Investigando en tiempos de pandemia

Omar Vargas Angeles
CIESAS Sureste

Imagen 1. Jardín y trimmigrant en California. Foto: Omar Vargas Angeles.

Contexto

El presente texto es una crónica de la ruta seguida para realizar la investigación en el doctorado en Antropología Social del CIESAS Sureste 2019-2023, actualmente en vías de conclusión[1]. Algunos datos son necesarios para contextualizar la narración. Como sujeto de la “generación pandemia” mi investigación ha estado atravesada por esa circunstancia, pero también por el campo de estudio y los sujetos de ese campo, los trimmigrants.

Los trimmigrants son la fuerza de trabajo extranjera itinerante de las granjas de cannabis en California (he escrito esta frase tantas veces que ya ni yo le entiendo). Más sencillo, aquí en México es más común conocerlos como “pizcadores de mota”, aunque en realidad no son pizcadores o recolectores de nada. Estos extranjeros llegan a California a trabajar en las cosechas de cannabis. Esto implica que el fenómeno tiene una periodicidad, una temporalidad que lo supedita. La planta no entiende de pandemias, cierres fronterizos, ni de calendarios académicos. La planta entiende de horas de sol, 12 de luz por 12 de oscuridad, y a florear. Después de eso lo que viene es mucho trabajo de cuidado.

En esa medida tampoco a los growers,[2] les importa nada que no tenga que ver con su producción, nada de los orígenes de sus trimmers, nada sobre cómo cruzan la frontera, ni sobre cómo se las arreglan para ordenar sus vidas fuera de la granja. Los growers solo saben que tienen una muy valiosa cosecha que necesita procesarse y venderse lo más rápido posible antes de que alguna autoridad intervenga y se pierda todo.

Esto es así porque aunque el consumo recreativo de cannabis se reguló desde 2016 en California, a nivel de la producción las prácticas ilegales, el mercado negro y las granjas que producen fuera de la normatividad de su condado siguen siendo mayoría. Lo que significa que la situación de clandestinidad sigue siendo un elemento que orienta gran parte de las interacciones al interior de este mercado de trabajo internacional. Orienta también las relaciones entre trabajadores y jefes: palabra dada, palabra cumplida, o confianza perdida, no hay mucho margen.

Imagen 2. El Trimm Room: espacio designado en las granjas para que los trimmigrants realicen su labor. Foto: Omar Vargas Angeles.

Rompimiento de esquemas

La frontera crea sistemas sociales, escuché decir en un seminario hace unos meses, y después me olvidé de pedir la referencia del autor de tan iluminadora idea. La anoté en mi libreta y la deje guardada en la mente, la idea ha sido prolífica, de esas que se quedan dando vueltas y van ganándole espacio a lo que ya estaba ahí antes. Pensaba en las características que unen a los trimmigrants, esas que me han resultado tan elusivas y esquivas, como la letra de la cumbia: “esquivas, esquivas, esquivas”.

Y me pregunto: ¿Qué podrían tener en común latinoamericanos y europeos además de ir a cortar mariguana cada otoño? ¿Es acaso suficiente haber trabajado en una granja de cannabis como extranjero para convertirse en un sujeto de estudio? ¿Qué une a hombres y mujeres con diferentes niveles educativos y de diferentes nacionalidades? ¿En qué se asemeja la experiencia de unos viajeros semiprofesionales con la de los recién egresados arrepentidos de su profesión? ¿Están todos negados a la monótona y mediocre estabilidad laboral? ¿Qué tienen en común los viajeros aventureros que se forjaron el camino entre las montañas con aquellos que tuvieron la suerte de tener un amigo que los conectara con una granja? Más aún, ¿es suficiente esto para crear identidades? ¿Existe la identidad o la cultura trimmigrant? Sigo sin encontrar respuestas concluyentes a estas preguntas. Sin embargo, argumento aquí que es posible encontrar puntos en común en la experiencia de estas personas tan diversas y provenientes de contextos tan heterogéneos. La frontera, o, mejor dicho, la institución social fronteriza, amalgama las experiencias de estas personas, la necesidad de cruzar, las ganas de cruzar, las estrategias para cruzar, la necesidad de trabajar.

Si algo vino a desnudar la terrible, omnipresente y cuestionada actualidad de las fronteras fue la reciente pandemia de COVID-2019. Aquellas que parecían desaparecidas reaparecieron fulminantemente. En la Comunidad Europea, ejemplo por excelencia de la integración social y la utopía de un mundo sin fronteras (hacia adentro, no hacia afuera, claro está) se habilitaron rápidamente las viejas divisiones internas. Espacio Schengen,[3] donde cambias de país sin darte cuenta. Sin embargo, a finales de 2019 y sobre todo durante 2020 el Covid nos mostró que esas fronteras seguían entre nosotros, y que además existen otras muchas que ya ni siquiera observamos. Salir de casa, reunirse con amigos, ir a conciertos, al super, al mercado, todo condicionado. Ni hablar de entrar o salir desde un país a otro. Todo condicionado de acuerdo a lo que cada región estuviera experimentando en términos epidemiológicos, sociales y políticos, dimensiones que no se pueden separar.

Una vez más, ¿qué tiene que ver la pandemia de Covid con un puñado de hombres y mujeres que acostumbran acudir a trabajar en las remotas montañas de California para trimmear cannabis? Mucho, la frontera crea sistemas sociales, considero a la industria del cannabis como uno de esos sistemas sociales. En las granjas de California no hay ley, no hay contratos firmados, la vigente clandestinidad hace que los tratos se sellen con un apretón de manos o a veces ni eso, es la palabra empeñada, solamente. Es la ley del mercado neoliberal, la necesidad de vender y comprar fuerza de trabajo, unos se necesitan a otros. Es un sistema transfronterizo basado en la confianza y la lealtad: lo que se dice se cumple, lo contrario rompe con las reglas implícitas de la clandestinidad y puede desencadenar consecuencias inesperadas y hasta violentas.

¿Qué le pasó a este sistema social durante la pandemia de COVID-19? ¿Dejaron de cruzar los trimmigrants por consecuencia? ¿Cumplieron sus compromisos de cruzar y acudir a las granjas de cannabis? ¿Cómo cruzar la que se ha llamado “la madre de todas las fronteras” a la mitad de una pandemia mundial? ¿Cómo investigar estos fenómenos desde la academia en estos tiempos de pandemia y muerte? ¿Cuál fue la respuesta institucional frente a este y muchos otros retos que la sociedad estaba atravesando? ¿Cuál es nuestro deber ético en estas circunstancias?

Enfermos de pandemia: contingencia, improvisación y reflexividad

En diciembre de 2019 tuvimos las primeras noticias de su existencia. Extraño virus proveniente del oriente provoca estragos monumentales. Como otra de esas lejanas tragedias nos pasó más o menos desapercibida, ignorada en estos primeros momentos. En los siguientes meses la tragedia se fue acercando a nosotros, el virus se aproximaba en forma de noticias desastrosas. Después resurgieron las barreras, cada vez más países cerraron sus fronteras terrestres, aeropuertos y demás rutas, hasta que llegó a México y no se cerraron las fronteras, pero se declaró la etapa de distanciamiento social. Como estudiantes del posgrado en el CIESAS tuvimos que hacer ajustes. Nadie estaba preparado, ni la institución, ni la sociedad, ni nadie.

El esquema oficial del currículo en el posgrado implicaba realizar la fase exploratoria del trabajo de campo en esos meses, entre mayo y agosto de 2020, para después regresar a una segunda etapa de replanteamiento del proyecto de investigación entre septiembre y diciembre, finalizando con otros ocho meses de campo entre enero y agosto de 2021. Con la esperanza de que todo acabaría pronto, la institución decidió intercambiar estos periodos para continuar avanzando con la carga académica del posgrado y dejar para más tarde el trabajo de campo.

Como sabemos, la pandemia se alargó mucho más de lo que la mayoría esperábamos. No solo fue más larga de ese periodo cuatrimestral marcado por la institucionalidad académica sino que se extendió hasta transformarse en lo que en México vino a denominarse “nueva normalidad”. Con ello las formas de hacer investigación de campo se vieron trastocadas a partir de la contingencia en puerta. Se apeló a que nosotros, los estudiantes, hiciéramos uso de nuestra creatividad y capacidad de improvisación para seguir adelante con nuestras respectivas investigaciones. En ese momento surgió con mucha fuerza la opción de realizar trabajo de campo digital como alternativa. “Trabajo de campo digital con los forajidos de la nueva frontera verde en California”, pensé. “Entrevistas digitales con los cortadores semiclandestinos”, pensé. Trabajo de campo digital en las granjas donde hasta para chatear hay que usar claves, “flores”, “girls” o “units” en vez de cannabis, clases en lugar de trabajo, trueque en lugar de vender, y así por el estilo. En ese momento no me pareció viable. A la postre las entrevistas digitales demostraron ser más útiles de lo que inicialmente me planteé.

Sin menospreciar los aportes y avances de los métodos de trabajo de campo digital o a distancia, los cuales son numerosos y relevantes, en la práctica muchos de los estudiantes producto de la “generación pandemia” llegamos a la conclusión de que estos métodos digitales, por sí mismos, resultaban claramente insuficientes para sostener nuestras respectivas investigaciones. En particular, para mi trabajo estas estrategias fueron una alternativa indudablemente útil, pero que se fue implementando más como necesidad por las diferentes ubicaciones de las personas entrevistadas, que como una estrategia principal para la producción de información.

¿Cómo intentamos resolverlo?

El trabajo de campo fundamental tuvo que ser presencial, observación participante. Formó parte desde 2016 de ese sistema social transfronterizo que es la industria del cannabis por lo cual yo también tenía mis vínculos, compromisos y lealtades con los actores y sujetos de esta investigación. De una y de muchas maneras ellos contaban conmigo, para regar el jardín, para vigilar el temible mite (el ácaro que se come las plantas en cuestión de días), para arreglar las redes que sostienen las ramas cuando llegan las tormentas de aire caliente, los horribles vientos de Santa Anna, en fin, los vínculos que un antropólogo va construyendo en campo. Estoy seguro que la gran mayoría de los que nos dedicamos a esto tuvimos dilemas similares.

En 2020 lo más riesgoso del trabajo de campo no fue el COVID-19. Una vez cruzada la frontera el discurso pandémico y las medidas asociadas se transformaron radicalmente, mucho menores medidas, mucho menos miedo, mucho menos paranoia. La gente no te correteaba con botes de gel, los amigos no te rociaban con spray sanitizante antes de entrar a sus casas y las personas se abrazaban en el aeropuerto, los gringos se abrazaban y los mexicanos que bajaban de los aviones andaban detrás de ridículas mascaras de acrílico, cubrebocas y guantes. “El mundo al revés”, pensé. Lo más peligroso de ese año fueron los enormes incendios que asolaron grandes partes de California, incluida nuestra granja. Hubo que salvar el incendio, solventar la evacuación y finalmente rescatar el jardín. En ese contexto la pandemia parecía un discurso de otro planeta. Tal vez lo era.

Imagen 3. Instalaciones de la granja después del incendio. Foto: Omar Vargas Angeles.

Imagen 4. Estructura de un domo usado como vivienda totalmente quemada por el incendio.
Foto: Omar Vargas Angeles.

Lo que quedó y lo que falta

Esa temporada de campo fue fundamental, me mostró que en ese momento en el que se pensaba al mundo más encerrado que nunca, había un puñado, unos miles, quizá cientos de miles de personas que seguían compartiendo las ganas de cruzar, la necesidad de cruzar y seguían elaborando las más locas estrategias para cruzar la “madre de todas las fronteras”, que paradójicamente continuó abierta mientras las demás cerraban. Me mostró que los trimmigrants sí tienen cosas en común, solo que, tal vez, no son las cosas evidentes que la sociología o los migrantólogos clásicos han estudiado: no son una misma nacionalidad, una misma cohorte etaria o similares contextos de origen. Lo que comparten es un adverso contexto global contra el que tienen que remar a contracorriente. Cruzar la frontera en tiempos de muerte, continuar moviéndose en un mundo enfermo de pandemia.

Resolver el problema sobre las técnicas de investigación fue más sencillo de lo que imaginaba, observación participante y ,como decía, los amigos que me conectaron con otros amigos también trimmigrants en Tailandia, Tijuana, Ciudad de México, Guadalajara o Latinoamérica. Ahí las entrevistas virtuales salvaron el paso, sin embargo, como coincidimos con las colegas de mi generación, todo eso no hubiera sido posible sin un trabajo de campo previo.

Ahora, sin embargo, pienso que el verdadero problema es dilucidar qué clase de sociedad estaba viendo. El mundo y las personas cambiamos durante la pandemia. Sabemos que la sociedad siempre está cambiando, pero este fue un cambio cualitativamente diferente; uno que, sospecho, apenas estamos empezando a entender. Entonces el verdadero problema es tratar de entender cómo investigar y hablar, y escribir, de este mundo pospandémico.


  1. Falta cerrar la bendita tesis, provisionalmente titulada “Todo esto es mucho humo hasta que has cobrado: Trimmigrants y sus trayectorias de trabajo agrícola temporal multisituado”. Directora de tesis, Dra. Carmen Fernández Casanueva (CIESAS Sureste).

  2. Los growers son los cultivadores de la planta, generalmente estadounidenses (muchos de ellos californianos miembros del movimiento hippie Back to the Land), dueños de la granja y los jefes de toda la operación productiva.

  3. El espacio Schengen es el espacio de la Unión Europea donde los residentes pueden viajar a través de las fronteras interiores sin tener que pasar controles o mostrar sus pasaportes.