La imaginación antropológica en las fotografías de Andrés Medina

Antonio Zirión
Departamento de Antropología, UAM-I


Andrés Medina es sin duda una de las figuras más respetadas de la antropología mexicana; un gran etnógrafo con una trayectoria muy amplia, un pionero de la fotografía antropológica y un referente obligado en la antropología visual en nuestro país. En el texto que sigue reflexionaré brevemente sobre el carácter etnográfico y el valor humano de su obra fotográfica.

¿En qué sentidos es antropológica la obra fotográfica de Andrés Medina? ¿En dónde radica su valor o su carácter antropológico, o su ‟etnograficidad”? A lo largo de este texto expondré algunos criterios que me parecen fundamentales para contestar a estas preguntas (Zirión, 2015). Posteriormente, trataré de mostrar, basado en sus fotografías, el papel crucial que juegan los sentidos, la afectividad y la imaginación en la construcción del conocimiento etnológico en general, y en su quehacer etnográfico, en particular.

Para ello haré referencia a la serie de fotos que mejor conozco, titulada: Fotografía, imagen y sonido: los músicos en la tradición indígena mesoamericana, que se presentó en el reciente Congreso Mexicano de Antropología Social y Etnología (IV Comase), en Querétaro, en octubre de 2016. Este ensayo visual consta de una serie de fotos tomadas en Tenejapa y Cancuc, Chiapas (1961); Huejotzingo, Puebla (1963); Chalchihuitán y Tila, Chiapas (1964), Tuzantán, (1967); Dzitnup, Yucatán (1971) y el Valle del Mezquital, Hidalgo (1972).

Sobre el significado de esta serie de imágenes, me parece pertinente citar lo que dice el propio Medina:

La fotografía transmite un testimonio de estos especialistas, conocedores profundos de la ritualidad, y poseedores de una técnica instrumental específica, así como de las numerosas versiones locales de sus instrumentos, heredados de la cultura medieval, transformados y asimilados a una cultura que expresa su vitalidad en un dinamismo de formas nuevas… Capturados por la cámara en plena actuación, rostros juveniles, risas infantiles o maestros solemnes nos informan de la vitalidad de la tradición religiosa de las comunidades indígenas, pero sobre todo de la necesidad urgente de estudiar a profundidad las muy ricas y diversas manifestaciones de la musicalidad de los pueblos indios (Medina, 2016).

Foto: Tamborero de la comparsa de carnaval, en el paraje de Kulaktik, Tenejapa, comunidad tzeltal de Chiapas, 1961.

Criterio temático

El criterio más obvio para determinar el carácter etnográfico de una foto es el tema de la misma. Si el objeto o los sujetos retratados en una foto o en una serie de imágenes coinciden con alguno de los temas clásicos de la etnografía (como por ejemplo indígenas, obreros, rituales, danzas, folklore, etc.), ésta cobra automáticamente cierto carácter antropológico. Desde que inicia su carrera en los años sesenta del siglo XX, Andrés Medina se dedicó intensamente a la etnografía, de manera particular enfocada a los grupos mayas que habitan los Altos de Chiapas. Estos pueblos indígenas del sureste de México han sido y son sin duda de interés primordial para la antropología mexicana. Podría decirse entonces que el trabajo fotográfico de Andrés Medina es antropológico en el sentido más clásico del término, pues explora el mundo indígena mesoamericano, su pensamiento y cosmovisión a través de sus festividades y danzas, el trabajo y los ciclos agrícolas, su ritualidad y vida cotidiana, en una época de mucho menor contacto e intercambio cultural, cuando aún permanecían relativamente aislados, en un mundo pre-globalizado.

Como señala Carlos Ruíz (2016), estas fotografías también convierten a Andrés Medina en un pionero de la etnomusicología de Chiapas. Antes de su trabajo en los sesenta casi no se habían documentado estas tradiciones musicales. Medina registra por primera vez instrumentos peculiares como una hoja doblada a la que se le sopla, el teponaxtle o el tronco ranurado. Algunos de ellos son instrumentos medievales que adquieren una función específica en las culturas mesoamericanas, pero que hoy ya han dejado de usarse. Pero además, no sólo los capta como objetos de museo, sino como instrumentos vivos, en uso, captura la ejecución del instrumento en su contexto. Así, nos encontramos con ensambles o conjuntos de músicos ejecutando sus instrumentos en un ambiente muy bien descrito. De esta manera, empezando por su tema u objeto, las fotos de Andrés Medina poseen plenamente un gran valor para la antropología.

Foto: Músicos de la comparsa de carnaval, Kulakatik, Tenejapa, Chiapas. Comunidad tzeltal, 1961.

Estrategia de acercamiento

De acuerdo con este parámetro, no sólo importa el objeto o los sujetos que aparecen en una fotografía para determinar su relevancia antropológica, sino que hay que preguntarnos además cómo fue conseguida. Las fotos de Andrés Medina se caracterizan justamente por ser producto de un acercamiento y una convivencia prolongada, fruto de la observación participante, aprendiendo algunas nociones de la lengua, generando empatía y confianza con las personas. Era un auténtico foto-etnógrafo haciendo notas visuales, semejante al diario de campo, que en este caso sería más precisamente un álbum de campo. Su táctica en aquel entonces consistía básicamente en etnografiar fotografiando y fotografiar etnografiando, en hacer trabajo de campo con su cámara Yashika siempre dispuesta, ya que cabía perfectamente en su morral de cuero. Iba por las montañas de los Altos de Chiapas como un cazador-recolector de imágenes, haciendo un registro espontáneo, impulsado más por sus intuiciones y corazonadas, que por una pregunta teórica precisa, como él mismo indica.[1]

Además, la práctica fotográfica le permitía a Andrés Medina una mayor y más cercana vinculación con la gente; hace de la cámara un instrumento versátil para establecer relaciones amistosas, la transforma en un dispositivo que abre un espacio de intercambios y lazos personales, que le permite entablar diálogos interculturales a través de la mirada y el lenguaje corporal. Consigue, en alguna medida, romper o neutralizar la asimetría y los juegos de poder propios de la mirada antropológica colonial. Se nota en esta serie de fotografías que Andrés Medina se mueve con familiaridad, la gente lo mira de frente, de manera horizontal, al ras del suelo, como alguien diferente, sin duda, pero no necesariamente desigual, ni mucho menos amenazante. Se mueve entre amigos con plena confianza, como pez en el agua. Sus mejores fotos, afirma él mismo, fueron de esa primera etapa, en Chiapas en 1961.

Las fotos de Andrés Medina hablan de un gran rapport, nunca hay intromisión o incomodidad por parte de las personas retratadas. Esto es algo que puede parecer sencillo pero que en realidad no es nada fácil. Se necesita vivir un buen tiempo en los parajes, con la gente, entre las comunidades. Sus imágenes son profundamente naturales, aunque no siempre necesariamente espontáneas: en muchas de ellas es evidente que el fotógrafo y el fotografiado están jugando en una suerte de coreografía, la fotografía es una puesta en escena, un retrato construido en complicidad, negociado, acordado, compartido (Zirión, 2014). La obra de Medina trasciende así el binomio jerárquico fotógrafo-fotografiado, generando un performance en el que la cámara les da a ambos la oportunidad de encontrarse, donde se invita al sujeto a que se presente a sí mismo, a que se auto-represente. De este modo, muchas veces logra captar la perspectiva de los otros, sin imponerles nuestros habituales marcos conceptuales, cargados de prejuicios, estereotipos y estigmas.

Foto: Músicos de la mayordomía de San Ildefonso, Tenejapa, Chiapas, 1961

Intencionalidad

Andrés Medina ha afirmado que una fotografía es etnográfica en la medida en que se inserta en un discurso antropológico; propone que una foto aislada puede desde luego tener cierto valor etnográfico, pero es en conjunto con otras que cobra realmente un sentido y una pertinencia antropológica, cuando adquiere contexto y constituye un discurso. Esto se refiere no sólo a su articulación con otras fotos, a su potencial semántico como parte de una serie, sino también a su articulación con el texto escrito.

En el caso de Andrés Medina hay una obvia retroalimentación entre la imagen y la palabra. Sus fotos resuenan en su tesis: “Tenejapa, familia y tradición del pueblo tzeltal” (Medina, 1991), y a su vez, su tesis enriquece la apreciación de sus fotos. Palabra e imagen no dicen más o menos una que la otra, sino que dicen cosas distintas, brindan diferentes tipos de información. En la obra de Medina, no se trata ni de palabras que explican las fotos, ni de fotos que ilustran un texto. De hecho, en su tesis no hay fotos; las fotos forman un discurso autónomo, independiente, un archivo aparte. Pero cuando se aprecia la obra fotográfica de Andrés Medina a la luz de sus ensayos, notamos que se complementan y enriquecen la comprensión antropológica de las cuestiones que aborda.

Foto: Conjunto musical en la presidencia municipal de Tila, 1964.

Criterio interpretativo

Según esta categoría de análisis, el carácter antropológico de una foto no necesariamente radica en la imagen en sí misma, sino en la mirada o la lectura que de ella se hace. Algunas fotos son particularmente ricas o útiles para el análisis, y por ello cobran un fuerte valor antropológico o histórico. Entonces es de suma importancia preservarlas para futuras lecturas. Medina es plenamente consciente de las posibilidades semánticas de la fotografía, que son susceptibles de múltiples lecturas y re-lecturas, que constituyen un documento histórico abierto, polisémico. Él mismo narra el momento en que se percató, hace unas tres décadas, de la importancia de conservar, clasificar y difundir su archivo fotográfico personal, en un coloquio de antropología visual organizado por Samuel Villela, Octavio Hernández y Ana María Salazar (Medina, 2016).

Foto: Conjunto de marimba en la fiesta patronal de Tuzantán, en la región del Soconusco, Chiapas. Octubre de 1967

Apelación a la autoridad

Una forma muy elemental de establecer el valor antropológico de una imagen es preguntándonos si quien la tomó es un antropólogo. La apelación a la autoridad se refiere a quién tiene las credenciales, la formación o el título adecuado para tomar una foto etnográfica. Esto puede parecer arbitrario, sobre todo si tomamos en cuenta que la experiencia etnográfica no es propiedad exclusiva de los antropólogos (aunque sí, nosotros la cultivamos y la desarrollamos), sino que es en el fondo un tipo de experiencia universal. El extrañamiento, curiosidad, la interrogante por la identidad y alteridad, por otras formas de ser humanos están presentes en todas las personas, sin importar su cultura, edad o profesión. Muchas veces las mejores fotografías o las mejores películas etnográficas suelen hacerlas no los antropólogos que se acercan a la foto o el cine, sino los artistas visuales que toman inspiración de la antropología. A veces los antropólogos somos o podemos ser demasiado estructurados y explicativos, mientras que para hacer buenas fotos se debe dejar atrás la lógica de la argumentación verbal y racional, y aprender a expresarnos aprovechando la cualidad sensible y emocional de las imágenes.

Pero más allá de esta discusión, podemos decir con toda seguridad que Andrés Medina es una figura de autoridad de la fotografía etnográfica mexicana. La suya es una mirada bien cultivada, profesional, abierta a la influencia de figuras en la antropología, como Julio de la Fuente, Alfonso Fabila, Calixta Guiteras, Alfonso Muñoz y Juan Guzmán, a quienes conoció en los años sesenta, cuando trabajó en el Museo de Antropología. Fue contemporáneo de otros etno-fotógrafos, como Gertrude Duby, Berenice Kolko, Hugo Brenne, Franz Blom y Mariana Yampolsky. Asimismo, su trabajo de campo casi siempre formaba parte de proyectos formales de investigación, muchas veces colectivos, institucionales, de alguna universidad o instancia de gobierno.

La pregunta por el carácter antropológico de una imagen, es la pregunta esencial de la antropología visual, y estamos obligados a planteárnosla una y otra vez. Éstos son, a mi modo de ver, los criterios básicos para determinar el valor antropológico de una fotografía: el tema, la forma de aproximación, la intencionalidad, la interpretación y la apelación a la autoridad. Todos ellos resultan útiles y pertinentes, pero ninguno suficiente o definitivo por sí solo. Las fotos de Andrés cumplen con todos. No cabe ninguna duda de que imágenes como las de esta serie de Andrés Medina, condensan y transmiten efectivamente una experiencia etnográfica y poseen un profundo sentido antropológico.

Foto: Procesión de San Francisco llegando a una casa de Tuzantán, en la región del Soconusco, Chiapas. Octubre de 1967.

La imaginación antropológica, más allá de lo visual

En este ensayo fotográfico queda asentado firmemente el potencial que tiene la articulación de distintos medios y sentidos en la labor etnográfica. Más allá del registro escrito y la dimensión visual, estas imágenes evocan a la vez música y sonidos. Nos permiten ver y escuchar la cultura. Andrés Medina es un etnógrafo en todo el sentido y con todos los sentidos, capaz de dotar de carácter musical a la imagen y de crear imágenes sonoras. Aprovecha la sintestesia y la capacidad de la imagen para abrir la percepción de otros sentidos, en este caso el oído y la escucha. Por ello, puede afirmarse que Andrés Medina es precursor de una etnografía no solamente visual, sino sonora, transmediática y multisensorial.

Además de su riqueza sensorial, otro aspecto que me parece importante señalar tiene que ver con lo que podemos llamar ‟imaginación antropológica”. Imaginación puede entenderse en un doble sentido, como proceso de creación de imágenes, expresión o representación cultural a través de la imagen; o bien como la facultad epistemológica de pensar o concebir otros mundos, situaciones posibles o alternativas, de vislumbrar universos paralelos y realidades intangibles, como lo sagrado, la memoria, la magia, lo simbólico, que muchas veces sólo adquieren materialidad a través de imágenes.

Como dijo alguna vez Paul Stoller (2004) sobre el trabajo de Jean Rouch, ‟los límites de la etnografía son los límites de la imaginación”. Es decir, podemos deconstruirla, expandirla y reinventarla, recurriendo a la imaginación y a los sueños, al inconsciente, a los imaginarios y a la memoria colectiva. La imaginación antropológica se refiere a la constante circulación entre un universo conceptual y otro, lo que Rouch equiparaba a la práctica de la gimnasia acrobática, en la que se trata de atreverse a perder el piso. En este mismo sentido, la etnografía puede ser pensada como un salto mortal que te deja suspendido en el aire, en el que si bien logramos despegarnos y salirnos de nuestra posición, o al menos eso queremos pensar, jamás terminamos de aterrizar bien a bien en la perspectiva del otro.

El filósofo del lenguaje Mijail Bajtin (1989), hablaba de la ‟imaginación dialógica”, aquellas ideas o pensamientos, performances, interpretaciones y representaciones que surgen, se construyen y se reproducen a través de una conversación entre dos o más sujetos, en la que se genera una verdadera retroalimentación con la mirada del otro. Esa presencia, participación e interlocución del otro, que nos devuelve la mirada y nos interpela, está muy presente en varias imágenes de Andrés Medina y las vuelve, por ende, fotografías dialógicas. En este mismo sentido, recuerdo uno de los poemas más conocidos de Antonio Machado (2014), que inicia diciendo: ‟El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas, sino porque te ve”. En el caso de Andrés Medina esto se refiere a que sus imágenes se construyen en complicidad, se trata de un coaprendizaje, una coproducción de experiencias y conocimiento.

Foto: Conjunto de Tila, Chiapas, 1964.

Reflexión final: el valor afectivo del vínculo social

Las fotografías de Andrés Medina son éticamente intachables, poseen un fuerte sentido humano de rapport y empatía; son producto de una mirada horizontal y bidireccional, gracias a la cual él ve pero también es visto. Cabe destacar en ellas el papel de la risa y la sonrisa, el cruce de miradas, el encuentro humano sensible. Su obra es muestra de que el encuentro intercultural posee una fuerte dimensión lúdica y afectiva; logra un equilibrio entre la ética y la estética, componentes esenciales de la experiencia etnográfica.

Andrés Medina posee una mirada aguda, discreta, humilde, empática, atenta al gesto sutil, al detalle etnográfico. Como Carlos Ruíz (2016) comenta, hay en sus fotos una gran ‟profundidad de campo”, en un doble sentido, en cuanto a la óptica fotográfica, pero aludiendo también a una inmersión hasta las entrañas en un universo cultural. Trasmiten momentos humanos extraordinarios, algo que no depende de la cámara, de la técnica, la lente, sino sobre todo de la sensibilidad intercultural y del carácter emocional del vínculo. Generan la sensación de estar allí, no sólo ante los otros, sino entre los otros.

Bibliografía

  • Bajtín, Mijail (1975, 1989), Teoría y estética de la novela, Madrid, Taurus.
  • Machado, Antonio (2014), Poesía, Barcelona, Alianza Editorial.
  • Medina, Andrés (2016), “Etnografía y fotografía: un recuento personal”, texto inédito, disponible en PDF.
  • ——————- (1991), Tenejapa, familia y tradición del pueblo tzeltal. Chiapas, Gobierno del Estado de Chiapas, Consejo Estatal de Fomento a la Investigación y Difusión de la Cultura, DIF-Chiapas-Instituto Chiapaneco de Cultura.
  • Ruíz, Carlos (2016), texto inédito presentado en la inauguración de la exposición Fotografía, imagen y sonido: los músicos en la tradición indígena mesoamericana en el IV Comase, Querétaro, 2016, disponible en PDF.
  • Stoller, Paul (2004), A Tribute to Jean Rouch, en Rouge, 3, consultado el 10 de enero de 2005 en http://www.rouge.com.au/3/index.htm.
  • Zirión, Antonio (2015), ‟Miradas cómplices: cine etnográfico, estrategias colaborativas y antropología visual aplicada, en Iztapalapa. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, núm. 78, pp. 46-56.
  • ——————– (2014), Mano de obra, México, Universidad Autónoma Metropolitana.
  1. La entrevista a Andrés Medina se puede consultar completa en: www.youtube.com/watch?v=VA8gTiijt4c. Fecha de consulta 10 de noviembre, 2017.