La eterna suspicacia de los extremos: La red (2016) de Kim Ki-duk[1]

Mauricio Sánchez Álvarez
Laboratorio Audiovisual-CIESAS Ciudad de México


Poster oficial de la película tomado de FilmAffinity


A un pescador norcoreano llamado Nam Chul-woo, que vive en la frontera con Corea del Sur casualmente y mientras pesca se le ha atascado la red en el motor, el cual no consigue encender, y la deriva de la corriente lo hace cruzar la frontera entre los dos países. Muy pronto lo detienen las autoridades surcoreanas, quienes sospechan que Nam Chul-woo puede ser un espía y tratan de despejar la duda sometiéndolo a un repertorio de procedimientos dispares.

De un lado, lo interrogan incesantemente, haciéndole escribir varias veces su versión de por qué y cómo entró al país, así como su historial personal, y también maltratándolo psíquica y físicamente. De otro lado, le ofrecen la ciudadanía surcoreana, con casa y trabajo incluidos, que Nam Chul-woo rechaza de plano, porque lo único que quiere es volver con su familia, nada más. De paso, el pescador hace migas con un policía joven, Oh Jin-woo, quien cree que el pescador no es un espía y trata de convencer a sus superiores de ello.

Durante los interrogatorios, Nam Chul-woo también conoce a otro norcoreano detenido por sospechas de espionaje, quien le pide entregar un mensaje a cierta mujer en cierto restaurante, para después suicidarse. Sin que quede claro por qué, la policía decide soltar al sospechoso por 24 horas en Seúl, vigilándolo sin que él lo sepa, ante el desconcierto del propio pescador, quien procura no abrir los ojos cuando está en exteriores para así, en caso de ser devuelto a Corea del Norte, pueda decir que a ciencia cierta no ha visto nada. Sin embargo, en algún momento los abre y pasa por un par de aventuras urbanas: rescata a una prostituta de los golpes de quienes parecen sus padrotes y entrega el mensaje en el restaurante indicado a la persona indicada (quien al recibirlo sospechosamente sale presurosa del lugar).

Más tarde la policía surcoreana vuelve y captura a Nam Chul-woo y lo regresa a sus instalaciones, propinándole otra ronda de interrogatorios y golpes, y sintiéndose frustrada, decide devolverlo a Corea del Norte, circunstancia que aprovecha el joven Oh Jin-woo para regalarle al pescador unos dólares enrollados en una bolsita de plástico.

Ya de vuelta en su tierra natal, el pescador es sometido a otro doble tratamiento: delante de las cámaras es un héroe, pero una vez que se apagan, la policía lo somete a un intenso interrogatorio hasta que le descubren los dólares ocultos, que vienen a ser la salvación de Nam Chul-woo. A la vez que los policías se embolsillan el dinero, le exigen que guarde silencio al respecto, a cambio de lo cual lo sueltan para que pueda regresar con su familia. Aún así, y para no contar el desenlace, el pescador seguirá inexorablemente siendo víctima de la red de las suspicacias mutuas que envuelve a Corea del Sur y Corea del Norte.

A la vez que esta película resalta la oposición cerrada entre las dos Coreas, mostrando la cerrazón de las autoridades policiacas y militares de cada país, también introduce continuamente elementos ambiguos, que pueden hacer que el público dude de la inocencia del personaje Nam Chul-woo. Si bien éste no parece ser un espía, ¿qué sentido tiene en el relato, por ejemplo, que él entregue el mensaje o que acepte contrabandear dólares regresando a su patria?

La respuesta a ello quizá se pueda encontrar en el texto “Las tres Coreas” de Patrick Maurus, que también forma parte de esta entrega del Ichan tecolotl. Como bien argumenta Maurus, Corea del Norte y Corea del Sur sólo se hablan para gritarse y desdecirse; de resto, cada una es una gran desconocida para la otra. Ello explicaría que, en tanto película surcoreana, La red no puede elaborar una comparación equilibrada de la relación entre ambas; en algo Corea del Norte tiene que ser tantito peor que Corea del Sur. La ambigüedad que resulta de los temas del mensaje y los dólares parece querer decir que no hay que confiarse de los norcoreanos, así parezcan inocentes.

Eso y otra cosa. El contraste que se hace de la vida en ambos países no puede ser más dispareja y maniquea: mientras Corea del Sur se muestra como un lugar moderno y pletórico de bienes, Corea del Norte parece un yelmo: pobre y atrasado. Un contraste que incluso se nota en cómo se presenta a las respectivas fuerzas policiacas: aunque ambas son desconfiadas y violentas, las de Corea del Sur pueden ser más benévolas −como el policía joven Oh Jin-woo y la devolución de Nam Chul-woo−, mientras que las de Corea del Norte aparecen como obtusas, además de corruptas.

Ahora bien, lo que podría parecer un simple asunto doméstico o regional, de dos países que viven de espaldas el uno del otro con un pasado común, también puede servir para una pequeña reflexión acerca de lo que es la polarización social y cultural como tal. De lo cual, al menos en este momento, hay bastante en el mundo, que consiste en ver al Otro como un enemigo: alguien tan peligroso, tan pernicioso, que no vale la pena intentar ni siquiera hablar con él. Pero sí hablar muy mal de él, y así justificar la existencia y los errores propios.

  1. Kim ki-duk (1960-2020): destacado director de cine surcoreano, quien realizó más de 20 películas entre 1996 y 2017, siendo La red su última obra cinematográfica. Su trabajo tiende a ser crítico respecto a la sociedad y cultura coreana, ya sea desidealizando la religiosidad (Las estaciones de la vida), fijándose en la gente que no parece tener cabida en la modernidad (Hierro-3), o cuestionando la tensión entre Corea del Sur y Corea del Norte (La red). Recibió premios como el León de Plata en 2004 en el Festival de Venecia por Hierro-3, el de Una cierta mirada en el Festival de Cannes en 2011 por Airirang y el León de Oro en el Festival de Venecia en 2012.