un hallazgo debido a la falta de rigor de la selección de hogares para estudio, y de la pequeña muestra. Se basaba en el seguimiento de tres años de 100 hogares pobres urbanos, seleccionados de una muestra intencional diseñada con mucho cuidado para representar la composición de los empleos de los hogares pobres. Sin embargo, con este hallazgo inauguramos el uso de pequeñas encuestas muy cuidadas y detalladas para llegar a hallazgos generalizables. Y resultó corroborado por muchos otros académicos posteriormente. En un libro de 1989, dos colegas demógrafas llegaron al mismo resultado. Aunque ellas habían discutido con nosotros el hallazgo de la intensificación del trabajo, en un primer momento no dieron crédito al trabajo de Mercedes como el primero que, rigurosamente, mostró que esto sucedía, pero eventualmente lo hicieron. En otras palabras, lo controvertido del hallazgo tenía mucho que ver con el uso de metodologías “híbridas” por parte nuestra: pequeñas encuestas muy cuidadas, y la aplicación de guiones de entrevista con mucho más rigor que el que hay en las encuestas tradicionales.
El estudio que permitió llegar al hallazgo de la intensificación del trabajo durante la crisis también abrió otras perspectivas. Mientras que muchos colegas antropólogos sostenían que la validez y amplitud de los hallazgos antropológicos se limitaban a los casos estudiados, Mercedes y yo hemos creído que la antropología es una disciplina que, con herramientas y metodología rigurosas, puede hacer inferencias sobre causalidad, y mostrar hallazgos que son pertinentes para amplios grupos de población. Esta convicción, respaldada por hallazgos confirmados como el recién mencionado, nos dio la confianza de formular diseños cada vez más rigurosos para evaluar políticas públicas. Nosotros no sabíamos que se trataba de una metodología innovadora. Nos parecía que la antropología y la sociología juntas podían llegar a hallazgos sólidos con muestras pequeñas. Pero Fernando Cortés y Rosa María Rubalcava nos mostraron que estábamos rompiendo barreras entre disciplinas, y que llegábamos a diseños que podían aportar conocimiento sólido de las políticas públicas con estudios que costaban 1/10 de lo que costaban las grandes encuestas de evaluación. Desde 1999 y hasta 2008, Mercedes y yo primero, y luego ella sola, dirigimos evaluaciones de política pública que incidieron mucho más en mejoras que las encuestas aplicadas a 20,000 hogares. Fernando nos propuso escribir con él sobre estos diseños de investigación. De ahí surgió el libro Método Científico y Política Social, que ha sido útil para investigadores de diversas disciplinas. Meche tenía la convicción firme de que la antropología es una ciencia privilegiada en su capacidad de aportar conocimiento, si se cuida la metodología con todo rigor.
Periodo reciente: 1990–2020
Aunque cabría abundar y detallar muchos más hallazgos trascendentes del trabajo de Mercedes, me referiré para cerrar sólo a tres, que explican en parte la evolución de las familias en México. En primer lugar, durante los años noventa ella encontró que los hogares encabezados por mujeres sin pareja mostraban estabilidad y bienestar mucho mayores que los de hogares biparentales del mismo nivel de ingresos. Los ingresos totales de estos hogares podían ser menores, pero, al eliminar la mayor fuente de conflicto —el dominio del marido—, el aprovechamiento de esos ingresos era mucho mayor, y la colectividad-hogar distribuía los recursos más equitativamente. No era siempre así, había una tendencia a que el hijo varón mayor asumiera roles de dominación, y hasta cierto punto la madre animaba este proceso (contar con un hombre protector es necesario en una sociedad patriarcal), pero en general, las decisiones y el bienestar eran mayores.
Otra investigación que provocó muchos problemas y resistencias fue lo que publicó en “De los recursos de la pobreza a la pobreza de recursos”. En este trabajo, ella explica que la creciente precarización del mercado de trabajo ha conducido a que la fuerza de trabajo, el activo más precioso de los hogares pobres, disminuya su valor gradualmente, con la saturación del sector informal, los bajos salarios formales, y la reducción del incentivo económico a la educación. Critique of Anthropology le rechazó el artículo, y otra revista de primer nivel le advirtió que era inútil que afirmara esto, porque “González de la Rocha ya había demostrado que la fuerza de trabajo era el mayor recurso de los pobres”. Finalmente, lo aceptó Latin American Perspectives, revista donde resultó ser el artículo más citado durante muchos años.
Una consecuencia lógica de la erosión de recursos es que el “capital” social de los hogares pobres deja de serlo.[1] Es decir que deja de ser un activo que facilite la acción social y la sobrevivencia de los pobres. Mientras que en los años setenta (según lo mostró Lomnitz) y ochenta (según Mercedes) las redes sociales de apoyo mutuo constituían un seguro que podía estabilizar, salvar crisis y por lo tanto facilitar el proceso de patrimonialización de los hogares pobres, conforme avanzó la crisis y se produjeron otros cambios y precarizaciones, estas mismas redes dejaron de existir o de cumplir con esa función. En Foro Latinoamericano publicó, junto con Inés Escobar y Martha Moreno, un artículo donde muestra, en el plazo de 10 años de vida del módulo de condiciones socioeconómicas de la ENIGH, y gracias también a su propia etnografía, que la capacidad de los pobres de actuar a partir de ayuda mutua se había reducido sustancialmente. El Banco Mundial, sin embargo, a partir de las mismas ideas del valor de las redes sociales de ayuda mutua, adoptó propuestas basadas en la capacidad de los pobres de ayudarse entre ellos como la base de políticas para salir de la pobreza. Explicaba que el flujo de recursos y la “resiliencia” de los hogares podían ser usados por los gobiernos para reducir la pobreza. Mercedes estuvo en contra de esta idea.[2] Un artículo que explica su pensamiento, y sus hallazgos contrarios a esta política de la banca internacional de desarrollo, se llamó “The Construction of the Myth of Survival”.
Como asesores y evaluadores de políticas públicas, cuando el gobierno mexicano estaba interesado en las opiniones informadas de los académicos, participamos decididamente en sesiones donde varios funcionarios nacionales e internacionales buscaban el fomento de la ayuda mutua y la bancarización como soluciones complementarias a los programas de transferencias condicionadas para lograr “el rompimiento del círculo vicioso de la pobreza”. Aunque dimos la bienvenida inicialmente a la bancarización de los hogares beneficiarios de Progresa – Oportunidades, pronto observamos que las familias pobres empezaban a perder el ingreso de ese programa debido precisamente a la bancarización. Mercedes no prosiguió esta línea de investigación, pero Inés Escobar investigó la manera en que la financiarización de los pobres se ha convertido en un mecanismo de sumisión en la pobreza para ellos, y de exitosa extracción de renta para otros.
Las tendencias observadas por Mercedes son en su mayor parte negativas, descendentes, de pérdida de autonomía y capacidad de organización de los hogares pobres urbanos. Sin embargo, ella valoró muy positivamente los logros del programa Progresa – Oportunidades – Prospera. Su última evaluación mostró que las mujeres indígenas, gracias a ese programa, alargaban su carrera académica mucho más que las mujeres no indígenas y los hombres. En otras palabras, aunque era una interlocutora difícil para muchos funcionarios públicos, nunca dejó de creer en la capacidad del Estado para lograr la superación de la pobreza, o su reducción sustancial.
No sabremos si una nueva y gran investigación urbana de Mercedes la hubiera hecho cambiar de opinión. Desde 2009, un hematólogo le anunció que le quedaban “meses de vida”. Sin embargo, en 2011, con una disciplina enorme, recuperó la salud, que mantuvo plenamente hasta 2018. A partir de 2019, sin embargo, se reinició el deterioro de su salud, mismo que cortó su vida en febrero de 2024. Los temas y problemas que investigaba, sin embargo, siguen siendo cruciales para el desarrollo futuro de nuestra sociedad.
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Exploro esta idea en otro texto. ↑
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“Poverty and Resilience in Mexico” (2020), Oxford Research Encyclopedia of Anthropology. https://doi.org/10.1093/acrefore/9780190854584.013.214 ↑