Eduardo Enrique Aguilar[1]
Universidad de Monterrey
Gustavo Moura de Oliveira[2]
CIDE
Diferentemente de lo que se puede imaginar, en esta introducción no presentaremos uno a uno los artículos que componen el presente número de Ichan Tecolotl. No lo haremos porque tal tarea fue cumplida de manera muy adecuada y pertinente por Laura Collin en el texto “A modo de presentación”. En este sentido, lo que haremos aquí es poner sobre la mesa algunos puntos que consideramos importantes frente al reto de pensar las economías solidarias en México desde nuestro lugar de enunciación, es decir, la academia.
¿La economía solidaria o las economías solidarias? Esta quizá sea una de las grandes preguntas sobre el tema tanto en México, como en los demás países de América Latina y el mundo. Por lo tanto, de una vez enunciamos: las economías solidarias, en plural. Pero ¿por qué en plural? Entre otros posibles motivos, destacamos dos.
En primer lugar, porque como nos enseña Collin, la economía solidaria (aquí, de forma deliberada, en singular) o es diversa o no es nada. Se trata de una característica intrínseca, concreta e insuperable. O sea, pensar la diversidad de las experiencias de economía solidaria debería ser un compromiso de la investigación académica ya que estas no siguen una misma y única lógica o dinámica, como es el caso de la economía capitalista donde crecimiento infinito y generación de más y más ganancias —alcanzados a través de la explotación del humano por el humano y de la naturaleza por el humano— aparecen como reglas generales e incuestionables.
La mencionada diversidad es, incluso, una de las marcas contrahegemónicas de la economía solidaria frente a la capitalista. Es decir, contra la universalización y homogeneización del mundo (de la economía, la política, la cultura, los gustos y deseos, lo bello, etc.), característica del sistema social del capital, la diversificación y heterogeneización; eso nos lleva al segundo motivo para pensar en las economías solidarias en plural.
Si en lo concreto la economía solidaria es diversa o no es nada, desde el ámbito académico-analítico lo que se tiene es una riqueza y un desafío a la vez. La riqueza en sentido conceptual, es decir, el concepto de economía solidaria, por tratarse de economías solidarias en plural, termina como uno de aquellos conceptos llamados polisémicos, como por ejemplo el de “autonomía”, el de “movimientos sociales”, y otros. Este es el segundo motivo antes señalado, la polisemia del concepto. Sin embargo, si bien la polisemia del concepto lo torna rico en definiciones e interpretaciones, también genera un desafío al quehacer académico que, nos guste o no, suele tener cierta vocación de decir que un concepto es tal cosa y no otra. Entonces, lo que tenemos es una dificultad considerable de dialogar entre pares dada la confusión generada por la señalada diversidad y polisemia ante a las cuales se encuentra la idea de economía solidaria.
Lo anterior nos lleva a otro punto importante de discutir, las disputas académico-políticas generadas por los intentos de definición de uno u otro contenido para el concepto de economía solidaria. Por un lado, las y los que apuestan por una definición única para toda la diversidad y complejidad encontrada en las distintas experiencias de economía solidaria a lo largo y ancho del país —como el reciente intento de creación de una cuenta satélite para la economía solidaria en México—; por otro lado, las y los —donde nos ubicamos nosotros— que apostamos por la potencia de lo diverso, de lo local-territorial.
En ese contexto, no es menos importante mencionar que todo el intento de universalización y homogeneización de las experiencias concretas, sea cual sea el “campo de desarrollo” de dicha experiencia, y en cualquier rincón del mundo, trae consigo una huella colonial que es justamente lo que torna posible la reproducción de las dinámicas capitalistas. Por otro lado, respetar y afirmar la diversidad de lo económico es también resistir al avance capitalista-colonial que insiste en permanecer, abriendo espacio a formas viejas y nuevas no —o anti, o contra— capitalistas de afirmar y reproducir la vida en común.
Frente a lo señalado hasta aquí, es que tiene sentido el presente número, como la persona lectora se podrá dar cuenta al revisar los textos que siguen. En otras palabras, no ha sido nuestro objetivo animar a las y los autores de los textos a reflexionar sobre “lo que es la economía solidaria en México”; todo lo contrario. Nuestro esfuerzo ha sido el de identificar, reconocer e impulsar algunas experiencias en sus particularidades, potencialidades y desafíos actuales, con el fin de facilitar la creación de redes entre ellas. Sobre todo, buscamos hacer énfasis en la complejidad regional. Aquí vale la pena realizar el señalamiento de la desigualdad de información e investigaciones para el centro norte, noreste y noroeste del país, y que, por tanto, buscamos conscientemente no soslayar las experiencias de esas geografías. Claramente, es imposible realizar una compilación suficientemente amplia sobre el fenómeno al que nos estamos refiriendo, por tano, procuramos ofrecer una mirada somera de la gran diversidad de formas que existen en regiones que se encuentran física, cultural y políticamente alejadas.
Si partimos, como ya hemos señalado, de que las economías solidarias en México son diversas, entonces subyace la idea de que la sociedad también es así, de modo que buscamos también romper con la postura académica que ha buscado homogeneizar a la economía solidaria bajo el concepto colonizador de “lo mexicano”. Así, por mencionar algunas, las lógicas de reproducción de la vida en Coahuila distan material y simbólicamente de las de la península de Yucatán o las de Michoacán son divergentes de las de Ciudad de México. Para comprender esto precisamos marcos epistemológicos, axiológicos, ontológicos y metodológicos de comprensión más amplios de los que actualmente se han generado en la literatura científica. Con ello, para nosotros, mucho más importante que definir “lo que es” la economía solidaria en México es reforzar la idea, también ya planteada por Collin, de que la economía solidaria además de diversa es local, sostenida por circuitos cortos y de confianza con formas propias de comprender y hacer en el mundo.
Por último, vale la pena mencionar que algunas prácticas y conceptos, como solidaridad, cooperación, ayuda mutua, autogestión, interdependencia, y otros, son de aquellos conceptos que uno, como académico siempre espera encontrar en las experiencias en la investigación empírica. Son prácticas/conceptos, que en el diálogo entre academia y experiencias concretas podrán ser estimulados —en eso creemos—, pero no podrán servir para invalidar una u otra experiencia dada la fluidez de estas y los ataques continuos del capitalismo que tornan casi imposible decir que la economía solidaria es blanca y el capitalismo es negro, es decir, lo que tenemos son zonas y camadas grises sobre las cuales el presente número busca lanzar luz, visibilizar y apoyar.
¡Buena lectura!
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Profesor investigador del Departamento de Ciencias Sociales, Universidad de Monterrey
Correo: eduardo.aguilarh@udem.edu. ↑ -
Profesor investigador titular de la División de Estudios sobre el Desarrollo, Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). Correo: gustavo.moura@cide.edu. ↑