Beatriz Amaro Clemente
Red de Mujeres Afrolatinoamericanas, Afrocaribeñas y de la Diáspora Capítulo México
@BetyA_C
Foto: Beatriz Amaro Clemente.
Soy Diablo
Soy Ancestría
Soy Alegría
Soy Cultura
Soy Historia
Soy Negritud
Soy Identidad
Soy Resiliencia
Danzo para acompañar a quienes se han ido
Danzo al ritmo que marca mi corazón
Danzo porque existo
Danzo porque resisto
Danzo porque estoy vivo
Danzo porque soy Soteño
Danzo porque soy Diablo
¡¡¡Hurra!!!
La cultura de la negritud en la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca[1] se manifiesta en sus formas de organización, expresiones orales, una rica cultura gastronómica; medicina tradicional, así como conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo. La música y las danzas tienen un papel preponderante en la integración de las comunidades afromexicanas, entre ellas están: la Danza del Toro de Petate y sus Vaqueros, Danza de la Tortuga, el Son de Artesa y la Danza de los Diablos.
Foto: Beatriz Amaro Clemente
En la Costa Chica las expresiones músico dancísticas tradicionales son transmitidas de generación en generación a partir de la tradición oral y cuentan una historia no escrita, invisibilizada, “lo musical forma parte inherente del ciclo vital colectivo e individual: formas celebratorias, festivas y rituales rompen el semblante de lo cotidiano para recordar la propia historia, configurar identidades y tejer lazos sociales entre otros importantes roles”. (Ruiz,, 2009)
En estas comunidades la celebración de Día de Muertos resalta la parte más festiva de la comunidad, es literalmente “Fiesta de Todos-Santos” en la que tradicionalmente se representa la Danza de los Diablos, las más conocidas son las de Cuajinicuilapa y El Quizá, en Guerrero, así como las de Collantes, La Boquilla Chicometepec, Santiago Llano Grande, San Juan Bautista Lo de Soto, en Oaxaca.
A pesar de tener similitudes entre ellas, cada comunidad le confiere características y significados particulares; para los danzantes es motivo de orgullo y pertenencia participar en la misma. Durante la representación una veintena de Diablos son comandados por un Tenango, Terrón, o Diablo Mayor, según la tradición de cada comunidad, y un personaje de características femeninas (casi siempre es representado por un hombre) denominado coloquialmente como “Minga” diminutivo de María Dominga.
En la mayoría de las comunidades la música es interpretada por un ensamble compuesto de armónica, charrasca (quijada de burro o caballo) y un instrumento al que se le atribuyen antecedentes africanos denominado bote, arcuza o tigrera; que es elaborado con un bule (calabazo) cuya boca es forrada con cuero de venado, en el centro se suspende una vara tratada con cera de monte, la cual se fricciona mediante la mano para transmitir las vibraciones a la membrana y al cuerpo del instrumento (Ruiz, 2009); en el caso particular de Lo de Soto la música es interpretada por un ensamble de trompeta y tarola.
Muchos estudiosos han interpretado los antecedentes históricos de esta danza, así como las referencias hacia un origen africano, predominan dos hipótesis, una que la asocia al hecho de que en la época de la Colonia el pensamiento que justificó el crimen de lesa humanidad que significó la esclavitud, era que las personas negras no poseían alma y se les asociaba con la maldad, con el diablo, mismo que era representado con cuernos, pelos y pezuñas; por otro lado la vocación ganadera de esta región en las que los negros representaron la principal mano de obra en los cortijos y haciendas asentadas en Costa Chica.
San Juan Bautista Lo de Soto, es un municipio ubicado en la microrregión de La Llanada de la Costa Chica Oaxaqueña, el corazón de la negritud y que, de acuerdo con los resultados del censo de 2020, es el municipio con mayor proporción de personas afrodescendientes del país, donde el 95.7% nos identificamos como personas negras, afromexicanas o afrodescendientes.
La Danza de los Diablos de San Juan Bautista Lo de Soto es reconocida como una de las mejores de la región por la espectacularidad de sus máscaras y la fuerza de su zapateado, a pesar de que los puristas, entre ellos el “Comité de Autenticidad de la Guelaguetza”, continuamente cuestionan la ausencia del bote y la no uniformidad de sus atuendos, dado que lo ven como espectáculo y no como ritualidad y ancestría.
En la comunidad es una tradición, aunque nadie sabe con certeza cómo llegó a estas tierras, ni por qué se baila en la fiesta de Todos Santos en honor a los muertos, pero tampoco se lo cuestionan dado que se toma como algo intrínseco al ser soteño, como algo natural. “Cuando yo nací los Diablos ya eran Diablos, aunque muy diferentes a los de ahora” narra en entrevista don Alejandrino Clemente, de 99 años; que la danza siempre ha sido representada en Día de Muertos y en un principio sólo se hacía en el Barrio Abajo, pero en ese entonces había mayor compromiso y más disciplina. La música era interpretada con violín y bote y que éstos fueron sustituidos por la trompeta y la tarola cuando fallecieron los músicos originales. De igual manera el vestuario ha cambiado, antes salían con ropa común, y lo que los hacia Diablos era la máscara.
Recuerda que hacia los años cuarenta, cuando él participó, la Minga no formaba parte de la danza de los Diablos, ese personaje era característico de la Danza del Toro de Petate y sus vaqueros; y sustituyó a la Diabla que era el personaje femenino de la danza, éste era interpretado por un hombre vestido de mujer con trenzas y máscara similar a la de los Diablos. Y comenta con picardía: “a mí me gustaba salir de Diabla para limpiarle los mocos a las muchachas”.
Para Javier Arellanes, Tenango de Barrio Arriba, y José Valentín, exdanzante y quien ha sido mayordomo de Barrio Abajo en varias ocasiones, “No hay duda que es una herencia de nuestros ancestros”. José Valentín afirma: “La danza la trajeron los africanos que venían en el barco que encalló en la Costa y en San Nicolás fue el primer lugar donde se bailó y de ahí se diseminó a toda la región”. Aluden al mito fundacional del barco que encalló en Puerto Minizo, y de donde el imaginario colectivo asegura que provienen los primeros negros que habitaron la región. De acuerdo con este relato, si bien nuestros ancestros fueron secuestrados en África nunca fueron personas esclavizadas, dado que se les otorgó la libertad por salvar a la dueña del buque negrero. Este mito es reflejo de la necesidad de saber de dónde venimos y de la invisibilidad de nuestra historia.
Si bien es cierto que no existe una memoria histórica sobre las danzas, es tal la importancia que la comunidad les confiere que ha generado mecanismos, procesos sociales, culturales e históricos que han permitido su permanencia; evolucionaron para trascender, las representaciones más importantes son, aparte de la Danza de los Diablos, la Danza del Toro de Petate y sus Vaqueros, el Macho Mula y la Danza de la Tortuga, que en últimas fechas se ha presentado de manera irregular por lo está en riesgo de desaparecer.
Ofelio Clemente, de 85 años, recuerda con nostalgia algunas otras danzas o elementos de las mismas que se han perdido, “Se murió Tío Chico y se acabó la Danza del Elefante, el cual era elaborado con vara y petate, pero ya tiene más de 50 años que desapareció, también había una danza de animalitos”.
Uno de los elementos que han permitido la supervivencia de estas manifestaciones es sin duda el papel de las autoridades y las mayordomías. La ritualidad de la danza da inicio hacia mediados de octubre, cuando los mayordomos invitan a los danzantes a anotarse como un símbolo del compromiso que se adquiere para asistir a los ensayos que inician hacia el 20 o 21 y sobre todo no faltar los días 1° y 2 de noviembre, “Los meros días”. Los primeros en hacer el compromiso y acudir al llamado son los niños, los herederos de la tradición, hay quienes dicen que los soteños nacen zapateando. Los ensayos son también momentos de convivencia, de cohesión comunitaria dado que son muchas las familias que acuden a disfrutarlos.
En tiempos pasados esta lista era llevada al municipio y si alguno no cumplía era multado y en ocasiones arrestado; en la actualidad son los mismos Diablos los que aplican un “correctivo público” a aquellos que sin justificación válida incumplen con el compromiso.
En Lo de Soto existen dos grupos de Diablos, los de Barrio Abajo y los de Barrio Arriba, en esta danza tradicionalmente sólo participan hombres; los mayordomos son los encargados de procurar los elementos necesarios como música y bebida durante los ensayos y ofrecen una comida el día 1° de noviembre para agasajar a los danzantes, que en reconocimiento danzan en casa del mayordomo.
La ritualidad señala que será el día primero cuando el Toro de Petate y sus Vaqueros, custodios de las ánimas del purgatorio, conduzcan a los Diablos hacia la explanada municipal, en primer término, a los de Barrio Abajo, quienes al pasar por la iglesia deberán correr poniendo de manifiesto su origen pagano, posteriormente lo harán con los de Barrio Arriba. En la explanada, ante las autoridades y la comunidad, danzaran de manera alternada ambos barrios con el Toro. Después acuden a bailar, a recoger la ofrenda, en diversas casas que lo han solicitado a los Tenangos.
El día 2 los Diablos esperan a las afueras del panteón municipal a que pase la procesión de las Ánimas y el Toro, para danzar en la entrada del mismo de manera alternada los barrios y el Toro para honrar y despedir a los muertos. Al terminar se trasladan a la casa de los mayordomos para agradecer con las últimas danzas y partir hacia la casa del nuevo mayordomo donde la fiesta acaba hacia la media noche.
Durante la ejecución de la Danza, el Tenango es el personaje central en la formación, tiene una mayor jerarquía y es el encargado de vigilar la correcta ejecución y la disciplina de los Diablos es, además, quien marca el paso de los danzantes al ritmo de la charrasca. Para la formación se toma en cuenta la antigüedad y la capacidad dancística. No existe un límite preciso en la formación, en el Barrio Arriba durante los ensayos cada fila puede estar conformada por más de 40 danzantes de todas las edades y es frecuente ver a padres e hijos danzando al unísono, es en los meros días cuando los diablos se dividen en dos grupos, el de los Meros Diablos y el de los aprendices. Por otra parte, es común que lleguen algunos paisanos que han migrado a las ciudades solamente a participar los días mayores.
El vestuario que utilizan por lo general está compuesto por ropa raída y vieja, además una gabardina de diferentes colores y una toalla o sábana a manera de capa. Algunos se amarran cadenas con cencerros metálicos, símbolo que puede hacer alusión a la esclavitud o a la ganadería. Completan el atuendo con botas que les ayudan a marcar con mayor fuerza los pasos.
La máscara es uno de los elementos más importantes y representa la personalidad de cada participante, es una interpretación de lo que en el imaginario es un Diablo, dotado de cornamenta de venado y revestido de pelaje, en este caso crin de caballo, con una gran nariz y enormes orejas. La máscara ha sufrido una evolución especialmente en los materiales de la base; en un principio eran confeccionadas sobre un trozo de cuero, posteriormente se utilizó cartón el cual era tratado con cera de colmena o bien de veladora para que resistiera más tiempo y no le afectara el sudor y se utilizaba el polvo de las baterías para pintarlas.
Uno de los materiales más utilizados en la actualidad para su confección son los sombreros de lana, los cuales son más flexibles y soportan bien el sudor. Hace aproximadamente diez años se empezaron a elaborar con un material plástico rígido que es forrado con piel de venado curtido, que soportan de mejor manera los elementos que la conforman sin deformarse; no a todos les gusta porque son más pesadas.
Uno de los principales retos a los que se enfrentaran las futuras generaciones es a la escasez de los elementos que la conforman, pues cada vez es más difícil conseguir cornamentas de venado y crin de caballo. Es por ello que los Diablos tratan con especial respeto a su máscara y muchas son heredadas, al igual que la tradición, de generación en generación. Las máscaras se arreglan cada año, “Los chamacos dicen que a mi máscara le hacen falta pelos blancos, a modo de canas, porque ya soy un Diablo Viejo” comenta Gaspar Clemente, quien tiene 30 años participando.
Sin duda alguna uno de los personajes emblemáticos es la Minga, el personaje con características femeninas que tradicionalmente es interpretado por un hombre, es una representación grotesca de una mujer que coquetea con todos, a la que se le considera una mala mujer por ejercer y disfrutar su sexualidad. En el caso particular de Lo de Soto, este papel ha sido interpretado en algunas ocasiones por mujeres y en últimas fechas por integrantes de la comunidad LGBTTTIQ+.
Cómo ya se dijo, en un principio la música era interpretada por un ensamble de violín y bote, se recuerda al violinista de nombre Beto Herrera, quién era un músico virtuoso y enseño a varios a tocar la guitarra, sin embargo, a ninguno le enseño el arte del violín por lo que, al morir, hacia mediados de los sesenta o principios de los setenta, no hubo quien los sustituyera. En ese momento coyuntural muchos pensaron que con su muerte se acabarían los Diablos.
En la comunidad existían otros músicos entre ellos Don Elpidio Valentín y Eliel Valentín, padre e hijo, quienes tomaron la responsabilidad de reproducir en la medida de lo posible los sones, con los instrumentos que ellos manejaban la trompeta y la batería. Eliel Valentín afirma que para él siempre ha sido un orgullo acompañar con su música a los Diablos “Cómo saberlo Dios, no hay Diablos como los de Soto”.
Existe un disco grabado por Tío Pillo y Eliel, así como partituras con los sones de los Diablos lo que ha permitido que la música pueda ser interpretada por otros músicos, hacia el año 2010 se conformó una banda juvenil y a la interpretación se agregó el sonido del saxofón. Y los danzantes zapatean al ritmo del Son de los Diablos, Son Cruzado, Chica Perica, los Enanos, a la Caña Dulce y Zamora; estos últimos son los más esperados y temidos por los asistentes pues los Diablos hacen gala de su imaginación y entonan versos jocosos y a veces picantes e incisivos que tienen como protagonistas a las personas asistentes.
La característica principal de los Diablos de Lo de Soto es sin duda la fuerza que le imprimen a sus pasos, con el torso inclinado y sin perder el ritmo, el clímax de la danza es el momento en el que el Tenango grita “paso”, en ese momento la música calla y retumban al unísono y al ritmo marcado por la charrasca los pasos de todos que parecen haberse convertido en uno solo y al grito de “hurra” se lanzan al piso y finalizan su interpretación.
Fotos: Beatriz Amaro Clemente.
Más allá de las interpretaciones derivadas de los estudios recientes en las poblaciones sobre sus expresiones culturales, son las propias comunidades quienes tejen una historia viva que ha de ser transmitida de generación en generación, porque en Lo de Soto la esencia de ser Diablo se trae en la sangre, es parte intrínseca del ser soteño, del ser negro, porque se aprende a bailar al tiempo que se aprende a caminar.
En 2020 se vivió un Todos Santos triste, sin alegría; el ayuntamiento anunció la prohibición de llevar a cabo las tradicionales danzas para evitar la propagación del virus, debido a que estos días llegan a la comunidad propios y extraños a disfrutarlas. Pero como los Diablos son Diablos, el día primero una decena de ellos rompieron con lo establecido y bocina al hombro se presentaron en el zócalo del pueblo a bailar, a alegrar un poquito los corazones sin que la autoridad intentará impedirlo. Al día siguiente fueron 20 los que despidieron a sus muertos en el panteón, dejando de manifiesto que son las propias comunidades las que tejen los mecanismos que permiten la conservación de las tradiciones dada la importancia que tienen para su historia.
Porque los Diablos de Lo de Soto, danzan para acompañar a sus muertos, para festejarlos y honrarlos, es ancestría, orgullo, alegría, emoción, pertenencia, comunidad, fuerza, resistencia, resiliencia, libertad; porque a donde quiera que se vaya se lleva la tradición. Como afirma José Valentín “No dejé de ser diablo cuando dejé de danzar, mi corazón sigue bailando con ellos”.
Fotos: Beatriz Amaro Clemente.
Bibliografía
Ruiz Rodríguez, Carlos et al. (2016), “La presencia africana en la música de Guerrero: estudios regionales y antecedentes histórico-culturales”, México, Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Hijar Sánchez, Fernando et al. (2009), “Cunas, ramas y encuentros sonoros: doce ensayos sobre el patrimonio musical de México”, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
Martínez Montiel, Luz María (2017), Afro América III, La tercera raíz. Presencia Africana en México, México, Universidad Nacional Autónoma de México.
Entrevistas realizadas entre el 9 y 13 de julio de 2018, en San Juan Bautista Lo de Soto a: Alejandrino Clemente, Ofelio Clemente, Javier Arellanes, José Valentín, Eliel Valentín y Gaspar Clemente.
De la autora Beatriz Amaro Clemente
Egresada de la FES Acatlán, Licenciatura en Periodismo y Comunicación Colectiva
Activista por los derechos de las mujeres negras afromexicanas, pertenece a:
Red de Mujeres Afrolatinoamericanas, Afrocaribeñas y de la Diáspora Capítulo México.
Unproax AC
Colectiva de Mujeres Afromexicanas en Movimiento
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Tradicionalmente se conoce como “Costa Chica” a la franja costera desde Acapulco hasta Puerto Escondido, delimitación dada por las relaciones comerciales, culturales y afectivas, que no necesariamente responden a la delimitación regional oficial. Territorio separado por las fronteras estatales pero unido por los afectos. ↑