Iván G. Deance Bravo y Troncoso[1]
Universidad Intercultural del Estado de Puebla
LADS0001 -1961
Fotografía en papel, B/N, 12.5 x 9cm.
Primer carro de Antonio Deance Rodríguez, «el mercury» en Coapa junto con sus hijos, el mayor Luis Antonio (mi papá) y el segundo, Arturo.
Coapa, 1961.
Autor: Antonio Deance Rodríguez
Con frecuencia recuerdo a mi abuelo Antonio y, cuando lo hago, invariablemente tres cosas vienen a mi mente: el tintineo de sus llaves colgando de su cinturón de cuero reentintado y sumamente desgastado, la ceniza de una bacha de cigarro sin filtro apenas sostenido entre sus labios y esa extraña costra en el pecho resultado de décadas de exposición a los químicos de revelado en los Estudios Churubusco Azteca.
En el baño de la primera planta de su casa, él solía oscurecer las ventanas para revelar sus propias fotos familiares y en su lecho de muerte nos heredó a mi esposa y a mí, parte de su equipo de revelado, que por cierto ya estaba inservible, pero nunca se lo dijimos y le mencionamos que nos resultó de mucha utilidad. Pese a que el abuelo Antonio tomó y reveló durante gran parte de su vida sus propios recuerdos en película fotográfica, obviamente con su cámara totalmente manual, jamás se asumió como fotógrafo debido a las décadas en que laboró en el revelado de películas de cine. Por lo anterior siempre se definió, en sus palabras, como un simple “técnico en revelado” y nada más.
Jamás vi revelar un sólo rollo a mi abuelo y aunque seguramente lo hacía de forma cotidiana cuando era yo pequeño, nunca lo vi. Dicen que se encerraba y no dejaba pasar a nadie; era algo solamente suyo. Sin embargo al conocer el baño, sus herramientas y las descripciones de mi tíos sobre las maneras en que oscurecía las ventanas con unas mariposas de metal sostenidas por unas láminas ennegrecidas con pintura de aceite, mantengo una imagen mental de él revelando, con una nitidez tal, que pudiera ser que lo vi alguna vez aunque este hecho sea totalmente falso.
En este tenor, pienso de forma similar en torno a la disyuntiva entre la antropología visual entendida como la disciplina antropológica dedicada a la producción audiovisual, frente a la antropología de lo visual dedicada al análisis de materiales.
Si bien este trabajo no aborda las diferentes escuelas y corrientes de la antropología visual, sí pretende hacer una reflexión somera sobre la antropología de lo visual, es decir, los usos culturales de la imagen.
Al respecto de la antropología visual Espinosa y Schlenker (2009) nos dicen que ésta:
ha suscitado un gran interés en las últimas décadas. Aunque aún es materia de discusión si lo apropiado sería hablar de antropología visual, antropología de lo visual, antropología de la comunicación visual o antropología de los sistemas visuales. […] Durante décadas, las producciones de la antropología visual se han asociado al video y a la fotografía documental, asumidos como los formatos idóneos para la representación. Sin embargo, la reflexión sobre el uso de estos medios, implica abordar problemas tales como la subjetividad del autor, la intrusión de la cámara en las situaciones fotografiadas o filmadas y la autoría de las imágenes que tomamos. Estas cuestiones subrayan la mediación necesaria del autor y el medio de representación. (Espinosa y Schlenker, 2009: 11)
En este sentido, me cuestiono y reflexiono sobre mi propia producción visual, sobre los diversos registros fotográficos que he realizado en contextos sagrados y profanos. Las variadas fotos que se dieron en contextos cotidianos y las menos en contextos festivos. Respecto a esto, dudo que toda mi producción fotográfica sea etnográfica, aunque es bien sabido que un antropólogo difícilmente deja el “modo etnógrafo” a lo largo de su vida. Pero ¿y las fotos repentinas producto de una búsqueda hedonista?
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1947, foto: Central Isabel La Católica
Fotografía en papel, B/N, 7 X 7cm.
Antonio Deance Rodríguez de bata blanca a extrema derecha en su trabajo, revelando rollos de películas comerciales.
Tlalpan, 1947
Autor: Desconocido.
¿Qué son entonces las fotografías que realiza un antropólogo, si éstas carecen de un contexto de uso disciplinar?, ¿qué son las fotografías de un periodista que jamás son usadas para publicarse? ¿En qué se convierten las fotografías de un fotógrafo de arte que nunca llega a una galería o jamás son publicadas en algún medio impreso o digital?
Como solía decir el abuelo Antonio, “El hábito no hace al monje”, a lo que mi abuela Virginia replicaba: “pero sí lo viste”.
Desde la antropología visual podemos recurrir a los medios audiovisuales, al menos con dos propósitos distintos: a) generar un producto audiovisual como objetivo vertebral de la investigación, o b) aprovechar los textos audiovisuales preexistentes en cuanto documentos potenciales para la investigación. La primera dimensión ha sido profusamente atendida en la literatura disciplinar y probablemente constituye el eje principal del ejercicio profesional y la visibilización divulgativa en esta esfera (Grau Rebollo, 2012: 164)
No abordaré el aprovechamiento de los textos audiovisuales preexistentes para seguir el hilo a la reflexión sobre los productos de imagen del profesional antropológico.
La antropología visual
Se trata, pues, tanto de encarar la investigación con medios y productos audiovisuales en antropología y ciencias sociales desde una perspectiva metodológica, como de reflexionar acerca de la centralidad del análisis cultural de la producción material –sea cual sea su formato final– que toda sociedad genera sobre la percepción que tiene de sí misma, de determinados sectores de su interior, o de grupos foráneos. (Grau Rebollo, 2012: 164)
La antropología visual genera conocimiento y aportes científicos a partir del uso de la fotografía fija y la fotografía en movimiento. Sin embargo, en torno a la diversidad de la gráfica, el arte y los materiales sonoros quizá sean la historia del arte, la semiótica de la imagen o la antropología del sonido las que se acerquen más a estos “relegados” de las ciencias sociales. Pero de las primeras dos no hay duda que son y han sido objeto protagónico en los estudios de la antropología visual, y es la propia “perspectiva antropológica la que fija su atención en la praxis de la imagen, lo cual requiere un tratamiento distinto al de las técnicas de la imagen y su historia.” (Belting, 2012: 10)
En este sentido, la antropología puede y estudia la imagen desde sus diferentes dimensiones. Ya sea la imagen mental, la imagen sonora, la imagen visual o la imagen audiovisual, nuestra disciplina es capaz de abordar dichos fenómenos desde diferentes enfoques, debido a que:
Una imagen es más que un producto de la percepción. Se manifiesta como resultado de una simbolización personal o colectiva. Todo lo que pasa frente a la mirada o frente al ojo interior puede entenderse así como una imagen o transformarse en una imagen. Debido a esto, si se considera seriamente el concepto de imagen sólo, únicamente puede tratarse de un concepto antropológico. Vivimos con imágenes y entendemos el mundo en imágenes. Esta relación viva con la imagen se extiende de igual forma a la producción física de imágenes que desarrollamos en el espacio social que, podríamos decir, se vincula con las imágenes mentales como una pregunta con una respuesta. El discurso de la antropología no se restringe a un tema determinado, sino que expresa el anhelo de una comprensión abierta, interdisciplinaria de la imagen. (Belting, 2012: 15)
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Fotografía en papel, B/N, 25.5 x 20.5cm.
María Anita Virginia Salas Domínguez (mi abuela paterna) cargando a Jaime, el menor de sus hijos varones, en la cocina de su casa ubicada en calle 28 de diciembre de la Colonia Avante.
Coapa, año desconocido.
Autor: Antonio Deance Rodríguez
Por el contrario, también debemos asumir que una imagen carece de sentido antropológico si no se analiza o realiza a la luz de un método y marco teórico antropológico. Lo mismo se podría decir de una fotografía como producto artístico, mediático o comercial si no es analizada o utilizada con los fines de las disciplinas del arte o el periodismo, o si los fotogramas carecieran de intencionalidad artística, encuadre, correcta iluminación o carecieran de un fin de uso mediático. La gran pregunta es ¿cómo comprobar o demostrar lo anterior? ¿cuándo una imagen posee un sentido antropológico ya sea en su producción, uso o análisis? No tengo la respuesta. Personalmente he usado en innumerables ocasiones un diferente discurso para explicar una misma fotografía, dependiendo el contexto de uso, aplicación o discusión sobre la misma.
Y es que mi pasión por la realización y preservación de la fotografía química y la casi exclusividad de esos procesos en mi producción fotográfica, me mantengo de forma perenne entre el arte, la conservación, la etnografía visual y la nostalgia por lo analógico.
¿No es acaso el uso y la reflexión sobre la imagen fotográfica un mero pretexto en el quehacer del científico social, para dar rienda suelta a los instintos más primitivos de voyeurismo, expresión visual o la manifestación tangible del distintivo rasgo oculcéntrico intrínseco a nuestra especie?
Mis reflexiones sobre el uso antropológico de la imagen se vieron abruptamente interrumpidas al abrir una segunda cuenta de Instagram y mirar cómo las sólo siete publicaciones de fotografías banales de la cotidianidad lograron tantos seguidores en siete días, como no lo hicieron en siete meses las 70 fotos publicadas en el otro perfil, selectas de entre negativos de rollos de hasta 44 fotogramas y revelados de manera artesanal en el baño de mi casa como otrora lo hiciera mi abuelo.
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28 marzo 1958, Fotografía en papel, B/N, 18 x 13cm.
Antonio Deance Rodríguez, 4° de derecha a izquierda
Lugar desconocido
Autor: Desconocido.
El valor del estímulo visual y la satisfacción egocéntrica en la plataforma digital de Instagram, inclinó la balanza de mis reflexiones. Un dígito de fotos realizadas casi sin ganas generaron mayor impacto, dinámica social e interacción en la red en mucho menos tiempo, que la sustracción de mis materiales de 35 mm armados, revelados y digitalizados artesanalmente durante muchas horas de trabajo, quedando el oficio familiar en el desdén y el reducto de un público de nicho. El consumo cultural habló y dio su veredicto.
Al respecto y evitando el análisis de los consumos digitales en las redes sociales, sólo me resta concluir que una fotografía carece de sentido antropológico si no se realiza o analiza a la luz de un método y un marco teórico antropológico. Lo mismo se podría decir de una producción fotográfica en torno a la estética, su uso comunicacional o su pertenencia a la fotografía como disciplina del arte o el periodismo, si los fotogramas carecen de intencionalidad artística, encuadre, referentes de iluminación o uso mediático. Sin embargo, lo que la sociedad, los individuos o hasta las academias opinen al respecto, dependerá totalmente del contexto de uso y conveniencia que a dicha fotografía le sea conferido. A algunas imágenes les espera el panteón de la consagración, a otras simplemente la papelera de reciclaje en un sistema operativo que, eventualmente, también será obsoleto. Hasta entonces no me queda más que seguir honrando la memoria de mi abuelo y evitar definirme como un antropólogo visual, fotógrafo analógico, curador fotográfico o archivista, y me mantendré con la certeza de que mi trabajo es claramente un objeto del análisis de la antropología visual. Por el resto seguiré definiéndome simplemente como “un técnico revelador” y nada más.
Referencias:
Belting, Hans (2012), Antropología de la imagen, Katz Editores.
Espinosa, Mónica y Juana Schlenker (2009), “Antropología (y lo) visual”, en Antípoda. Revista de Antropología y Arqueología, pp. 11-14.
Grau Rebollo, Jorge (2012), “Antropología audiovisual. Reflexiones teóricas”, en Alteridades, núm. 22, pp. 161-175.
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