Carolina Peláez González
Universidad Autónoma Metropolitana, Xochimilco
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Mujeres pelando camarón. Foto: Carolina Paléz González.
Las pesquerías industriales del atún y el camarón son actualmente las principales pesquerías en México, siendo las de mayor valor económico (INEGI, 2019). La pesca del camarón generó en 2020 entre 250 y 470 millones de dólares en exportaciones a Estados Unidos, Japón y Canadá.[1] En el noroeste de México, los estados de Sinaloa y Sonora concentran el 90% de la flota camaronera (Conapesca, 2013) y 50% de la atunera (PINSA, 2022).
En el parque industrial pesquero Alfredo V. Bonfil, ubicado en Mazatlán, Sinaloa, y conocido por los oriundos el puerto como el Bonfil, descansan la mayoría de las embarcaciones para pesca de altura y se desarrolla los procesos de empaque, clasificación y congelamiento del camarón. En este mismo espacio podemos encontrar a la empresa atunera más grande en Latinoamérica conocida como Grupo PINSA,[2] única en su ramo por abarcar todos los procesos de pesca, procesamiento, congelado y comercialización. Ambas pesquerías son una de las principales fuentes de empleo tanto en el estado como en el puerto, junto con las actividades turísticas.
Dentro de las actividades alrededor de la pesca de altura, la participación laboral de hombres y mujeres en el sector industrial pesquero está marcada por una fuerte división sexual del trabajo: los hombres pescan en alta mar o realizan trabajos que requieren de fuerza física en tierra, como el desembarque del camarón o del pescado; y las mujeres trabajan empacando el crustáceo, procesando pescado y vendiendo camarón o comida en los muelles pesqueros. En general, la fuerza de trabajo masculina representa en la pesca el 89.1% y mayor participación que las mujeres, el 10.9% que representan lo hacen en las actividades como propietarias, familiares y otros trabajos sin percibir un pago de forma periódica (INEGI, 2019).
En los siguientes párrafos me enfocaré en presentar el trabajo de las mujeres en el parque industrial Alfredo V. Bonfil, un espacio que encarna de forma cotidiana las principales actividades que realizan las mujeres en el procesamiento del atún y camarón para su comercialización. Mi intención es profundizar sobre las actividades laborales en la pesca y la segregación sexo/genérica que configuran a las actividades pesqueras. Detrás de la segregación por sexo en los espacios laborales se encuentra un entramado de significados, prácticas y relaciones que conforman ciertas culturas laborales y reproducen en la particularidad de sus contextos espacios de resistencia. Descolonizar nuestros marcos conceptuales implica preguntarse y cuestionar la homogeneidad que muchas veces imponen nuestros conceptos, cerrando la puerta para observar los significados y experiencias de las mujeres.
Las mujeres que trabajan en el Bonfil
Olivieri (1953) señala que a principios de la década de los años cincuenta del siglo XX existían en el país 25 congeladoras de camarón, de las cuales 11 se encontraban en el estado de Sinaloa y siete en Sonora. Dentro de estas plantas, el 60% de los trabajadores eran mujeres que, como menciona el autor, representaban una mano de obra barata y abundante. Las tareas que realizaban eran la limpieza, clasificación, empaque y acarreo. Actualmente estas actividades las siguen realizando únicamente las mujeres.
La fuerza de trabajo femenina sostiene una gran parte del sector pesquero en México, si bien no en términos de porcentaje, las actividades en las áreas de manufactura, procesamiento y venta son claves para su mantenimiento. La mano de obra de las mujeres en el procesamiento de atún representa cerca del 80% del total de empleos para PINSA y las congeladoras de camarón (Peláez, 2012). Por lo que es fuente importante de empleo para este sector de la población en Mazatlán. De igual forma, seguimos encontrando que los trabajos de clasificación, descabezado y limpieza del camarón recae en manos únicamente de las mujeres. Así como, la venta de alimentos en los puestos (pequeñas tiendas) fuera de las procesadoras, empacadoras y congeladora también se encuentra a cargo de ellas.
El Bonfil ha sido, desde hace casi un siglo, lugar de encuentros y espacio de familias dedicadas a la pesca de altura, es un entorno laboral que se constituye como una cultura marítima particular, en el que las relaciones de género son un elemento constitutivo de su reproducción y configuración social. Desde hace más de diez años que he realizado mi trabajo de campo en este parque industrial, y me gusta pensarlo como un microcosmos, resultado del entrelazamiento de las personas que lo habitan y las entidades no-humanas que lo conforman (barcos, animales marítimos, redes, olores, etc.). Una cultura que sobrevive de la mano de las problemáticas que atañen a este sector como resultado de la sobrexplotación de los recursos marítimos y un manejo pesquero insostenible a lo largo del tiempo.
Como muelle y parque industrial pesquero, el Bonfil le hace honor a los imaginarios que recorren la literatura mexicana sobre los espacios marítimos y las representaciones en torno a los hombres de mar y las mujeres que se quedan en tierra.[3] Recordemos la pluma excepcional de José Revueltas en su clásico cuento Dormir en tierra (1999), donde las representaciones de las mujeres que habitan los márgenes espaciales entre mar y tierra como los muelles pesqueros, se encuentran engullidas por un lugar donde la buena moral en el puerto se cuestiona. Una representación dual: son las esposas o prostitutas las que esperan en los muelles.
Mujeres trabajadoras en el Bonfil. Foto: Carolina Peláez González.
El Bonfil se percibe en el puerto de Mazatlán como espacio de práctica sexual, drogadicción y alcoholismo, lugar donde los pescadores regresan y buscan desahogar el aislamiento social de los días en altamar a través de los cuerpos de las mujeres. Lugar donde la degradación social se expresa en sus olores de putrefacción resultado de los desechos, una mezcla de aceite, diésel y pescados o camarones descompuestos; la ausencia de drenaje se fusiona con la sesión térmica de más 40 grados en verano. Estas representaciones sobre la vida social en el parque Bonfil se expresan en las continuas notas de los periódicos del puerto, donde la sexualidad es un tema recurrente que se busca controlar, junto con otras prácticas consideradas como desviaciones sociales:
“Aseguran que en el Parque Bonfil se vende droga, alcohol, y hay prostitución”
(El Debate, 2014).
“Denuncian que Parque Bonfil se vuelve ‘table dance’ de noche”
(El Noroeste, 2015).
“Piden terminar con prostitución y robos en el Parque Bonfil”
(Luznoticias, 2016).
Esta mirada de las mujeres en el y del muelle como grupo homogéneo, que se define per-se por su ubicación espacial y asignación sexo-genérica, no puede estar más alejada de la realidad social que viven cotidianamente las personas en el parque industrial. Las mujeres que trabajan en el parque Bonfil están lejos de ser ese sujeto que espera de forma pasiva a recibir un pago, e incluso cuando se trata de decidir sobre su propio cuerpo. Son mujeres que se encuentran y resisten desde los márgenes que, como señala Mohanty (2010), son producidos a través de las mismas relaciones en las que participan y son sujetos implicados en su configuración. Por ello, quisiera compartir tres breves historias que considero representan la vida y forma de organización del trabajo de las mujeres en el parque industrial Alfredo V. Bonfil: el trabajo de puestera, empacadora y/o clasificadora de camarón y limpiadora de pescado.
Primera historia. La Cachimba de Mary
En los puestos de comida del muelle circulan palabras consideradas altisonantes, bromas, risas, gritos y anécdotas cotidianas, acciones que en sociedades como la mexicana nos han enseñado a “moderar” a las mujeres como una forma de silenciar y controlar nuestros cuerpos y palabras. Este control corporal se transgrede continuamente a través del comportamiento cotidiano de las puesteras, como se les conoce a las mujeres que tienen su negocio de comida en el muelle. Como lo señaló Mary, amiga, cómplice de trabajo de campo y dueña de un puesto de comida: “aquí en el muelle soy Mary Cachimbas pero allá afuera soy María del Refugio. A veces no sé cuál soy, pero yo creo que soy Mary la Cachimba porque aquí (en el muelle) soy más feliz, me siento más libre”-[4]
Mary, como muchas otras mujeres, proviene de una familia dedicada a la pesca. Su padre era pescador, su hermana empacadora y clasificadora de camarón. Ella en algún momento de su vida también se dedicó al empaque y es, desde hace más de una década, vendedora de comida. Su trayectoria de vida ha transcurrido alrededor de la pesca y ha encontrado un refugio y fuente laboral en el muelle, después de llegar al Bonfil huyendo de la violencia doméstica por parte de su exesposo, obligándola a separarse de sus hijos.
Mary lidia entre el dolor de una realidad que inicia en las orillas del Bonfil, que le recuerda que en un contexto patriarcal las mujeres no tenemos el derecho de decidir por nuestras vidas y libertad frente al mandato de la maternidad y el matrimonio. Muchas veces, el huir de la violencia de género se castiga con la expulsión del ámbito familiar. Sin embargo, Mary en el muelle tiene la posibilidad de ser otra, una que no se preocupa por modular la voz, sabe que puede tomarse una cerveza sin ser criticada, establecer relaciones de amistad y de pareja. Mientras atiende en un horario de 7 a 19 horas sin detenerse un momento, especialmente durante la temporada de reparación de las embarcaciones.
Las puesteras comparten historias similares a las de Mary, provienen de contextos de extrema pobreza, violencia y/o abandono por parte de las parejas. La mayoría son madres solteras o representan el principal ingreso de sus familias, están a cargo del cuidado de menores o adultos mayores. Han encontrado en la venta de comida una fuente de empleo y pertenencia al muelle como mujeres que viven también entre mar y tierra, que participan en la constitución económica y sociocultural del muelle.
Las puesteras han resistido en los últimos años a permanecer en el muelle, a pesar de los intentos por retirar los puestos de comida por parte de grupos empresariales y organizaciones no gubernamentales, argumentando una “mala imagen” de la zona y necesidad de limpieza. Lo que me recuerda al clásico trabajo de Mary Douglas, Pureza y peligro, donde la autora señala la relación entre contaminación y peligro sexual cuando los ordenamientos de género se desquebrajan en algunas situaciones.
Segunda historia. Empacando camarón desde la infancia
Claudia es la hija mayor entre cinco hermanos, comenzó a empacar camarón desde la edad de 11 años, orillada por las carencias económicas en su hogar. Conocía el trabajo del empaque gracias a que su padre era chofer en una congeladora en el muelle. Entre ambos solventaron los gastos y lograron que algunos de sus hermanos y hermanas terminaran una carrera profesional. Cumpliendo el mandato de la hermana mayor, Claudia dejó de lado su formación escolar y comenzó desde muy pequeña a formarse en este oficio.
Dentro del empaque de camarón, existen también jerarquías que dependen de las habilidades corpóreas y sensoriales desarrolladas para identificar los diferentes tipos y tamaños de camarón con la vista y el tacto. Dichas habilidades sensoriales son las mejor pagadas, a diferencia de trabajadoras que únicamente pelan o descabezan el camarón. Esto se debe a que el pago dentro del empaque se realiza a destajo, por lo que los ritmos de productividad y el volumen de producción son importantes.
Claudia señala que en el empaque de camarón la edad de incorporación a edades temprana es importante, se considera que entre más joven ingresen las mujeres a este trabajo, mayor capacidad obtendrán para aprender y desarrollar las habilidades corporales que el trabajo demanda. Por ello, es que las redes familiares juegan un papel fundamental para mantenerse y ascender, siendo llevadas por hermanas, madres, tías, que serán las encargadas de enseñar el manejo que debe tener el camarón y buscar que la generación de empacadoras continúe. El no poder transmitir el oficio a otras generaciones es un aspecto que Claudia narra con tristeza, el orgullo por sus habilidades corporales desarrolladas a lo largo de su vida es un aspecto valorado por ella. Saberes y conocimientos que no podrá transmitir a otras mujeres de su propia red familiar.
Existen diversos factores que han influido en que las nuevas generaciones desistan de continuar en este tipo de trabajo. La primera es el efecto de la expansión educativa en el país, donde las mujeres han tenido un mayor acceso a la educación y tienen mayores niveles de escolaridad, por lo que prefieren acceder a empleos más estables, que no dependan de la temporada de veda del camarón y, sobre todo, menos desgastantes. Este trabajo y el de la limpieza del atún implican una jornada laboral a intensos ritmos de trabajo y estar todo el tiempo de pie. Un segundo factor que ha influido es el crecimiento del sector turístico en la zona que representa la principal fuente de empleo directo e indirecto en el puerto de Mazatlán, por lo que la búsqueda de trabajo se perfila hacia las oportunidades que este sector ofrece.
El empaque es un trabajo precario, las mujeres no perciben seguridad social, sueldos fijos y viven en una continua incertidumbre laboral porque en la temporada de veda se quedan sin empleo y las ganancias dependerán del volumen de captura de los barcos, las cuales han tendido a disminuir debido a la sobrexplotación.
Tercera historia. Limpiando pescado en PINSA
Lorena es una mujer joven, al momento de la entrevista en 2014, tenía alrededor de 26 años, madre de dos hijos, ella y su esposo trabajaban en la procesadora de PINSA. A diferencia de las empacadoras de camarón, las limpiadoras de atún que laboran en esta empresa tienen seguridad social y prestaciones sociales, como derecho a vivienda, entre otras. Una estrategia para adquirir una casa de interés social es entrar a limpiar pescado a esta empresa, ya que aproximadamente a los seis meses cotizan para adquirir un pequeño inmueble en la periferia de la ciudad, donde la mayoría de las trabajadoras vive. Al igual que Mary y Claudia, Lorena proviene también de un contexto de pobreza, pero, a diferencia de las otras dos trabajadoras, ella no tiene una red familiar que la introdujera al ámbito pesquero en el puerto. Aquí también los ritmos de trabajo son intensos, se cuenta con un salario mínimo, pero se obtienen bonos de productividad, que dependerán de la rapidez para limpiar: aquí lo háptico y lo visual se fusionan como habilidad laboral valorada por el capital. Las limpiadoras tienen que implementar un conjunto de técnicas corporales para aprender a ejecutar el trabajo: aprender a usar sus manos, entrenar el olfato para detectar sustancias tóxicas y entrenar al cuerpo para estar varias horas de pie, porque, a diferencia del empaque de camarón, este trabajo se realiza todo el año.
Dentro de la procesadora son las mujeres de la limpieza del atún quienes reciben mejor pago, sumando los bonos de productividad. Por ejemplo, Lorena representa el principal ingreso del hogar, ya que su esposo trabaja como obrero comodín en la procesadora, esto quiere decir que suple al personal que se ausenta. A pesar de que la limpieza de pescado y empacado de camarón es un trabajo que, dentro de su contexto, representa la obtención de un ingreso mayor al que oferta el mercado laboral regional para personas con bajos niveles de escolaridad, las mujeres que trabajan en el muelle viven el estigma cotidiano de la “mala fama” (Peláez, 2012) como señalamiento de la posibilidad de una práctica sexual recurrente y un rechazo por el olor a pescado y camarón que se adhiere a sus cuerpos (Peláez, 2016). Las mujeres en el muelle resisten desde el ruido y sus bromas, desafían al orden establecido desde lo percibido como lo “altisonante”. Sus cuerpos son explotados al ritmo de capital, cada segundo cuenta, pero han encontrado en la convivencia cotidiana entre mar y tierra un espacio donde el ordenamiento de género sobre cómo deber comportarse una mujer se trastoca desde la práctica.
Bibliografía
Comisión Nacional de Pesca (2013), Anuario Estadístico de Acuacultura y Pesca 2013, México, Conapesca.
El Debate (2014), “Aseguran que en el Parque Bonfil se vende droga, alcohol, y hay prostitución”. https://www.debate.com.mx/mazatlan/Aseguran-que-en-el-Parque-Bonfil-se-vende-droga-alcohol-y-hay-prostitucion–20140127-0139.html [consultado el 17 de febrero de 2022].
El Noroeste (2015), “Denuncian que Parque Bonfil se vuelve ‘table dance’ de noche”. https://www.noroeste.com.mx/buen-vivir/denuncian-que-parque-bonfil-se-vuelve-table-dance-de-noche-HPNO862566 [consultado el 17 de febrero de 2022].
La Luznoticias (2016), “Piden terminar con prostitución y robos en el Parque Bonfil”. https://www.luznoticias.mx/2016-07-31/sinaloa/piden-terminar-con-prostitucion-y-robos-en-el-parque-bonfil/7617 [consultado el 17 de febrero de 2022].
Instituto Nacional de Estadística y Geografía (2021), “Pesca y acuicultura”, Censos Económicos 2019, INEGI: https://www.inegi.org.mx/contenidos/productos/prod_serv/contenidos/espanol/bvinegi/productos/nueva_estruc/702825198978.pdf [consultado el 17 de febrero de 2022].
Mohanty, Chandra (2010), “Bajo los Ojos de Occidente: Feminismo Académico y Discursos Coloniales”, en Descolonizando el feminismo: teorías y prácticas desde los márgenes, Liliana Suárez Navaz y Rosalva Aída Hernández Castillo (eds.), en Cátedra, pp. 112-161.
Olivieri, Aldo (1953), La industria de la pesca y congelación del camarón en el noroeste de México, s.l., Instituto Tecnológico de México,
Peláez, Carolina (2012), “Hacerse una obrera de PINSA: análisis de las diferencias de género a través de los chismes y acciones de estigmatización en trabajadoras del procesamiento y limpieza del atún en Mazatlán, Sinaloa”, Tesis para obtener el grado de Maestra en Estudios de Género por el Centro de Estudios de Género de El Colegio de México.
—————— (2016), “Un mar de vergüenza y asco. Experiencias laborales de limpiadoras de pescado”, en Emociones, afectos y sociología. Diálogos desde la investigación social y la interdisciplina, México, IIS-UNAM.
PINSA (2022), Historia de Grupo PINSA: https://www.grupopinsa.mx/ [consultado el 17 de febrero de 2022].
Revueltas, José (1999), “Dormir en tierra”, en La palabra sagrada, prólogo y selección de José Agustín, Ediciones Era, pp. 17-42.
Rubín, Ramón (1998), Cuentos de mar y tierra. Antología, Sinaloa, Universidad de Occidente-El Colegio de Sinaloa, pp. 496.
- Consultar la página de Fishery Improvement Project Progress Tracking Database and Tools: https://fisheryprogress.org/fip-profile/mexican-pacific-shrimp-bottom-trawl ↑
- Para mayor información de la empresa consulte: https://www.grupopinsa.mx ↑
- Un ejemplo de esto son los cuentos de Ramón Rubí (1998) sobre las diversas culturas marítimas a lo largo del Pacífico mexicano. ↑
- Si desean conocer más a Mary la Cachimba pueden consultar los siguientes links en la plataforma de Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=WwvzKBDQce0, https://www.youtube.com/watch?v=sc2k0Ay_t0o, https://www.youtube.com/watch?v=mj2w6HChnHA ↑