Inés Herrera Canales
Dirección de Estudios Históricos – INAH
Arrastra de amalgama de madera que era tratada por caballos (1877).
Crédito: Dan DeQuille (William Wright) vía Wikimedia Commons
En el proceso de beneficio o refinación de minerales, la fase que sigue a la extracción, es la reducción o trituración de los materiales obtenidos de las minas (mena) por medio de molinos, desde donde pasan a los procedimientos metalúrgicos para separar el metal rico del de menor valor comercial, o ganga. En el continente americano, desde el siglo XVI y hasta el XIX, la molienda de los metales preciosos se realizó básicamente con molinos que los españoles obtuvieron de la propia España y de Europa, y que introdujeron en América para adaptarlos a la trituración y pulverización de las piedras minerales de oro y plata. Entre ellos estuvieron los mazos para moler minerales, las tahonas de moler cereales, los trapiches o molinos de aceitunas, de frutas y de vegetales en general, así como los batanes de pisones o martillos para golpear telas. Casi todos ellos eran molinos ancestrales que tuvieron su origen y desarrollo desde tiempos prehistóricos en Asia, África y Europa. A estos se sumaron los artefactos de molienda andinos y mesoamericanos de origen precolombino que los españoles utilizaron al iniciar las explotaciones de mineras.
De técnicas de molienda precolombinas a europeas
A su llegada a América los conquistadores encontraron ciertos instrumentos líticos utilizados en la molienda de piedras minerales, unos pocos en Mesoamérica y mayormente en el área andina debido al alto grado de desarrollo que tuvo allí la minería prehispánica. Eran básicamente morteros (la piedra fija donde se pone el mineral) y percutores (roca con la que se muele). Los nombres originales de estos objetos en Sudamérica provenían del quechua: tacana, (mortero que se usa con un machacador), cananas (mortero móvil), maray, quimbalete o guimbalete, etc. De éstos el más conocido y difundido, y que aún se usa artesanalmente, fue el maray. Los españoles encontraron además otro elemento que les fue también de gran utilidad en el trabajo minero, el horno para fundir metales llamado guaira.
En cambio, en Mesoamérica (México, Guatemala, Belice, El Salvador y parte norte de Honduras), donde el desarrollo de la minería fue incipiente y la metalurgia no se desarrolló sino hasta los años 700 a 900 d.C., fueron pocos los instrumentos de molienda que pudieron reutilizar. A pesar de este desfase tecnológico entre ambas regiones americanas es importante señalar que, si bien en el norte no hubo un gran desarrollo de la molienda de piedras minerales en el periodo prehispánico, existieron entre los muchos oficios prehispánicos el de los canteros que destacaron por su habilidad para el manejo de la piedra caliza y otro tipo de rocas para escultura, arquitectura y objetos de la vida cotidiana, que se pudo aprovechar cuando se requirió elaborar las piezas de los molinos de piedra.
Desde el descubrimiento de América hasta mediados del siglo XVI los españoles se aprovecharon las técnicas mineras indígenas que se fueron replegando a medida que se incorporaron las españolas y de Europa Central. En Nueva España, donde la tradición minero metalúrgica era menor que en Perú, desde los primeros años de la conquista se aplicaron muchos de los conocimientos que los españoles tenían sobre molinos en general y de ruedas hidráulicas. Un ejemplo es el caso de Hernán Cortés quien introdujo en sus empresas molinos de trigo y de azúcar utilizando como fuerza motriz el agua de ríos, además de contar con la asesoría de mineros en sus explotaciones de oro y plata.
Peter J. Bakewell, reconocido autor de la historia minera de Perú y México, considera que a los españoles que llegaron a América en los primeros años de la conquista, sin tener experiencia en labores mineras, se les facilitó realizar el proceso de molienda de minerales porque poseían conocimientos de la tecnología de la vida rural y urbana española que se prestaba para estos fines. Así, las ruedas hidráulicas podían servir para accionar fuelles y aparatos de molienda, el sistema de engranaje de las norias fácilmente se adaptaba a los ingenios o molinos que empleaban caballos para pulverizar las menas, y los batanes, que golpeaban y trataban telas, eran similares a los molinos de mazos usados en la minería europea. Asimismo los molinos de cereales usados habitualmente para moler el trigo podían adaptarse al mismo proceso en las piedras minerales, igual que los que se usaban para moler aceitunas. Bakewell reconoce además que entre los primeros españoles hubo carpinteros de gran ingenio que mostraron su capacidad en múltiples tareas como fue evidente en la construcción de los bergantines que se usaron para la conquista de Tenochtitlan, y posteriormente en la fabricación de los morteros de mazos.
Aunque no existieron proyectos oficiales para enviar especialistas en minería a América, hay desde los primeros años de la conquista y colonización testimonios de la entrada de trabajadores con experiencia en minería, algunos enviados por la Corona Española al Caribe, que luego de trabajar en los placeres auríferos migraron a México, y mineros alemanes que habían trabajado en la mina española de Guadalcanal y que posteriormente vinieron a América. A Perú solo arribaron portugueses, a Huantajaya y Potosí.
Otro aspecto que hay que considerar en este aprendizaje temprano de técnicas mineras europeas en América son las obras que sobre minería y metalurgia se publicaron en Europa en el siglo XVI, como la de Vannoccio Biringuccio, De la Pirotechnia, la de Lazarus Ercker, Aula Subterranea, y la más destacada, De Re Metallica, de Georgius Agricola, todas ellas con descripciones de los molinos de trituración de minerales movidos por agua y por fuerza animal y humana. Sin embargo estos libros solo fueron conocidos por algunos personajes ilustrados que llegaron a América.
Así, con un bagaje tecnológico precario y el adiestramiento de trabajadores locales se iniciaron los procedimientos de molienda de minerales. El proceso comenzaba en las bocaminas separando la ganga de las piedras minerales, partiéndolas y posteriormente triturando la mena con los morteros de mazos, llamados también de almadanetas, pisones, y más tarde stamps mill, quedando así lista la piedra para someterse al proceso de fundición en diversos hornos, primer método de beneficio utilizado en América. En algunos casos las menas pasaban directo a la fundición.
Los molinos de mazos fueron introducidos por los españoles al iniciar las explotaciones mineras, eran molinos verticales, hechos de madera con algunas piezas de metal, compuestos de un marco donde se sostenían los pisones que molían las piedras por golpeteo de ascenso y descenso, movidos por ruedas hidráulicas o por caballos. Fueron descritos a mediados del siglo XVI por el mineralogista alemán Georgius Agricola, pero ya se conocían desde siglos anteriores. Su uso se extendió a los ingenios de Nueva España y Perú debido a su gran capacidad de molienda, aunque solo trituraba el mineral en pedazos pequeños.
A medida que se multiplicaron los hallazgos de riqueza mineral se fue haciendo común la molienda por mazos y la introducción de nuevos molinos como las arrastras y trapiches, que hicieron una molienda más fina que los morteros. Estos molinos eran de tipo circular, rudimentarios, de construcción simple, hechos en un hoyo en la tierra con materiales disponibles a nivel local (madera, piedra) y que operaban con cualquier fuente de energía disponible: humana, animal, hidráulica, o de vapor en épocas posteriores.
A las arrastras se les llamó en México arrastres, rastras, arrastras, tahonas o atahonas. Medían alrededor de 3 metros de diámetro, estaban conformadas por una base de piedra (solera), que en ocasiones tenía un pequeño muro circundante, y poseía una o varias piedras “voladoras” sujetas a un eje vertical por intermedio de dos travesaños en cruz, que al arrastrarse trituraban y pulverizaban el mineral.
Los trapiches eran similares en su forma, tamaño y materiales a las arrastras, pero en vez de piedras que se arrastraban tenían una o dos ruedas fijadas a un eje central que circulaban sobre la solera moliendo finamente el mineral. El nombre de trapiche se usó para estos molinos en la minería andina y fueron los mismos que en el siglo XIX evolucionaron a lo que se conoce como molinos chilenos, o chilian mills.
Junto con la incorporación de estos nuevos artefactos a la molienda de minerales se dictaron ordenanzas que normaron la propiedad, construcción, usos y funcionamiento de los molinos. A partir de la década de 1540 fueron frecuentes las concesiones que las autoridades virreinales otorgaron a particulares para erigir molinos de minerales y realizar contratos de construcción. Estos convenios se formalizaban mediante una escritura entre los propietarios de las minas o sitios de molienda y los constructores, donde se fijaban las condiciones para su fabricación, mano de obra, costos, materiales y alimentos a los trabajadores. A fines del siglo XVI e inicios del XVII figuran maestros y oficiales de carpintería como encargados de hacer los molinos de mazos, en documentos notariales de Pachuca, virreinato de Nueva España, lo que demuestra que la madera era en esos años el elemento básico para su construcción, y que su procedencia era de los montes cercanos. Otros productos necesarios, como herrajes, cadenas, clavazón, y otras herramientas, eran importados.
La molienda de minerales experimentó un cambio fundamental en 1555 con la creación del sistema de beneficio de amalgamación de patio con mercurio en Nueva España. Este procedimiento permitió el beneficio en frio de las menas de plata de mediana y baja calidad que predominaban en los reales mineros, con una mayor economía y gran aumento de la capacidad de producción. La amalgamación se convirtió así en un procedimiento que intensificó el uso tanto de molinos capaces de triturar grandes cantidades de menas, como fueron los morteros o molinos de mazos, como de la energía hidráulica constante para las ruedas, y de suficientes pasturas para los numerosos animales, caballos y mulas, que se utilizaron en el proceso cuando no se disponía de recursos de agua. Por otra parte, el método creado por Bartolomé de Medina en Pachuca exigía además una molienda fina de las piedras minerales para que el azogue pudiera “abrazarse” al metal de oro o plata, por lo que a la acción de los mazos se agregó la de las arrastras y trapiches para pulverizar y amalgamar las piedras. Pero el nuevo método tenía límites. En Nueva España no había mercurio y debía traerse desde el exterior, lo que encarecía los costos del beneficio; además la Corona española estableció un control del abastecimiento a los mineros, y fijó montos y precios y la forma de distribución del producto en América.
Para el año 1562 el método de amalgamación por patio se había difundido en los centros mineros importantes de la Nueva España, como Zacatecas, San Luis, Guanajuato, Santa Bárbara y en otros reales y ciudades mineras. Asimismo, se había trasmitido rápidamente a nivel intra americano. En Potosí, el mayor centro minero del virreinato del Perú, ya se usaba en 1572 en los grandes centros de beneficio como fueron los ingenios, favorecidos por el descubrimiento de la mina de mercurio de Huancavelica ubicada en el mismo virreinato En 1576 y 1577 había en Potosí 108 ingenios operando con este sistema, y 39 en construcción.
Una reconocida estudiosa de la minería andina y latinoamericana, Carmen Salazar-Soler, destaca el gran cambio que la aplicación del sistema de amalgamación de patio trajo a los sitios de refinación de minerales en el continente: una organización compleja del trabajo, la necesidad de una gran disponibilidad de capital para realizarla, el uso de nuevos insumos y artefactos, un crecimiento de los procesos de refinación, etc., lo que condujo al establecimiento de verdaderas unidades de tratamiento y beneficio de los metales: los “ingenios” o haciendas para el beneficio de la plata.
Estos centros de refinación de metales preciosos se convirtieron durante la época virreinal —y continuaron siéndolo en el siglo XIX— en verdaderas empresas industriales de grandes proporciones, que requirieron de fuertes inversiones para su instalación, edificios, equipos y herramientas. La mayor parte de las veces fueron fortificadas y albergaron en su interior sitios y galeras para los morteros y arrastras, patios, fraguas, cobertizos de lavado, almacenes para el mercurio y otras materias primas, y establos. Fue en estas empresas donde se concentró la mayor parte de la producción de plata en Nueva España, y después en México, y Perú en los siglos de dominio español y en el XIX.
Sin embargo, estas haciendas de beneficio, a pesar de asemejarse a un establecimiento industrial, siguieron basando su funcionamiento en el uso intensivo de la mano de obra, en la demanda de materiales e insumos locales (excepto el mercurio y herramientas de fierro y acero), y en un crecimiento de los procesos sin grandes modificaciones tecnológicas hasta fines del siglo XIX.
La amalgamación también se adoptó en la mediana y pequeña minería, así como en el gambusinaje, donde arrastras, trapiches y otros molinos pequeños creados en la minería local, pulverizaron el mineral junto con el azogue para separarlo del metal noble. En algunas de estas explotaciones, que contaron con mayor disponibilidad de capital y minerales duros, se llegaron a usar mazos para el primer quiebre de mineral.
La historia de las técnicas mineras usadas en la pequeña minería es escasa, por lo que es difícil por ahora conocerla en toda su amplitud y precisar sus particularidades regionales y locales. Sin embargo, la bibliografía al respecto nos muestra a grandes rasgos que las técnicas y los tipos de artefactos de molienda de los grandes centros mineros metalúrgicos y los de la mediana y pequeña minería fueron similares, aunque con diferencias en el volumen, capacidad, cantidad de molinos, organización de los procesos, etc. En los primeros, la molienda se hizo con un gran número de morteros de mazos, arrastras y trapiches desde donde pasaba el mineral molido a la amalgamación de patio, organizado todo en un proceso integral. En cambio, los medianos y pequeños mineros recurrieron en algunos casos primeramente a los morteros para quebrar los minerales y luego a las arrastras y trapiches para realizar una molienda fina combinada con la amalgamación. En muchos casos les fue económicamente más conveniente llevar sus menas a maquilar a las grandes haciendas.
El número de morteros y arrastras que poseían las haciendas e ingenios mostraba la importancia de la empresa porque exhibía la cantidad de materiales que podían procesar, ya fuesen propios o de maquila de otras minas. En Zacatecas y Guanajuato, las mayores productoras de plata en la época virreinal y decimonónica de México sumaban cientos de arrastras en todos sus laboríos. La hacienda de Guanajuato que molía los minerales de la mina de Valenciana a comienzos del siglo XIX tenía 36 morteros y 42 tahonas. Las de Zacatecas en 1825 basaban su trabajo en las tahonas, la de Sauceda con 88 tahonas y las de Bernárdez y Cinco Señores cada una con 62. A fines del siglo la hacienda de Rocha en Guanajuato contaba con 84 arrastras que requerían 320 mulas.
En Real del Monte y Pachuca, otra de las regiones mineras argentíferas destacadas del México post-independiente, donde llegaron empresarios británicos a explotar sus minas en la década de 1820, hallaron muchas arrastras en ruinas, que reconstruyeron, y también erigieron otras en las haciendas de Regla y Sánchez utilizando fuerza hidráulica, conservando a las tahonas y mazos como sistema básico de molienda de minerales, como había sido en la época virreinal.
Así mazos, arrastras y trapiches mineros utilizados en la Nueva España y en territorios del virreinato del Perú desde el siglo XVI permanecieron como predominantes en los procesos de molienda de minerales en estas regiones casi hasta finales del siglo XIX, registrando una eficiencia y productividad cada vez mayor con modificaciones no trascendentales, generalmente producto de la inventiva de los propios prácticos de las haciendas. La disponibilidad de maquinaria de molienda moderna desde la segunda mitad del siglo XIX fue desplazando a estos instrumentos de la industria minera y relegándolos a la minería pequeña y al gambusinaje. Los antiguos molinos chilenos y los de mazos fueron igualmente sustituidos por otros fabricados en industrias norteamericanas y europeas, entre ellos los molinos Huntington y Comet, y los mazos de la Union Iron Works. La introducción de la electricidad produjo también a fines de dicha centuria cambios radicales en los usos de fuerza motriz en todas las actividades mineras.
Arrastras mexicanas en Estados Unidos en el siglo XIX
Otro hecho significativo que apreciamos en la historia de las arrastras mexicanas y los trapiches mineros andinos en el siglo XIX fue su presencia en las explotaciones del oro en varias regiones de Estados Unidos, principalmente en la pequeña minería de la región occidental de este país.
No sabemos si las arrastras mexicanas llegaron en siglos anteriores a los reinos del norte de la Nueva España, cuando los territorios norteamericanos formaron parte del virreinato y luego de México, llevadas por gambusinos y buscones como elemento de molienda, pero es evidente su presencia en 1849 con la fiebre del oro de California, cuando las explotaciones las realizaban pequeños y medianos buscadores de oro. Hubert Howe Bancroft en su Historia de California señala que fueron extranjeros quienes en la fiebre del oro de mediados del siglo XIX aportaron ideas al trabajo minero como la “máquina de mercurio” para obtener el oro, las arrastras y otras artefactos. En California, agrega, se tomaron ideas de molinos de diferentes naciones, que, por su sencillez, era posible poner en marcha y dice textualmente “como la lenta pero efectiva arrastra mexicana”, el molino chileno, y el de pisones que con su caída vertical se convirtió a la larga en el favorito. (Bancroft, 1888. La traducción es mía).
Miles de arrastras fueron usadas en California en la fiebre del oro, y continuaron como elemento de molienda en la pequeña minería de ese estado, a la vez que se esparcieron a otras regiones mineras auríferas de los estados de Oregon, Washington, Nevada, Idaho, Montana, Wyoming, Arizona, Colorado, Nuevo México y Oklahoma.
En 1870 el condado de Mariposa concentraba el mayor número de arrastras del estado de California; en 1871 en todo el oeste de Estados Unidos habían 288 arrastras y 7,788 mazos, y en 1890 el total de arrastras solo en California fue de 119, concentradas en los condados de Inyo, Kern, Siskiyou, Madera y Plumas. En 1911 disminuyó el uso de estos artefactos, desplazados por maquinaria moderna de moler minerales más eficiente y barata. Sin embargo, en algunos distritos mineros aún había propietarios que poseían minas de oro con un grado de metal explotable, pero a quienes les faltaba capital para beneficiarlos, por lo que la molienda en arrastras era un recurso accesible. En esa misma fecha, en el condado de Riverside, California, se contaron 125 arrastras, operadas por mexicanos que acarreaban minerales en burro, que utilizaban energía animal, hidráulica, de vapor o gasolina. Estas arrastras mostraban ya algunas modificaciones en el tamaño, tipo de materiales de construcción, medidas, formas en base y paredes, pero aún utilizaban la amalgamación con mercurio para rescatar el oro, como había sido desde sus orígenes.
Las arrastras continuaron siendo populares entre los pequeños mineros y buscones en Estados Unidos hasta la década de 1930 debido a lo barato de su construcción, a la facilidad de construirlas con materiales nativos, y a que se requerían pocas habilidades para manejarlas. Muchas de ellas se abandonaron por el agotamiento de las minas, o se destruyeron para aprovechar los materiales que las componían, o para buscar vestigios de oro. A pesar de esta destrucción quedaron en pie algunas, o parte de ellas, que han sido rescatadas, reconstruidas y protegidas por una política de registro histórico y conservación por parte de instituciones gubernamentales y privadas norteamericanas. Hay arrastras dentro de Parques Nacionales, otras que forman parte de museos y sitios arqueológicos, incluso hay lugares donde existieron arrastras que hoy son reconocidos como sitios históricos, como es el caso de Blewett, en el estado de Washington.
Molinos chilenos en Estados Unidos, siglo XIX
Paralelamente a la llegada de las arrastras a Estados Unidos, arribó en el siglo XIX el trapiche minero andino, otro molino circular de minerales de oro y plata, que igual que la arrastra pulverizaba y amalgamaba al mismo tiempo los minerales. Aunque el uso del trapiche se extendió por todos los Andes Centrales, su mayor desarrollo se dio en Chile durante la época del dominio español y en el siglo XIX, debido a la alta producción aurífera local. El trapiche se usó para moler oro y en menor medida plata y cobre, usando energía hidráulica gracias a los abundantes recursos de agua del centro de Chile. En las primeras décadas del siglo XVIII había ya un uso generalizado del trapiche con mercurio en la mediana minería de Perú y Chile. En dicho siglo se amplió en Chile la producción de oro de filones y vetas subterráneas, impulsando el uso del trapiche minero y los molinos de pisones, ambos movidos por agua. Se construyeron además grandes ingenios que concentraban estos artefactos y molían hasta doce veces más que un trapiche común.
Los pequeños mineros continuaron usando los marayes, o los molinos artesanales tipo trapiche accionados por animales de tiro o fuerza humana o hidráulica, o llevando sus menas a los grandes ingenios.
Los primeros testimonios de la presencia de molinos chilenos en Estados Unidos se registraron en la fiebre del oro de 1842 en Carolina del Norte, principal estado productor de oro de la Unión desde fines del siglo XVIII y de la primera mitad del siglo XIX. Se le consideraba un método antiguo pero útil, que requería fuentes de energía no siempre disponibles y de hábiles canteros para construirlos. La actividad minera de esta zona fue continua a partir del hallazgo aurífero de 1802, y en 1842 se produjo otra gran bonanza de oro en la que se usó, en los trabajos de molienda del mineral, un molino llamado chilian drag mill and rockers, similar al trapiche chileno pero que presentaba ya algunas modificaciones. Es probable que este molino también estuviera presente en otras bonanzas auríferas de Norteamérica como la del norte del estado de Georgia a fines de la década de 1820.
Unos años más tarde, en 1849, atraídos por la fiebre del oro de California, llegaron mexicanos, peruanos y chilenos, entre los que se encontraban algunos mineros con destrezas y experiencia en trabajos de búsqueda, explotación y refinación del oro y la plata, que aportaron su experiencia tanto en la minería de oro de superficie como en la subterránea que siguió a la de los placeres auríferos. El arribo del trapiche a California se dio con la migración chilena, el segundo mayor contingente de inmigrantes detrás de los mexicanos, principalmente sonorenses. Había entre los chilenos quienes sabían construir un artefacto a base de una rueda de piedra (que allí llamaron Chile Mill) para moler materiales resistentes, como el cuarzo. La rueda era de grandes proporciones y la tallaban de una roca sólida. El censo de 1852 reporta dos talladores chilenos de rocas, aunque es probable que hubiese más.
La capacidad de molienda del trapiche minero, si bien era menor a la de los morteros de mazos que comenzaron a usarse en California, demostró ser útil en otras fases del proceso donde se requería convertir en polvo el mineral de oro para amalgamarlo. Su eficacia atrajo posteriormente la mirada de los inventores locales cuando se precisaron máquinas cada vez más eficientes en una producción creciente de metales preciosos, y en el mejoramiento en la molienda de otros productos como pólvora, huesos, pinturas, semillas y otros materiales. Los cambios en los chilian mills estuvieron orientados a mejorar su forma y funcionamiento.
A partir de la segunda mitad del siglo XIX los nuevos tipos de molinos chilenos, dotados de mayor capacidad y eficiencia, hechos con materiales de gran resistencia y adaptados a los modernos procedimientos de molienda (incluso algunos hasta desarmables para llevar a lugares de difícil acceso), empezaron a ser fabricados por compañías norteamericanas y a comercializarse internacionalmente. Entre estas fábricas destacaron The Edward P. Allys Company de Milwaukee, Wisconsin, y Fraser and Chalmers de Chicago, Illinois, que llegó a ser uno de los mayores fabricantes de equipos mineros del mundo y que en 1891 se fusionó con Edward P. Allys y la compañía Gates Iron Works para crear Allys and Chalmers Manufacturing Company. También se fabricaron chilian mills en Colorado, Utah y California: The Denver Quartz Mill & Crusher Company de Colorado, Monadnock Mills, Trent Engineering & Machinery Company de Salt Lake City, Utah, y en el estado de California Lane Slow Speed Chilian Mill Company de Los Ángeles, y Union Iron Works y F. A. Huntington Manufacturer of Centrifugal Roller Quartz Mill de San Francisco. A éstos se agregó un conocido fabricante europeo, Fried Krupp Grusonwerk, de Magdeburg, Buckau, de Alemania.
En la primera mitad del siglo XX el uso de algunos molinos chilenos modernizados, y también arrastras, en la pequeña minería, se intensificó cuando se acrecentaron las explotaciones de oro por particulares y pequeñas empresas durante las épocas de crisis económicas. Superada la situación algunas empresas cerraron, como sucedió en algunas de los estados de Idaho y Montana. El abandono atrajo a saqueadores y solo de unas pocas explotaciones se lograron rescatar sus materiales y algunas máquinas como fue el caso del chilian mill de la compañía Sweetwater Mine, que en 2012 llegó al Mariposa Museum and History Center en California.
Molinos chilenos actualizados se han continuado fabricando hasta la actualidad, principalmente por industrias chinas. Paralelamente, el uso de arrastras y molinos chilenos se ha retomado en la época contemporánea como un recurso en la molienda del oro de la minería artesanal de Chile y Nicaragua, e incluso los marayes precolombinos se han incorporado hoy en día como un artefacto de molienda complementario para los pequeños mineros.
Fuentes Primarias
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