La metalurgia prehispánica en Oaxaca

Edith Ortiz Díaz[1]
Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM

Pectoral con flechas.
Fotografía tomada por Eumelia Hernández para Proyecto CONACyT U49839-R, a cargo del Dr. José Luis Ruvalcaba Sil, IF-UNAM, en el Museo de Santo Domingo, Oaxaca, 18 de noviembre de 2007.

Introducción

De acuerdo con la información documental del siglo XVI, los españoles habían extraído oro a las poblaciones indígenas de las Antillas desde su arribo, pero éste era muy escaso (Díaz del Castillo, 1979: Tomo I, p. 18). El oro en las islas era de origen aluvial, es decir, se hallaba entre las arenas y gravas de los ríos que transportaban el mineral (a esos depósitos también se les conoce como placeres). De acuerdo con Torres Trejo, “en éstos el oro se presenta en estado nativo en forma de granos minúsculos (polvo), y en agregados compactos redondeados por el desgaste que sufren al ser transportados; a estas partículas redondeadas se les llama popularmente pepitas” (Torres Trejo, 2017: 20-21). Al entrar en la parte continental de América, los europeos se encontraron con una tradición política más sólida que aquella vista, y también con importantes circuitos de intercambio y de mercado donde la presencia de artefactos de metal era mucho más abundante que lo hallado en el Caribe. De hecho, Cortés y sus huestes iban navegando por el Golfo no sólo para su exploración, sino buscando rescatar oro a trueque de cuentas verdes que llevaban con este propósito (Díaz del Castillo, 1979: Tomo I, p. 28). A pesar de los rescates realizados, las joyas de oro, de acuerdo con los europeos, eran de oro bajo, es decir de pocos quilates de oro puro, pues, justamente, el oro obtenido por los grupos mesoamericanos era, al igual que el de las Antillas, proveniente de placeres. Independientemente de la referencia a la calidad de los artefactos de oro descrita por los españoles, hay que destacar que, en todo el continente americano, el oro, la plata y el cobre, así como las aleaciones entre estos metales, tenían un significado distinto al que se le asignaba en el Viejo Mundo. Las sociedades prehispánicas los consideraban una manifestación del paso del sol en su tránsito a través del día, así como de la luna en sus diferentes etapas y de algunas de las deidades que representaban esos astros. Los grupos precolombinos americanos veían en los metales una expresión de símbolos y creencias compartidas. Asimismo, identificaban al poseedor de estos objetos como alguien sobrenatural, ya que se vestía con los atributos del sol y de la luna.

El conocimiento metalúrgico llegó a Mesoamérica a través de distintos circuitos de intercambio que involucraron Centro y Sudamérica. La vía principal fue a través de la costa del Pacífico alrededor del 800 d. C. (Hosler, 1988: 832). Desde hace ya varias décadas, los investigadores han establecido que los habitantes de la costa de Michoacán y de la costa ecuatoriana mantuvieron redes de contacto y comercio de larga distancia (Bray, 1978; Hosler, 1988; Grinberg, 1987, entre otros). A partir de este primer acercamiento, el trabajo de los metales se fue difundiendo cada vez más en Mesoamérica y alcanzó especial relevancia al inicio del Posclásico tardío (1200 d. C.) cuando los orfebres mesoamericanos ya habían dominado las técnicas metalúrgicas y, por consecuencia, el juego de las aleaciones creaba colores y sonidos particulares y los artefactos respondían a las necesidades de las sociedades mesoamericanas. Las técnicas empleadas para el trabajo de los metales que se practicaron fueron básicamente en frío o a temperatura ambiente, martillándolo o golpeándolo hasta darle la forma deseada, y por calentamiento, es decir, aplicando calor o fuego para transformar el metal de sólido a líquido. El Códice Florentino muestra en algunas de sus láminas el trabajo de los orfebres, donde se representa la hechura del molde de arcilla para la creación de piezas a la cera perdida,[2] así como el fundido del metal en un brasero a través de cañutos (Códice Florentino, s/f, libro IX, ff. 50r, 51r, 51v y 52r).[3]

La arqueometalurgia y la arqueometría

El estado de Oaxaca es uno de los principales lugares donde se han encontrado piezas de metal precolombinas. Los distintos grupos que habitaban la zona sacaban los metales de vetas a flor de tierra, o excavaban a poca profundidad, sin estructuras para contener las paredes. También en placeres, lavando la arena de los ríos utilizando bateas o jícaras. Si bien en la actualidad hay minería, es decir, seguimiento de vetas subterráneas, antes de la llegada de los españoles no hay mayores referencias de este tipo de explotación en el territorio oaxaqueño. Para obtener esas informaciones, la arqueología se ha basado en datos históricos, así como en el estudio de la arqueometalurgia. Ésta es un campo de la arqueología que se enfoca en el análisis de la producción, consumo y uso de los instrumentos metálicos en las civilizaciones antiguas. Abarca desde la investigación de la materia prima hasta los cambios y mejoras en las técnicas de manejo de los metales. Esta rama de la arqueología desde la primera mitad del siglo XX ha estado vinculada a otros campos del conocimiento en donde especialistas en geología, química o física, han colaborado de manera conjunta para entender los antiguos grupos humanos a partir de los metales. La arqueometría se encarga de estudiar, desde la interdisciplinariedad, los materiales arqueológicos y ha permitido responder diversas preguntas sobre la forma de vida, la cultura e incluso la ideología de los grupos humanos del pasado y, en el caso que estamos tratando, sobre la producción metalúrgica y su consumo.

En la Tumba 7 de Monte Albán, Alfonso Caso y su equipo después de hallar más de un centenar de artefactos en oro y plata, así como objetos bimetálicos, entre otros muchos de cerámica, concha y lítica, solicitó la colaboración de distintos especialistas para profundizar en el estudio de los metales. Por ejemplo, el Instituto de Geología de la UNAM analizó diversas piezas en julio de 1932 (Caso, 1967: 405-406), reportando resultados sobre la composición de los objetos. Una cuenta de oro, tomada del número 33 del inventario, reveló estar compuesta por un 62% de oro y un 37.99 % de plata (Caso, 1967: 406). El problema de estos análisis, y por lo que seguramente se descontinuaron, es que se efectuaban con técnicas destructivas. A pesar de todo, lo que sí pudo determinarse desde un inicio fue la complejidad de las tecnologías empleadas para la elaboración de estos objetos, trabajos en frío y con calentamiento, martillado, repujado y a la cera perdida, entre otros. Estas técnicas también son reportadas para el centro de México y, por supuesto, para otras partes del estado de Oaxaca, como en el caso del pectoral de oro de Zaachila o del escudo de Yanhuitlán, el cual además está adornado con teselas de turquesa. Asimismo, el famoso pectoral bimetálico de Teotitlán del Camino.

Ya a finales de siglo XX y para la primera década del XXI, la ciencia arqueológica superó los estudios invasivos o destructivos de los objetos de interés y los equipos para analizar las piezas de metal fueron reduciendo su tamaño, permitiendo que los estudios de estos objetos pudieran ser in situ, es decir, en los museos, bodegas o acervos donde se encuentran estos materiales. En 2007, 32 piezas de oro y 15 objetos de plata fueron analizados por fluorescencia de rayos X (XRF),[4] proporcionando información sobre sus aleaciones (Peñuelas, 2008; Ruvalcaba et al., 2009). Pudimos observar que las aleaciones mixtecas eran bastante estandarizas con un 70% de oro, 20% de plata y un 10% de cobre, y que se diferenciaban de otras zonas de producción metálica del Posclásico tardío, como Tenochtitlan (Ruvalcaba et al., 2009; López y Ruvalcaba, 2017: 118). Desde el punto de vista social y económico, estos resultados indican que los mixtecos del Posclásico tardío eran una sociedad bien organizada y que tenían artesanos de tiempo completo. En este caso, el proceso de extracción de los minerales pudo haber estado controlado por el Estado y eso garantizaba la provisión de la materia prima. Sobre este punto, hay que señalar la diferencia entre las personas que se dedicaban a la extracción y los orfebres. Sobre los primeros, podemos decir que eran especialistas en su campo, ya que el lavado de los metales con bateas de cerámica o madera es un proceso que requiere mucha habilidad y pericia para la recuperación de los granos. Si bien en la mayor parte de los casos los materiales aparecen densos y ya liberados de la roca circundante, requieren también del trabajo de triturado o molido para que el metal deseado quede libre de impurezas que puedan afectar el objeto final.

En cuanto a los orfebres, Sahagún relata lo siguiente: “los oficiales que labran oro son de dos maneras, unos de ellos se llaman martilladores amajadores, porque éstos labran oro de martillo, majando el oro con martillo, para hacerlo delgado como el papel; otros se llaman tlatlalianme, que quiere, que asientan el oro, o alguna cosa en oro o plata [y] que éstos son verdaderos oficiales que por nombre se llaman tolteca; pero están divididos en dos partes porque labran el oro cada uno a su manera” (Sahagún, 1999: 515). Esta descripción bien pudo ser referida también a los grupos de la Mixteca, del valle o de la Costa.

Las excavaciones realizadas por Joyce y su equipo en la cuenca del Río Verde han mostrado que la capital mixteca de Tututepec fue una de las entidades políticas más poderosas del Posclásico tardío en el actual territorio oaxaqueño (Joyce et al., 2004, Levine, 2007; Smith, 2003). Dicho centro exigió tributos de distintas comunidades a lo largo de la costa y tierra adentro y uno de ellos era precisamente el oro (Levine, 2020). Éste provenía de placeres formados en los ríos que corrían desde las montañas de la Sierra Sur hacía el mar. Además de la evidencia sobre el tributo, están las halladas en las excavaciones de unidades domésticas realizadas en Tututepec, donde se encontró material relacionado con la elaboración de objetos de metal. Dichas evidencias son moldes de cerámica que posiblemente fueran utilizados para la fabricación de objetos a la cera perdida (Levine, 2018). Esta técnica fue ocupada ampliamente en la antigua Mesoamérica, así como en otras partes del continente. Un elemento que caracterizó estos hallazgos fue su ubicación. Levine (2020) explica que aparecieron en “la Residencia B, una vivienda ocupada en el Posclásico tardío por comuneros, es decir no por gentes de élite” en donde, además de los moldes, se encontraron evidencias de varios pasos del proceso de fundición a la cera perdida. Éstas incluyeron muestras “de procesamiento y extracción de metales (cobre crudo y crisol), subproductos de la fundición a la cera perdida (núcleo y embudo de cobre) y una herramienta polivalente como punzón o cincel, posiblemente utilizada para tallar núcleos internos o de cera” (Levine, 2020: 597-600). Aquí, al igual que lo mencionado con respecto a los mixtecos del centro de Oaxaca, estamos frente a entidades políticas bien establecidas y cuyo flujo de materia prima era constante. Asimismo, se puede inferir que existió un sistema que permitió entregar el material ya refinado al orfebre para su posterior trabajo.

Por otro lado, además de los objetos de oro de la Mixteca, han aparecido otros objetos de metal, cuyas técnicas y acabados difieren de lo estudiado en la Mixteca y en el centro de México. Estas zonas son las que corresponden a la Sierra Juárez y Papaloapan de la actual división regional del estado de Oaxaca e involucran a los grupos zapotecas y chinantecas del Posclásico tardío. Es evidente que, al igual que en el caso de los grupos de la costa, los ríos que nacen en la Sierra Norte y que tienen su desembocadura en el golfo de México traen consigo cantidades importantes de minerales que fueron aprovechados por los habitantes prehispánicos a lo largo de distintas partes de los ríos. Tomemos como ejemplo el caso del reino de Xaltepec. En su escrito Díaz del Castillo dice: “Sandoval envió a llamar a otra provincia que se dice Xaltepeque, que también eran zapotecas, y que confinan con otros pueblos que se dicen los minxes. […] Como fuimos a aquella provincia a ver las minas, y llevamos muchos indios de aquellos pueblos, y con unas como hechuras de unas bateas lavaron en tres ríos delante de nosotros y en todos tres sacaron oro e hicieron cuatro canutillos de ello, y cada uno del tamaño de un dedo de la mano…” (Díaz del Castillo, 1979: Tomo II, p. 105). Crónicas como estas aparecen también para el caso de los zapotecas de la Sierra y de los chinantecos.

Una vez estando Moctezuma sujeto al vasallaje del rey, Cortés le preguntó sobre los lugares de donde se extraía oro. Moctezuma mencionó Zacatula (Michoacán) y “otra provincia que se dice Tustepeque, y que cogen el oro de dos ríos y que cerca de esa provincia hay otras buenas minas en parte que no son sus sujetos, que se dicen de los chinantecas y de los zapotecas” (Díaz del Castillo, 1979: Tomo I, p. 216). Cortés envío a Gonzalo de Sandoval a Tuxtepec con 35 caballos, 200 infantes españoles y un grupo numeroso de indígenas. Con la sumisión de Moctezuma II a la corona española, los mexicanos de Tuxtepec no opusieron resistencia (Cortés, 2003: 305) y Sandoval mandó decir a los caciques chinantecos, zapotecos y mixes, tanto de la llanura como de la sierra, que tenían que trasladarse a Tuxtepec y declarase súbditos del rey. Los grupos de la planicie costera no presentaron resistencia, pero los pobladores de las tierras altas no lo aceptaron.

A Diego de Figueroa se le atribuye el hecho de haber fundado la “Villa Alta de San Ildefonso de los Zapotecas”,[5] quien, después de establecer el cabildo y repartir las encomiendas, tuvo problemas con Alonso Herrera, el primer gobernador de la Villa. En un altercado entre ambos Figueroa salió herido y se dedicó a saquear las tumbas de los antiguos caciques de la sierra buscando oro para regresar a España. Al salir del puerto de Veracruz su barco se hundió (Díaz del Castillo, 1979; Gay, 1990). Esta historia viene a colación debido a que la colección conocida como “El Tesoro del Pescador”, exhibida hoy día en el Museo del Baluarte de la ciudad de Veracruz, se atribuye como parte del botín saqueado por Figueroa en sus correrías por la sierra (Williams, 1978: 23-24 y 77-98). La colección de cuarenta piezas incluye colgantes, siete pulseras, cuentas esféricas decoradas, piezas zoomorfas, discos y dos lingotes. Dicha colección fue analizada con métodos químicos y algunas mediciones de fluorescencia, así como con exámenes microscópicos (Torres y Franco, 1989: 254-260). La hipótesis de que esta colección sea originaria de la Sierra Norte de Oaxaca se sustenta, además del estilo e iconografía, en los estudios realizados en la década de 1980.[6] A partir de éstos se determinaron las técnicas de fabricación y las aleaciones ternarias que componían a cada objeto (es decir, los porcentajes de oro, plata y cobre que formaban las piezas), y se vio que las mismas diferían en su composición de los materiales de la Tumba 7.

Otra pieza procedente de la Sierra, pero hallada en San Francisco Caxonos, es un pequeño pectoral de oro que formaba parte del ajuar funerario del individuo de la tumba 2.[7] A finales de 1998 y principios de 1999 se inició un estudio no destructivo o invasivo cuyo objetivo era determinar la composición de la pieza, aplicando las técnicas de emisión de rayos X inducida por partículas (PIXE) y espectrometría de retrodispersión de Rutherford (RBS), además de difracción de rayos X (XRD).[8] El examen determinó que en el pectoral de Caxonos se había usado una aleación rica en oro y cobre y que tenía una composición prácticamente uniforme: 55% de oro, 10% de plata y 23% de cobre (Ruvalcaba y Ortiz 1999; Ortiz Díaz, 2002; Ortiz y Ruvalcaba, 2009). Para la fabricación de este pectoral se había empleado la técnica de la cera perdida, y se pudo ver que en algunas partes de esta pieza se había usado un dorado intencional logrado por oxidación. La técnica de oxidación intencional es un proceso que utiliza el orfebre para graduar la tonalidad amarilla de la aleación oro-cobre y crear así una gama de colores en la misma pieza. Esta técnica era poco usada en Mesoamérica, pero ampliamente empleada en Colombia.

Comparando el pectoral de Caxonos con otros objetos de Mesoamérica, se puede ver que la temperatura de fundición del pectoral de Caxonos, así como la tecnología de fabricación, son semejantes a las utilizadas en los objetos del Tesoro del Pescador (Torres y Franco, 1989: 265) y si comparamos esta pieza con los análisis hechos en el año 2007 de la Tumba 7, encontramos que las piezas mixtecas tienen una aleación más rica en la relación oro-plata que las de Caxonos, (Peñuelas, 2008 y Ruvalcaba et al., 2009).

Con relación a la iconografía del pectoral de Caxonos, hay que destacar que existe otra pieza idéntica que aparece en las ilustraciones de algunos libros de fines del siglo XIX y principios del XX. Antonio Peñafiel, en su obra Monumentos Mexicanos, presenta en la lámina de la página 111 varios objetos de oro. Este autor señala los números 7, 8 y 9 como parte de la colección particular de Fernando Sologuren (ciudadano distinguido de Oaxaca de principios del siglo XX) y, aunque no abunda en más detalles sobre el contexto, cuantas perforaciones tiene o el estado físico de la pieza, se puede ver a simple vista que esta pieza es idéntica al pectoral de Caxonos, sólo que completa de todos sus cascabeles. Retomando la ilustración de Peñafiel, Marshal Saville publica dos piezas de la colección de Sologuren en su libro The goldsmith’s arts in ancient Mexico (Saville, 1920) y entre ellas aparece dicho pectoral y otra pieza, que le sirvieron para ilustrar el trabajo de los antiguos orfebres de Oaxaca (Ortiz Díaz, 2019 y 2023).

En 2023, describí que en el archivo del ingeniero químico William C. Root se menciona que en 1902 el Museo Americano de Historia Natural (AMNH) compró varias piezas de oro de Oaxaca (Ortiz Díaz 2023: 150-151).[9] Entre ellas, había dos piezas que representan cabezas de personas con un pico de ave (Pieza 30/10743 y Pieza 30/10744 del AMNH).[10] Root analizó estas piezas tomando muestras y realizando diferentes pruebas en laboratorios, como micrografía, electrodeposición y espectroscopía (William C. Root papers, #962-42, Box 3, File 3.10, Peabody Museum, Harvard).[11] Los resultados mostraron que ambas piezas tenían poco contenido de plata y altas concentraciones de cobre, como el pectoral de Caxonos, aunque este último tenía más oro. Además, las piezas del AMNH y de Caxonos presentan un dorado por oxidación, una técnica que no se encontró en las piezas de la Tumba 7 de Monte Albán, como se mencionó antes (Ortiz Díaz, 2023: 180-187).[12]

Para finalizar este escrito quisiera plantear varias cosas. La primera es que el trabajo metalúrgico en Oaxaca prehispánica se sustentó a partir de la extracción de placeres. En segundo lugar, a partir de los estudios de arqueometalurgia y de arqueometría realizados en distintas piezas localizadas en territorio oaxaqueño encontramos al menos hoy en día dos tradiciones. La que no presenta dorado por oxidación, como en el caso de las mixtecas, y la que lo incorpora en su trabajo, como en el caso de las piezas del Tesoro del Pescador, de Caxonos y del AMNH. Esto puede deberse a diferentes razones, desde el abasto constante de la materia prima, hasta una preferencia social que sopesaba más la degradación de colores que la obtención de un amarillo brillante de alto quilate. Asimismo, puede estar también relacionado con la manera en las que las poblaciones mixtecas, chinantecas y zapotecas aprendieron el arte de los metales con grupos de áreas del occidente de México o directamente de las regiones de trabajo metalúrgico de Centro y Sudamérica (Ortiz Díaz, en preparación; Ortiz Díaz, 2002; Ortiz y Ruvalcaba 2009; Ruvalcaba et al. 2009). En concreto lo que se quiere decir es que, para este momento del desarrollo metalúrgico mesoamericano, los distintos grupos oaxaqueños dominaban perfectamente las aleaciones y las temperaturas para lograr los resultados deseados. Si consideramos lo escrito por los conquistadores y las descripciones del lavado de oro en los ríos, principalmente en la zona de la planicie costera del Golfo, Díaz del Castillo destaca la capacidad de los chinantecos como orfebres cuando se les pide que elaboren puntas de lanza de cobre para enfrentar a la armada de Narváez (Díaz del Castillo, 1979: Tomo I, p. 247). Además de esta mención, contamos con el collar con los incisivos de oro que Juan Valenzuela menciona en su informe de la Tumba I de Arroyo Tlacuache y con otros objetos de oro que formaban parte de la ofrenda de esta tumba.[13] Desafortunadamente, el ejemplo de los colmillos y muelas de animal no está ilustrado en su reporte. Este no es el único asentamiento de la Chinantla en el que aparecen objetos de metal, uno de estos sitios es Chinantilla, donde a principios de la década de 1950 el arqueólogo Agustín Delgado y el Dr. Robert J. Weitlaner compraron para el Museo Nacional un pectoral de oro con la forma de cráneo humano con la mandíbula móvil, el cual está en exhibición en el Museo Nacional de Antropología (Delgado, 1953, ATINAH, tomo LXXXIX, expediente 2).

Finalmente, hay que recalcar la presencia de otras piezas iguales al pectoral de Caxonos, las cuales nos invitan a reflexionar sobre qué ocurrió en la Sierra Norte al final del periodo prehispánico, donde nos encontramos con una compleja historia que muy posiblemente involucró a otras áreas fuera de la sierra (Ortiz Díaz et al., 2020: 121-122). Como se puede ver, esto nos arroja un panorama muy distinto a lo que se podría pensar del gobernante de un área marginal del valle de Oaxaca. Si bien es una zona lejana de los grandes centros de desarrollo mesoamericano del Postclásico tardío, esto no quita que los zapotecos de la sierra y los grupos de tradición chinanteca asentados en los valles de la planicie costera y las montañas participaron de las tradiciones materiales de manera mucho más activa de lo que se había pensado (Ortiz Díaz, 2023: 154-155).

Agradecimientos

A Dumbarton Oaks por la estancia de One-Month Research Award para trabajo en Biblioteca (2024).

Referencias

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  1. Correo electrónico: edithd@unam.mx, edithod@iia.unam.mx
  2. La técnica de la cera perdida es una de las más complejas del mundo precolombino. El primer paso es crear un modelo en cera del objeto que desea producir. Con base en la descripción del Códice Florentino, el modelo se formaba alrededor de un núcleo de carbón vegetal y arcilla. El modelo de cera se envolvía con una capa de arcilla que forma el molde, dejando una apertura para la entrada del metal. Se derrite la cera, dejando el molde vacío. A continuación, el molde se llena con el metal fundido. Una vez frío el molde, se rompe y se saca el objeto listo, haciendo que cada pieza sea única. Para tener una idea más clara del proceso, se sugiere ver el video en internet “De la cera al metal” del Museo del Oro de Colombia.
  3. En América no se usaron fuelles para avivar el calor. En su lugar la persona o personas usaban cañutos o carrizos que poseían una tobera de cerámica en el extremo. Se soplaba aire de los pulmones a través de estos y lograr la conducción del aire al interior de los carbones o a los crisoles para el vaciado del metal líquido a los moldes. Como puede suponerse, esto requería de pulmones bien dotados y de un grupo constante de individuos para mantener la temperatura deseada.
  4. Técnica para determinar la composición elemental de un objeto sin destruirlo o alterarlo. Se bombardea una muestra con rayos X, y cuando estos rayos interactúan con los átomos de la muestra, se emiten rayos X de vuelta (fluorescencia) con energías características de cada elemento.
  5. La fecha de fundación de Villa Alta aparece en el texto de Chance (1998) en 1526, mientras que Gerhard (1986: 376) señala que fue en 1527.
  6. Desafortunadamente, en la época en que fueron hechos estos análisis, se hacían a partir de métodos destructivos, ya que se tenían que tomar muestras milimétricas de las piezas.
  7. Para mayor información sobre los restos óseos de este individuo, véase Ortiz Díaz et al., 2020.
  8. El estudio se hizo en el laboratorio Acelerador Pelletron del Instituto de Física de la UNAM en los meses de febrero a mayo de 1999, a cargo del Dr. José Luis Ruvalcaba, del Departamento de Física Experimental. RBS y XRD también son técnicas analíticas no destructivas ni invasivas. RBS determina la composición y estructura de la muestra de manera precisa. XRD se utiliza para estudiar la estructura cristalina de materiales, dando información sobre su composición estructura y propiedades. Como puede verse, todas las técnicas utilizadas nos permitieron conocer la composición del objeto, así como sus propiedades, las temperaturas de fundición, e información sobre las técnicas usadas para la creación de este objeto.
  9. Esta investigación fue posible gracias al Programa de Apoyos para la Superación del Personal Académico (PASPA/DGAPA/UNAM, 2015). Asimismo, agradezco al Dr. Charles Spencer y a la Dra. Sumru Alicanli del Museo de Historia Natural (AMNH) y a la Sra. Patricia Kervick del Peabody Museum of Arcaheology and Ethnology de la Universidad de Harvard por las facilidades recibidas para la consulta del material tanto arqueológico como documental.
  10. De acuerdo con los datos de registro del AMNH, la pieza 30/10744 proviene del pueblo de San Antonino el Alto, localidad perteneciente al distrito de Zimatlán, en el valle de Oaxaca. Se ilustra en el libro Oro precolombino de México (Solís y Carmona 2004: 93).
  11. Todas estas técnicas buscaron como fin determinar la composición elemental de los objetos estudiados, así como la manufactura de los materiales analizados. El problema es que tanto la electrodeposición como la espectroscopía son invasivas y destructivas, es decir, se necesita tomar una muestra del objeto y someter la muestra a estas técnicas.
  12. Para ver la información composicional, así como las imágenes descritas en este texto, véase el EPUB de libre acceso Arqueología de la Sierra Norte de Oaxaca: proyecto Río Caxonos, en http://ru.iia.unam.mx:8080/handle/10684/162.
  13. A partir de la severa inundación de Tuxtepec en 1944, es que se construyó la presa Miguel Alemán. Como la presa inundó grandes extensiones de tierra, se realizaron diversas exploraciones arqueológicas en las tierras chinantecas y mazatecas principalmente, dando como resultado el rescate de distintos materiales arqueológicos.