Kena Kitchengs
Fue a partir del desarrollo de una bitácora de viaje en un semestre en el extranjero en el marco de una maestría en artes visuales que comencé a tomar consciencia de mis propios procesos de pensamiento y creación artística. Esta renovada mirada hacia el interior quizá facilitaría más tarde los cambios de percepción hacia lo externo que propiciaría el diplomado. A su vez, la dinámica semanal del diplomado de hacer lecturas y realizar ejercicios prácticos reforzó la comprensión de los temas vistos, quizá porque de algún modo esta forma de trabajo implica un paso del pensar al sentir. Lejos de meramente observar desde fuera, es necesario entender cómo nosotros mismos estamos inmersos en un mundo de objetos, imágenes, actos, sonidos, y cómo operan las relaciones que se tejen entre todas estas manifestaciones, las personas que entran en contacto con ellas y nosotros mismos. Es de esta forma que la percepción hacia lo externo que menciono se devuelve de nueva cuenta a mi interior.
Es necesaria una apertura en las posturas personales para admitir la importancia y diversidad de formas artísticas, las razones por las que se dan y las maneras en que se desarrollan, así como sus usos o sentidos. A su vez, al hacer esto automáticamente queda claro que las categorías, el vocabulario y el entendimiento general en torno al arte en Occidente corresponde a una sola de infinitas posibilidades. Se entiende, por ejemplo, que el museo es una institución que surge de una serie de condiciones sociales e históricas específicas, cuyas convenciones se han ido construyendo según estas cambiantes condiciones, y que no hay nada en dicha institución que sea fijo, universal, inamovible, eterno ni absoluto. También queda claro que todas esas reglas y convenciones en torno al arte, muchas veces implícitas y que damos por hecho, no tienen en ningún caso un origen “natural”. Es liberador al fin aceptar que las divisiones que no cuestionamos, presentes en las jerarquías que se imponen entre manifestaciones artísticas, son artificiales y son construcciones en continuo proceso de cambio.
No me creo lo suficientemente ingenua como para no haber sospechado desde hace años sobre las cuestiones que aquí expongo, pero no me había sido posible comenzar a articular mis inquietudes al respecto de la manera en que lo permiten las herramientas teóricas que comenzaron a ser adquiridas en el espacio del diplomado. Por otro lado, era inevitable que poco a poco todo esto comenzara a filtrarse a mis modos de crear.
En este momento, las consecuencias del diplomado en mi obra se están viendo reflejadas en un proyecto que ya había iniciado meses antes. Este proyecto es también de una de las primeras instancias en que se manifiesta el peso del autodescubrimiento instigado por la bitácora de viaje que mencioné al principio. Mientras que los tejidos y entramados subyacentes en las estructuras que conforman mis piezas me son reveladas, dándome un mayor control sobre ellas, simultáneamente se presentan ante mí posibilidades creativas que implican una consciencia y manipulación de los espacios expositivos, las cédulas de museo, el tipo de información que se presenta junto a una pieza. Se abre la posibilidad de usar la obra como una forma de diálogo con su entorno. Ella misma se vuelve capaz de entender su lugar en el espacio dispuesto para ella y de esta forma, logra jugar con él.
Es así que planteo buscar las posibilidades del espacio de exhibición: por un lado cómo puede variar lo que las piezas comunican según el entorno en que están colocadas y hasta qué punto es manipulable el sentido de una misma pieza según la manera en que se presenta, y por otro, cuál es la información usual anexada a la obra y qué pasa cuando se le da un giro. Por ejemplo, si la figura del Autor es un elemento tan normal y esperado en el museo y la galería que por lo regular no se le da mayor consideración, yo pretendo compartir y diluir esta figura entre las influencias y las fuentes que den lugar a mis piezas. Es tal el peso del Autor en el mundo del arte, que la identidad del artista urbano conocido como Banksy ha sido objeto de polémica durante años y los intentos de identificación de artistas anónimos del medioevo están patentes en cédulas de museo que señalan la autoría de muchas de sus obras con teorías que no dicen mucho al visitante promedio, quien recordará algo parecido a “probablemente hecho por el Maestro de la Virgen Tal”. Este interés en la figura del autor tiene que ver con una inquietud más amplia relacionada con el problema de la autenticidad, que por cierto podría manifestarse de otras formas más adelante en mi desarrollo como artista.
En mis piezas suele estar presente un elemento narrativo que surge siempre de historias ajenas, encontradas en diversos lugares. Mis procesos involucran entonces una suerte de bricolage de emblemas, símbolos, narraciones (regularmente mitos). En algunos casos, el resultado puede ser una narración en que se de un salto entre un mito de la antigua Grecia o un bestiario medieval a un mito contemporáneo en México. Sin embargo, hay otras instancias —como sucede en el proyecto que estoy armando en este momento— en que estos saltos se puedan dar entre situaciones más cercanas, como podrían ser ciertas similitudes en las relaciones entre el venado, el rayo, la serpiente y el agua entre mitologías de diversos pueblos indígenas contemporáneos de México. En este último caso, las relaciones que puedo tejer en mis piezas se derivan también de una posibilidad real de estudio en el campo de la etnología, pero redirigida por completo hacia un esfuerzo artístico. Cabe señalar, al respecto del tema de la autoría, que en estos casos, la figura del autor se puede repartir entre el individuo que narra un mito, el antropólogo que lo recopila y lo analiza, y yo como la artista que encuentra y toma este material para recontextualizarlo en una pieza.
De cierta forma, un objetivo recién desarrollado es “desvestir” la obra, dejar al desnudo sus estructuras y procesos. En este sentido, podría señalar que son dos las capas de estructuras que serían reveladas y manipuladas: una interna, correspondiente a las tramas y narrativas de las piezas, y otra externa, que tiene que ver con el juego con el espacio en que la obra misma está inserta. Dicho esto, debo aclarar que ambos aspectos son inseparables y ambiguos, lo que me lleva a mencionar que otro de los objetivos que buscaría en mi obra sería la de desdibujar fronteras y límites. Al respecto, ya mencioné la figura del autor. La manipulación de elementos museográficos en general también permitirán toda clase de ambigüedades e imprecisiones sobre lo que se entiende por arte y exposición, trayendo justo al centro del escenario y haciendo partícipes elementos que no suelen ser considerados parte de la obra y que normalmente deben ser relegados a un lugar en que informen y “no estorben”.
A un nivel interno, los diálogos que surgen en mi obra son tramas complejas que unen toda clase de historias y elementos, colocando así en un mismo nivel las relaciones más caprichosas y lúdicas con aquellas que podrían en otro contexto ser parte de un estudio etnológico. Esta libertad de tender puentes entre dimensiones que a primera vista pueden parecer tan dispares es un privilegio del arte que conlleva una responsabilidad sobre los actos artísticos y una apertura a un diálogo transdisciplinario. Por último, debo agregar que después de todo, uno de los descubrimientos que hice en este diplomado fueron las similitudes de mis propios procesos mentales al enfrentarme tanto a la generación de obras de arte como a reflexiones en torno a problemas e inquietudes en torno al arte.