Jornaleras de la zarza: interseccionalidad de las violencias en las territorialidades en disputa de Michoacán

Verónica Alejandra Velázquez Guerrero
CNAN-INAH | veronica_velazquez@inah.gob.mx


Cortadoras de zarza del Plan de San Sebastián, Los Reyes, Michoacán.
Foto: Verónica Alejandra Velázquez Guerrero (Mayo 2014)


Por los caminos de la Meseta P’urhépecha rumbo al valle agrícola de Los Reyes, ya no se observa aquel paisaje boscoso lleno de neblina, típico del amanecer tarasco que describiera Aguirre Beltrán. Los pinos se han talado para plantar aguacate. Ahora, se aprecian hileras amarillas de scholar bus viejos y camionetas con mujeres que se desplazan al corte de zarza.[1] A este jornal, se han incorporado incluso las comuneras del pueblo autónomo de Nurio, en donde La Marcha del Color de la Tierra en 2001 dejó sus huellas y en el cual los órdenes de género p’urhépechas han mantenido históricamente una fuerte restricción de la movilidad de las mujeres. Este fenómeno está transformando drásticamente la vida cotidiana de las comuneras al pasar de campesinas y artesanas a trabajadoras asalariadas.

La finalidad de este breve artículo es caracterizar la inserción de comuneras p’urhépechas en el modelo de agroexportación de las berries (frutillas) en Los Reyes, Michoacán, como parte de las dinámicas de feminización del empleo globalizado en el contexto de una geopolítica de distribución de la desigualdad articulada a procesos de racialización.

A partir de los resultados de una investigación etnográfica realizada en la región de la Meseta P’urhépecha en diversos periodos de trabajo de campo entre (2012-2017), retomaré las trayectorias de las cortadoras de zarza ubicándolas en sus comunidades de origen, en los trayectos diarios a la zona de cultivo semiurbana y en el trabajo en las parcelas agroindustriales. A través de las experiencias de las jornaleras de las berries podemos observar el continuum de las violencias de orden estructural, la violencia directa de territorios en disputa por grupos armados y los órdenes de género androcéntricos a nivel comunitario, que las excluyen de derechos y constriñen su agencia.

Un enclave agroexportador

La zona de producción de aguacate y berries en Michoacán se ha convertido en un enclave moderno de las renovadas dinámicas agroextractivistas que responden a una distribución geopolítica de la desigualdad y de procesos de racialización. Muestra de ello, es que en plena pandemia no se detuvo la producción, al contrario, cientos de jovencitas de nivel secundaria se han incorporado a las parcelas donde les es permitido trabajar a menores de edad; dejando a un lado su formación académica.[2] Esta inserción laboral masiva de mujeres al jornal de los campos agroindustriales y empacadoras en la Meseta es parte de los procesos de estratificación laboral por género en la región y de la feminización del empleo globalizado agroindustrial.

Este modelo de agroexportación y los procesos de desterritorialización que conlleva es visto como un sistema de opresión y sometimiento integral, que privatiza lo comunal y crea mano de obra precaria. Junto con la flexibilización del trabajo “viene todo un paquete tecnológico semillas, pesticidas maquinaria y prácticas de producción generalmente dictadas por intereses multinacionales” (Barndt, 2002: 83), y son mujeres indígenas las que se ubican en los eslabones más bajos, lo que se ha denominado segmentación por género. El estudio de Kim Sánchez (2007) en el análisis de la empresa Río Grande Morelos señala: “El actual empleo de cuadrillas femeninas es parte de una elevada división del trabajo y de la progresiva segmentación laboral […] la empresa no contrata hombres locales como cortadores y peones, siempre los ha rechazado, prefiriendo a los indígenas y mujeres para estas tareas” (156-157). Esta elección es porque se considera que las manos de las mujeres son “más delicadas”, discurso que se reproduce en el tema de la maquila y en este caso en el jornal de las berries, donde se señala que tienen manos más delicadas y no dañan la fruta.

Las mujeres se conectan a través de redes de enganchadores de las empresas presentes en la comunidad. Razones de inserción (aparte de las ya mencionadas) son: alto desempleo en los varones jornaleros de aguacate como consecuencia de la tecnologización del corte de aguacate, demanda de las empresas de la mano de obra femenina en el cultivo de berries como parte de la estratificación laboral.

Pago a destajo, dobles jornadas y a veces siete días a la semana, desplazamiento diario fuera de la comunidad en condiciones de transporte inseguros, susceptibilidad a acoso sexual por parte de los mayordomos y enganchadores, exposición a los fertilizantes. No les otorgan ni ropa especial para el trabajo que las proteja del sol ni de los pesticidas; no hay servicios básicos en las plantaciones-huertas como baños, bebederos y comedores; además de que son transportadas en camiones y camionetas que consiguen los enganchadores. Empero la inserción laboral en el jornal de los Reyes, si bien puede ser vista como una oportunidad de ingreso monetario, también construye vulnerabilidad, no sólo por las condiciones desventajosas de su trabajo, sino porque las mujeres transitan por Los Reyes, uno de los municipios con los índices de violencia más altos en el estado.

Banano (autobús escolar) de transporte de jornaleras, Meseta Purhépecha, Michoacán.
Foto: Verónica Alejandra Velázquez Guerrero (Mayo 2016)


Cortadoras de zarza

A las cinco de la mañana, llega Guadalupe a la plaza de un pueblo p’urhépecha. Viste de mezclilla, lleva en su cabeza una gorra y un paliacate amarrado al cuello. La noche anterior casi no durmió, se acostó un poco antes de las 2:00 a.m. porque estaba terminando el bordado de 35 servilletas que le pidieron para una boda. Se despertó a las 4:00 a.m. para preparar el lunch de todos en su casa. Desde muy temprano, el movimiento comienza en la comunidad, aunque los hombres con sus tractores y los cortadores de aguacate salen un poco más tarde de sus casas rumbo a las huertas del territorio comunal. En esa comunidad hay mucho trabajo en la producción de aguacate, incluso para gente de la ciudad, pero desafortunadamente para las mujeres de la localidad se abren pocos espacios, pues se considera un trabajo masculino por la fuerza que requiere levantar rejas de cuarenta kilogramos y subirse a los árboles.

Mientras las cortadoras de zarza se congregan al comedor comunitario; han llegado las primeras mujeres para preparar los alimentos del desayuno. Antes se iba al molino, pero en este pueblo está cayendo en desuso el nixtamal porque ya no hay milpas, ahora todo es aguacate y una pequeña sección de pinos, además de que es más práctico comprar en las tortillerías locales. A los portales van llegando de una en una las mujeres. Irene, la encargada de la cuadrilla, llega al mismo tiempo que el camión, el cual sale a las 5:30 a.m., pues tienen que estar antes de las 7:00 a.m. dentro de la parcela en el plan de San Sebastián en el Valle de Los Reyes.

A veces, el camión da vueltas por el pueblo buscando a los que se quedaron dormidos. La mayoría son mujeres, pero hay un par de hombres de otras comunidades lejanas (Los Llanitos, La Luz) que se suman en lo que llega la temporada el corte del aguacate. En el camino, se hace una parada para “tomar café”. Los cortadores, como se autodenominan, llevan consigo lunchs, la mayoría sólo compra un café soluble con azúcar o un refresco de cola.

A pesar de que el trayecto al jornal es breve, está lleno de desafíos para las mujeres. Los bananos, como les dicen a los autobuses escolares, son inseguros, varios han volcado en el camino, pues se trata de camiones importados que fueron desechados en Estados Unidos por sus años de uso. Y si en el accidente hay muertes, no existe indemnización por parte de las parcelas o seguro de pasajeros.

Al llegar a las parcelas, todos se apresuran. Se revisan las uñas, pues hay estrictas medidas sanitarias para las frutillas de exportación, se amarran sus paliacates (en algunas parcelas se les exige cubre bocas), se jalan las mangas de la sudadera y algunas se colocan guantes para evitar espinarse. La mayoría prefieren la mano descubierta para tentar con cuidado la fruta y no mallugarla. Las que traen aretes se los quitan y los alzan en su mochilita colgada de lado o en la espalda, las cuales dejan en un área común, ya sea el vehículo o en el lugar donde será el almuerzo. En la parcela de berries se da el disciplinamiento y control del arreglo personal, al entrar al jornal las mujeres deben estar sin aretes, ni anillos, con las uñas cortas, el cabello recogido, sin maquillaje y sin reloj. No pueden usar el celular, ni hablar entre ellas.

La encargada de la cuadrilla se presenta con el mayordomo que le da instrucciones, reparte los surcos y elige quién se quedará en el empaque. Una vez que toman el surco, las horas se hacen largas, escogen entre las berries frescas y maduras y las que están en proceso de descomposición. Las de Zirosto dicen que las de Tarecuato y San Isidro toman la fruta fresca y dejan el proceso en los surcos para hacer más cajas y que les paguen bien.

Llega la hora del almuerzo, quince minutos antes de las 11:00. El único comal se satura. Como tienen 20 minutos para comer, la mayoría trajo tortas, aunque prefieren las tortillas, alimentos calientitos; si no ganan lugar en el comal, corren el riesgo de no comer. Terminada la hora, se regresan a la parcela. No se escucha música y no pueden hablar entre ellas.

Llegadas las 3:00 de la tarde, es hora de salir y los encargados avisan si hay trabajo para horas extras, lo cual sucede muy a menudo. Las jornaleras terminan su jornada a eso de las 7:00 p.m. De regreso por los caminos a la Sierra, suelen encontrarse con retenes armados, de autodefensas, federales o bien un convoy de un grupo criminal, dependiendo de la temporalidad de la que se hable, pues hay una disputa armada constante por este territorio cerca de la frontera con Jalisco, que funge espacialmente como nodo de enlace entre la Tierra Caliente michoacana y la ciudad de Guadalajara.

Cuerpos vulnerables

La investigación etnográfica en el jornal, me llevó a comprender cómo la vulnerabilidad de los cuerpos está cruzada por la clase, la etnia, el género y la edad. El enfoque interseccional nos permite ver cómo se imbrican las opresiones y se potencian mutuamente. En este subapartado quiero explicar cómo se vive en el cuerpo de las cortadoras de zarza las afectaciones por el modelo agroextractivista y por el campo minado de una violencia bélica. En Latinoamérica, se da una correlación entre la economía extractiva neoliberal (zona de maquilas de Ciudad Juárez, zonas bananeras en Úraba y la zona aguacatera de Michoacán) y el incremento de los crímenes violentos. En este sentido, según Butler “hay formas de distribución de la vulnerabilidad, formas diferenciales de reparto que hacen que algunas poblaciones estén más expuestas que otras a una violencia arbitraria” (2006: 14).

Son las mujeres quienes están más expuestas, en el espacio público, a esa latente vulnerabilidad corporal, en actos como el acoso sexual en la calle y el transporte, el acoso sexual a las jornaleras de las berries en los ámbitos laborales, los raptos, las violaciones y los feminicidios que han registrado en los últimos años, una tendencia al alta en la región.

Por otro lado, en el análisis de la explotación de la fuerza de trabajo en el jornal precarizado de la agroindustria de exportación, el cuerpo es el que resiente de manera directa y crónica las consecuencias de los agrotóxicos y las largas jornadas. Desde una perspectiva marxista, el cuerpo pasa a ser un modo de subsistencia para unos y posibilidad de acumulación para otros.

Las vidas de jornaleros, hombres y mujeres, se pierden por la enfermedad de los agrotóxicos o por la violencia exacerbada, y no hay justicia. Butler (20016) se pregunta ¿Por qué ciertas poblaciones son gravemente afectadas por el sistema económico y geopolítico, mientras otras se enriquecen? ¿Cómo se explican los procesos acelerados de desigualdad y de violencia? Porque “hay vidas que no valen la pena ser lloradas” en un sentido de la ética global. La noción de vida precaria, nos ayuda a analizar no sólo la violencia criminal y política en la región, sino que “vidas precarias” se puede referir a los procesos vitales de los seres humanos y medioambiente que viven por procesos agroindustriales y la contaminación.

En mi investigación, documenté cómo las jornaleras han perdido la visión y han tenido dolores de cabeza frecuentes, otra tuvo una fractura de cadera en plena parcela por las condiciones de lodo en “el rancho Corona”. Ella fue una jornalera que quedó lisiada y sin indemnización. A su vez, conocí el caso de una joven con cáncer de leucemia por la relación con aplicación de pesticidas y el caso de una jornalera cuyo bebé nació con hidrocefalia. También conocí varias con daños permanente en los pulmones, que es un factor de complicación de la enfermedad por Covid-19.

Reflexión final

La expansión geográfica del capitalismo neoliberal y sus dinámicas extractivistas se asientan en regiones biodiversas y con población que vive en condiciones precarias. En Michoacán, se instaló este modelo productivo de monocultivos de berries y aguacate, intercalados para aprovechar la variación en tipo de suelo y climas. El desarrollo exponencial de esta industria se dio gracias al régimen político económico neoliberal y que promueve una lógica de ganar-ganar a costa de la calidad de vida de los pobladores y de la depredación del medio ambiente (Velázquez, 2019). El texto mostró la lógica de estratificación laboral que utiliza la diferencia de género, de clase y el origen étnico para aumentar las ganancias de las empresas. Las vidas de las jornaleras indígenas develan un continuum entre las violencias estructurales, la densificación de las violencias bélicas por el dominio territorial del narcotráfico y los órdenes comunitarios androcéntricos, que se caracterizan por la experiencia de un cuerpo disciplinado en la parcela y la afectación en la salud por pesticidas, la experiencia de acoso y el miedo en los territorios disputados y las situaciones de inclusión diferenciada de las mujeres en sus comunidades, que acentúan su precarización económica y vulnerabilidad

Bibliografía

Barndt, Deborah. (2007), Rutas enmarañadas. Mujeres, trabajo y globalización en la senda del tomate (No. 331.40972 B3), York Canadá, Universidad Autonoma Metropolitana.

Butler, Judith. (2006), Fermín Rodríguez (trad.), Vida precaria: el poder del duelo y la violencia, Buenos Aires, Paidós.

Sánchez, Kim. y Saldaña, Adriana. (coords.) (2007), Buscando la vida; productores jornaleros y migrantes en México, Morelos, Universidad Autónoma del Estado de Morelos.

Velázquez, Verónica. (2019), Territorios encarnados. Extractivismo, comunalismo y género en la Meseta P’urhépecha, Premio Cátedra Jorge Alonso 2019, México, Universidad de Guadalajara y CIESAS.

  1. En el texto me estaré refiriendo a la zarza o las berries indistintamente, como las maneras de nombrar a la zarzamora, la frambuesa y el arándano que se produce en la región de estudio.
  2. Entrevista a docentes