La salud de los pueblos indígenas en tiempos de Covid-19: Antropoceno, antropodemia y estrategias para el sostenimiento de la vida

Rubén Muñoz Martínez
CIESAS (CDMX)
rubmuma@hotmail.com
Academia.edu: https://ciesasdocencia.academia.edu/RubenMu%C3%B1ozMart%C3%ADnez
Researchgate: https://www.researchgate.net/profile/Ruben-Munoz-Martinez


Ilustración elaborada por Ichan Tecolotl.


Los pueblos indígenas de América Latina y de México han llevado a cabo a lo largo de la historia diversas formas de resistencia y acción transformadora ante las múltiples opresiones que, desde la colonización europea, han amenazado su reproducción biológica, social y cultural. No sólo han luchado y luchan por el sostenimiento de sus vidas, diversos colectivos y comunidades indígenas lo hacen también por el sostenimiento de la vida. Me refiero a la resistencia ante procesos significativos de la era geológica llamada “Antropoceno”, ocasionados por el ser humano e intensificados a partir, especialmente, de sus actividades lesivas para el medioambiente vinculadas a la industrialización en el sistema capitalista. Algo que Donna Haraway y Andreas Malm (Haraway, 2015), para evitar cierta despolitización del término, denominarán como capitaloceno. Algunos ejemplos de ello son las luchas contra la deforestación, los megaproyectos, el extractivismo petrolero, las mineras o el narcotráfico. La actual pandemia de Covid-19 no es un fenómeno biomédico o epidemiológico desvinculado de la actividad económica y política del ser humano, se inscribe en la acción antropogénica de un sector de la población mundial[1] sobre el planeta, que imagina y da forma a mundos sociales cuya existencia implica fenómenos como la pérdida masiva de biodiversidad o el calentamiento global.[2] Se trata, en este sentido, de una antropodemia, entendida como una pandemia cuyas condiciones para su emergencia son propiciadas por la actividad ecológicamente dañina de ciertos seres humanos, y cuyo comportamiento, impredeciblemente destructivo y difícil de contener, es potencializado por las relaciones sociales dominantes en el actual sistema mundo capitalista.[3] Sería el actual un periodo epidemiológico antropodémico en el que los grandes avances científicos y humanísticos que permitieron una transición epidemiológica de las enfermedades agudas a las crónicas (al menos para un sector privilegiado de la población) y la promesa de su universalización, son cada vez más inciertos. Pero el Covid-19, en términos epidemiológicos, no es una pandemia, tampoco es una sindemia[4] global, opera como un conjunto de sindemias, con comportamientos locales específicos que dependen de diversos procesos como la gestión política (Mendanhall, 2020) y afectan de manera diferenciada a distintos grupos de población, como es el caso de aquellas personas indígenas con padecimientos previos y en condiciones sociales desfavorecidas.

Sin pretender subestimar la capacidad humana para la acción emancipadora o resistente, en las luchas por la vida la correlación de fuerzas entre las formas de desobediencia y de opresión es con frecuencia desigual. La población indígena en México tiene actualmente los peores indicadores de salud[5] (Muñoz y Sesia, en prensa), así como mayores carencias sociales, comparado con la población no indígena, respecto a, por ejemplo, los servicios básicos en la vivienda, el rezago educativo, el acceso a la seguridad social o a la alimentación (Coneval, 2018). Ambos procesos están íntimamente relacionados. Si observamos algunos aspectos de la prevención y atención en salud, los pueblos indígenas experimentan condicionantes específicos que dificultan su acceso de facto a la información y al sistema de salud, así como una atención adecuada y un seguimiento oportuno. Algunos de estos condicionantes son los siguientes.

a) De tipo lingüístico-cultural

1- Escasa o inexistente información en salud traducida en lenguas indígenas, así como de traductores e intérpretes lingüísticos y culturales en los centros de salud.
2- Infrecuente formación en competencias lingüísticas, culturales y estructurales del personal de salud.
3- Desconfianza en el sistema de salud.
4- Desconocimiento del funcionamiento de la cultura organizacional biomédica.

b) Sociales

1- Discriminación social en los centros de salud por la identidad étnica con repercusiones en el diagnóstico, la atención o el seguimiento oportuno.
2- Escasez de personal médico y centros de salud en las comunidades rurales indígenas.
3- Poca adaptación del sistema público de salud a la población migrante y la alta migración en esta población por necesidades económicas.
4- La violencia del crimen organizado y aquella provocada por conflictos de diverso tipo (territoriales, religiosos, políticos, etc.) que dificulta o impide la llegada del personal de salud a municipios rurales con alta presencia de población indígena (en diversos estados como Chiapas, Guerrero, Chihuahua…).
5- La brecha digital y el desigual acceso a la radio que dificulta obtener información en salud.

c) Económicos
1- Dificultad de costear los viajes al centro de salud (del paciente y sus acompañantes) y la estancia en las ciudades durante los procedimientos médicos, así como la compra de medicamentos o de material médico, o el pago de ciertas pruebas diagnósticas (Muñoz, en prensa). Gran parte de estos condicionantes han operado durante la pandemia respecto a la detección, atención y seguimiento oportuno del Covid-19 (Muñoz y Cortez, 2020; Horbath, 2021), así como de otras enfermedades al añadirse procesos específicos como la desatención masiva provocada por la priorización a la atención del Covid-19 en un contexto de desmantelamiento del sistema público de salud; lo cual tiene un mayor impacto en aquellas personas que no pueden pagar servicios médicos privados y experimentan dificultades previas a la pandemia para acceder a la atención médica.

Si observamos la letalidad del Covid-19 en la población indígena, a comienzos de la pandemia, fue mucho mayor respecto a la población general ya que la proporción de defunciones en casos confirmados fue de 20.4%, lo cual contrasta con el 11% en población general (Horbath, 2021). La tasa de contagio en población indígena fue del 43% frente al 35.4% en los no indígenas (ibidem). Cabe señalar que pocos países de América Latina desagregaron los datos epidemiológicos por etnicidad, dos ejemplos de ellos son Colombia y México (CEPAL, 2020). No obstante, en México existe un gran subregistro ya que se han documentado casos, como en Oaxaca, en los que no se pregunta la adscripción étnica ni si son hablantes de lengua indígena (Barabás, 2020), y en general se obvió el criterio de autoadscripción en el país provocando importantes sesgos (Horbath, 2021); lo cual, desafortunadamente, es una constante a pesar de que diversos organismos internacionales han subrayado la importancia de ello y en 2012 se asumió el compromiso de tener datos con identificación étnica (Muñoz y Sesia, en prensa). Es así que, a pesar de este y de otros tipos de subregistros vinculados a la escasa detección y reporte de casos positivos en el país y especialmente en las zonas rurales, sabemos que hasta el 29 de abril del 2021 se han registrado 19 149 casos de personas que se reconocieron como indígenas con Covid-19, siendo en un 46% hombres y en un 54% mujeres y concentrándose los casos de 25 a 59 años (Secretaría de Salud, 2021). Este no ha sido, sin embargo, un fenómeno exclusivamente urbano. Los factores de protección como el relativo aislamiento territorial de las comunidades rurales tienen sus limitaciones cuando las personas deben salir de sus lugares de residencia a trabajar. En este sentido, desde el comienzo de la pandemia hasta marzo de 2021, en el 85.4% de los municipios indígenas en situación de pobreza (la mayoría menores de 5 000 habitantes) se presentaron casos de Covid-19[6] (Coneval, 2021).

Las condiciones históricas de subordinación social de los pueblos indígenas y sus efectos lesivos para su salud no sólo se dan en el Sur Global del continente americano. La mayor letalidad del Covid-19 en pueblos indígenas también ocurre en otros contextos de América del Norte, como Estados Unidos. Grupos étnicos como el navajo sufrieron de mayor mortalidad por Covid-19 y de un 35.5% de casos, siendo el 9% de la población en Nuevo México. Al igual que sucede en México respecto al impacto diferenciado de ciertas enfermedades, en Estados Unidos tienen mayor prevalencia de enfermedades del corazón, diabetes y obesidad respecto a la población general. También son un número importante de las personas sin hogar en el país (Singer y Rylko-Bauer, 2020). La afectación diferenciada en los pueblos indígenas en términos de prevalencia y letalidad se da a su vez en otras epidemias relacionadas con enfermedades infecciosas, como por ejemplo el VIH, en los contextos del Norte y el Sur global americano (Muñoz, 2021). En este sentido, evitar prestar atención a la interdependencia de las enfermedades epidémicas entre sí y respecto a las condiciones sociales e ideológicas que las producen y/o roturan sirve para crear chivos expiatorios a partir de su causalidad e inevitabilidad (el individuo y su conducta, los grupos sociales y su cultura, la naturaleza histórica de las pandemias, etc.) pero no para resolver los desafíos que suponen, al menos desde una perspectiva de justicia social. Es así que, como mencionan Singer y Rylko-Bauer (2020), la actual pandemia de Covid-19, y sus sinergismos sociales y biológicos, intensifican las desigualdades étnico-raciales en condiciones sociales y económicas que aumentan la vulnerabilidad ante el Covid-19 y otros problemas de salud. Y esto ocurre en un contexto en el que cada vez son más frecuentes las emergencias sanitarias internacionales relacionadas con enfermedades zoonóticas producto de la huella ecológica humana en el planeta.

A diferencia de lo que sucede con otras pandemias, como el VIH, cuyo reconocimiento y respuesta desde los pueblos indígenas es muy puntual,[7] las comunidades y colectivos pertenecientes a diversos grupos étnicos han llevado a cabo múltiples estrategias de mitigación del riesgo de transmisión del Covid-19[8] en el contexto mexicano y de América Latina. Esto puede deberse, entre otros factores, a las características de la transmisión del Covid-19, que, a pesar de su menor letalidad comparativa,[9] evoca la visibilidad de las afectaciones que han sufrido por otros tipos de pandemias a lo largo de la historia; y a las implicaciones políticas y sociales de su reconocimiento como emergencia sanitaria internacional.[10] Las estrategias han comprendido un amplio abanico de modalidades, desde aquellas que interpelan al Estado a partir de la judicialización de la ausencia de información sobre las medidas de prevención en lenguas indígenas, hasta el cierre de las comunidades o el uso de radios comunitarias y medios digitales para la difusión de información sobre el Covid-19 (Cortez et al., 2020). En países como Brasil, Colombia o Venezuela estas estrategias han incluido el levantamiento de datos epidemiológicos y la generación de estadísticas desde las comunidades, así como, por ejemplo, en Brasil o en Ecuador, una fuerte implicación en la movilización digital, en la línea con el activismo existente antes de la pandemia de Covid-19. El objetivo de esta movilización ha sido aportar información sobre los autocuidados, las medidas gubernamentales y los casos locales de Covid-19, y contribuir a la organización de las respuestas comunitarias frente a la crisis (Cultural Survival, 2020; Estarque, 2020, Lado B, 2020, en CEPAL, 2020).

Otras estrategias emblemáticas, en diversos contextos de la región y ante la desatención del Estado, han consistido en la elaboración artesanal de cubrebocas o gel antibacterial, así como en el uso de remedios tradicionales procedentes de la fitoterapia para la prevención y atención, complementados con recursos de la medicina alopática, o el aumento de los partos con parteras tradicionales (CEPAL, 2020).

Finalizaré con tres breves reflexiones dirigidas a la investigación y a la toma de decisiones respecto al derecho a la salud, en tiempos de Covid-19, de los pueblos indígenas.

En la labor investigativa considero que es importante documentar procesos estructurales producidos históricamente que inciden en la vulneración a los pueblos indígenas, pero sin olvidar la existencia, y heterogeneidad, de las estrategias de afrontamiento y de sostenimiento de la vida que llevan a cabo. En la toma de decisiones, es recomendable aprender de dichas estrategias, evaluando su efectividad e incorporándolas en la próxima emergencia sanitaria, fomentando la “memoria pandémica”, algo que ha sido visible en países de África, los cuales, a partir de la experiencia de la polio, han mejorado la respuesta ante el ébola y el Covid-19 (Chomali y Arguello, 2021, en Muñoz y Cortez, 2021). Es imprescindible disponer de datos epidemiológicos desagregados por etnicidad sistemáticos y rigurosos. Son urgentes medidas, cultural y estructuralmente adecuadas, de prevención, detección, atención y seguimiento oportuno del Covid-19 en los pueblos indígenas; así como la erradicación de la marginación social, política y económica en la que actualmente viven, lo cual incluye el constante asedio y despojo territorial y socioambiental al que son sometidos. El Covid-19, y su naturaleza antropogénica, no es sólo una caja de resonancias de las relaciones sociales dominantes que se expresan, en este caso, en las inequidades sociales y en la salud de los pueblos indígenas, también es una oportunidad histórica para afrontarlas.

Bibliografía


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Ciudad de México 23 de diciembre del 2021

  1. Una de las críticas al concepto Antropoceno ha consistido en atribuir a toda la humanidad la actual huella ecológica. En realidad, son ciertos sectores de la población, y en ciertos contextos industrializados, los que producen un mayor impacto ecológico.
  2. Diversos estudios han señalado que las enfermedades pasan cada vez con más frecuencia de los animales no humanos a los humanos, la zoonosis, debido a fenómenos como el calentamiento global o la destrucción de los ecosistemas que provocan que muchos reservorios tengan más contacto con la población humana. Un ejemplo relacionado con la pérdida de biodiversidad lo proporcionan Ostfeld y Keesing (2000) con el denominado “efecto de dilución” al analizar la relación entre la menor biodiversidad y la mayor posibilidad de que las garrapatas se infecten con la bacteria Borrelia burgdorferi, a través de un tipo de ratones que son más frecuentes en bosques con menor biodiversidad, y transmitan la enfermedad de Lyme a los seres humanos. Otro ejemplo vinculado con el calentamiento global lo proporcionan Beyer et al. (2021) al analizar el impacto del efecto invernadero en la modificación de la vegetación de la región del sur de China llamada Yunnan, provocando la existencia de un mayor número de murciélagos en determinados ecosistemas ya que éstos se ven forzados a abandonar sus hábitats de origen, lo cual está asociado con la presencia de un mayor número de coronavirus, y potenciales procesos zoonóticos, en particular con el SARS-CoV-1 y SARS-CoV-2.
  3. Las epidemias a lo largo de la historia de la humanidad han estado vinculadas a las interacciones biosocioculturales del ser humano, entendidas de forma no dicotómica (naturaleza versus cultura). Sin embargo, estos procesos se están acelerando, produciendo nuevas modalidades antropogénicas que representan múltiples amenazas globales (algunas propuestas investigativas sobre esto, de tipo interdisciplinario, impulsadas desde el Norte Global y muy en boga, son las llamadas “Planetary Health”, “Ecohealth” y “One Health). Respecto a las dificultades para su contención y mitigación, un ejemplo evidente lo proporciona la “gestión” internacional de la vacunación contra el Covid-19, y la actual imposibilidad de redistribuir las vacunas de forma equitativa en un sistema cuyo valor principal es, en términos de Harvey (2003), la acumulación por desposesión. En su forma actual dicha distribución se parece más a, retomando el término de Raj Panjabi, un apartheid viral.
  4. En palabras del antropólogo Merrill Singer (1996), sindemia refiere a dos o más enfermedades, u otro tipo de condiciones de salud, que interactúan social y biológicamente produciendo efectos lesivos para la salud de poblaciones específicas. Singer (2009) se plantea si este concepto puede ser aplicado a los animales no humanos, así como su hipotética relación con procesos de zoonosis.
  5. El derecho a la salud de los pueblos indígenas está establecido en el artículo 4° de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y en el artículo 6° de la Ley General de Salud, así como en instrumentos internacionales, como el convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, y la Declaración de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas. Si atendemos a la autoadscripción, un 21.5% de la población en México es indígena (19 millones). Pero hablantes de lengua indígena son el 6.6% de la población (7.2 millones) (INEGI, 2015).
  6. El 69.5% de la población indígena en México se encuentra en situación de pobreza, en contraste con el 39% de la población no indígena. Una de cada cuatro personas indígenas experimenta una situación de pobreza extrema, en contraste con una de cada veinte en la población no indígena. El 85% de los municipios indígenas del país registraron un 70% o más de población en situación de pobreza (Coneval, 2018).
  7. El impacto del VIH en esta población ha sido negado sistemáticamente desde la toma de decisiones y desde amplios sectores de la academia, de la sociedad civil y de las propias comunidades indígenas (Núñez y Ponce, 2015; Muñoz, 2020). A pesar de las escasas respuestas, organizaciones como el Secretariado Internacional de Pueblos Indígenas frente al VIH, la sexualidad y los Derechos Humanos (SIPIA) realizan una labor muy importante en América Latina para colocar en las agendas nacionales e internacionales esta problemática.
  8. También para la continuidad de diversas formas de resistencia social ante las múltiples amenazas que experimentan, pero este punto no será desarrollado aquí.
  9. Este fenómeno, a su vez, puede implicar la negación de la existencia del Covid-19 en ciertas comunidades indígenas (Freyermuth, 2021).
  10. Entre otras se encuentra la llamada desde diversos organismos internacionales a la protección por parte de los Estados de las poblaciones consideradas como vulnerables, entre las cuales están los pueblos indígenas. Considero necesario profundizar en la discusión desde el Sur global, en la línea con lo propuesto por Matta y Moreno (2014) en Brasil, respecto a qué se le denomina emergencia sanitaria internacional, para quién es definida como una emergencia (desde el Norte global), qué incluyen y excluyen los actuales indicadores y por qué otras epidemias o problemáticas que afectan a la salud, y especialmente a la de los sectores más vulnerados de la población, no son consideradas como tales. Algunos estudios sugieren que las respuestas (técnicas y políticas) a las emergencias sanitarias internacionales son más rápidas cuando atañen a ciudadanos estadounidenses (Hoffman y Silverberg, 2018)