Memoria carioca de un ser de entrelugar

Eunice Muruet Luna [1]

Alma Tejedora: Mandalas

Ilustración Ichan Tecolotl

El recuerdo, decía Victor Hugo, es una presencia invisible. ¡Si fuera lo contrario y pudiera ser visible como una especie de manto bordado que nos arropara y que fuera tejiéndose más largo y colorido conforme pasaran por nuestra experiencia los encuentros, personas y lugares de nuestra vida!

Pienso que esa es una imagen linda, como de cuento. A veces imagino a las personas vistiendo ese manto, hacerlo me ayuda a recordar que, como dice Eduardo Galeano, estamos hechas y hechos de historias.

A pedido del profesor Mariano Báez, escribo desde el recuerdo. A una década de haber regresado de una estancia de dos años y medio en Río de Janeiro, es mi turno de desempolvar el manto y extenderlo, ese hilvanado de encuentros, situaciones, imaginaciones, sonidos, sensaciones, olores y emociones, una presencia invisible, pero que aún resuena potente en mi vida actual. El ejercicio no es fácil, mucho quedará fuera de esta narración, pero el pedido es una buena provocación a mi actual trabajo de profesora de Telebachillerato, ahora que lo he experimentado e incorporado en Brasil, tanto en el ámbito académico como en el de aquel cotidiano de extranjería se pone a prueba cada día de mi vida.

Pero ¿cómo llegué a Río de Janeiro? ¿Cómo llegué a Brasil?

Pues, como siempre, fue una combinación de circunstancias. Desde 2008, aproximadamente, me había dedicado, junto con Idea Morada A.C., una organización conformada por un grupo de profesionales de las artes, la comunicación y la educación, a la gestión y activación de proyectos de agitación social desde la ocupación del espacio público en el puerto de Veracruz, usando lenguajes de las artes, educación ambiental y dispositivos participativos. También, dentro de ese colectivo, me dedicaba a la elaboración y ejecución de proyectos de creación de historias y radiocuentos con niñeces y juventudes en algunos municipios de Veracruz y de otros estados del sureste.

Gestioné y gané una estancia en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid para ser beneficiaria de las Becas Endesa de Patrimonio Cultural para Iberoamérica de 2010. Realicé un proyecto de análisis de públicos y de visitas guiadas y radiocuentos creados por niñeces que visitaron el recinto entre septiembre de 2010 y marzo de 2011.

Ahí, entre las y los once becarias y becarios de distintos lugares de América Latina, conocí a personas de Brasil. Fueron fundamentales para la decisión de enviar mis documentos para la convocatoria a conformar la primera generación del programa de becas para Maestrías de la Organización de Estados Americanos, en colaboración con el Grupo Coimbra de Universidades Brasileñas (GCUB) ofertada en el año 2011. Cuando,, a principios de 2012, mientras daba clases en una universidad del puerto de Veracruz, recibí el correo de aceptación para estudiar en el Programa de Posgraduación en Educación de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ) no lo podía creer.

Se trataba, y se trató, de darle un cierre a mi vida en mi ciudad natal, a la que había vuelto hacía unos meses. Tomé mis maletas, una jarana —que después sería un instrumento fundamental para la socialización en tierras cariocas— , mi portuñol a medias —ya que el programa no exigía un nivel alto en el idioma— y llegué a una ciudad enorme y desconocida.

Creo que en esos días no estaba consciente de la magnitud de mi decisión y de lo que la vida me proponía. Primero llegué en un vuelo a São Paulo, donde, por primera vez, entendí que estaba haciendo una inmersión a un mundo sonoro muy distinto. En un primer momento, lograba entender con claridad lo que se me decía en portugués, pero una hora después, cuando llegué a Río de Janeiro y entendí que esa inmersión, ya en las particularidades de las pronunciaciones cariocas, sería complicada. Con sus modismos y dobles sentidos, me parecía que, junto con la poca gente que conocí de Bahía, los y las cariocas eran como quien es alvaradeño…pero de Brasil. A eso había que sumar el shiado, la pronunciación marcada de la “sh” y la apertura final en la pronunciación de las palabras. Esa exploración y adaptación fue una constante a partir de ese momento.

Como cantante, desde 2004 me he dedicado a explorar música de América Latina. El bossa nova fue por donde empecé a conocer Brasil. Por ese género, y también por escuchar a Mercedes Sosa y su participación en esa grabación mítica de Volver a los diecisiete, de Violeta Parra, cantada también por Caetano Veloso, María Bethania, Chico Buarque, Milton Nascimento y Gal Costa. En mi inocencia, pensé que cantar en mi portuñol, que aún nadie había corregido, me capacitaba completamente para la inmersión que comencé a vivir con intensidad desde mi primer día en la Cidade Maravilhosa.

Lo cierto que esa escucha activa de la música brasileira abrió mucho mi canal para percibir tanto el idioma como otros modos expresivos, y de la cultura profunda e inmensa del llamado país tropical, como el título de la canción de Jorge Bem Jor. Este interés me ha llevado a seguir explorando continuamente la impresionante riqueza musical brasileira, de la que sigo siendo una apaixonada.

Poco a poco, gracias a los contactos que conseguí, académicos y, principalmente, fuera de la universidad, mi cotidianidad fluctuó siempre entre el español mexicano, venezolano, chileno, uruguayo, argentino, peruano y colombiano, y el portugués que aprendí en el día a día de mi facultad; después, en las inmersiones en proyectos de comunicación comunitaria en Maré —conjunto de favelas de la zona norte de Rio donde realicé mi disertación— y mi contacto profesional y afectivo con brasileiras y brasileiros de distintas partes del país. Aunque debo decir que, a la fecha, las amistades que conservo siguen encontrando simpático mi portuñol acariocado, lleno de sh. ¿Qué le puedo hacer? Mi portuñol fue aprendido, principalmente, de oído.

Había cosas que las personas esperaban de mí únicamente por mi condición de ser mexicana, unas me parecían más curiosas que otras. Por ejemplo, una vez, una amiga chilena, que era locutora en una radio comunitaria en la Favela de Santa Marta, me pidió ir a cantar a su programa. Ahí fui yo con mi jarana a cantar algunos sones jarochos y canciones de América Latina y sí, canté una o dos canciones. Despúes de mi interpretación, una persona del público llamó al estudio para pedir que cantara una canción de la cantante Thalía (¡!). Cosas como esa. Cosas que esperaban a que me gustaran tanto como a ellos y a ellas, como El Chavo del 8. Sus apasionadas conversaciones no solicitadas sobre las telenovelas noventeras, María la del Barrio o La Usurpadora, me recordaban el alcance de Televisa en el continente.

Había cierto gozo al bromear con esos estereotipos, y muchísimas veces tuve que aprender a ser paciente y tomarlo como parte del humor local. Por otro lado, mis amigos y amigas locales también aprendieron a disfrutar de mis chilaquiles, y del guacamole, que la verdad me sale muy bien. Por mi parte, aprendí a disfrutar del café Pilão y algunas mañanas, del pão de queijo que hacía, como muestra de cariño, la querida Ju, la mineira, o sea, oriunda de del estado de Minas Gerais, mi compañera de departamento. Me acostumbré a pedir una cerveza, pero que estuviera estupidamente gelada en el buteco más cercano, un espeto o una tapioca en los puestitos de la call; a veces, incluso, comer un podrão sin morir en el intento, o a ir al buffet de a kilo de la esquina de la que fue mi casa en el Barrio de Lapa, en el pleno centro de la ciudad.

Ese habitar en pleno de centro de la ciudad de Río de Janeiro, me hizo consciente de su pulso: vivía los días de mercado con sus colores intensos, sabores y sonidos; el ir y venir de los y las trabajadoras y trabajadores en los autobuses que circulan por toda la ciudad; la presencia constante de muchísimos y muchísimas moradores de rua y su vendimia variopinta tendida en la acera; la gentrificación del Barrio de Santa Teresa y la convivencia tensa de quien ahí vivía con sus favelas; las celebraciones festivas y musicales a Iemanjá el dos de febrero; el sistema de transporte de metro y comunicación con la ostentosa y blanqueada zona sur con su playa de Ipanema y sus postos para diferentes públicos.

Viví las “aguas de Marzo”, que, en realidad, son tremendos aguaceros torrenciales; el mar de gente y los atracos a transeúntes; los fuegos artificiales en el Reveillon o Noche Vieja y las conmemoraciones como actos políticos pro derechos humanos referentes a la matanza de niñeces y adolescentes en situación de calle que se dio en la madrugada del 23 de julio de 1993. Esta conmemoración se hace cada año frente a la Iglesia de la Candelaria en la Avenida Presidente Vargas. Viví, también, las primeras manifestaciones verdeamarelas contra Dilma Russeff. No me explicaba el clima intimidatorio de la policía en un régimen que entendía como muy democrático, después de los milagros de gobierno de Lula da Silva.

Después entendí algo sobre las tensiones: entre los gobiernos estatales y el federal, entre partidos contrarios y intereses de las milicias, entre los terratenientes y grupos evangélicos. Esas tensiones que desembocaron en la destitución de la presidenta sostuvieron, unos años después, la llegada de Temer y de Jair Bolsonaro y su terrible régimen.

Vi las contradicciones que suponían, en ese discurso de la democracia, el hecho de que en las favelas de la zona norte hubiera toques de queda extraoficiales y policías con tanques gritando, agrediendo y asesinando a quien mora ahí, usando discursos de criminalización de la pobreza. Impactada por ello decidí hacer mi trabajo sobre la presencia de las niñeces en el discurso de uno de los más importantes periódicos comunitarios: O Cidadão, de las favelas de Maré. Esta favela era una de las más afectadas por balas perdidas y por la violencia desplegada por el estado brasileiro en contra de su población más vulnerable y, después de conocer la potencia de la educomunicación en las y los jóvenes de dicho lugar, decidí volverme colaboradora del periódico y digitalizar todos sus números[2].

Estar en Río también fue también encontrarme con la enorme producción cinematográfica del país. Las producciones brasileiras son una veta fantástica para explorar el espíritu de la sociedad brasileira, que no deja de ser parte fundamental del mosaico latinoamericano. Una sociedad en pugna, con ese pasado esclavista y sus herencias sobre el clasismo, el militarismo, la ultra derecha y el tejido de lo que fue la dictadura militar, el bolsonarismo de hace unos cuantos años, las muchas resistencias y tensiones existentes desde la diversidad religiosa, racismo, la desigualdad social, la xenofobia y el aislamiento con América Latina. Los temas que son el día a día allá y que para su lectura se requiere una visión interdisciplinar[3].

Por otro lado, academia y vida se mezclaron todo el tiempo durante esos dos años y medio. Tuve la fortuna de acompañar y ser recibida afectuosamente por un grupo de investigación en la Universidad del Estado de Río de Janeiro, el Grupo de Investigación sobre Infancia y Cultura Contemporánea. Un grupo dedicado a pensar en común sobre algunas complejidades de la investigación con y sobre niñeces: un equipo multidisciplinario compuesto por profesores y profesoras de artes, de historia, responsables de ludotecas, participantes de radio comunitaria y una orientadora paciente, acogedora y receptiva, la filósofa y profesora Rita Ribes Pereira.

Los temas recurrentes de nuestros diálogos eran sobre alteridad y adultocentrismo. Ahí se movía y removía una y otra vez cuestionando los modos de acercamiento de los procesos de investigación a los mundos habitados por la diversidad de formas y circunstancias de la niñez, dialogando con la teoría creada por Mijaíl Bajtín, Walter Benjamin, Jean Marie Gagnebin, entre otros, así como científicas sociales lusófonas como Lucía Rabello de Castro y Solange Jobim. En este grupo aprendí lo potente que es sentir la pertenencia a un grupo comprometido con procesos que, en tanto colectivos, alimentaban el trabajo individual en sus diversos grados de complejidad por sus metodologías y grados académicos.

La música jugó un papel sumamente importante en mi cotidiano tejido de puentes, eso y mis ganas de saber cómo es que ahí se trabajaba el tema de la educación por medio del arte. Tuve la gran fortuna de cantar unas décimas de una querida amiga jarocha-tlacotalpeña en plena Avenida Presidente Vargas durante una marcha del día de la mujer, ocupar la plaza de Laranjeiras con música y comida de América Latina, compartir escenario con el grupo Cuarteta y disfrutar de presentaciones en cafés y bares con los guitarristas Claudio Barría y Gilberto Vieira. También colaborar con el equipo del Instituto de Arte TEAR, una organización de la sociedad civil que se creó en los años ochenta y que tiene un espíritu anclado en procesos de educación ambiental, acercamiento pleno con la cultura popular brasileira, arte y educación con quienes participé en un programa de talleres de artes multidisciplinarios para jóvenes de escuelas públicas.

Por este afortunado contacto y, posteriormente, por un bello diplomado en el que fui invitada a participar con el Núcleo Infâncias Natureza e Artes, coordinado en la UNIRIO por la profesora Léa Tiriba para sistematizar entrevistas con los y las artistas formadores que participaron en los distintos talleres dados a profesores y profesoras de preescolar de escuelas públicas, conocí propuestas maravillosas como el de la Compañía de Danza Folclórica de la Universidad Federal de Río de Janeiro, profesoras y profesores danzantes, investigadores que preformaban la música y danzas populares de Brasil, a veces ocupando festivamente el espacio público, escuelas, parques o escenarios y transmitiendo una inmensa pasión por dicho trabajo.

Fue un Río profundo el que aprendí a amar a través de sus rodas de samba, de capoeira en la calle y sus butecos. Un Río que también me desesperaba por su desigualdad y también por su xenofobia y maltrato a quienes no hablábamos de forma nativa el portugués en la policía federal, donde había que renovar el permiso de estadía o en encuentros cotidianos. Fue en las calles de ese Río profundo donde me hice consciente de la vitalidad de la lucha por la memoria de las violencias de la dictadura militar.

Una lucha que pulsa en marchas, expresiones artísticas, intervenciones de calle, intervenciones de arte urbano, trabajo académico y ocupación de espacios de la política por parte de activistas en viva relación con colectivos que llevan años fortaleciendo su trabajo de base, trabajo que valió la resistencia durante los años del bolsonarismo en que los Derechos Humanos fueron terriblemente despreciados.

Fue un Brasil aún más profundo que se mostró para mí en la poesía de Paulinho da Viola, Manoel de Barros, Conceição Evaristo, Mario Quintana, Ferreira Gullar, Carolina María de Jesús, Paulo Leminski, Oswald de Andrade y Manuel Bandeira, entre otros. En sus pontos de Umbanda, sus bahianas vendiendo acarajé, en su coco y su forró, en la pasarela 11 de Avenida Brasil que debía atravesar para llegar al impactante Museu da Maré y su museografía hecha a partir de palabras clave del cotidiano de los moradores de las dieciséis favelas de aquel lugar: miedo, fiesta, fé o agua. En los altares de tabaco, cachaca, gallina y fuego a Exú, en las esquinas de las calles del Lapa, en los chás de fraldas[4] para recibir a los hijos e hijas de las amigas, en los arcoíris que se visualizaban los días de lluvia y sol encima del Maracaná,​​ en los pasillos de la UERJ y la favela Mangueira frente a ella.

Fue un Brasil que percibí con el cuerpo y a profundidad el día que decidí que, a pesar de que había emprendido un camino para estudiar un doctorado y continuar mi estancia, la intuición, la ansiedad de sentirme desenraizada y el cansancio de buscarme la vida como migrante —como tantas y tantos allá, aunque con ciertos privilegios—, me hicieron desistir y decidir regresar a inventarme la vida de nuevo en México.

Dos años y medio parecen nada, pero en términos de intensidad, se sintieron como un vendaval que todo lo arrastró, que me dio una identidad de ser de entrelugar que aún llevo orgullosa conmigo, aunque también de manera velada. Fue un Brasil que me abrió la experiencia de un mundo diverso, intensamente humano y pleno de matices. Una experiencia que aún agradezco profundamente.

Extendido mi manto bordado, me dispongo a doblarlo y guardarlo con cariño para la próxima oportunidad.

Nota: Algunas ecomendaciones de la autora sobre películas brasileñas:

Río, cuarenta graus /Río cuarenta grados (1955). Dir. Nelson Pereira dos Santos.

À Meia-Noite Levarei Sua Alma/A medianoche me llevaré tu alma (1964). Dir. José Mojica Marins.

Terra em transe/Tierra en trance (1967). Dir. Glauber Rocha.

O bandido da luz vermelha/El bandido de la luz roja (1968). Dir. Rogério Sganzerla.

Jardim de guerra/Jardín de guerra (1970). Dir. Neville D’Almeida.

A Dama do Lotação/La dama del autobús (1978). Dir. Neville D’Almeida.

Os sete gatinhos/Los siete gatitos (1980). Dir. Neville D’Almeida.

Eles não usam black-tie/Ellos no usan smoking (1981) Dir. Leon Hirszman.

Río Babilonia (1982). Dir. Neville D’Almeida.

Cabra marcado para morrer/Cabra, marcado para morir (1984.) Dir. Eduardo Coutinho.

Imagens do inconsciente/imagenes del inconsciente (1985).Dir. Leon Hirszman.

A hora da estrela/La hora de la estrella (1985). Dir. Suzana Amaral.

Que bom te ver viva/Qué bueno verte viva (1989). Dir. Lúcia Murat.

Ilha das flores/Isla de las flores (1989). Dir. Jorge Furtado.

O fio da memória/El hilo de la memoria (1991). Dir. Eduardo Coutinho.

Santo forte/Santo fuerte (1999). Dir.Eduardo Coutinho.

Nós que aqui estamos por vós esperamos/Nosotros que aquí estamos, esperamos por ti. (1999) Dir. Marcelo Masagão.

O Auto da compadecida (2002). Dir. Guel Arraes.

Edificio Master (2002). Dir.Eduardo Coutinho.

Amarelo manga/Amarillo mango (2002). Dir. Cláudio Assis.

Febre do rato/Fiebre de ratón (2011). Dir. Cláudio Assis.

Histórias que só existem quando lembradas/historias que solo existen cuando son recordadas (2011). Julia Murat.

Doméstica/empleada doméstica (2012). Dir. Gabriel Mascaro.

A memoria que me contam/Las memorias que me cuentan (2012). Lúcia Murat.

O som ao redor/El sonido alrededor o sonidos vecinos (2012) Dir. Kleber Mendonça Filho,

Praia do futuro (2014). Dir. Karim Aïnouz.

Que horas ela volta?/¿A qué hora ella vuelve? (2015). Dir.Anna Muylaert.

Boi Neon/Buey Neón (2015). Dir. Gabriel Mascaro.

Aquarius (2016). Dir. Kleber Mendonça Filho.

Como nossos pais/como nuestros padres (2017). Dir. Laís Bodanzky.

A vida invisível de Eurídice Gusmão/La vida invisible de Eurídice Gusmão (2019). Dir. Karim Aïnouz, Bacurau Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles.

Medusa (2021). Dir. Anita Rocha da Silveira.

Carvão/Carbón (2022) Dir. Carolina Markowicz,

Marte um/Marte uno (2022). Dir.Gabriel Martins.

Retratos fantasmas (2023) Dir. Kleber Mendonça Filho.


  1. Docente, tallerista y mandalera.
  2. Se puede consultar la información en https://doi.org/10.12957/teias.2018.34729  y https://issuu.com/cidadaodamare2013
  3. Ver información al final del texto.
  4. Celebraciones de baby shower versión brasileña.