Nayeli Stanfield Becerril[1]
Escuela de Música del Rock a la Palabra

Sister Rosetta Tharpe posando con una guitarra en 1938. Fotografía: James J. Kriegsmann vía Wikimedia Commons.
Resumen
En este artículo busco generar una reflexión sobre el papel histórico y actual de las mujeres en la música, en donde las creadoras han enfrentado exclusión de los espacios de composición, dirección e interpretación, así como una invisibilización sistemática que ha privilegiado la narrativa masculina como referente universal del arte. Las mujeres han sorteado barreras culturales y sociales para abrirse camino, aportando no solo talento artístico, sino discursos de emancipación y denuncia. Figuras emblemáticas del blues, jazz, rock, compositoras, intérpretes, directoras y productoras, representan símbolos de resistencia contra un sistema patriarcal que las ha relegado de los espacios de creación, legitimación y difusión artística. Esta exclusión ha provocado una gran asimetría en la narrativa histórica, que incluye la doble exigencia que enfrentan las artistas, sometidas a estándares de imagen y performance más altos que los hombres. Frente a este panorama, llamamos a transformar el imaginario colectivo, reconociendo el trabajo de las mujeres en todos los géneros y épocas. La música no solo es una manifestación artística, sino una herramienta de transformación social y un medio para la construcción cultural más igualitaria y justa.
Palabras clave: música, mujeres, feminismo, brechas, desigualdad
Nota: Al final de este artículo aparece una playlist donde se puede escuchar la música de todas (o casi todas) las artistas mencionadas aquí; espero que la disfruten los lectores.
La música: espejo de la sociedad
El arte es una manifestación del espíritu y la condición humana, y dentro de todas sus expresiones, la música es una de las más antiguas y ha adquirido un papel crucial a lo largo de la historia. ¿Es posible imaginar a la civilización humana sin ella?
La música como expresión artística ha tomado un lugar clave, al reflejar realidades e imaginarios culturales de cada sociedad, ha servido como vehículo de expresión emocional y puente para comprender, denunciar y enfrentar problemáticas sociales. Es una disciplina eminentemente social, una manifestación viva y dinámica que ha acompañado a la humanidad desde épocas ancestrales, forjando identidades y cohesionando a los grupos humanos. Es por ello que la red de relaciones que constituye es compleja y significativa.
La música es una forma de expresión cultural, pero también es un reflejo del contexto social, político e ideológico. Al observar más de cerca esta dimensión social, emerge una realidad más compleja; en la música se manifiestan no solo intereses comunes de creación artística, sino que también se convierte en un medio de protesta y denuncia contra sistemas de opresión económica y social. En este sentido, la música refleja las relaciones de poder y desigualdad entre mujeres y hombres, así como las contradicciones entre clases sociales.
El sistema capitalista patriarcal guarda dentro de sí un entramado de pirámides. Como dice el Subcomandante Marcos en un discurso reciente en las comunidades zapatistas: “el capitalismo es la pirámide madre, la que bajo su sombra y jerarquía ha visto nacer y crecer otras pirámides, entre ellas el patriarcado, la destrucción de la naturaleza, las guerras… y hay que destruir cualquier pirámide, todas las pirámides” (Henríquez, 2025).
En respuesta al régimen de opresión patriarcal de las distintas etapas de la historia, surgieron diversos movimientos emancipatorios de mujeres gestados desde fines del siglo XVIII —sin llamarles aun feminismo— que impugnaron los patrones y normas patriarcales.
Una de las primeras reivindicaciones del feminismo fue la autonomía personal de las mujeres y la resignificación de la realidad desde sí mismas, de sus intereses y valoración, en contra de los abusos de poder y las múltiples formas de violencia. Un pensamiento transgresor y opuesto a la dicotomía patriarcal que vincula lo femenino con la emocionalidad y lo masculino con la razón.
Nacido de la Ilustración, “el feminismo es el conjunto de ideas, teorías, agenda y prácticas políticas, que han guiado y guían la defensa de la igualdad y la ciudadanía de las mujeres, así como la abrogación sistemática del antes inargumentado y asumido privilegio masculino en la sociedad” (Valcárcel, 2019: 11).
El arte feminista recupera la noción introducida por la pensadora Kate Millett, en la que “lo personal es político”, que reivindica lo subjetivo, el performance como práctica y la apropiación de la esfera pública (Gamba y Diz, 2019).
El movimiento feminista recibe la herencia de las sufragistas, pero también se enriquece con la reflexión filosófica de Simone de Beauvoir en El segundo sexo, sobre el significado de ser mujer desde la otredad. Inaugura el carácter interdisciplinar del feminismo, que ya no se dedicará sólo “a la reivindicación, sino que indagará en todas las ciencias y disciplinas de la cultura y el conocimiento” (Varela, 2019: 68).
En el presente artículo, analizaré el papel que han desempeñado las mujeres en la música, tanto en el ámbito clásico como en el popular, poniendo énfasis en las brechas de desigualdad, la discriminación y exclusión que persisten. Hablaré de mujeres exponentes en el blues, jazz y rock, incluyendo a creadoras mexicanas. Con este análisis busco aportar una semilla a la reflexión sobre el lugar que hemos ocupado las mujeres en la música a lo largo de la historia, como compositoras, cantantes, instrumentistas, docentes, productoras o directoras, sorteando un camino sinuoso, pero generando espacios que poco a poco van abriendo la senda para las que vienen, y cerrando la brecha de desigualdad.
Las brechas de género
Entendemos la cultura como un sistema de valores regido por normas que pueden ser escritas o no escritas (consuetudinarias), y que reflejan las expectativas determinadas por comportamientos y roles que se esperan de las mujeres y los hombres en cada sociedad. En todas las sociedades estos roles están asociados a oportunidades diferenciadas para ambos sexos, pero también a un mayor reconocimiento y valoración social de lo masculino. Se espera que los hombres cumplan el rol de proveedores y se desarrollen en el ámbito público-productivo, político y, por supuesto, artístico. Por el contrario, el rol de las mujeres se ha vinculado históricamente con el ámbito privado, reproductivo-doméstico y de cuidados, el cual no recibe remuneración y es socialmente menos valorado.
A lo largo de la historia, el androcentrismo ha dominado el conocimiento humano, incluyendo la creación musical. Las mujeres han sido relegadas de los espacios de creación, legitimación y difusión artística y, pese a una participación activa en la producción cultural desde tiempos antiguos, han sido invisibilizadas, privilegiando la voz masculina como referente universal del arte. Esta exclusión ha provocado una gran asimetría en la narrativa histórica; por ejemplo, en el ámbito musical clásico, rara vez se mencionan figuras femeninas contemporáneas a Mozart, Debussy o Shostakóvich, o se nos ocurren menos nombres de mujeres al pensar en rock o blues.
Actualmente, a pesar de los logros alcanzados en materia de paridad de género, en la industria musical contemporánea persiste una marcada brecha de desigualdad e invisibilización del talento femenino. Igualmente han sido marginadas del relato oficial otras creadoras en disciplinas como la pintura, la escultura o la literatura. Esta omisión no responde a una ausencia de mujeres en dichos campos, sino a la indiferencia sobre su papel como agentes culturales activas, reduciendo su rol al de “musas”, intérpretes o acompañantes, perpetuando así un modelo de exclusión que hoy persiste.
En pleno siglo XXI, en países como Afganistán, el régimen talibán prohíbe la música por considerarla inmoral, en especial la interpretada por mujeres. La ausencia del arte y la música ha provocado la pérdida de la libertad de expresión y el debilitamiento de la identidad cultural, así como el retorno a costumbres conservadoras de opresión hacia las mujeres (Dawood, 2025). En algunos países de África, y también en México, hay comunidades donde las mujeres tienen prohibido tocar ciertos instrumentos rituales exclusivos de los hombres. Pero hay trabajos que recuperan el papel de la mujer en la historia musical:
En el contexto urbano mexicano, la autora Citlalli Ulloa analiza desde una perspectiva de género las oportunidades y obstáculos de desarrollo profesional que han tenido las directoras de orquesta y las instrumentistas en el ámbito de la música de concierto, su invisibilización en la historia de la música mexicana, la exclusión y desprecio por sus composiciones por la idea de que la mujer “no sirve para componer», dado que supuestamente es una tarea que implica a la razón y por lo tanto pertenece al mundo masculino. (Flores Mercado, 2009: 181)
La dirección de orquesta —cerrada a las mujeres por siglos y que poco a poco ha comenzado a abrirse— es un ejemplo paradigmático de cómo la música institucional ha sido un campo plagado de obstáculos para las mujeres que apenas pudieron ingresar a los conservatorios, en la mayoría del mundo occidental, hasta el siglo XIX. (Bitrán, 2022: 6)
Otra autora señala, además:
En la historia de las músicas mexicanas no es extraño encontrar frases como: “fue la primera mujer en dirigir una orquesta en el país”. Afirmaciones semejantes aparecen desde el último tercio del siglo XIX y hasta bien entrado el siglo XX asociadas a nombres como María Garfias (1849-1918), Julia Alonso (1891-1977), Sofía Cancino (1897-1982) o Esperanza Pulido (1900-1991). Claramente no todas ellas pudieron ser la primera en dirigir una orquesta, pero más allá de las imprecisiones históricas, estos dichos revelan lo sorprendente y extraordinario que era para la comunidad que una mujer tomara la batuta y se pusiera al frente de un ensamble de músicos. Lo fue en el siglo XIX, en el XX y, en buena medida, sigue siéndolo hoy en día […] Estas apariciones fugaces sumadas unas con otras fueron el germen para que algunas mujeres después de ellas intentaran transitar el camino de la dirección orquestal como profesión. (Muñoz, 2022: 41, 46)
Hoy en día podemos encontrar nombres de compositoras y directoras con gran relevancia, como Gabriela Díaz Alatriste, Alondra de la Parra, Ana Lara, Georgina Derbez o Cristina García Islas, entre muchas otras. Mujeres cuyos nombres representan la constancia en la lucha incansable por superar los obstáculos del machismo en nuestra sociedad.
Dirigir una orquesta es un reto complejo para cualquiera, ya que exige años de estudio y preparación, y acceso a espacios que permitan mostrar sus habilidades y propuestas musicales. La dificultad radica en que es un rol de liderazgo vinculado al poder, con muy pocas oportunidades disponibles y donde también influyen las redes de contacto y, en parte, la suerte:
Una mujer que toma la batuta tiene por lo general que demostrar excelencia a un nivel que no necesariamente se exige a un varón, porque la profesión está cifrada como masculina. Las oportunidades son pocas y, cuando las hay, la mirada y apreciación de los colegas y del público tienden a estar marcadas por la idea de que, si están dispuestas a ingresar a una profesión “masculina” entonces tienen que ser excepcionales. Ser directora, a diferencia de ser director, plantea el reto de resignificar el imaginario social sobre la profesión. (Muñoz, 2022: 51)
Este problema no es exclusivo del ámbito de la música clásica, sino que está presente en todas las expresiones musicales.
Recientemente, en la música popular (como el pop, rock o regional), se ha debatido sobre las diferencias entre los shows de mujeres y hombres. Los conciertos de mujeres suelen incluir producciones complejas: iluminación sofisticada, cambios de vestuario, coreografías elaboradas y alta exigencia. En contraste, muchos intérpretes masculinos —sobre todo en géneros como el rap o urbano— pueden presentarse con una producción sencilla, vestimenta informal y actitud relajada, sin que esto se perciba como falta de profesionalismo. Esta diferencia responde a estereotipos de género y es la desigualdad simbólica, que impone mayores exigencias a las mujeres en cuanto a imagen, habilidades y performance.
En contextos más tradicionales, como la música indígena de México, las mujeres en comunidades enfrentan también múltiples obstáculos para desarrollarse, derivadas de una combinación de estructuras patriarcales, roles de género tradicionales y desigualdades socioeconómicas.
La transmisión de los saberes musicales —desde el solfeo hasta el dominio de repertorios y técnicas instrumentales— se organiza en linajes masculinos que excluyen o subordinan a las mujeres, como se ha documentado en las bandas de viento p’urhépecha (Flores Mercado, 2009). Aunque han emergido experiencias que quiebran estas barreras —por ejemplo, mujeres tzeltales que interpretan música ancestral tradicionalmente reservada a los hombres, o casos individuales como el de Esmeralda Santiz en Chiapas— estas irrupciones suelen afrontar resistencias comunitarias, estigmatización y condiciones materiales adversas (Fuentes, 2019; Santos, 2020). El panorama se hace más complejo por la doble discriminación —de género y pertenencia étnica— reproducida tanto en el ámbito comunitario como en la industria cultural nacional, donde persisten lógicas racistas que segmentan, exotizan o invisibilizan sus producciones musicales, configurando “otro techo de cristal” en el campo sonoro mexicano (Salvador y García, 2019; Tipa, 2025). En resumen, la marginación de las mujeres indígenas músicas no se debe a una falta de talento o iniciativa, sino a un régimen histórico de exclusión que controla el acceso a los saberes, les ha negado espacios en ceremonias comunitarias y ha dificultado que puedan desarrollarse profesionalmente o ser reconocidas por su trabajo.
Podemos darnos cuenta de que en todos los ámbitos musicales, en el mundo clásico, contemporáneo, popular o tradicional, en diversos países, épocas y en todos los géneros, el silenciamiento y la brecha es evidente, ¿qué podemos hacer para borrarla o por lo menos reducirla?
Cantantes, compositoras y activistas
Actualmente, al analizar la publicidad, los medios de comunicación mainstream o los carteles de festivales y conciertos, encontramos una escasa —y a veces nula— representación de mujeres. Para transformar el imaginario colectivo, cuestionar los estereotipos de género y fomentar una sociedad más equitativa es necesario hablar sobre esta falta de reconocimiento, exigir paridad, buscar referentes femeninos (que no han sido pocos) y apostar por su visibilización, tanto en la música, como en otras disciplinas del arte y el conocimiento.
Si buscamos, nombramos y reconocemos la labor de las mujeres en todas las disciplinas artísticas, estamos forjando un camino para las nuevas y viejas generaciones que verán, en esos nombres, los referentes para un cambio estructural de la forma en la que entendemos el arte, el mundo y las relaciones sociales.
En todos los géneros, subgéneros, épocas y latitudes hay un sinfín de mujeres que han forjado y siguen forjando el camino para todas. Nombraré algunas que han sido emblemáticas en los géneros del blues, jazz y rock, de habla inglesa y en México, sin dejar de lado a algunas que actualmente ejercen una gran labor artística y de gestión, que no necesariamente son parte del mainstream.
En el Blues
Los orígenes del blues y del jazz los encontramos en la etapa de la esclavitud en lo que ahora son los Estados Unidos en los siglos XVIII y XIX, y tienen sus antecedentes en el canto gospel, que representaba una forma de preservar los rituales religiosos de la cultura ancestral, pero también una forma resistencia frente a la segregación racial y social de los afroamericanos en el sur de aquel país.
El blues ha sido la música que mejor sintetiza y expresa las vivencias y sentimientos de la comunidad afroamericana. Y dentro del él, las mujeres han tenido un papel muy importante en el discurso de emancipación, denuncia y lucha por sus derechos. Sus biografías, a menudo llenas de complicaciones, violencia y sufrimiento, son ejemplos de confrontación con una sociedad que las oprime por su condición de mujeres negras (Gili, 2023).
Dos de ellas pioneras del género, de finales del siglo XIX a mediados del siglo XX, son Ma Rainey (1886-1939) y Bessie Smith (1894-1937). Ma Rainey es considerada prácticamente la primera gran figura del blues y se le conoce como «La Madre del Blues». También fue la mentora de Bessie Smith, a quien se le conoce como «La Emperatriz del Blues». Ambas allanaron el camino para que las mujeres fueran realmente escuchadas y comprendidas, lo que llevó su música a un nuevo nivel de expresión emocional; de ahí el nacimiento del blues. Después de ellas, otra mujer influyente en la escena del blues fue Billie Holiday, a quien se le conoce como «La Primera Dama del Blues», y también consiguió un reconocimiento significativo en el género del swing. A medida que Holiday se hacía cada vez más popular, los estilos musicales del swing y el jazz comenzaban a surgir de las influencias del blues (Musicmil, 2025).

Billie Holiday en el Club Downbeat, un club de jazz en New York, ca. 1947. Fotografía: William P. Gottlieb vía Wikimedia Commons
Otras grandes cantantes de aquella época (entre finales del siglo XIX y llegando hasta finales del XX) fueron Clara Smith, Mamie Smith, Alberta Hunter, Beulah Thomas (más conocida como Sippie Wallace), Memphis Minnie, Lucille Bogan, Louise BlueLu Barker, Victoria Spivey, Ida Cox, Sister Rosetta Tharpe y Big Mama Thornton. Siguen las que vivieron durante la transición al siglo XXI, como Ruth Brown, Koko Taylor, Carrie Smith, Aretha Franklin, Etta James, Peylia Parham (también conocida como Sugar Pie DeSanto), Hadda Brooks (pianista y cantante considerada como la “Reina del Boogie”), y las que pertenecen a la corriente del blues contemporáneo, que actualmente siguen creando y realizando conciertos, como Bonnie Raitt, Susan Tedeschi, Shemekia Copeland, Tracy Nelson, Samantha Fish, Dani Wilde, Ruthie Foster, Beth Hart, Joanne Shaw Taylor, Ana Popovic, Sakura S’Aida, entre otras.
En el jazz
Toda una estirpe de grandes cantantes se forjó en el jazz a partir del desarrollo del blues, como género hermano, también caracterizado por presencia afroamericana en sus inicios y que poco a poco se universalizó. Son cientos de mujeres que dejaron huella en la historia del jazz desde sus inicios hasta la actualidad, pero hablar de todas ellas implicaría varios artículos, así que nombraré a las más emblemáticas. Desde los orígenes encontramos a la triada perfecta: Ella Fitzgerald, Billie Holiday y Sarah Vaughan, las madres del jazz. Después tenemos a Nina Simone, Betty Carter, Shirley Horn, Helen Humes, Dinah Washington, Anita O’Day, Carmen McRae y Peggy Lee.
También es importante hablar de las instrumentistas. Según el documental Women in Jazz: The instrumentalists, narrado por la pianista Marian McPartland (1984), la oportunidad de las mujeres para tocar instrumentos de aliento llegó con las big bands que reinaron los años treinta. Para esa época ya se conocía la pianista Joannie Rice, y sabemos que en 1937 surgió la primera big band de mujeres: The International Sweethearts of Rythm (ISR), que también resultó ser la primera banda de integración racial femenina. Melba Liston fue una “trombonista, arreglista y compositora, que a mediados de los cuarenta estudiaba y colaboraba con los grandes nombres del jazz, como Dexter Gordon, Dizzy Gillespie y John Coltrane. Otra figura interesante fue Lil’ Hardin, la segunda esposa de Louis Armstrong, quien impulsó al trompetista a crear sus propios proyectos, y trabajó como su representante, en una época en la que las mujeres deberían permanecer en casa” (Romero, 2021). Después surgen los nombres de Alice Coltrane, compositora y multiinstrumentista, y Mary Lou Williams, pianista y fundadora de Mary Records (1957), que se considera la primera disquera y productora impulsada y concebida por una mujer.

Retrato de Mary Lou Williams, New York, N.Y. ca. 1946. Fotografía: William P. Gottlieb vía Wikimedia Commons.
Actualmente, encontramos a cientos de mujeres que han sobresalido como cantantes, compositoras, instrumentistas o productoras en este género a lo largo y ancho del mundo, como la inigualable Amy Winehouse (que dejó una huella imborrable no sólo en el jazz, sino en el soul, rythm and blues y reggae, entre otros géneros), Norah Jones, Cécile McLorin Salvant, Rachelle Ferrell, Jazzmeia Horn, Madeleine Peyroux, Nicole Atkins, Diana Krall, Cassandra Wilson, Cyrille Aimée, Gretchen Parlato, Esperanza Spalding, Melody Gardot, Thana Alexa, Roberta Gambarini, Veronica Swift, Liz Wright, entre otras.
En el rock
Surgido a mitad de siglo XX en la etapa de la postguerra, el rock se conoce como una expresión cultural de la juventud en Estados Unidos con un claro sentido de rebeldía y transgresión. Y aunque prevaleció su carácter predominantemente masculino, que ha pasado a formar parte del imaginario social de la cultura occidental (Sales-Delgado, 2010), encontramos a muchas mujeres que son referentes de este movimiento contracultural, desafiando al mismo tiempo las estructuras capitalistas y machistas.
Hablaremos primero de algunas figuras del rock anglosajón. Mujeres como Janis Joplin, Grace Slick, Patti Smith, Joan Jett, y Debbie Harry (de Blondie) son íconos que rompieron barreras. También bandas formadas exclusivamente por mujeres, como The Runaways (con Lita Ford y Cherrie Currie), The Go-Gos, The Bangles, y Vixen, una banda de hard rock y heavy metal, quienes lograron éxito comercial y ayudaron a cambiar la percepción de las mujeres en el rock. Cindy Lauper, o la baterista Meg White (de los White Stripes), Maureen Moe Tucker (compositora, cantante y baterista de The Velvet Underground), Courtney Love (líder de la banda Hole), Christine McVie y Stevie Nicks —que fueron parte de la banda Fleetwood Mac y desarrollaron una cercana amistad a lo largo de su carrera—, Tina Turner, Diana Ross, Linda Ronstadt, Carol King, Alanis Morissette, Joni Mitchell, Mahalia Jackson, Linda Perry (quien además de haber sido cantante de las 4 Non Blondes, es una de las compositoras más importantes de pop/rock de los noventas y dosmiles). Igualmente encontramos a Tina Weymouth, bajista y fundadora de la banda Talking Heads, la cantante Brenda Lee y Dolly Parton (Mancilla, 2020). Y actualmente, grupos como Wolf Alice con Ellie Rowsell, Paramore con Hayley Williams, Halestorm con Lizzy Hale, y Screaming Females con Marissa Paternoster.
También hay que nombrar a figuras como Madonna, Christina Aguilera, Alicia Keys o Lady Gaga que, si bien no pertenecen a la escena rockera específicamente, han tenido colaboraciones con artistas del género y se han destacado también por su labor como productoras y compositoras durante décadas. La presencia de mujeres en el rock actual es vibrante y diversa, abarcando desde el pop-rock hasta el metal, con artistas que están dejando su huella en la escena musical.
En México
En el contexto del rock mexicano, aunque la industria musical fue más restrictiva, emergieron figuras como Norma Valdés, de Las Mary Jets, considerada la primera banda de rock femenino en México. Las Chic´s fueron un cuarteto integrado por Rocío Gardel, Silvia Verania Garcel, Rosita Loperena y Mayita Loperena. Después podemos nombrar a Julissa, considerada uno de los máximos símbolos de la juventud de la época y que también fue actriz, Olivia Molina, Angélica María, y Baby Bátiz, que, con su hermano Javier, fue pieza clave en el desarrollo del rock mexicano (Mireille, 2022). Les siguieron Nina Galindo, Maru Enríquez, Emilia Almazán, Marisela Durazo, Hebe Rosell, María Eva Avilés, Laura Abitia, Leticia Servín, Nayeli Nesme, Rosa Adame, Rita Guerrero, entre otras (Estrada, 2008), y Tere Estrada, que no solo se desempeña en la música sino como socióloga e investigadora, y es autora de una obra fundamental para conocer la historia del rock en México desde un enfoque de género: Sirenas al ataque, que retoma 70 años de historia sobre las mujeres que impulsaron el rock en nuestro país y que contiene una cronología narrada, testimonios y una amplia discografía, y de donde he obtenido algunos nombres para el presente artículo.
Betsy Pecanins, conocida como la reina del blues en México, centró su carrera en ese género, pero también interpretó otros como la canción ranchera, el jazz y el rap. Las bandas The Warning, Las Ultrasónicas, Las Fokin Biches, Las Rebel Cats, Girls Go Ska, Hot Maries y artistas como Jessy Bulbo, Ely Guerra, Penny Pacheco y Andrea Echeverri, han planteado narrativas sobre la libertad, el amor y la violencia contra las mujeres, desde el rock y el punk, rompiendo estereotipos y apropiándose de la escena del país y del mundo.

Betsy Pecanins y Nay Stanfield en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, 23 de Julio de 2016. En las guitarras: Felipe Souza y Jorge García Montemayor. Foto: Rafael Arriaga
Y si vamos a otros géneros que han marcado los caminos de la rebeldía femenina, nos encontramos desde las mujeres pioneras de la nueva canción como Amparo Ochoa o Judith Reyes hasta artistas contemporáneas como Vivir Quintana, Mare Advertencia, Lirika o Renee Goust. El himno «Canción sin miedo», compuesto por Vivir Quintana, ha sido un claro ejemplo del poder de la música para generar conciencia transformadora. En el jazz tenemos a mujeres como Iraida Noriega, Cecilia Toussaint y Magos Herrera que son grandes referentes de este género en nuestro país; Silvana Estrada, Lila Downs, Natalia Lafourcade, Eugenia León, Julieta Venegas, Ingrid Beaujean, Jenny Beaujean, Leika Mochán, Claudia Arellano, Laura Itandehui, Susana Harp y Flor Amargo, que fusionan géneros como el jazz, bolero, pop y alternativo. Y cantantes y compositoras de la escena independiente que navegan sobre diversos géneros entre el soul, folk, indie, rap, pop, electrónica y jazz encontramos a Laura Murcia, Karina Galicia, Zeiba Kuicani, Bere Contreras, Elo Vit, Gabriela Bernal, Verónica Ruiz, Marica, Geo Equihua, Luz Varela, el coro femenino El Palomar, Mon de León, Elis Paprika, Andrea LP, Danna Garay, Elizabeth Meza, Amanda Tovalín, Ana Díaz, Nancy Zamher, Maya Burns y Zaira Franco, entre muchas otras. También instrumentistas y compositoras que están marcando caminos, como Dulce Resillas, Carolina Mercado, Jhoely Garay, Karla Molkovich, Abril Sánchez, Ana Ruiz y Nur Slim (Cabrera, 2025).

Festival “Sirenas al Ataque”, en el Monumento a la Revolución. Ciudad de México, Marzo de 2025. Fotografía de Mariana San Nicolás Leyva. Fuente: https://soundcheck.com.mx/sirenas-al-ataque-las-rockeras-mexicanas-toman-el-monumento-a-la-revolucion/
Los nuevos horizontes
Así, entre la maleza y los caminos sinuosos, rompiendo estereotipos, derribando obstáculos, prejuicios e invisibilización, infinidad de mujeres van abriéndose paso para tomar un lugar central en la música y en las actividades vinculadas a ella, que funciona, entonces, no solo como una manifestación artística, sino como un instrumento de transformación social, un archivo vivo de luchas, una voz colectiva que ha resistido al silencio, y es por eso que hablamos, componemos, cantamos, gritamos y exigimos.
Yo les invito a escuchar, con oídos y corazón, todo lo que tienen que decir y han dicho estas y otras mujeres que, con su arte, transforman las almas y los corazones de quien se acerca. En un país marcado por la violencia patriarcal y la desigualdad social, la música ha logrado trazar caminos de esperanza, rebeldía y dignidad. Una forma de seguir fortaleciendo las voces de estas mujeres es dándoles el micrófono y la batuta, para poder imaginar futuros posibles en donde su música siga rompiendo las barreras del silencio.
Playlist con las artistas mencionadas en el artículo: https://youtube.com/playlist?list=PLLhJNtbCucn2Jl49o0e2YPdFB3rUOeVTg&si=wfSavv2zrxYvX2FV
O utiliza tu teléfono celular para acceder, a través de este código QR.
Referencias
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Dawood, S. (2025, 06 de febrero). Under the Taliban, Afghanistan’s musicians have fallen silent. Index on Censorship, 53.04. https://www.indexoncensorship.org/2025/02/afghanistan-taliban-music-banned-musicians-exile-silent/
Estrada, T. (2008). Sirenas al ataque: Historia de las mujeres rockeras mexicanas. Editorial Océano.
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