Juventud, fantasía y reflexividad colectiva: notas acerca de la película Sueños de ópalo, de Peter Cattaneo (2006)

Mauricio Sánchez Álvarez
Laboratorio Audiovisual, CIESAS Ciudad de México


Cartel oficial de la película

Hay un slogan ambientalista (que quizá proviene de la sabiduría ancestral de muchos pueblos) que dice que “la Tierra no es una herencia de nuestros padres sino un préstamo de nuestros hijos”, que subraya al mismo tiempo la importancia de cuidar tanto a nuestro entorno como a quienes nos sucederán en esa sencilla pero nada fácil tarea. Y este largometraje australiano, dirigido por Peter Cattaneo (2006), acerca de las fantasías de una niña en un entorno inicialmente hostil a ello nos plantea, entre otras, cómo la búsqueda del bienestar no puede pasar por alto los sueños de la infancia.

La historia tiene lugar en una comunidad de mineros de ópalo en alguna parte, muy árida, por cierto, de Australia. Allí, la niña Kellyanne, que es hija de un minero, acostumbra a tener dos amigos fantasiosos, Pobby y Dingam, de quienes se hace acompañar a todos lados: la escuela, la tienda y, por supuesto, su casa, donde los ha acomodado en una habitación especial y suele exigir que se les haga lugar en la mesa. Inicialmente la familia reacciona de manera desigual ante esta conducta preculiar. Mientras su mamá le sigue el apunte, pues no parece ver daño alguno en ella, su padre y su hermano más bien la desacreditan, alegando que Pobby y Dingam simplemente no existen, que se trata de una tontería. La comunidad alrededor reacciona de manera similar: la maestra y la tendera si no alimentan la fantasía, al menos la aceptan; aunque la mayoría de la gente la minimiza o simmplemente se muestra indiferente.

La trama empieza a girar cuando el padre de Kellyanne trata de separar a Kellyanne de sus amigos imaginarios, enviándola a ella y a su madre a una fiesta donde habrá niños, mientras él se lleva a Pobby y Dingam, junto con su hijo Alshom, de compañía en una incursión a buscar ópalo, y durante la cual sobreviene un derrumbe. Ya todos de regreso en casa, padre e hijo inermes, Kellyanne busca a sus amigos imaginarios en el asiento trasero de la camioneta, y al ver que los cinturones de los asientos traseros vienen desabrochados, desesperada le exige a su padre que vaya a buscarlos inmediatmente en plena noche. Pero la búsqueda que emprenden padre e hijo se torna en conflicto cuando un minero vecino suspicaz los descubre dentro de su parcela, en la que accidentalmente se han adentrado, y los denuncia como rateros ante la comunidad y también los tribundales. Lo cual no sólo estrigmatiza a la familia, sino que hace que Kellyanne, desolada por la ausencia de Pobby y Dingam, se deprima y eventualmente se enferme. Una noche, Kellyanne persuade a Alshom, quien ya ha entendido que lo importante es apoyar a su hermana, que busque a Pobby y Dingham en la mina que él y su padre estuvieron explorando. Así, entre los escombros del derrumbe, Alshom encuentra envoltorios de dulces que la tendera le regalaba a Kellyanne para sus dos amigos y también una piedra de ópalo que, de acuerdo con las fantasías de la niña correspondería al ombligo de Dingam, todo lo cual indicaría que los dos cuates de su hermana habrían muerto. Cosa que Kellyanne empieza a asimilar, aunque todavía delicada de salud es ingresada a un hospital.

Mientras Alshom va planeando el funeral de los amigos de su hermana, el padre de los niños es llevado a juicio, acusado de invadir propiedad ajena con intenciones sospechosas. Sin embargo, en el juicio el padre argumenta que la incursión al territorio ajeno fue motivada no por un deseo de robo sino porque estaba buscando a Pobby y Dingam, cuya desaparición, por otra parte, ha deteriorado la salud de su hija. Inicialmente el auditorio minimiza el argumento del padre y se burla de éste. Pero después, los testimonios de la maestra y de la tendera acerca de la veracidad de la existencia de los amigos fantasiosos de Kellyanne y, sobre todo, el delicado estado salud de la niña, hacen que el juez emprenda una acción de reflexión colectiva tan crítica como constructiva. Le hace ver a la gente que el desconocimiento y la negación de la fantasía de la niña los ha llevado no sólo a confundir una búsqueda por un robo, sino también a estigmatizar y excluir a su familia. El padre entonces queda exculpado. Y la colectividad, a modo de reparación, decide honrar a Pobby y a Dingam, asistiendo en masa al funeral organizado por Alshom, y al que Kellyanne, ya en proceso de recuperación, asiste aliviada.

Tal vez no sea demasiado atrevido pensar que en relatos tan simples como este melodrama pueden yacer, así como la piedra de ópalo que Alshom encuentra entre los escombros, claves que ayuden a repensar la conflicitividad entre los humanos. ¿En qué medida las pugnas particulares surgidas de nuestro celo competitivo toman en cuenta aspectos no cuantificables como los sueños y las fantasías de nuestros hijos?