La antropología social y el COVID-19

 Dr. Rubén Muñoz Martínez.

Investigador, CIESAS Ciudad de México


En este ensayo reflexiono sobre algunas de las aportaciones de la antropología social al estudio de los procesos socioculturales relacionados con enfermedades infecciosas como el sida y, desde este eje de análisis, propongo algunas posibles vías de investigación para el abordaje teórico y aplicado del COVID-19 y su impacto en la salud.

En 1988 Paula Treichler[1] reflexionaba sobre la epidemia del sida denominándola “una epidemia de significado” refiriéndose a un concepto, que alude a un síndrome, en el que proliferan los significados; por ejemplo, cuando el discurso biomédico y la homofobia convergen. Esto es, cuando se crean imaginarios a partir de lógicas de imputación social a grupos considerados como “transgresores” de la norma social (en su ejemplo los homosexuales) y de comunidades morales definidas por “su cumplimiento” (los heterosexuales). Un año después Susan Sontag escribiría, en este mismo sentido, su famoso libro “El sida y sus metáforas” reflexionando sobre los préstamos de significado que el sida había tomado, en forma de metáfora, de otras enfermedades previas como la sífilis y la idea de “contaminación”. Gracias a la fuerte inversión en investigación sobre los medicamentos antirretrovirales que tuvo lugar en los años 90, se asentaron las bases de un paso imprescindible en el control de una epidemia asociada hasta entonces con la muerte, para pasar a ser una condición crónica de salud. La ciencia y el activismo social de los afectados fueron fundamentales para la creación de medicamentos eficaces y para los avances en su acceso universal a partir de la llamada al compromiso de los Estados y de ciertos Organismos Internacionales. Estos cambios, desafortunadamente, no provocaron la erradicación del estigma y la discriminación por la condición de salud, pero sí una emergencia de nuevos significados que actualmente lo asocian a la posibilidad de la vida.

[1] Treichler, Paula (1988) “AIDS, Homophobia and Biomedical Discourse: An Epidemic of Signification”, en Douglas Crimp (ed.), AIDS: Cultural Analysis, Cultural Activism, Cambridge, MA, MIT Press, pp. 37–70.

La antropología social se involucró en la lucha contra el sida desde el comienzo de la epidemia. Las aportaciones de la antropología han sido diversas y han tenido un carácter tanto teórico como aplicado. Desde comienzos de los años 90, una de sus aportaciones más fructíferas ha sido el estudio del estigma y la discriminación social de las personas con VIH y las repercusiones que ambos implican en sus vidas. En tiempos del COVID-19 este es uno de los grandes desafíos que presenta la pandemia con consecuencias negativas para la salud y el bienestar de las personas que la padecen, la atienden o son relacionadas con ella.

En la década de los 90, la antropología social llevó a cabo, entre otras, dos conocidas contribuciones de tipo teórico al estudio del sida, que implicaron avances significativos en la dilucidación del impacto diferenciado de la epidemia en las personas y colectivos socialmente vulnerados. Concretamente, se plantearon los conceptos de “sindemia”, propuesto por Merrill Singer, y el de “violencia estructural”, retomado por Paul Farmer de Johan Galtung y de teólogos de la liberación latinoamericanos como Ignacio Ellacuria[2]. El concepto “sindemia” ha permitido reflexionar e intervenir sobre, en palabras de Singer, “un conjunto de epidemias mutuamente potenciadas implicando la interacción de enfermedades a un nivel biológico que es desarrollado y sostenido en una comunidad o población por las condiciones sociales dañinas y las conexiones sociales lesivas” (Singer, 1996). Un ejemplo paradigmático propuesto por Singer fue el uso de drogas, la violencia y el sida, lo cual también podría aplicar en la actualidad al sinergismo social y biológico del COVID-19 con otras afectaciones a la salud de carácter epidémico en poblaciones socialmente vulneradas. La “violencia estructural” fue definida por Paul Farmer (1996) como el daño en la satisfacción de las necesidades básicas a partir de los procesos, invisibles y naturalizados, de estratificación social, afectando a las dinámicas económicas, culturales, sociales y sexuales de las personas, y, en este caso, exponiéndolas a la infección del VIH de manera diferenciada. La “violencia estructural” permitió señalar cómo el sida no se origina en los comportamientos de riesgo de las personas y colectivos sociales de manera aislada a las condiciones estructurales de inequidad en, por ejemplo, el acceso a la atención en salud, la alimentación, el trabajo o el alojamiento. Esta categoría también nos permite reflexionar ahora sobre las diferencias y desigualdades, nuevas o antiguas, que produce la llegada del COVID-19 a nuestras vidas, y su impacto social y a la salud en función del lugar que se ocupa en la estructura social (etnicidad, género, clase social, ciudadanía…).

En tiempos recientes, el papel de los antropólogos sociales ha sido muy importante en la lucha contra la propagación y letalidad de otras enfermedades infecciosas como el ébola. Un ejemplo de sus aportaciones, es la intervención contra la propagación de esta enfermedad a través del estudio de los ritos funerarios, adecuándolos social y culturalmente desde una perspectiva que evite la infección pero permita que se lleven a cabo de manera acorde a las costumbres y necesidades de la población local. Las prohibiciones de este tipo de ritos, y sus consecuencias en términos de aflicción y conflicto, se han dado en otras enfermedades infecciosas como la fiebre de Lassa o, en la actualidad, el COVID-19.

Sería complejo enumerar aquí todas las valiosas contribuciones de la antropología al entendimiento y afrontamiento de las enfermedades infecciosas. Sí me gustaría apuntar tres ejes de intervención en los cuales la antropología social podría contribuir al estudio del COVID-19 a partir de su amplia trayectoria, en procesos salud/enfermedad/atención análogos, y de sus poderosos instrumentos de indagación sociocultural. La distinción de estos ejes tiene un objetivo provisional y analítico, en la práctica investigativa se encuentran articulados entre sí, teniendo un mayor o menor peso uno u otro eje.

1. La importancia del estudio antropológico del COVID-19, por el nuevo impacto sociocultural y en salud que implica su aparición generando formas emergentes de afectación. Un primer ejemplo de esto, son las implicaciones para la salud mental que tiene el confinamiento masivo a partir de su inédito impacto en las relaciones sociales, en ámbitos como el laboral, el recreacional o el afectivo. Un segundo ejemplo, consiste en las dificultades para una adecuada prevención o atención del COVID-19 cuando no existe una vacuna o un tratamiento y las implicaciones de diverso tipo que esto conlleva. Cabría preguntarse, no obstante, por qué el impacto de la epidemia se distribuye socialmente de forma desigual y se concentra, en un momento en el que todavía no existen tratamientos o vacunas, en personas o colectivos específicos que están expuestos a una mayor afectación, como por ejemplo las personas que por motivos económicos y laborales no pueden realizar la cuarentena domiciliaria. Esta pregunta nos llevaría al segundo eje de indagación.

2. La importancia del estudio antropológico del COVID-19 por su articulación con antiguas diferencias y/o desigualdades sociales y en salud, reactualizándolas en nuevas formas de inequidad. Un ejemplo de ello, es cuando el estigma y la discriminación debidos al COVID-19 se articulan a desigualdades étnicas o respecto a una condición de salud pre-existente. Un caso específico sería el de una persona indígena con VIH que llega al hospital con un cuadro de COVID-19 y sufre discriminación por ser indígena, tener VIH y signos y síntomas asociados al COVID-19. Otro caso sería, por ejemplo, el del personal de salud que atiende el COVID-19, sufre el estigma y la discriminación en su lugar de residencia por el desempeño de su profesión, el miedo a ser infectado en su trabajo y una sobrecarga laboral, con repercusiones en su salud mental. La distribución y la concentración de estos procesos que afectan a su salud no son iguales para todo el personal médico produciéndose diferencias en función, por ejemplo, de las jerarquías y desigualdades laborales que existen en su interior. Un caso sería cuando los/as enfermeros/as de base que atienden el COVID-19 se dan de baja y la atención recae en aquellos/as que no tienen los mismos derechos laborales, pueden ser sancionados o no están sindicalizados, como es el particular, entre otros, de los “enfermeros/as a destajo”. El COVID-19 se convierte en una caja de resonancias de viejas desigualdades sociales pero también puede ocultarlas, como veremos a continuación.

3. La importancia del estudio antropológico del COVID-19 por su exclusión de otras formas de afectación a la salud a partir de su priorización y/o cosificación. En el primer caso (su priorización) ocurre, por ejemplo, cuando la emergencia sanitaria prioriza la atención médica al COVID-19 y excluye a los pacientes que no son considerados emergencias, como son, entre otros, los pacientes oncológicos. O cuando existen protocolos y prácticas discriminatorias para el ingreso a unidades (con frecuencia saturadas) de cuidados intensivos, desde una lógica de la sobrevivencia y la optimización de los recursos financieros, priorizando a las personas sin comorbilidades, que no son de la tercera edad o que cumplen con criterios sociales de deseabilidad y funcionalidad. En el segundo caso (su cosificación) el COVID-19 se vuelve una entidad independiente del mundo social del que surge y en el cual aterriza. Los desafíos que plantea son desconectados de las condiciones preexistentes que lo convierten en una emergencia de salud. Esto sucede cuando se asume que la atención en salud siempre se ejerce en un contexto (progresivo) de recursos cada vez más limitados, sin preguntarnos quién los ha definido como limitados, cuándo, para quién, para qué y de qué forma son limitados. En otras palabras, no se discute que no existan suficientes hospitales públicos, que no tengan las características adecuadas o que no haya la infraestructura en investigación pública requerida para crear una vacuna o un test de detección, y los problemas relacionados con la emergencia y el control de la epidemia se atribuyen protagónicamente a los comportamientos, responsables o no, de los individuos; fomentándose para ello la lógica de la imputación social mencionada al comienzo del ensayo.

En el año 2015 el antropólogo médico Christos Lynteris escribió un artículo titulado “El epidemiólogo como héroe cultural: visualizando la humanidad en los tiempos de la nueva pandemia”. Parafraseando, tal vez, al título de la obra de Susan Sontag “el antropólogo como héroe”, el artículo analiza algunos de los imaginarios epidémicos reflejados en el cine, reflexionando, entre otras cosas, sobre el papel del epidemiólogo como salvador de la humanidad. Desde una mirada crítica, interpreta el discurso epidemiológico como una nueva pastoral que apela a la repausterización de la vida a través del higienismo (ver Lynteris, 2015). Y el artículo se publica cinco años antes del COVID-19, aunque esta no es la primera pandemia en la historia. En estos tiempos de ansiedad de conocimiento epidemiológico, la antropología social tiene mucho que decir sobre el COVID-19 y sobre las “narrativas y prácticas de la pandemia”. Nada puede ser más útil, cuando se espera la salvación, que una aproximación crítica, y propositiva, a aquello que llamamos humanidad. De tal modo que en el presente, esta nueva y amenazante epidemia de significado se pueda transformar, tal vez, en una pandemia de justicia y dignidad.

1. Treichler, Paula (1988) “AIDS, Homophobia and Biomedical Discourse: An Epidemic of Signification”, en Douglas Crimp (ed.), AIDS: Cultural Analysis, Cultural Activism, Cambridge, MA, MIT Press, pp. 37–70.

2. Singer, Merrill (1996) “A Dose of Drugs, a Touch of Violence, a Case of AIDS: Conceptualizing the SAVA Syndemic”, Free Inquiry in Creative Sociology, vol. 24, núm. 2, pp. 99-l 10.

Farmer, Paul (1996) “On suffering and structural violence: A View from below”. Daedalus. 125 (1).

Ellacuría, Ignacio (1993) «Factores endógenos del conflicto centroamericano: crisis económica y desequilibrios sociales», en ÍD., Veinte años de historia en El Salvador (1969-1989). Escritos políticos, UCA Editores, San Salvador (El Salvador), vol. I, 2.ª ed. 139-172

Galtung, Johan (1996). Peace by Peaceful Means. Peace and Conflict, Development and Civilization. London, Sage.