(reseña de Yucatecos en Cuba de Victoria Novelo)
Mauricio Sánchez Álvarez
Laboratorio Audiovisual
Hacia fines de los noventa nuestra colega Gabriela Vargas Cetina, entonces investigadora del CIESAS Sureste, reunió a un grupo de gente del CIESAS que habíamos realizado investigaciones fuera de México. Entre quienes acudimos a la conferencia inicial en San Cristóbal de las Casas estábamos Steffan Igor Ayora, Lourdes de León, John Haviland, Witold Jacorzynski, Roberto Melville, Victoria Novelo, Daniela Spenser y yo; y de aquella cita resultaría el libro Mirando…¿hacia afuera?, coordinado por Gabriela, uno de cuyos capítulos era “Yucatecos en Cuba” a cargo de Vicky, que es el texto que se reseña aquí y que (para efectos de este escrito) no debe confundirse con el libro homónimo que se publicaría 10 años después.
Lo que el lector encuentra en este capítulo es el recuento (por así llamarlo) “experiencial” y profesional de la investigación, juntos e imbricados. O sea: una suerte de making of, como se suele decir en el mundo del video y el cine, en que Vicky mira (o nos enseña a ver) el proceso de indagación, como ella lo vivió; con sus motivaciones, búsquedas en archivos, encuentros con informantes, sazonado con anécdotas entre habituales e insólitas, además de comentarios que –como en ella siempre– resaltan la ironía de la vida.
Como tantos otros científicos sociales, Vicky sentía un cierto amor por Cuba y su proceso revolucionario. Mucho antes de pensar siquiera en una investigación en la isla, solía visitarla para dar conferencias, conocer colegas y, sobre todo, mantenerse al tanto del desenvolvimiento de las ciencias sociales y la antropología cubanas, con las que estaba bastante familiarizada. La primera sección del capítulo nos muestra precisamente eso: un esbozo de estado del arte, en aquel entonces muy marcado por la visión folclorizante (típica de los países socialistas) y postura bastante cautelosa tras el texto crítico, Cuatro mujeres. Vivencias durante la Revolución Cubana, que resultó de la estancia de Oscar Lewis, su esposa Ruth, y Susan Rigdom.
Y sería una simple coincidencia la que la animó a realizar una investigación en Cuba acerca de la presencia e influencia yucateca en la vida y cultura de la isla. Habiendo ya dejado de ser una suerte de antropóloga turista, pues estaba hospedándose en casa de amigos, cosa que le daba una visión muy diferente, más cercana, de lo que ocurría cotidianamente, un buen día llegó a arreglar el bóiler un tipo al que le decían El Mexicano. Y a Vicky le pudo más su curiosidad. Decidió entonces formalizarla, centrándola en la presencia yucateca en la sociedad y cultura, siendo ella hija de un yucateco, presuponiendo que esos 869 kilómetros que hay de la península a la isla no era una frontera sino un canal de influencias recíprocas. Una hipótesis que corroboró ampliamente con cuidadosas y pacientes búsquedas en archivos históricos, tanto cubanos como mexicanos, y que hubiera querido establecer más claramente mediante entrevistas etnográficas, una labor que tuvo más dificultades.
Siguiendo una pista tomada de Gonzalo Aguirre Beltrán, quien planteaba –para el caso de la población afrodescendiente en México– que sería muy difícil encontrar expresiones puras u originales (por así llamarlas) de su cultura, de modo que había que recurrir a la etnohistoria para más bien trazar rastros de las mismas, Vicky supuso y actuó de manera similar para el caso de la presencia de lo yucateco en Cuba. En efecto, la labor de archivo reveló que había habido intercambios de todo tipo –demográficos, económicos, sociales y culturales– entre Yucatán y Cuba desde el siglo XVI en adelante, unos más continuos o intensos que otros, según el momento histórico. Situaciones como la Guerra de Castas, las reformas juaristas, las guerras de independencia isleñas y la Revolución Mexicana, así como el auge henequenero y la industria azucarera, habían dado lugar (o inhibido) migraciones en uno u otro sentido de trabajadores (muchos en calidad de esclavos) y empresarios, y también de intelectuales y trovadores.
El trabajo etnográfico consistió en dos estancias en la isla. Si bien Vicky contó con diversas facilidades para operar (oficinas en distintas instituciones académicas locales, además de la embajada mexicana), las condiciones, a juzgar por parámetros mexicanos, distaban de ser óptimas. No abundaban los teléfonos (muchos estaban descompuestos), sólo una oficina disponía de una fotocopiadora, y la papelería, de por sí escasa, tuvo que ser traída desde México. Una solicitud de un archivo o expediente podía demorar una hora en ser atendida y una entrevista previamente acordada podía no realizarse sin mayor explicación. Esta situación accidentada se extendía también a la vida diaria y afectaría el trabajo de campo, como ella misma narra, con una mirada, por lo demás, bastante comprensiva y humorosa.
La cotidianidad cubana es bastante diferente a la de cualquier mexicano capitalino de clase media ilustrada con [un buen] salario […] (es decir, que vive en casita o departamento propio, tiene una PC en su mesa de estudio, hace sus compras en el súper más cercano, siempre rebosante de carnes, verduras, frutas, lácteos, productos de limpieza, farmacia, cosméticos y cuanto objeto necesario y superfluo exista; tiene mínimamente un automóvil VW a la puerta, al que siempre que la falte le puede poner gasolina, cuenta con ayuda doméstica, vacaciones pagadas, y una enorme oferta cultural, que va desde periódicos, revistas y libros [… hasta] museos, conciertos, cines y teatros, óperas y ballets). En Cuba, todo tardaba más y era difícil de hacer. La gente obviamente estaba cansada y más ocupada y preocupada por hablar (en tono atlético) de los diversos grados de dificultad que superó en el día, que hablar de su vida de inmigrante o de la cultura mexicana en el exilio (Novelo, 1999: 56-57).
Aun así, Vicky logró lo primordial. No sólo corroboró fácticamente lo relativo a los intercambios históricos. Encontró rastros y trocitos de la presencia yucateca y mexicana en distintas partes de Cuba; algunos un tanto obvios (como el infaltable grupo de mariachis, ciertas palabras y modismos, y las alusiones a personajes del cine mexicano), otros no tanto (como los nombres de algunas calles) y otros inesperados (como un caserío no lejos de La Habana en donde vivían descendientes de mayas yucatecos emigrados a principios del siglo XX que eran estudiados con curiosidad de anticuario por académicos cubanos y yucatecos, actitud que ella no entendía). Constató, por encima de todo que, pese a los años y generaciones, persistía un “nosotros” en aquellos descendientes de mexicanos, distinto a esos “otros”, que eran los cubanos. Y como sabedora de que la antropología depara aprendizajes y conocimientos que van más allá de los datos e hipótesis, también corroboró algo muy intuitivo, que puede ser muy propio del migrante: “la certeza”, dice Vicky, “de que la nostalgia funciona como un ingrediente de la identidad cultural” cuando se está en la presencia de una antropóloga paisana, curiosa y deseosa de conocerlo a uno y su historia. Con su ir y venir perseverante, su alta figura y manos largas, y sobre todo su mirada atenta e inquisitiva, Vicky nos dejó un esbozo singular de su pesquisa mexicana-cubana.
Bibliografía
Lewis, Oscar (1980), Cuatro mujeres. Vivencias durante la Revolución Cubana, México, Plaza & Janés,
Novelo, Victoria (1999), “Yucatecos en Cuba”, en Vargas Cetina, Gabriela (coord.), Mirando… hacia afuera?, México, CIESAS..
Vargas Cetina Gabriela (1999), Mirando…¿hacia afuera?, México, CIESAS.