Intentos, azares y desafíos de una ¿etnografía virtual?

Marina Liz Beltrán
Estudiante de la Maestría en Antropología Social, CIESAS Golfo | marinalizbeltran@gmail.com

Imagen de katemangostar vía www.freepik.es


Durante el cuatrimestre de septiembre a diciembre del año 2020 me dispuse, tal como está indicado en el calendario de la Maestría en Antropología Social, a realizar mi investigación de campo. El proyecto empezó a plantearse en el año 2019 e incluía el traslado a la Ciudad de México, entrevistas y observación participante junto a una variedad de actores. Mi tema de investigación se ha centrado en el trabajo de las organizaciones de la sociedad civil defensoras de los derechos de las personas migrantes y refugiadas. El objetivo fue analizar qué rol cumplen estas organizaciones en el acceso a derechos para las personas en movilidad, para lo cual necesitaba desarrollar respuestas a preguntas como: ¿con qué actores se vinculan?, ¿en qué instancias?, ¿cuáles son los contenidos de estos intercambios?, ¿qué cambios han sufrido a lo largo del tiempo?, entre otras.

Sin embargo, es de sobra conocido que la llegada de la contingencia sanitaria asociada al Covid-19 cambió las posibilidades de vincularnos, trasladarnos y demás aspectos de nuestra vida cotidiana, incluyendo las posibilidades de realizar trabajo de campo presencial. Así, a medida que desarrollaba el protocolo de investigación se iba haciendo patente que la pandemia había llegado para quedarse y me vi obligada (junto a muches de mis compañeres) a modificar algunos aspectos de mi trabajo, sobre todo en relación con la metodología y las técnicas empleadas para recoger los datos. Siendo agosto del año 2021, habiendo finalizado mi periodo de trabajo de campo y en proceso de análisis de los datos, me propongo reflexionar brevemente sobre esta experiencia.

En primer lugar, cabe aclarar que el diseño de un trabajo de campo mediado por la virtualidad, la tecnología o lo digital fue planeado sobre la marcha. Las preguntas fueron pensadas para un trabajo de campo presencial, más cercano a lo que podríamos denominar una etnografía de tipo “clásica” y luego adaptadas para responder a las variables de la virtualidad. Si bien sólo puedo especular al respecto, considero que si desde el inicio mi trabajo hubiera sido planteado completamente a través de medios digitales incluso algunas preguntas de investigación se hubieran formulado de distinto modo. Esto me lleva a la primera observación, aunque considero que el trabajo etnográfico a través de la virtualidad es una forma totalmente válida de producción de conocimiento, no necesariamente permite responder a las mismas preguntas que el trabajo presencial. Por lo tanto, al encarar una investigación con estas características se debe, o debería, como en toda investigación etnográfica, pensar en conjunto el método y la teoría (Guber, 2004).

En relación con lo anterior viene mi segunda aclaración, en este momento aún no puedo definir con certeza si mi trabajo puede considerarse una etnografía virtual o digital, aunque es evidente que para reflexionar sobre el mismo se debe considerar la presencia de la mediación tecnológica. Para empezar con algunas definiciones, se suele llamar etnografía virtual o digital a aquellos trabajos que se concentran en analizar los fenómenos que ocurren dentro o a través de internet: interacciones, construcción de comunidades, identidades, etc. (Estalella y Ardévol, 2010). Además, algunos autores agregan la importancia de considerar en conjunto el “mundo virtual” (online) y el “mundo real” (offline), debido a que las personas en cuyas vidas centramos nuestra investigación conducen sus prácticas dentro y fuera de internet sin que se pueda establecer un corte en el paso de uno a otro “mundo” (Grillo, 2019).

Por otra parte, podemos decir que la etnografía digital tiene mucho en común con la etnografía “clásica” en el sentido que el investigador buscará introducirse en el mundo de los nativos, explicar su propósito de investigación, aprender sus códigos de conducta, generar confianza con ellos, registrar sus prácticas y llevar adelante entrevistas. Al respecto, encontramos ejemplos de trabajos de campo en salas de chat, blogs, redes sociales, etc. Al mismo tiempo, las reglas éticas del trabajo serán parecidas en cuanto a la confidencialidad y el uso consensuado de la información. En mi caso particular me interesa reflexionar sobre las que, finalmente, fueron mis principales fuentes de información: archivos, redes sociales y entrevistas.

Respecto al trabajo de archivo y en relación con la digitalización propia del mundo contemporáneo, a través de la web me fue posible acceder a normativa de distintos niveles: internacional, nacional y local, así como a informes de actuación y evaluaciones llevadas adelante por organismos internacionales, organizaciones defensoras y diversas agencias estatales. Por otra parte, pude acceder a estadísticas generadas por distintos entes estatales como el Instituto Nacional de Migración y la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados. Asimismo, los portales de noticias contienen una gran cantidad de información que resultó útil, en primer lugar, en el proceso de construcción de mi campo de estudio, y luego, a lo largo de la investigación. En este sentido, cabe aclarar que debido a las condiciones en que llevé adelante mi investigación la información provista por los archivos ha tenido un papel más protagónico de lo esperado. Los documentos me permitieron acceder a diferentes perspectivas en torno al tema indagado y observar cambios a lo largo del tiempo, así también, ponen de manifiesto las acciones coordinadas de los distintos actores. Por otra parte, fue interesante indagar en la normativa y los análisis que diferentes autores presentan con respecto a ella ya que evidencian algunas de las problemáticas a las que referían mis interlocutores en las entrevistas.

En relación con las redes sociales ubico esta herramienta, por una parte, como una especie de archivo en relación con temas que ya fueron discutidos, indagados, difundidos por parte de distintos actores que conforman mi campo de estudio. Por otra parte, se trata de un espacio de actualización constante en relación con temas de preocupación de las organizaciones defensoras, interacciones diversas y temas agendados. Estos medios de comunicación que no son nuevos para mis interlocutores, sino que vienen siendo utilizados desde antes de la pandemia, me permitieron empezar a construir mi campo de estudio, incluso cuando estaba delineando mi problema de investigación. La conexión a través de distintas plataformas puede pensarse como parte de la inmersión en el campo, aunque en mi caso no ha tenido exactamente las mismas características que la presencialidad en cuanto a la posibilidad de generar interacción y confianza.

Aun así, la información obtenida a través de redes sociales me ayudó a definir actores significativos y los alcances de sus interacciones, y generar un registro de los mismos a lo largo del trabajo de campo. Esto puede entenderse como parte del supuesto de “seguir a nuestros interlocutores” (Grillo, 2019) en los diferentes espacios por los que circulan, considerando que no se produce un corte entre el mundo online y offline sino que todo forma parte de sus acciones cotidianas. Esta idea habilita a circular en el análisis por “ambos mundos” sin contradicciones importantes, relacionar acciones llevadas adelante en uno y otro, y observar cambios debido a la contingencia sanitaria que obligó a trasladar gran parte de las actividades a la virtualidad. Esto último atravesó y sin dudas contribuyó a configurar el vínculo con mis interlocutores de las organizaciones defensoras, ya que implicó seguir sus actividades no sólo a través de las redes sociales sino también la participación en reuniones virtuales, presentación de informes, audiencias públicas, etc. De este modo se fue configurando un “estar ahí” virtual que si bien, como dije antes, no tiene las mismas características de la presencialidad ha sido productivo a la hora de construir conocimiento.

La segunda fuente de información en mi trabajo fueron las entrevistas. El contacto con mis interlocutoras comenzó a través de mi asesora de tesis y luego fue seguido a partir del método de “bola de nieve”. En este sentido, cada defensora me fue refiriendo a otras, así como a interlocutores de su trabajo como funcionarios estatales, y también a personas beneficiarias de su actividad de defensoría. La mayoría de las presentaciones fueron por WhatsApp o correo electrónico a través de la referencia de la persona con quien antes me había comunicado. Con la mayoría de mis interlocutoras sólo realicé una entrevista debido a los tiempos de trabajo y procesamiento de la información, así como en relación con el tiempo disponible de su parte para dedicar a mis indagaciones. En este sentido, en más de una ocasión me encontré con el cansancio de un día entero frente a la pantalla y varias videollamadas previas, lo cual limitó los tiempos de las entrevistas y la disponibilidad para conversar. En otras ocasiones me encontré con que mis entrevistades preferían no encender sus cámaras, incluso cuando yo lo hacía. Esto se explica en parte por un pase a la virtualidad forzado (y en muchas ocasiones agotador) que permeó el trabajo a lo largo del año 2020.

En principio, las entrevistas con las beneficiarias del trabajo de las defensoras resultaron difíciles de concretar debido a que varias mujeres se negaron a conversar con una persona ajena a la organización y desconocida. Sin embargo, luego de un proceso de revisión de las preguntas a realizar y las consideraciones éticas que debía mantener logramos concretar dos entrevistas con mujeres que se encontraban en condiciones de compartirme sus historias. Esto implicó el trabajo conjunto (fundamentalmente vía mail) con la psicóloga de la organización para acordar intereses y posibilidades de abordar o no ciertos temas. Cabe aclarar que en este caso atribuyo la necesidad de trabajar con cierto cuidado no tanto a la mediación digital sino más bien a la situación de vulnerabilidad de mis interlocutoras. Las consideraciones éticas con su información y el modo de llevar adelante las entrevistas han sido en este sentido muy similares a las de una situación de presencialidad física.

Evaluando las posibilidades habilitadas por la conexión virtual y las entrevistas a través de llamada y video-llamada, prevalece la sensación de no haber podido construir una situación de confianza con mis interlocutores ‒lo que también suele conocerse como rapport‒ como la que se hubiese generado si hubiese estado presente de forma física en el campo. Asimismo, se limitó la observación de las prácticas al relato de las mismas por parte de sus protagonistas y la lectura de documentos. Sin embargo, también es cierto que existió un proceso de colaboración que implicó un vínculo, aunque más no fuese circunstancial, una cierta confianza y disponibilidad de ambas partes. Al igual que la presencia virtual en el campo a través diversas plataformas implicó “seguir” a mis interlocutores en sus prácticas a través de la web, este modo de comunicación exclusivamente mediado por la tecnología, implicó el aprendizaje de ciertas normas para vincularme, adaptación de tiempos, intereses y objetivos, y demás cuestiones que quizás se dan por sentadas cuando la presencia en el campo es de forma física. Así, las cámaras apagadas, la interrupción de las conversaciones por factores externos, la presencia de terceras personas que mis entrevistades sumaban a las video-llamadas, incluso la superposición de la situación de entrevista con otras actividades cotidianas, se convirtieron en variables con las cuales convivir durante mi investigación. Considero, sin embargo, que esto puede entenderse como parte del proceso de cualquier trabajo de campo sólo que en nuevas circunstancias mediadas por la virtualidad.

En líneas generales puedo decir que mi trabajo se vio beneficiado por las características de mi campo de estudio y mis interlocutores. El hecho de que la mayoría de ellas se encontraran en la Ciudad de México u otras ciudades del país con acceso a teléfonos, computadoras, mail e internet favoreció tanto el primer contacto como la concreción de las entrevistas. Por otra parte, la mayoría de mis interlocutores fueron personas defensoras o que trabajan en la función pública, lo cual favoreció la comunicación debido a la costumbre y predisposición para comunicar acerca de sus trabajos. Aunque la costumbre de comunicar permanentemente tiene la desventaja de estructurar demasiado algunos discursos, puede considerarse una ventaja respecto a la situación de responder preguntas de alguien con quien previamente no existía un vínculo de confianza.

En relación con los resultados, sólo se puede especular respecto a si los mismos hubieran sido mejores o peores de haber tenido la posibilidad de trasladarme físicamente al campo de estudio. Más allá de esto, creo que la indagación mediada por la tecnología me permitió de algún modo captar, contextualizar y explicar los significados y percepciones que las personas poseen acerca de su propio trabajo. Por otra parte, a través del discurso he podido obtener información acerca de los valores que sustentan el trabajo de defensoría y de funcionarios estatales, así como los efectos que este trabajo genera en las beneficiarias del mismo. En esta línea, y a pesar de no cumplir al pie de la letra con todos los “ítems” de una etnografía en su sentido más “clásico”, considero que el resultado final de mi pesquisa puede ser pensado como un análisis antropológico.

Volviendo a Guber (2004), la autora explica que la etnografía es enfoque, método y escritura. En este sentido, considero que puedo hablar de un enfoque antropológico tanto en el diseño del problema como en el trabajo de campo; un método que por momentos se acerca bastante a la etnografía; y una producción escrita aún por definir…


Bibliografía

Estalella, Adolfo y Ardévol Elisenda (2010), “Internet: instrumento de investigación y campo de estudio para la antropología visual”, en Revista Chilena de Antropología Visual, núm. 15, pp. 1-21.

Grillo, Oscar (2019), “Etnografía multisituada, etnografía digital: reflexiones acerca de la extensión del campo y la reflexividad”, en Etnografías Contemporáneas, vol. 5, núm. 9, pp. 73-93.

Guber, Rosana (2004), El salvaje metropolitano. Reconstrucción del conocimiento social en el trabajo de campo, Buenos Aires, Paidós.