Gabriela Solís Robleda
CIESAS Peninsular
Hildeberto Martínez en homenaje a Luis Reyes García.
Fotografía de Teresa Rojas Rabiela. Archivo TRR. (2019)
Muy difícil me resulta plasmar en papel los sentimientos que surgen ante la ausencia de una persona entrañable, fundamental en mi formación profesional y muy querido amigo, Hildeberto Martínez, y más aún cuando he utilizado siempre un tipo de escritura que deliberadamente no es propicia para ello. Hago mi mejor esfuerzo porque el caso lo amerita y el maestro lo merece.
Conocí a Hildeberto cuando impartió un curso en la licenciatura en Etnohistoria que yo cursaba en la ENAH. Luego, siendo yo todavía estudiante, tuve la gran oportunidad de integrarme en 1980 a un proyecto colectivo que él dirigía en el CIESAS sobre un señorío de doble cabecera, Tecamachalco y Quecholac, en el actual estado de Puebla. A diferencia de otras opciones que se me presentaron, en este caso no lo pensé dos veces y cambié mi proyecto de tesis que, como me parecía lógico, se centraba en Yucatán, para adecuarme a la temática, enfoque, espacio y tiempo que el proyecto contemplaba.
Si bien ya había entrado en contacto con Hildeberto como maestro de curso, al trabajar con él percibí que su mayor valor docente se daba en el ejercicio mismo de la investigación, enseñando con el ejemplo cotidiano. Asistimos juntos por largo tiempo a la consulta del Archivo General de la Nación realizando el mismo trabajo de acopio de información sin diferencias jerárquicas, mismas que sólo se daban al reconocer el amplio conocimiento que tenía tanto de la teoría como del método utilizado. En ese archivo revisé, por ejemplo, todos los volúmenes del ramo de Mercedes correspondientes al siglo XVI, foja por foja, ubicando y transcribiendo de manera completa y textual todos los documentos concernientes a la zona de estudio. Adquirí destrezas en el ejercicio de la paleografía consultando frecuentes dudas con Hildeberto que al paso del tiempo fueron siendo más esporádicas, constatando que la mejor manera —si no la única— de aprender esta técnica era la práctica directa.
Posteriormente trabajamos por casi un año en el Archivo de Notarías de Puebla y la dinámica diaria era la siguiente. Coincidíamos en la TAPO para tomar el autobús a las 7:00 am. Al llegar a Puebla nos dirigíamos al Archivo donde acopiábamos y transcribíamos documentación sin pausa alguna hasta la hora del cierre del acervo, las 3 pm. Con suerte el tiempo alcanzaba para comprar una torta en la estación de autobuses antes de retornar a la ciudad de México. Si el personal del archivo tenía necesidad de salir, nos dejaban a cargo por la confianza construida con ellos y ser, generalmente, los únicos usuarios.
Seguramente por la importancia que Hildeberto le daba al acopio y registro acucioso y detallado de toda la información que se pudiese recabar para sustentar cualquier análisis, es que algunos colegas han tendido a minusvalorar su trabajo y el de quienes hemos optado por el método que empleaba para investigar. Asumían que el énfasis en el archivo no trascendía a otros niveles de reflexión y análisis. No podían estar más equivocados, pues la discusión sobre el problema estudiado y sus múltiples variables era una constante en diversos espacios formales e informales. Por mencionar alguno de estos espacios, las cuatro horas diarias empleadas en el transporte de ida y retorno a Puebla las dedicábamos a comentar los datos hallados en el día y su relación con la problemática analizada, así como discusiones sobre diversas propuestas explicativas. No faltaba el comentar asuntos de interés general e incluso trivialidades que afianzaron la amistad.
Finalmente, quisiera destacar algunas características del carácter de Hildeberto que en buena medida comparto: no ajustaba sus tiempos a las exigencias evaluadoras de la institución o del SNI; era sumamente crítico de las obras que leía, pero especialmente consigo mismo al ejercer siempre una autocrítica que en ocasiones yo encontraba desmesurada; y su patente indignación ante la pobreza padecida por grupos vulnerables, especialmente de los indígenas, que lo llevaba a cuestionarse la utilidad social de su trabajo. Varias respuestas se planteaban sobre esta última cuestión, pero en general giraban, por un lado, en torno a que del presente surgían los temas que se abordaban y se buscaba su explicación en la comprensión de la raíz del problema, y, por otro, en la validez de plantear preguntas relevantes que generasen conocimiento nuevo.
El deceso de Hildeberto, el reciente fallecimiento de Jesús Ruvalcaba y el anterior de Juan Manuel Pérez Zevallos me han dejado un vacío grande y doloroso. Con los tres compartía una fructífera mirada al quehacer académico y muchos aspectos que definen el sentido de la vida. El único consuelo que queda será tenerlos presentes al recordarlos.