Lucía Bazán: tiempos de gestión

Carlos Macías[1]
CIESAS Peninsular

Han pasado 52 años desde que el Centro de Investigaciones Superiores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (CIS-INAH), abrió sus puertas en el sur de la Ciudad de México. Las calles y aceras estrechas de Tlalpan —desde la calzada del mismo nombre hasta la salida a El Calvario; y desde San Fernando hasta el callejón San Marcos—, atesoran sucesivas etapas de un pasado que reúne casi cinco siglos.

La etapa más reciente de Tlalpan, el último medio siglo, vio nacer, crecer y arraigarse una institución académica expansiva (con cinco inmuebles distribuidos) que, de modo simultáneo, fue replicando vasos comunicantes perdurables hacia seis entidades federales, con base en esfuerzos múltiples. A diferencia de siglos anteriores, en esta última etapa no se trató del claustro de alguna institución eclesiástica, como dictó alguna vez la tradición tlalpense.

El crecimiento horizontal del CIESAS, hoy con escala multiregional, no sólo puede explicarse a partir de las iniciativas, talentos y sacrificios de sus impulsores. Se explica particularmente con base en la probada pertinencia de sus programas: por atender el abanico omnipresente de necesidades educativas y sociales del país y de sus fronteras, susceptibles de ser abordadas desde la investigación comprometida (antropología, lingüística indoamericana, etnohistoria, historia y campos de conocimiento afines), la formación de especialistas y el consecuente despliegue difusor y divulgador con propósitos —diríase hoy— de incidencia, mismas que han definido a nuestro Centro desde su creación.

Por su historia, por su estabilidad interna, por el compromiso de su comunidad, por la cobertura multidisciplinaria, por el acompañamiento de procesos regionales, y, en una palabra, por su pertinencia, a 52 años de su creación, el CIESAS puede ser preciado —permítasenos el ánimo celebratorio— como un Centro Público de culto, dentro del Sistema Nacional de Centros Públicos (SNCP).

En la primera ola

En ocasión del número dedicado por esta publicación a nuestra querida colega, la Dra. Lucía Bazán Levy, agradecemos la invitación que nos extendió la Dra. Margarita Estrada para colaborar en la colección valiosa de estampas extraídas de la trayectoria dilatada de nuestra ex Directora Académica. La presencia de Lucía en el Centro nos remite al primer día en que asistió para colaborar en un proyecto, justo la mañana del jueves 1 de noviembre de 1973, día de todos los santos, en el marco de aquella fase fundacional del CIS-INAH, que se enderezó hacia la formación de personal en investigación en las vertientes novedosas de la antropología.

Otros autores rememorarán probablemente las actividades de Lucía durante las primeras dos décadas, entre las cuales destacó, por fecunda, aquella experiencia conjunta transcurrida en campo (1978-1979) para conocer de cerca la condición de los trabajadores del calzado de León, Guanajuato, en tiempos de despliegue del sindicalismo independiente en México, un proyecto que se desarrolló al lado de Margarita Estrada, Raúl Nieto, Sergio Sánchez y Minerva Villanueva.

Como fruto del aprendizaje y proceso de maduración de esa experiencia se publicó, entre otros resultados, aquel libro colectivo ilustrado con la figura de una bota antigua, muy probablemente del siglo XIX, publicado bajo el sello de la Casa Chata, con el título La situación de los obreros del calzado en León. Guanajuato.

Esa línea de interés la llevó a revisar la ruta que recién abría el libro de Larissa Lomnitz, al actualizar la noción de marginalidad dentro de las ciencias sociales, en la edición de Siglo XXI, aparecida en 1975 bajo el título Cómo sobreviven los marginados. Para Lucía y para la mayoría de los estudiosos de los espacios obreros y fabriles en las ciudades, durante las décadas de 1970 y 1980, resultaba insoslayable también la incorporación de la sociología francesa, en lo que podemos definir como el proceso de robustecimiento de los estudios urbanos. Como señaló Lucía, habría que reconocer que dentro del CIESAS permanecían atentas también a esa discusión al menos Luisa Gabayet, Mercedes González de la Rocha, Cecilia Sheridan y Margarita Estrada.

El resultado de aquel interés renovado de Lucía se tradujo en la obra Vivienda para los obreros. Reproducción de clase y condiciones urbanas, que presentó en la colección Miguel Othón de Mendizábal, de la Casa Chata, en 1991. Al revisarlo, apreciamos que se trató de un estudio enfocado en la entonces delegación Azcapotzalco, justo en el espacio habitacional que el Infonavit erigió en la antigua hacienda El Rosario, que tendía a ser populoso y se había edificado entre 1972 y 1976.

Imposible eludir —imaginamos— la huellas decisivas que habían dejado las décadas de 1940 a 1960, porque precipitaron en México un proceso intenso de urbanización, que vio crecer de modo notable la zona metropolitana a lo ancho y a lo largo del valle de Anáhuac. Atrás quedaron, ante la nueva capa de asfalto, los afluentes menguantes de fundamento prehispánico; mientras se entubaba lo que quedaba del canal de La Viga (1949), los ríos Consulado (1942), la Piedad (1950), Becerra y Mixcoac (1960), desaparecía también de la escena el prolongado río Churubusco, casi al mismo tiempo en que llegaban los grandes televisores en blanco y negro a los hogares metropolitanos.

Tal transformación urbana mayor, incluso, fue dotada de sus primeras líneas de transporte subterráneo —con la perforación de túneles donde antes hubo cuerpos de agua—, para ataviar al Distrito de la Federación con trazas de cosmopolitismo y lucimiento ante la secuencia festiva que representó una Olimpiada y un Mundial de futbol.

El hecho a resaltar en esta rememoración fue que, para la mayoría de las personas, esa realidad urbana difícilmente solía acompañarse de un proceso razonado y, mucho menos, articulado. Emergió más bien como efecto de la experiencia sensible en las personas inmigrantes en la metrópoli entre 1950 y 1970, ya fuera como gente procedente del interior de la República (el caso de Lucía) o como nacidos acá en primera generación (nuestro caso). Y en ese carácter, algunos nos asomamos hacia las múltiples aristas que acompañaban al auge urbano y —desde luego— suburbano. Lucía, oriunda de Colima y avecindada en la ciudad de México, de modo temprano, abordó esas transformaciones desde la investigación social, habilitada con las herramientas que por entonces ofrecía la antropología.

Entendemos que el balance conceptual maduro que se desprendió de aquel itinerario personal y del contraste con diversos autores que abordaron problemas asociados, Lucía lo compendió —entre otras publicaciones— en el capítulo dedicado a revisar la relación entre familia y trabajo en la antropología: el libro colectivo titulado La urdimbre doméstica. Textos en torno a la familia (CIESAS, 2019), que escribió al lado de Margarita Estrada y Georgina Rojas.

A finales de la década de 1990, Lucía había insistido en el papel central de las relaciones familiares como recurso frente a las recurrentes crisis económicas en México (ponencia en LASA 1998, Trabajo, familia y comunidad); y en tal sentido, había escrito con Margarita Estrada el oportuno artículo “Los errores de dicembre y los aciertos familiares”.

Como si se tratase de un cierre propicio, previo al arribo de la pandemia de COVID-19, en La urdimbre doméstica Lucía recupera la línea que antes había iniciado con las transiciones de la familia campesina, como base para caracterizar mejor el empleo industrial, sus implicaciones y, por tanto, la dinámica que acompaña a la familia obrera urbana, habilitada por un conjunto de recursos dirigidos a la reproducción, la sobrevivencia y, de ser posible, al crecimiento.

En esa caracterización, la reseña de la obra que realiza Patricia Arias —conocedora del trabajo de Lucía desde la década de 1970—, opta por destacar como conclusión la idea de que “los impactos del desempleo masculino [estaban siendo] enfrentados de manera diferente por hombres y mujeres y se [estaban plasmando] en usos cambiantes de los espacios domésticos, arreglos laborales y comunitarios que han dado lugar a nuevas configuraciones y tensiones ante escenarios cargados de incertidumbre”.

El lustro reciente

Por lo que a nosotros corresponde, queremos referirnos en especial al lustro más reciente, un periodo afortunado en el que tuvimos la oportunidad de compartir responsabilidades de gestión del Centro con Lucía. Contaba con la experiencia de la coordinación de un posgrado y de la responsabilidad directiva en la Unidad Ciudad de México.

Al asumir la Dirección Académica, en 2019, Lucía había activado desde el Consejo Técnico Consultivo (CTC) la reflexión dentro del Sistema Nacional CIESAS acerca de la necesidad de revisar y reagrupar las Líneas de Investigación (casi 20 por entonces), para compactarlas —si se nos permite el término—, mediante la identificación de nuevas afinidades inter-Sede.

Para ello, el CTC conformó una comisión, según recordamos, en la que participaron de manera propositiva Efrén Sandoval y José Luis Escalona, con la colaboración decisiva de Ludka de Gortari, entonces directora regional en la Ciudad México, quien en el 2018 había organizado diversos encuentros con responsables de instituciones públicas, para explorar nuevas formas de colaboración en beneficio de los proyectos y programas.

Al asumir el suscrito la Dirección General, el 27 de octubre de 2020, en la parte alta de la pandemia, los trabajos habían concluido, pues la revisión de las Líneas de Investigación daba cuenta del reagrupamiento: en un primer momento (febrero de 2020), la lista de Líneas se redujo a ocho, pero ésta se consolidó hasta quedar en 12 (abril de 2020), además de una categoría que se definió como “otras”. Quedaron 13 en total, mismas que desde entonces muestra el sitio web. Lucía expuso la convicción de que es a partir de la mejor integración de las Líneas, más allá de las líneas de especialización de los posgrados, donde se puede procurar con eficacia un mejor funcionamiento del Sistema Nacional CIESAS.

Sostenemos que todas las instituciones públicas, particularmente las abocadas al fomento de la ciencia y la tecnología, atraviesan de modo sucesivo por periodos de innovación/expansión y, por contraste, de consolidación/contención. Contra lo que pudiera pensarse, es el segundo tipo de periodos el que exige de un mayor escrúpulo en la planificación, atención, seguimiento y revisión puntual de resultados, encaminados a garantizar la optimización de los recursos limitados y a ensanchar las oportunidades que se propician y/o se presentan.

Hubo una coincidencia central con Lucía, al encabezar la Dirección Académica, en el sentido de repensar la responsabilidad directiva, en particular para promover nuevas colaboraciones inter-Sede en proyectos de investigación. Por lo regular, se piensa que sólo corresponde a las personas investigadoras asumir la iniciativa para proponer nuevos grupos de trabajo y proyectos conjuntos. Convenimos, entre responsables directivos, en que existía un espacio de gestión susceptible de mejorarse, destinado a proponer e inducir dicha colaboración, ya fuera mediante el boletín creado por la Dirección de Vinculación en 2021, o mediante mecanismos múltiples de comunicación y retroalimentación.

Estaba ahí, difusa, la convicción de que requeríamos introducir acciones que tendieran a incentivar la mayor participación del personal de investigación en la vida académica del CIESAS, inquietud que recogió con puntualidad la directora regional de la Ciudad de México, Georgina Rojas, al abrir las sesiones calendarizadas del café e impulsar —al lado de Margarita Estrada— el boletín Este Mes, mismo que de manera ágil recogiera el conjunto dinámico mensual de actividades y eventos de la Sede.

Hoy podemos decir que —con el concurso activo del personal de investigación— el CIESAS ha logrado ocupar en el periodo 2023-2024 la sexta posición a nivel nacional en número de proyectos Pronace (18: detrás de la UNAM, la UdeG, la UAM, el IPN y el ECOSUR) y a ocupar en el mismo periodo la cuarta posición nacional por monto de recursos autorizados (77 millones de pesos, detrás de la UNAM, el IPN y la Fundación IMSS). Este 2025 nos han autorizado más de una veintena de proyectos en las diversas convocatorias de la SECIHTI, y ahora el reto mayor del Centro es ofrecer las mejores condiciones para ejercer la adecuada administración de éstos en la modalidad bienal.

Cuando se comparten propósitos en pro de la mejora de la gestión de una institución académica, uno puede intentar abrir caminos que la labor de investigación no suele sugerirle. No es de extrañar que a Lucía le costara trabajo lidiar con los formatos preelaborados del programa institucional, basado en la metodología del marco lógico y el árbol de problemas, que disponen el planteamiento de objetivos, estrategias y acciones puntuales, para trabajar en los informes sucesivos con los indicadores derivados. Pero el hecho fue que el CIESAS resultó ser el segundo Centro en publicar su programa institucional en el Diario Oficial de la Federación (14 de junio, 2022).

Lucía poseía el temperamento y la experiencia para presentarse airosa en la visita de las siete casas —tomamos su frase—, y permanecer en asiento al menos cinco horas en cada Pleno, para escuchar con paciencia los avances en proyectos y en programas de posgrado, durante la temporada otoñal de cada año. Con progresiva delgadez, con un equipaje que se resistía a soltar en los aeropuertos, como completando una misión en el CIESAS, Lucía recorrió con entusiasmo entre 2022 y 2023 cada una de las unidades; le gustaba estar ahí, para acercarse a los plenos, para poder compartir su visión sobre la agenda académica.

Según mi impresión, Lucía disfrutaba especialmente los viajes a Guadalajara y a Xalapa. A la primera ciudad, probablemente porque se sentía a sus anchas, en terreno filial, con todo lo que ello representa de familiaridad y conocimiento cercano de colimota. Nadie como ella para explicar cómo se preparan las pacholas, ni para compartir la historia de la radiofonía en Colima. Ella disfrutaba también especialmente los viajes a Xalapa, aunque en este caso no sabría precisar por qué. Y aquí aventuro: quizá porque debíamos viajar en carretera, lo cual permitía conversaciones entretenidas. De la obligada parada en Italian Coffee, casi al llegar a Puebla, no nos deteníamos sino hasta llegar a Xalapa. Y eso permitía que Francisco Fernández de Castro, nuestra Claudia González, Lucía y yo, conversáramos y compartiéramos gustos musicales. Por alguna razón generacional, Lucía y yo casi siempre coincidíamos.

Un flanco nada académico del intercambio conversacional con Lucía, pero esencial, se relacionó con temas de salud. Pienso que nuestras conversaciones arribaron a reflexiones que caben perfectamente en cualquier experiencia humana que busque comprender la esencia de la vida. Como fruto de tales charlas, por ejemplo, podríamos asegurar categóricamente que el síndrome de intestino irritable no tiene que ver con el intestino, y mucho menos sólo con el colon. Que hay una relación recíproca que incluye centralmente al cerebro, y que la forma en que éste se relaciona con el aparato digestivo es decisiva para el bienestar integral de las personas.

Lejos pretender arrogarnos el descubrimiento del hilo negro, razonábamos que —en males digestivos— la culpa no la tienen las bacterias buenas que se dejan colonizar por las bacterias malas, y que ni siquiera la culpa la tenía el trigo con su gluten, que por su capacidad meteórica para la fermentación, afecta las paredes y la mucosa intestinal, creando un caos y una erosión maligna. El culpable, en todo caso, suele ser el incontrolable cortisol, que hace de la suyas en todo el sistema, hasta el punto de meterle problemas incluso a la serotonina, que tiene que ir y venir al cerebro, desde la glándula suprarrenal, es decir, desde los riñones. Y que para tratar de poner en orden todo, por ejemplo, ese neurotransmisor (la serotonina) —nos decíamos— esas hormonas (el cortisol y la melatonina) y esos aminoácidos, habría que adoptar la dieta FODMAP de la Universidad de Monash en Australia, que mete en cintura a los alimentos conocidos como fermentables, oligosacáridos y polioles. Era demasiado. Con el entender desde las ciencias sociales, Lucía y yo aterrizamos al final en la conclusión básica de que —en las lides del trabajo académico cotidiano— lo importante radicaba en esforzarse cada día por estar bien y, en lo posible, por tratar de permanecer así.

Deben creernos que las habilidades de Lucía, en cualquier conversación, incluían la anticipación: solía adivinar o leer con los labios la palabra esperada, antes de ser pronunciada por su interlocutor. Podría pensarse que era un ejercicio para la agilidad mental, pero más bien creemos que lo hacía por empatía, al pronunciarlo con gracia. Por ello, a veces con discreción, a veces no, solía pronunciar con énfasis anticipado la terminación de las expresiones a escuchar. Fuera por conversación, o por ideas, era evidente que ella había recorrido antes —varias veces—, argumentos o propuestas similares a las que escuchaba.


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