Brígida von Mentz
CIESAS Ciudad de México
mentz@ciesas.edu.mx
Esta breve comunicación se referirá al vínculo entre el estudio del pasado y el conocimiento del entorno geográfico en varios sentidos. En primer lugar, me referiré a la elaboración de mapas o cartas geográficas, y en especial a mi experiencia al respecto como historiadora en el CIESAS (así se me solicitó, por lo que me disculpo por mencionar en exceso mis propios trabajos). En segundo lugar, mencionaré lo complejo que fue, en épocas pasadas, medir con precisión la longitud y latitud de un espacio en la superficie del planeta y el valor de la cartografía histórica. Finalmente, tocaré la cuestión de la relación entre la geografía y la historia como disciplinas académicas.
El estudio del pasado siempre requiere de una determinación del tiempo y el espacio. ¿Cuándo ocurrió algo?, ¿dónde ocurrió? De esta manera, como historiadora, he necesitado durante años el apoyo visual de mapas para ubicar las zonas a las que se refieren las investigaciones. Durante los largos años que he laborado en el CIS-INAH-CIESAS realizando investigaciones de historia económica y social (o de economía o sociología histórica), la mirada espacial ha sido imprescindible, aunque nunca lo explicité quizá abiertamente. Elaboraba yo de manera sencilla o “artesanal” los mapas para ubicar en el espacio los fenómenos que estudiaba, es decir, se trataba de mapas de localización; pero no solamente se requería señalar en los textos publicados el espacio específico donde se ocurrían los procesos históricos, sino también necesitaba representar otros fenómenos como, por ejemplo, la diversidad étnica. Así, en un mapa con características distintas muestro, por ejemplo, en el libro denominado Pueblos de indios, mulatos y mestizos (Von Mentz, 1988) el gran porcentaje de población no-indígena en algunos asentamientos del siglo XVIII, en el actual estado de Morelos, y el contraste con otros. En otro mapa, del mismo libro, mostraba para el siglo XIX la localización de las haciendas productoras de azúcar y su tamaño.
Mapa 1
Fuente: Von Mentz, 1988: 84.
Mapa 2
Fuente: Von Mentz, 1988: 64.
Para una obra posterior sobre documentos en náhuatl y sobre la historia social de la región de Cuauhnáhuac (hoy Cuernavaca) dibujé de manera “artesanal” un mapa que tiene un carácter distinto. En él muestro la zona ubicada al sur de dicha capital, y en especial señalo la densidad demográfica que existía en 1551 en el sureste de dicha ciudad, lo cual demostraba la importancia de esos poblados en época prehispánica. Esto era importante porque en años posteriores la minería de Taxco reorientó la economía, los caminos y el transporte hacia el occidente de ese espacio, es decir, en dirección hacia ese real de minas y hacia el valle de Iguala y, más allá del río Mezcala Balsas, hacia Acapulco.
Mapa 3
Mapa Cuauhnáhuac pueblos en 1551. Representa el número de tributarios, localización de señoríos, ubicación de fuentes censales y tierras de nobles
Fuente: Von Mentz, 2008: 145.
Un último ejemplo de mapas de elaboración propia sería el publicado en 2014 en Desacatos acompañando mi artículo sobre las bases sociales del movimiento de insurgencia en los primeros años de la guerra civil de 1810.
Mapa 4
Fuente: Von Mentz, 2014: 27, 60 y 30.
Claro está que mostrar los elementos del paisaje que influyen en el análisis histórico que uno realiza también es de relevancia. Las elevadas sierras o los caudalosos ríos que pueden ofrecer importantes obstáculos para la comunicación de una región a otra pueden ser elementos clave que, con una sola mirada al mapa permiten la comprensión de lo que se explica o relata en el texto. En ese sentido, a partir del apoyo que recibí en el CIESAS por parte del Laboratorio SIG, la elaboración de cartas fue mucho más sofisticada y precisa.
Así, los mapas que se elaboraron en el CIESAS-SIG[1] para mis estudios sobre la historia de la minería o sobre los señoríos indígenas del norte del actual estado de Guerrero fueron un apoyo esencial. Respondían con exactitud a mis propósitos (para conferencias, artículos o publicaciones mayores) y ya dejaron de ser tan “artesanales” y de mi propia manufactura. Muestro como ejemplos dos mapas elaborados por el Laboratorio de SIG del CIESAS Ciudad de México y publicados en el libro Señoríos indígenas y reales de minas. Un mapa de localización de los poblados y otro de la orografía de la región de estudio.
Mapa 5
Fuente: Von Mentz, 2017a: 28.
Mapa 6
Fuente: Von Mentz, 2017a: 46.
Para otros fines, sobre todo para un artículo sobre la toponimia prehispánica y colonial (Mentz, 2017b,) también pude partir de un mapa general que, amablemente, elaboraron en el Laboratorio de SIG del CIESAS, en ese entonces AntropoSIG.
MAPA utilizado para añadir nombres de lugares de distintas épocas y lenguas indígenas para el artículo:
Mapa 7
Fuente: Von Mentz, 2017b: 7-60.
[se omiten las marcas específicas y los nombres de lugares analizados en el artículo]
La elaboración de cartas geográficas, sencillas o sofisticadas (gracias a la tecnología moderna), está relacionada con nuestro conocimiento de los espacios. Es decir, está íntimamente vinculada con la exploración del planeta a lo largo de la historia de la humanidad. Independientemente del mundo académico, explorar terrenos desconocidos ha requerido desde tiempos remotos de representaciones de los espacios recién descubiertos, por ejemplo, continentes y tierras ignotas, y hoy, la superficie de la luna o del planeta marte. En América, los europeos que desembarcaron en Veracruz contaron con una gran ventaja para conocer los nuevos espacios gracias al conocimiento que tenían de sus territorios los señoríos indígenas, ya sea en el Altiplano Central, o los valles de Oaxaca y en el mundo de tradición mayense. Se conocían a perfección los territorios y sus recursos, sus sierras, litorales, caminos y rutas fluviales, y esto permitió a los invasores españoles penetrar rápidamente por tierras que veían por primera vez.
En contraste, la zona del septentrión, de extensiones enormes y ocupada por pueblos móviles, requirió de exploraciones más difíciles y de elaboración de cartas para reconocer serranías, aguajes, ríos, campamentos indígenas, etcétera. Además, sus pobladores eran pueblos predominantemente cazadores-recolectores, dispersos y que se negaban persistentemente a ser esclavizados o a cambiar su modo de vida. Las cartas geográficas que se elaboraron en esa zona a lo largo de la penetración hispana en los siglos XVII y, sobre todo, en el XVIII, tienen un gran valor científico e histórico. Capitanes, religiosos, gobernadores, ingenieros tuvieron que representar esos “nuevos” espacios y, con frecuencia, añadieron en sus cartas importante información histórica y social. Este tema ha sido abordado por estudiosos del norte mexicano, y en especial por Chantal Cramaussel (1993).
No debemos olvidar que todavía hace 200 años era sumamente complejo conocer en realidad la ubicación precisa, o sea, las coordenadas de un lugar en el globo terrestre. Por lo tanto, más difícil era en los siglos coloniales novohispanos. En esa época eran sobre todo los marineros con sus instrumentos náuticos los que sabían fijar las coordenadas de un lugar sobre el planeta, observando los astros y sus movimientos.
Durante las numerosas expediciones e incursiones por tierra que realizaban los españoles, se calculaban distancias solamente por los tiempos de viaje y era complejo ubicar con precisión los nuevos parajes. En general, se ubicaban los lugares a partir de la latitud, o sea de sur a norte (o viceversa), pero eran numerosos los errores de longitud (distancias de este a oeste). Sin embargo, como explica Cramaussel, los mapas elaborados por expedicionarios del enorme septentrión novohispano en el siglo XVIII muestran con frecuencia –a pesar de sus distorsiones geográficas debidas a los escasos conocimientos de latitud y longitud– una gran cantidad de detalles sobre los pobladores de esas vastas comarcas, sobre los asentamientos, las serranías, cadenas montañosas y las lagunas (hoy en parte desaparecidas). Como esos cartógrafos hispanos elaboraron sus mapas a partir de datos obtenidos sobre el terreno, se trata de fuentes históricas y etnohistóricas únicas. De ahí el gran valor de la cartografía elaborada en los siglos XVII y XVIII. La mencionada historiadora recalca con razón que dichos mapas quedaron resguardados celosamente en los archivos del imperio español por el temor de la Corona de que cayeran en manos de naciones rivales, pero se trata de una fuente de gran importancia para los interesados en el pasado novohispano-mexicano.
En los siglos XVIII y XIX, no sólo en América abundaban tierras desconocidas para los europeos, como algunos espacios novohispanos o los territorios americanos al norte del río Bravo y del Gila, o al oeste del Mississippi, sino aún en el centro de Europa había monarcas que ignoraban con exactitud las dimensiones de sus reinos, sus límites y fronteras. Por ejemplo, no fue sino hasta después de 1816 que el matemático Johann Karl Friedrich Gauss midió con precisión junto con un colega danés el territorio de Dinamarca. A raíz de ello, el rey de Inglaterra (que incluía el reino de Hannover) solicitó al mismo erudito –por cierto, amigo de Alexander von Humboldt–, que midiese el territorio de ese reino. Es de interés que, a partir de la realización de esas mediciones y elaboración de cartas, se desarrollaron novedosas metodologías prácticas y teóricas relacionadas con la geodesia y la geometría diferencial. Se trata de un ejemplo (entre miles) de la fructífera interrelación entre la praxis y la teoría, o sea, de la dialéctica entre los trabajos empíricos y la ciencia.
En esa misma época de la mitad del siglo XIX, en el México recién independizado, otros personajes elaboraron cartas geográficas novedosas y precisas de algunos territorios. Se trata de técnicos mineros, geólogos y topógrafos que llegaron con compañías mineras extranjeras al país. Por sus labores mineras contaban con precisos conocimientos locales de algunas regiones y sus mapas o descripciones son de gran valor histórico. En gran medida también éstas han quedado olvidadas o resguardadas en archivos empresariales o sepultadas en las publicaciones de esos expertos, hoy poco consultados (Burkart, 1836; Ward, 1981 [1828]; Mühlenpfordt, 1993 [1844].
Regresando al tema del estudio del pasado y su vínculo con el conocimiento del entorno geográfico, los estudios de Bernardo García Martínez han insistido en la importancia del legado de Ferdinand Braudel y el término de “geohistoria” que propuso el historiador francés, concepto que no tuvo mucho eco en el mundo académico (García, 2014 [1998]: 328). Sin embargo, es lamentable que en México en la segunda mitad del siglo XX los estudios universitarios de historia se desvincularan de la geografía, siendo que en la mayoría de las universidades del mundo las dos disciplinas han permanecido íntimamente conectadas. En términos académicos e institucionales, por largo tiempo la geografía y la historia han sido disciplinas hermanas. La visión espacial y la temporal deben ir juntas y se estimulan mutuamente, pero esto se fue perdiendo en México, probablemente por el peso que tiene la historia “de bronce” y el discurso militar y político. Pero aun esas especialidades requieren de mapas e imágenes de confrontaciones, batallas, movimientos militares estratégicos, fronteras y límites políticos.
Desde la perspectiva de la historia ambiental y de la geografía histórica es como se han vinculado más los estudios del pasado con los del espacio. Como se ha subrayado en párrafos anteriores, tiene mucho que ver con las experiencias empíricas en el terreno y con el conocimiento regional y local. (Van Young, 1989) El término de paisaje, tomado de la historia del arte y la geografía cultural se convirtió en un enfoque clave para los estudios regionales y locales. Comprende la descripción de las interrelaciones entre los hombres y el medio, con especial atención al impacto de aquéllos en éste, según García Martínez.[2]
Para México sin duda han sido trascendentes las obras del geógrafo Robert West, un notable estudioso de temas de minería, geografía histórica e historia económica, al igual que las obras de Peter Gerhard, con sus invaluables pistas documentales y de fuentes para la historia regional colonial. Se podrían citar igualmente otros eruditos geógrafos y obras que profundizaron en la historia regional, la cartografía, la demografía histórica y los cambios de los asentamientos humanos. En ese sentido los trabajos regionales han mostrado cómo fueron fundamentales las transformaciones que se dieron a partir de la reubicación de los poblados indígenas en el siglo XVI, o sea el proceso de las “congregaciones”.[3]
Sin duda el científico social debe conocer los espacios geográficos y económicos en los que han vivido por siglos ciertas poblaciones, o que habitan hoy los grupos que se estudian. Ese conocimiento es fundamental para las ciencias sociales y las nuevas tecnologías como las utilizadas en el Laboratorio SIG del CIESAS representan un valioso apoyo para la investigación. Sin embargo, no deben suplantar el trabajo de campo, las experiencias físicas de la geografía, el conocimiento de la “realidad tangible”.
Es lamentable que, con frecuencia, se topa uno con total ignorancia del territorio nacional en miembros de grupos sociales que han gozado de una espléndida –al menos costosa– educación. Ni conocen el nombre de las montañas que ven diariamente, mucho menos los de ríos y sus cauces, o los de parajes y regiones. Considero que hay que fomentar en todos los niveles educativos –incluyendo los posgrados académicos– los conocimientos geográficos y la curiosidad por el entorno natural en el que se vive o el que se estudia.
Quizá pueda ser enriquecedor para los seres humanos el dejar por un momento de fijar la mirada en pantallas, o en el GPS del coche y, en cambio, mirar el paisaje, estudiarlo y apreciarlo.
Bibliografía
Burkart, Joseph (1836), Aufenthalt und Reisen in Mexico in den Jahren 1825 bis 1834, 2 vols., Stuttgart, Schweizerbart’s Verlagshandlung. [traducción en proceso en México, Juan Pablos Editores, 2022)
Cramaussel, Chantal (1993), “El mapa de Miera y Pacheco de 1758 y la cartografía temprana del sur del Nuevo México”, en Estudios de Historia Novohispana, núm 13. novohispana.historicas.unam.mx/inde.php/ehn/article/view/3373/2928. Consultado el 5 de abril de 2022.
García Martínez, Bernardo (2014), “En busca de la geografía histórica”, en Bernardo García Martínez B. Tiempos y lugares. Antología de estudios sobre poblamiento, pueblos, ganadería y geografía en México, pp. 327-364. [artículo originalmente publicado en 1998 en Relaciones: Estudios de Historia y Sociedad, XIX, [75] 1998, pp. 25- 58.]
Mühlenpfordt, Eduardo (1993), Ensayo de una descripción fiel de la República de Méjico, con especial referencia a su geografía, etnografía y estadística. El Estado de Oaxaca, México, Codex Editores.
Van Young, Eric (1989), La ciudad y el campo en el México del siglo XVIII. La economía rural de la región de Guadalajara , 1675-1820, México, Fondo de Cultura Económica.
Von Mentz, Brígida (1988), Pueblos de indios, mestizos y mulatos. Los campesinos y las transformaciones protoindustriales en el poniente de Morelos, México, CIESAS.
——————– (2008), Cuauhnáhuac 1450-1675. Su historia indígena y documentos en ‘mexicano’. Cambio y continuidad de una cultura nahua, México, M.A. Porrúa.
——————– (2010), “Bases sociales de la insurgencia en las regiones mineras y azucareras del sur de la capital novohispana (1810-1812)” en: Desacatos, núm. 34, pp. 27-60.
——————– (2017a), Señoríos indígenas y reales de minas en el norte de Guerrero y comarcas vecinas. Etnicidad, minería y comercio. Temas de historia económica y social, del Periodo Clásico al siglo XVIII, México, CIESAS-Juan Pablos Editores.
——————– (2017b), “Topónimos y cronología: Notas sobre una puerta distinta al estudio del pasado”, en Historia Mexicana, El Colegio de México, México, vol. LXVII: 1, núm. 265, pp. 7-60.
Ward, Henry George (1981), México en 1827, México, Fondo de Cultura Económica, Biblioteca Americana.
- En 2008 se abrió en el CIESAS de la Ciudad de México el primer laboratorio de Sistemas de Información Geográfica con el nombre de AntropoSIG, en 2019 se cambió a Programa Especial de Sistemas de Información Geográfica para las Ciencias Sociales y Humanidades, ProSig-CSH (nota del editor). ↑
- García Martínez, Bernardo (2014) [1998]: 328, cita al geógrafo Carl Troll (1950) y el concepto de paisaje como objeto propio, como una “unidad orgánica”. ↑
- García Martínez op. cit. : 331, cita como innovadoras las obras de Trautmann del proyecto Pueblo- Tlaxcala. ↑